En las garras de la tigresa


La última sesión había sido realmente un tormento. Una madre de treinta y tres años con un hijo de doce había sido abandonada por su marido después de que ella misma lo sorprendiera en la cama con una bailarina de striptease de dieciséis años.

El susto la había sumido en la depresión y, entre lágrimas, le confesó a Sesshomaru que ya no se creía capaz de ser una buena madre para su hijo.

Sesshomaru tardó tres cuartos de hora en lograr que dejara de llorar y durante el resto de la sesión le explicó, científicamente y de otra manera, que no era su culpa si su esposo era un bastardo al que le gustaban las niñas y que ella no había sido una tonta al casarse con él.

Al final, la mujer salió con los ojos hinchados por las lágrimas y con la promesa de que tomaría los medicamentos antidepresivos y que volvería la próxima semana.

Taisho se dejó caer en su silla, ahora su mente, liberada de la obligación de concentrarse en los problemas de los demás, inmediatamente volvió a concentrarse en los suyos propios.

Habían pasado casi cuatro días desde que había visto a Kagome y ahora la ansiedad se había convertido en una amiga íntima.

La había buscado por todas partes, incluyendo en la guía telefónica, pero no pudo encontrarla. Incluso llegó a preguntarse si era o no prudente denunciar su desaparición.

Su teléfono sonó, interrumpiendo la maraña de pensamientos que comenzaba a envolverlo.

Una ventana estaba abierta en la pantalla anunciando un nuevo mensaje. Era de su amigo Kōga.

Te espero en el “Hell in Edo” a las diez de la noche, no finjas que estar ocupado o vendré a tu casa a buscarte.

El Hell in Edo era un lugar poco conocido, de hecho, Sesshomaru nunca había oído hablar de él antes. 
El ambiente oscuro y lleno de humo estaba iluminado por suaves luces rojas y moradas y la música, a diferencia de casi todos los demás clubes de la zona, no era el habitual ritmo techno.

El DJ acababa de tocar una vieja canción de rock, que reconoció vagamente, fuertemente remezclada para adquirir un ritmo envolvente y sensual, tan transgresor como el propio club.

Mientras caminaba hacia el bar en busca de Kōga, Sesshomaru se preguntó por qué su amigo había elegido un club como ese; no era el sitio ideal para un hombre casado.

Mientras se deslizaba entre la multitud, entró en contacto con los cuerpos de muchas chicas, vestidas con diminutos vestidos de cuero que mostraban muchas partes de sus jóvenes cuerpos. 

Ninguna de ellas parecía infeliz de sentir la pelvis o la espalda de algún desconocido contra su cuerpo, de hecho, ni siquiera parecían darse cuenta.

—Oye, abuelo, ¿qué deseas para tomar?—le preguntó el cantinero, un chico de algunos veinticinco años con el cabello peinado en forma de una cresta rosa.

—Un gin tonic —respondió Sesshomaru distraídamente, mirando a su alrededor con la esperanza de encontrar la cara familiar de su amigo.

—Enseguida, Matusalén.

Sesshomaru se giró para mirar al «simpático» barman.

—Y con esto te jugaste la propina —recalcó Sesshomaru, mostrando una sonrisa ladina.

—Ni hablar— bromeó el cantinero sonriéndole.

Sesshomaru negó con la cabeza.

Cuando el chico le proporcionó el cóctel, Sesshomaru solo le entregó el costo de la bebida.

—¡Mierda, no estabas bromeando con lo de la propina!— exclamó divertido.

Sesshomaru sonrió una vez más.

—Haz otro como este y te juro que la próxima vez la tendrás— respondió tomando otro sorbo del cóctel.

—De acuerdo— respondió el chico sonriendo.

Sesshomaru volvió a alejarse del mostrador y siguió examinando a la multitud con la mirada.

De Kōga ni rastro.

—Pensé que, después de tu última experiencia, habías dejado el alcohol.

Esa voz.

