Depredador VS Depredador


Este capítulo contiene lenguaje vulgar, situaciones sensibles como; tortura, abusos físicos y psicológicos, sátiras que podrían ofender las preferencias, sentir, ser, de algunos individuos.

Les pido madurez y discreción si este tipo de cosas no les agrada. Y por último, (no comparen las exageraciones o ambiguas informaciones de este libro con la vida real).

Oremos para que AbbyTaisho no me mate. 👀👀


—¿Qué quiere decir?—ingirió Ginta, girándose para mirar a la mujer sentada a su lado, levantando bruscamente una ceja.

Los ojos de Kagome estaban muy abiertos, mirando al vacío con una mirada desesperada, casi incrédula.

—Amelia Pond obviamente no existe… ¿¡Cómo no se me ocurrió antes!?— exclamó entonces, en tono furioso y desesperado.

—No entiendo, señorita —admitió Ginta, pensando que quizás la chica que estaba a su lado probablemente ni siquiera estaba hablando con él.

—Amelia Pond, es un seudónimo. Lo usa cuando debe hacer determinados trabajos, aquellos en los que tiene que interactuar con las víctimas. Bueno, en realidad, ella nunca dice su nombre real cuando se trata de trabajo. No había hecho ninguna conexión entre ella y ese nombre, porque no pensé que aún usara ese tipo de juegos baratos— continuó Kagome, con el ceño fruncido fijo en la carretera.

Ginta ya no podía seguirle el ritmo.

—¿Un seudónimo? ¿Pero de quién está hablando, señorita?

Ella se giró para darle una mirada cómplice, segura de que su próxima revelación sería tan impactante para él como lo fue para ella.

—Sango Taijiya —escupió ese nombre como si fuera una blasfemia.

                                 *

—Ella no te ama, Sesshomaru. Lo siento mucho por ti —dijo la mujer, mirándolo con sus hermosos ojos marrones, llenos de compasión y sufrimiento compartido, demasiado comprensiva para ser sincera.

—Ella me está buscando ahora mismo —respondió serio, seguro de sus palabras.

Puede que Kagome lo estuviese buscando, pero solo para castigarlo por haberla dejado esperando y hacerle perder el tiempo buscándolo.

La mujer sonrió con su habitual aire compasivo, mirándolo con esa mezcla de lástima y conmiseración que no hacía nada más que enojarlo.

—¿Estás absolutamente convencido? preguntó suavemente.

Sesshomaru asintió con la cabeza.

>>¿Y cómo es que estás tan seguro? —volvió a preguntar la mujer.

Sesshomaru la miró con ironia.

—Sé cómo actúa Kagome, aunque no lo creas.  Habíamos quedado en encontrarnos esta noche, pero por tu culpa, la cita se canceló. Ella es estricta con la puntualidad, así que debe estar muy enojada, debido a mi ausencia. A estas alturas, ella ya habrá ido a buscarme a mi apartamento y, al no encontrarme, habrá intentado llamarme. Estoy seguro de que apagaste mi teléfono y también te encargaste de eliminar a los dos hombres que me seguían, cabreándola aún más y desencadenando esa reacción que seguramente la traerá aquí para matarte y golpearme por haber confiado en una extraña. ¿Dudas de que eso suceda? —preguntó, de pronto seguro de sus palabras.

Por mucho que Kagome persistiera en seguir siendo misteriosa para él, Sesshomaru había aprendido a conocerla y adivinar sus comportamientos. No tenía duda de que ella iría a buscarlo, aunque solamente fuera para decirle que era un idiota por confiar en esa mujer y tal vez terminar el trabajo que su secuestradora había iniciado.

Tales suposiciones, hicieron palidecer el rostro de la mujer frente al psicólogo.

—No es cierto, ella jamás rescataría a alguien que no es más que un estúpido pasatiempo, un juguete —dijo, tal vez tratando de convencerse a sí misma—. Además, este lugar es seguro —agregó con un tono más confiado.

El psicólogo sonrió.

—Para tu mala suerte, tengo la costumbre de anotar siempre las direcciones y horarios de las citas importantes y colgarlas en el frigorífico a la vista para no olvidarlas. ¿Crees que Kagome al entrar a mi casa no se habrá dado cuenta de aquella donde estaba marcado el lugar y la hora de nuestra cita? —preguntó sarcásticamente—. Dices conocerla, entonces deberías saber lo quisquillosa que es…—continuó con una sonrisa divertida.

