Definición
Sesshomaru se sentía incómodo, Kenta Higurashi no le apartaba los ojos de encima.
Esos láseres azules, fríos como el hielo y afilados como navajas, no hacían más que observar, evaluar y sopesar cada uno de sus movimientos, como si estuvieran decidiendo su valor, mientras reflexionaban sobre cuál podría ser su precio.
Bajo esos ojos, Sesshomaru pensó momentáneamente que era un puro sangre en el Kentucky Derby, con cientos de apostadores, observando cuidadosamente su cuerpo, cada uno de sus gestos y movimientos, en un intento de predecir su próxima actuación.
En cambio, la mirada de Naomi alternaba entre él y Kagome, tratando de vigilarlos a ambos por alguna extraña razón.
La única que parecía haber adoptado una actitud natural era Kagome. Completamente envuelta en ese aire de belleza y fatalidad, se movía con una elegancia innata que atraía la atención de todos hacia ella. De hecho, en varias ocasiones, Taisho notó como muchos hombres y demasiadas mujeres, se giraban en su dirección para darle al menos una mirada, ya fuera de admiración o de envidia.
Fue en esos momentos cuando quiso asumir esas típicas actitudes posesivas que le resultaban completamente naturales. Quería extender la mano y cubrir la de ella mientras le contaba una anécdota divertida, o tal vez susurrarle algo gracioso al oído para hacerla reír en secreto.
Sin embargo, lo único que pudo hacer fue tocarle la rodilla con la suya cuando dos hombres de traje, agraciados por la ausencia de sus damas por un breve descanso para ir al baño, se dieron unos codazos y señalaron en su dirección. Solamente pudo hacer ese gesto escondido debajo de la mesa para llamar su atención nuevamente hacia él, pero lo que quería hacer era otra cosa; le hubiera gustado abrazarla, un abrazo posesivo y quizás violento, haciéndole saber a todos los clientes del restaurante que esa mujer era suya.
«Suya»…
Ante ese pensamiento, Sesshomaru se vio obligado a contener una sonrisa para no parecer un demente. No podía considerarla suya, nadie en ese lugar, en esa ciudad o en el mundo entero, podría decir ser “dueño” de Higurashi Kagome, ni siquiera ese hombre que parecía querer cortarle la cabeza cada vez que la mirada de su hija se posaba en él.
A lo largo de la cena, entre un plato refinado y otro, escuchó a Kagome charlar amablemente sobre esto y aquello con quienes, a diferencia de él, eran personas que conocía desde hacía mucho tiempo.
Por su forma de actuar, no la definía como completamente relajada y natural, había aprendido que ella era relajada y natural únicamente cuando estaba desnuda y debajo de las sábanas. Se reía más y la habitual frialdad que reservaba para el mundo, incluyéndolo a él, fue parcialmente dejada de lado para dar paso a un tibio calor humano; un amor y cariño mal disimulado por aquellas dos personas a las que consideraba su familia.
Los envidiaba a ambos, deseaba que ella al menos fingiese un poco de cariño cuando estaba con él. Ella no le mostraba más que una amistad superficial, la relación amistosa, pero poco confidencial que puedes tener con un pariente lejano o un antiguo compañero de clase, un amante ocasional.
Fue doloroso darse cuenta de que entre ellos tres, él era el que menos importaba en la vida de la joven Higurashi. El dolor trajo consigo ira y resentimiento, sentimientos que no había sentido hacia una mujer en años, y mucho menos tan fuertes.
—Y, por supuesto, nadie esperaba que ese hombre pudiera apostar seriamente el contrato matrimonial al póquer y que, por lo tanto, el contrato hubiera cambiado de manos. ¡Tuve que pasar días tratando de convencerme de que era posible incluso encontrar una manera de afirmar que esto era humanamente admisible! —Kagome concluyó su anécdota haciendo reír a todos, excepto a Sesshomaru que permaneció serio. No podía reír, no cuando esa mujer frente a él estaba mintiendo deliberadamente. Ella no era así, no sonreía, no bromeaba y no bebía vino blanco.
—Doctor, ¿no le parece gracioso?
La pregunta de Kenta Higurashi lo tomó por sorpresa, inmediatamente se encontró bajo el escrutinio de tres pares de ojos.
—No, la verdad, me parece muy triste— respondió secamente.
Por el rabillo del ojo, vio que Naomi le lanzaba una mirada preocupada, mas la ignoró, ya no tenía ningún deseo de fingir ser educado y amigable con ese hombre.
—¿Por qué no? —preguntó Kenta. Un destello de oscura diversión cruzó por sus ojos.
—¿Le parece gracioso que una mujer traicionada y abandonada por su marido no pueda obtener una compensación adecuada porque este último, arruinó su contrato matrimonial durante una noche de póquer con amigos?