Sesshomaru se dio la vuelta, arriesgándose a derramar la bebida sobre sí mismo, y la vio. Ahí estaba ella, con una sonrisa divertida que alargaba solamente la mitad de su boca.

A diferencia de Sesshomaru, Kagome vestía el look adecuado para un Club. Llevaba un vestido de cuero negro que se le pegaba peligrosamente a todas sus curvas y su cabello recogido en una coleta alta la hacía lucir lista para un encuentro sadomasoquista.

—¿Ka-Kagome? — preguntó Sesshomaru, avergonzándose de su tartamudeo.

Su sonrisa se amplió hasta que sus labios se estiraron por completo.

—Pareces sorprendido de verme— recalcó ella.

Sesshomaru se quedó mirándola con la boca abierta, solamente le faltaba el riachuelo de baba corriéndole por la barbilla.

— ¡Sí!—exclamó Sesshomaru—. ¿Qué se supone que debo pensar? Te fuiste inmediatamente después de que lo hicimos y no supe nada de ti durante cuatro días. Creí lo peor, Kagome, especialmente cuando el portero me dijo que te vio subir a un auto negro que te estaba esperando afuera del edificio. 

Kagome inmediatamente se puso seria y fría; su habitual expresión estándar que fácilmente podría ganarle un torneo de póquer.

—He estado pensando.

Sesshomaru arqueó una ceja.

— ¿Ah, sí? ¡Pues, ilumíname! ¿En qué estuviste pensando?— preguntó sarcásticamente.

— En ti, en nosotros.

Su respuesta hizo que Sesshomaru bajara la cresta por completo. Inclinó la cabeza y se dio cuenta por primera vez que ella era la que debería estar enojada y ofendida con él, después de todo, lo que había sucedido entre ellos casi podía considerarse una media violación.

—Yo también pensé mucho en lo que pasó entre nosotros y quería disculparme por lo que pasó en mi oficina.

Kagome lo miró fijamente, inmóvil, con una expresión indescifrable en su rostro.

>>¿Escuchaste lo que te dije?

Kagome asintió.

— No podemos hablar aquí. Sígueme.— respondió, luego lo agarró por el codo, alejándolo del mostrador.

— Estoy esperando a un amigo.

Su protesta fue bastante débil, Sesshomaru fue consciente de ello, pero quería evitar los sentimientos de culpa por haber abandonado a un amigo.

Kagome se volvió y le dedicó una sonrisa traviesa.

— No, no lo creo —comentó ella, dejándolo estupefacto y sin palabras.

Kagome lo alejó de la atestada pista de baile y subió por una escalera de hierro pintada de púrpura que conducía a un piso superior.

Sesshomaru notó que ella se movía con perfecta soltura en el ambiente abarrotado y transgresor del club, como si ese fuera su hábitat natural.

«Un tigre en los manglares» Pensó sombríamente.

Antes de llegar al piso superior, se encontraron con un portero vestido con un pantalón de cuero y un top del mismo material, quien tras mirar brevemente a Kagome, los dejó pasar con un leve asentimiento.

El piso superior se abrió ante ellos como un largo corredor con media docena de nichos tallados en cada pared. Las luces eran escasas y moradas, acentuando la atmósfera de agradable pecado que enriquecía el aire.

Las habitaciones privadas estaban casi todas ocupadas por “parejas”, no siempre heterosexuales, que coqueteaban en secreto.

Sesshomaru se preguntó adónde diablos lo estaba llevando Kagome y con cuáles intenciones. Sin embargo, ella no se detuvo frente a una habitación privada, sino que siguió arrastrándolo hasta una puerta al final del pasillo. Enfrente esta había otro portero, pero este vestía traje gris y corbata. Él también se hizo a un lado de inmediato para dejarlos pasar.

De repente, Sesshomaru se vio catapultado a otro mundo, con un estilo completamente diferente al del club. Al notar su desconcierto, Kagome le sonrió y lo invitó a acercarse.