—¡¡Eres un maldito bastardo!!— gritó la mujer arrojándose sobre él y golpeándolo en la cara con una bofetada tan poderosa que le partió el labio y le quemó la mejilla como un hierro caliente.

El rostro de la mujer estaba ahora a menos de un centímetro del suyo y sus ojos llameantes de rabia estaban fijos en los de él, quemándolos con su loca y asesina intensidad.

—Si Kagome logra llegar hasta aquí, la mataré primero a ella y luego a ti, no antes de haberme divertido contigo —dijo mientras con una mano comenzaba a hacer presión en sus vendas, las cuales rápidamente se tornaron de color rojo oscuro.

Sesshomaru contuvo un grito de dolor apretando los dientes, al igual que retuvo las lágrimas para poder soportar con dignidad la mirada de fuego de la mujer.

                                   
                                **

El olor a llantas quemadas se esparció por el aire por unos segundos, luego de que Kagome estacionara el auto justo al lado de la entrada del bar.

No había sido difícil encontrar el lugar, pero a pesar de su aire sucio e infame, Ginta no había creído necesario entrar armado, el lugar parecía tranquilo y desierto.

Kagome, por otro lado, no pensaba lo mismo; antes de salir del coche, había sacado una pistola de debajo del asiento, la misma que él la había visto usar para destrozar la cara de un tipo para disuadir su identificación. Se preguntó qué intenciones tenía para los pobres patrones de ese miserable lugar.

Kagome entró al local, siendo inmediatamente saludada con un silbido de agradecimiento por parte de un viejo y sucio borracho sentado en la barra con una jarra de cerveza en la mano y los ojos fijos en sus muslos.

El cantinero apareció detrás del mostrador con una copa de martini en una mano y un trapo en la otra. Al percatarse de Higurashi, dejó caer ambos objetos al suelo y comenzó a correr en dirección opuesta a ella.

Ginta quiso correr detrás del hombre por puro instinto, pero luego por el rabillo del ojo vio a Kagome levantar el brazo que sostenía el arma y apuntar con cuidado. Tres segundos después, se escuchó un disparo y el hombre cayó al suelo con un grito de dolor y un chorro de sangre que inició a manchar el piso de rojo.

Ginta estaba seguro de que la bala había golpeado en la cabeza, pero cuando ambos se acercaron al hombre, este aún seguía vivo, retorciéndose en el suelo como un marrano ante la primera estocada mortal.

Las manos rojizas y callosas del hombre, estaban presionadas contra su oreja izquierda, tratando de detener una hemorragia.

—¡Maldita perra! ¡Mira qué carajo hiciste! —gritó el hombre, mirando a Kagome con odio.

Ginta vislumbró lo que las manos del individuo intentaban sostener y no pudo evitar una mueca de asco:

La bala disparada había cercenado limpiamente una parte de la oreja izquierda del hombre, dejando como recuerdo de su paso solamente una pequeña parte del lóbulo que colgaba impotente de su barbilla y un pequeño trozo de la aurícula que parecía todavía adherida a su cabeza por puro milagro.

Kagome sonrió ante el dolor del hombre y lentamente apuntó con la poderosa arma a su cabeza.

—La próxima vez no seré tan generosa. Dime dónde se esconde Sango —ordenó, manteniendo, su tono sereno y calmado, pero incapaz de ocultar del todo la amenaza intrínseca en su mirada.

El hombre vaciló, buscando una salida para salvarse el pellejo.

Kagome sonrió una vez más.

>>¿Qué más te gustaría perder esta vez? Yo optaría por un apéndice que uses menos —sugirió, apuntando amenazadoramente con el cañón del arma hacia la ingle del hombre.

—¡¡No!! ¡¡No, por favor!! —gritó Albert, llevándose una mano a cubrir su ingle, como si ese simple trozo de carne y hueso realmente pudiera protegerlo.

—No te lo volveré a preguntar. Sé que eres el único contacto que le queda a Sango en esta ciudad y no creo que ella te esté protegiendo adecuadamente, ya que fue pan comido localizarte. Dime dónde está, de lo contrario, tendrás que cambiarte de bando, ¿o acaso quieres comprobar qué se siente que te metan una verga por el culo?

Ginta se quedó helada al escuchar esa extraña nota perversa y oscuramente divertida en la voz de la mujer. Era como si realmente estuviera esperando que Albert no hablara para poder jugar con él hasta que ya no  quedara nada de su existencia.

>>Y si por alguna razón, se te ocurre darme la dirección equivocada, te advierto de antemano que volveré por ti. ¿Entiendes? —continuó en tono melifluo.