El señor Higurashi ocultó una sonrisa colocando su pulgar debajo de su barbilla y tapando su boca con los dedos.
—No pensé que fuera tan feminista —replicó.
La mirada preocupada de Naomi se desvió hacia el mayor de los
Higurashi.
Kagome los miraba a ambos alternativamente, su mirada fría estaba centrada en los dos hombres con un interés apenas disimulado, como si disfrutara ver esa tensión entre ellos.
—¡Ah, no! ¿Y por qué?
El tono de Sesshomaru era quisquilloso, quizás sarcástico, pero Kenta lo ignoró.
—No lo sé… Tuve la impresión de que usted usaba a las mujeres como objetos. ¡¿Quién sabe por qué?! —se preguntó con un aire fingido y pensativo.
Sesshomaru alzó una ceja plateada, luego sonrió falsamente.
—Creo entonces, que usted necesita revisar su capacidad para evaluar a las personas, Sr. Higurashi. No creo que usted no entienda nada de mí y mucho menos de quién se puede definir como un objeto —respondió ya harto de esa situación absurda.
Kenta sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos, murió en sus mejillas. Continuó escudriñándolo con ojos fríos, pero esta vez eran atentos, crueles y voraces, como los de un lobo a punto de atacar.
—¿Un objeto? ¿Y cómo se define un objeto? —inquirió Kenta, la burla y el sarcasmo eran evidentes en el tono de su voz.
—Un objeto es algo que usted usa, Sr. Higurashi. ¿De qué otra manera lo definiría usted? —le cuestionó Sesshomaru, pero antes de que su interlocutor pudiera abrir la boca, el camarero llegó a la mesa con los postres y la conversación, o mejor dicho, el debate, cesó.
Ni bien el camarero dio la espalda, cuando el señor Higurashi volvió a levantar su espada afilada contra el hombre que se había atrevido a ganar la atención de su hija.
—Se presume que un objeto es algo inanimado, algo que no tiene voluntad —precisó, hundiendo su cuchara en un soufflé de vainilla.
Sesshomaru ni siquiera le dedicó una mirada a su torta de chocolate. No quería postre.
—No siempre señor Higurashi. Un objeto puede ser cualquier cosa, inanimado o animado, siempre y cuando se utilice para un propósito específico.
—Cosas y personas, entonces —añadió.
Sesshomaru asintió.
>>Pero las personas no pueden ser objetos, tienen voluntad y no pueden ser “utilizadas”. Un objeto inanimado es “utilizado” precisamente porque no tiene voluntad propia. Si asumiéramos que también podemos usar a las personas, podríamos hacerlo independientemente de su voluntad —recarcó Kenta, tal vez intentando encontrar una escapatoria.
Sesshomaru se dio cuenta de que tenía a Kenta Higurashienta contra la pared y ahora solo le quedaba un golpe para ganar el partido. Y yustamente eso era lo que su contrincante quería hacerle creer.
—Hay quienes les gusta que los usen, papá —respondió Kagome con frialdad. Su voz cálida y sensual cayó como un rayo en medio de una tempestad furiosa.
Kenta la miró, sorprendido.
—¿Cómo, cariño? —inquirió asombrado.
—Algunas personas son utilizadas para un determinado propósito —repitió, ahora, con sus ojos chocolates fijos en los ámbares del psicólogo—. Y les gusta.
Un golpe bajo del cual Sesshomaru no pudo defenderse, sin decir una palabra, se levantó de la mesa y salió de la sala. Detrás de él, escuchó al señor Higurashi exclamar:
¡Doctor, Taisho!
Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue oír a Kagome gritar su nombre.
¡Sesshomaru, detente!
No lo haría, los Higurashi ya lo habían humillado lo suficiente como para querer alejarse de todos ellos.
Aceleró el paso al escuchar el rumor de una silla raspando el suelo, seguido de un intenso golpeteo de los tocones que parecía ir en su dirección. Al salir gritó su nombre al encargado del guardarropa.
¡¡Sesshomaru!!
Esta vez, la voz de Kagome se escuchó más fuerte y decidida.
Para mantener su ventaja sobre ella, Sesshomaru no se puso el abrigo y salió a la calle. Estaba tan enojado, que ni siquiera sintió el frío que le picaba la piel nada más cruzar el umbral de la puerta.
Silbó y, por pura suerte, logró encontrar el único taxi vacío. Casi se lanzó dentro del vehículo, quería largarse de allí lo antes posible.
Mientras el taxi se ponía en marcha, la vio alcanzar la acera. Por un momento esperó que ella le ordenara al taxista que se detuviera, sin embargo, se quedó allí parada, viéndolo huir como un cobarde.
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