—Bienvenido a mi oficina— dijo encendiendo las luces de la gran sala.

Más que una oficina, ese ambiente se parecía a una sala de estar ultramoderna:

Suelo negro brillante, papel pintado blanco con motivos geométricos negros de moda, un gran sofá de cuero blanco, una enorme librería con cientos de libros de derecho civil y penal y, por último, un pequeño mueble a modo de minibar en ébano oscuro de otro siglo. Lo único que indicaba que esta habitación había sido utilizada como oficina era el gran escritorio blanco colocado en el otro extremo de la habitación y los dos refinados sillones del mismo color frente a él.

La música llegaba amortiguada desde la gran ventana de vidrio que cubría toda una pared de la oficina, ciertamente hecha de vidrio oscurecido porque era imposible ver desde el piso inferior.

— Te envidio, tienes una oficina fantástica. ¿Este lugar es tullo? —preguntó Sesshomaru, admirando los costosos muebles que lo rodeaban.

—Gracias, y sí, fue un regalo de mi padre por mi graduación —respondió ella mientras caminaba sensualmente hacia la pared junto a la ventana.

La vio abrir una pequeña puerta junto a la gran ventana de vidrio y jugar con unos pequeños pomos. Inmediatamente, la música cesó y la oficina quedó en silencio.

>>Así no tendremos que gritar para escucharnos —explicó Kagome dándose la vuelta. Con un gesto elegante lo invitó a tomar asiento en el magnífico sofá.

Sesshomaru obedeció con la esperanza de que ella se sentara junto a él, pero Kagome se quedó junto a la ventana de cristal mirando a los clientes del club abarrotar la pista de baile. Ahora que ya no había música para acompañar sus movimientos, se veían obscenos y torpes.

—No había tenido relaciones sexuales durante unos siete años.

Sesshomaru casi se atragantó con la saliva ante esa afirmación. No era posible, realmente no podía ser.

— ¿Qué?

Sesshomaru se dio cuenta de que se veía ridículo, pero era demasiado extraño, no podía estar hablando en serio. Ella no se dio la vuelta, se quedó observando la pista de baile debajo de ella, ofreciéndole la hermosa visual de espalda y su trasero perfecto.

—Mi primera experiencia ocurrió durante el último año de universidad. Conocí a un chico, de nombre Amari Nobunaga. Salí con él por unas dos semanas antes de que me pidiera tener sexo y yo, siendo bastante ingenua e inexperta en ese campo, acepté.

Al igual que en sus sesiones en el estudio, la voz de Kagome era fría y distante, como si estuviera contando una anécdota muy aburrida que le sucedió a un pariente lejano.

>>Confiaba en él, había sido mi amigo antes de convertirse en mi novio, así que acepté su invitación a una fiesta en su dormitorio. Durante la fiesta, bebió mucho y se volvió más y más molesto por tener sexo en el armario y más y más violento cada vez que me negaba, diciéndole que estaba borracho.

La voz de Kagome era áspera como el papel de lija y fría como el hielo. Sesshomaru no se atrevió a hablar, pero su mente pensó en una posible y probable conclusión de la historia.

—Cuando decidí irme, harta de su comportamiento, me siguió, logró agarrarme del brazo e intentó besarme. Lo golpeé en la cabeza varias veces, tratando de liberarme y salir corriendo, pero su agarre era fuerte. Estábamos solos en esa acera, era demasiado tarde y al parecer nadie pudo escuchar mis gritos.

El silencio se hizo pesado, pero esta vez Sesshomaru tuvo el coraje de romper su hechizo.

—¿Cómo terminó? —preguntó.

Kagome suspiró.

— Logré escapar antes de que me derribara, luego me vengué por lo que quería hacerme. Le dejé una marca en la cara y estoy segura de que ahora, cada vez que se mira al espejo, se acuerda de mí y se arrepiente de su gesto.

El silencio cayó una vez más y Kagome se giró para observarlo.