Los ojos del hombre miraron a Kagome con el terror más puro que dilataba sus pupilas. Fue un encuentro de miradas que duró apenas unos segundos y que terminó con un tartamudeo ininteligible del hombre.

—Está en el edificio Road, al lado de la antigua Hughes High School. En el apartamento diecisiete —dijo finalmente el hombre, entendiendo que la mujer frente a él, a pesar de esa hermosa sonrisa divertida que curvaba sus labios, no jugaría con él de una manera divertida.

—Muchas gracias, Albert —respondió Kagome con una sonrisa.

Fue un destello. Otro disparo y los sesos de Albert se derramaron por el suelo, en un desastre de sangre.

El ángulo de la toma había asegurado que ni ella ni su súbdito, quedaran salpicados por la muerte violenta del hombre.

Sin embargo, Ginta no pudo evitar jadear de sorpresa.

—¡¿Pero qué…?! —exclamó, mirando fijamente el rostro semi destrozado de Albert, al que ahora le faltaba un ojo. Kagome se giró para mirarlo.

—¿Qué es lo que te sorprende, Ginta? ¿Acaso con los años te has vuelto un cobarde, o es que quieres la pensión? —preguntó, y una sonrisa macabra reemplazó la máscara inexpresiva de la chica, al ver el terror en el rostro del aludido—. Lo hice para darnos un poco de ventaja, así que no sientas pena por él, era un violador en libertad condicional.

Cada vez que Ginta la veía bajo esa apariencia de asesina despiadada, no podía evitar tenerle miedo.

>>Asegúrate de que el viejo escondido detrás del mostrador no hable. Y haz que todo desaparezca, como si no hubiese pasado nada —ordenó y él asintió, sabiendo muy bien lo que le esperaba a ese pobre viejo.

Sin esperar respuesta, Kagome giró hacia la salida, caminando derecha y confiada hacia el auto, dejando a su compañero en aquel cuchitril que comenzaba a oler a sangre y muerte.

—¿A dónde va, señorita? —preguntó Ginta, con una ligera nota histérica en su voz. Si algo le pasaba a esa mujer, estaba muerto.

—A recuperar lo que me pertenece —respondió sin darse la vuelta.

                                 ***

Los ojos de la mujer estaban a unos centímetros de los de Sesshomaru y exudaban rabia y algo más, algo igualmente peligroso y tal vez incluso más retorcido que la insania.

Celos.

Taisho se sorprendió al reconocer ese sentimiento entre los muchos que se arremolinaban detrás de esos amenazadores iris.

—¿Piensas que eres especial?, ¿crees que ella te ama porque te folla? Ella se folla a quien quiere y luego, cuando se aburre, lo deja sin pensarlo dos veces, como un niño travieso que abandona en un rincón un juguete que ya no le gusta. Esto es lo que eres o lo que estás a punto de convertirte, ella te abandonará cuando se aburra de tu cara, de tu voz, o de verte en su cama —continuó la mujer, cada vez más convencida, cada vez más segura.

Pero Sesshomaru se negaba a creerle.

No podía creer que fuera un mero juguete para aquella mujer que, casi en tono desesperado, le había pedido que no la traicionara. No podía ser un plan diseñado para tenerlo rendido a sus pies, eso no era necesario y Kagome lo sabía, sabía que podía hacer de él lo que quisiera.

—Ella no me abandonará —dijo seriamente, pero su respuesta sonó como un ruego y la mujer lo notó. Sonrió malévolamente y presionó su mano aún más fuerte sobre las vendas que envolvían su hombro.

El grito de dolor no se hizo esperar para el deleite de la fémina desquiciada.

—¿Ah, sí? Quién sabe si todavía te querrá después de que juguemos juntos. Yo no querría un lisiado en mi cama —dijo, tomando una jeringa del botiquín de primeros auxilios.

                               ****

El barrio era tan horrendo como debería ser. Los edificios ruinosos y los ofensivos graffitis en sus paredes, decoraban un paisaje negro, mal iluminado por una serie de viejas farolas que proyectaban su triste luz amarilla sobre aquellas calles peligrosas y falsamente desiertas.

La chica salió del magnífico deportivo, haciendo que el arma que llevaba en la mano destellara a la luz de las farolas. Los ojos escondidos en los oscuros rincones de las calles, obligados a reconocer aquellos destellos, permanecieron encerrados en sus oscuros y malolientes escondites, dejando que aquella arma hiciera ruido y muerte por sí sola, decididos a no estar en su camino cuando esto sucediera. 

Si esa mujer, más allá de su escandalosamente pequeño vestido rojo y sus notables tacones, no hubiera tenido esa aura de peligro y esa pistola acompañándola, probablemente no habría salido sola de aquel barrio. Si no que lo habría hecho acompañada de un puñado de hombres con uniformes oscuros, envuelta en una bolsa de plástico para ocultar al mundo las atrocidades cometidas en su cuerpo por las bestias que se hacían llamar hombres.

Pero así como las bestias pueden captar el olor del peligro y la muerte a kilómetros de distancia, esos hombres-bestia sintieron esos mismos olores firmemente anclados al cuerpo de esa mujer. No debía ser tocada, era peligrosa. Simplemente, la observaron entrar en ese edificio oscuro.

                           *****

El dolor era casi insoportable.
Sesshomaru nunca había sentido algo más extremo en su vida, ahora su brazo herido también había sido atado a la cama y su herida estaba completamente expuesta al aire libre.

Las vendas estaban rotas y la sangre brotaba inexorablemente, estimulada por la tortura que le infligía la lunática mujer.

La sintió empujar algo frío y terriblemente duro en la boca ensangrentada de la herida, y por el rabillo del ojo vio un bolígrafo insertarse lentamente en su carne.

Nuevamente, sus gritos se mezclaron con la risa de la mujer.

—Ella no se preocupa por ti, ¿¡no lo entiendes!? —habló, por encima de sus gritos, empujando el bolígrafo aún más profundamente.

—¡¡Basta, por favor!! —clamó, desesperado, ganándose una bofetada en respuesta.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, el dolor había sido tan intenso, que estaba seguro de haberse orinado encima.

—¡Si le apeteciera, ella no dudaría en matarte solamente para ver qué expresión tendría tu rostro al morir! —dijo exasperada, extrayendo rápidamente la pluma de la herida—. Te estoy ofreciendo la oportunidad de deshacerte de ella —le susurró al oído.

Sesshomaru escuchó sus palabras como si fuera su conciencia quien las hubiera pronunciado y no esa loca que disfrutaba torturarlo.

Era extraño, pero su cuerpo comenzó a sentirse como si estuviese flotando, el techo de la habitación parecía dar vueltas, mientras la mujer continuaba a susurrarle con su voz suave, delicada, casi como una caricia.

>>Con tu testimonio podrán mandarla a la cárcel y serás libre de vivir una vida lejos de ella, sin que ella te use como un vibrador, sin que te haga sentir inferior como siempre te hace sentir.

Por alguna extraña razón, ahora el dolor se estaba convirtiendo en placer. Los labios de aquella mujer acariciaron su oreja mientras se movían para darle forma a aquellas sensuales palabras, cada vez más persuasivas y fascinantes. 

>>Te hace sentir como una perra, pero te encanta follar con ella… te vuelves loco cada vez que la ves, ¿verdad? Te gustaría que ella sintiera las mismas cosas que tú sientes, pero por dentro sabes que no es así, y que nunca podrá serlo…

Esta vez, la lengua de ella salió disparada de sus labios para saborear la piel de su cuello, deteniéndose allí por demasiado tiempo, su voz se volvió ronca, sensual e intrigantemente entrecortada.

Tal vez fueron las endorfinas producidas por su cerebro, o quizás la sustancia que la mujer le había inyectado, lo que lo hacía sentir como si estuviera drogado, o simplemente su cuerpo traicionero y conmocionado se estaba entregando al poder de aquella mujer, excitándose por sus palabras.

>>Te gusta sentirte importante a su lado y te encanta tenerla debajo de ti cuando grita tu nombre, pero en realidad siempre te gustaría tenerla encima, sosteniendo el mando como la dominadora que es, hermosa e inalcanzable. Eso te gusta mucho de ella, pero también quieres que se someta —aderezó esas palabras con un gemido, uno falso pero perfecto, que trajo varios recuerdos de Kagome a la mente de Sesshomaru, quien gimió a su vez, incapaz de mantener bajo control sus instintos y su mente, que para entonces, ya había tomado caminos que no conocía… aquellos que lo conducían a la completa perdición; a la locura.

>>Te gustaría que ella se sometiera a ti solo una vez, que te hiciera sentir como un rey, que realmente te dejara dominarla. ¿Qué le harías entonces? ¿Le devolverías el dolor que te infligió o le darías el mismo placer que te daba cuando tenía ganas? —jadeó la mujer en su oído solo una vez más y, lentamente, una de sus manos se arrastró por su torso, con cuidado de evitar la parte de la herida, dirigiéndose hacia su ingle.