— ¿Entiendes por qué me fui justo después de lo que hicimos?— preguntó ella, Sesshomaru asintió sin poder hablar—. ¿Sabes lo que significó para mí lo que pasó en tu escritorio?

Sesshomaru asintió nuevamente. La necesidad de desahogar su dolor era tal que ya no podía resistirlo. Sus manos fueron a cubrir su rostro y un sollozo escapó de su pecho.

La mente conmocionada por esas revelaciones se volvió incapaz de procesar ningún otro pensamiento, excepto la idea de cavar un hoyo profundo, tan profundo como para llegar a las entrañas de magma de la tierra y enterrarse allí.

Otro sollozo sacudió su pecho, pero ninguna lágrima mojó su rostro.
Se sentía tan avergonzado de no poder llorar siquiera.

Cuando Kagome se acercó al sofá y su peso dobló la tapicería de cuero a su lado, el primer instinto de Sesshomaru fue alejarse de ella, sin embargo, cuando su mano le acarició la espalda, ya no pudo moverse.

—¿Qué sucede? — preguntó ella en un tono dulce que él nunca le había escuchado usar.

Sesshomaru levantó la cabeza y la miró a los ojos. Estaban tranquilos, casi dulces si no hubiera sido por esa nota divertida y traviesa que los oscurecía.

—¿Cómo que qué me sucede?— repitió incrédulo.

Kagome arqueó una ceja, asombrada.

— Te acabo de decir que fuiste el primero y reaccionas así. ¡Es normal que te pregunte qué diablos te pasa!

Su respuesta fue tan sincera y directa que Sesshomaru no le creyó. No podía creerlo.

>>No sé por qué decidí que debías ser tú —continuó, su mirada similar a la de un gato, fría y atenta, pero al mismo tiempo viva y sensual—. Quizá, de todas las personas del mundo, tú eres la que más me gusta —añadió, casi parecía una acusación. Su rostro se acercaba cada vez más al de él—. Sé que no debería verte más, pero realmente no puedo resistirte— Su nariz rozó la de Sesshomaru, haciéndole sentir su cálido aliento —. Eres lo único puro en mi vida, Sesshomaru y, aunque sé que ensuciaré tu alma, no puedo renunciar a ti.

Estaba cerca, muy cerca. Sesshomaru habría matado por un beso.

—Kōga no me está esperando aquí, ¿verdad?— preguntó Sesshomaru.

—Estás en lo cierto, pero sé que ya no usaré estos trucos. Fue por tu seguridad—añadió luego para disculparse.

Él no prestó atención a sus palabras, solo cerró la distancia entre ellos y la besó. Esa vez fue un beso largo y normal. Igual que el que habían intercambiado en la terraza, hacía una era; antes de que comenzara a necesitarla más que al aire para respirar.

Fue ella quien se sentó en su pelvis esa vez, y sin tener ninguna sugerencia de él. Siguió besándolo mientras sus manos acariciaban su rostro y su pecho, deslizándose por los botones de su camisa y abriéndolos para llegar mejor a su cálido pecho y escuchar los latidos de su corazón con sus dedos.

Animado por el entusiasmo, Sesshomaru la atrajo hacia él, presionando su cuerpo contra el suyo.

Senos, abdomen y pubis se frotaban contra los suyos y Taisho no pudo contener un grito ahogado.

—¡Espera!…

Algo hizo clic en la mente de Sesshomaru. El mismo se sorprendió de haber dicho esas palabras en voz alta. Kagome soltó su cuello y levantó la cara. Una pregunta colgaba de sus ojos oscuros cegados por la excitación.

>>No quiero que esto sea un rapidito como la última vez.

Sorprendentemente, Kagome asintió.

— Quiero hacer el amor contigo en una cama, Kagome.

Al escuchar esas palabras, Kagome le dedicó una sonrisa casi maléfica.

— Aquí nadie hablaba de amor, Sesshomaru…

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