>> Sé muy bien lo que te gustaría que te hiciera primero y puedo hacerlo… ¿Te gustaría fingir que soy ella? Solamente cierra los ojos e imagínalo… —murmuró suavemente—. Llámame Kagome y finge que soy ella.

Su mano ahora trataba de meterse debajo de sus pantalones mientras la otra estaba en su pecho, masajeando y acariciando sus pectorales.

Sus manos eran muy similares a las de Kagome; tan finas y cónicas, delicadas y suaves, pero al mismo tiempo fuertes.

Las caricias de aquella mujer eran más decididas, deliberadamente sensuales y provocativas, no prometían placer futuro, lo daban inmediatamente.

«Tiene razón.» Se encontró pensando Sesshomaru.

Podía cerrar los ojos y convencerse de que esas manos eran las de Kagome, que esas eran su voz y su boca. Habría sido fácil, maravillosamente fácil. Un momento de placer después de una eternidad de dolor.

Sabía que merecía ese momento de abandono, había pasado por un infierno en esas pocas horas y ¿por quién? Por ella. Por esa mujer a la que secretamente llamaba “su Kagome” en lo más profundo de sus sueños más inalcanzables. Es por eso que no podía ceder, debía luchar, aunque eso le costase la vida, moriría tranquilo sabiendo que no le había fallado.

«No me traiciones. Por favor, no me obligues a matarte»

Fue como si Kagome le hubiese susurrado esas palabras al oído.

Sesshomaru abrió los ojos que no sabía que había cerrado y la vio, hermosa y culpablemente diferente de la mujer que amaba, mientras deslizaba sus manos bajo la cintura de sus pantalones, tocando la erección que intentaba desesperadamente encontrar un escape. No supo de dónde sacó la fuerza necesaria para volver en sí, tal vez se trataba de ese impulso repentino, el vigor improviso que tienen los enfermos a pocos días de morir. Pero encontró la forma de oponerse a la víbora que trataba de seducirlo con su tóxico veneno.

—¡¡No!! —espetó con voz extraordinariamente firme.

La mujer lo miró asombrada, aun con la mano sobre el miembro prohibido para ella o para cualquier otra fémina que no fuese Kagome.

La mujer se quedó mirándolo. Por un momento, la idea de arrancarle los testículos le pareció muy atractiva para deshacerse de él definitivamente. Pero eso sería una pena, el tipo se cargaba un bulto realmente impresionante.

—¿Qué? —dijo ella, incrédula. Al parecer, había calculado mal la dosis que le había inyectado, no había otra explicación para que él aún estuviese consciente.

—¡¡Dije que no, maldita seas!! ¡¡Mátame si quieres, pero quita tus manos de ahí!!

La sensación de ebriedad se había vuelto más poderosa, oscureciendo sus sentidos y ralentizando sus pensamientos.

La fuerza recuperada había desaparecido y Sesshomaru ni siquiera se dio cuenta de que su costado estaba completamente cubierto de sangre.

—Has elegido el camino más difícil —siseó la mujer, pero Sesshomaru no logró comprender del todo el significado de sus palabras.

A lo lejos se escuchó un crujido parecido a un disparo y, detrás de una cortina de humo espeso que parecía surgir de su alma, vio a la mujer alejarse de él.

—¡¡Hola, Kitty!! —gritó la mujer, apoyada en el marco de la puerta, con una sonrisa feroz en el rostro y un rifle en las manos.

>>¡Debo admitir que no me decepcionaste en absoluto! ¡Hermoso, alto y atlético!…—volvió a gritar, quitando el seguro del rifle—. ¡¡Era un hombre muy inteligente, pero seguro que no estaba acostumbrado al dolor!! ¡¡Si hubiese resistido unos segundos más, apuesto a que me habría divertido mucho con él!! —continuó la mujer, sin importar el humo negro que ahora se había apoderado de la habitación.

Sesshomaru podía verlo tragándose los rincones de la habitación, estrechando su campo de visión cada vez más.

>>¿Era bueno en la cama, Kitty? Apuesto que sí, he visto la mercancía y estoy segura de que será difícil encontrar otro igual.

Por su tono provocativo, Sesshomaru entendió que hablaba con la pura y simple intención de lastimar a ese alguien detrás de la puerta, pero no podía entender quién era ni de quién diablos estaba hablando.

Un disparo atravesó la fina madera blanca de la puerta, luego todo el mundo alrededor del psicólogo simplemente desapareció.














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