Confesión hipotética
Como si realmente esperara que cubrirse los ojos con las manos pudiera hacer desaparecer el infierno que lo rodeaba, Sesshomaru presionó sus dedos contra sus ojos, esperando que cuando los quitara, no se encontrara en ese lugar.
Durante las últimas horas, lo habían interrogado y vuelto a interrogar, obteniendo siempre las mismas respuestas.
Ahora, tal vez por gracia divina o por compasión, teniente Harrison que se había ofrecido a ir a buscarle un café.
Un café.
Como si ese trago amargo mezclado con azúcar tuviese el poder de retroceder el tiempo y evitar que el mundo se pusiera patas arriba y todo se arruinase.
Kenta Higurashi estaba muerto y Kagome estaba a punto de ser reportada como desaparecida.
Faltaban menos de seis horas para oficializar la desaparición. Ninguna de las llamadas telefónicas desesperadas que le había hecho habían sido respondidas; no había recibido ningún mensaje de ella y las esperanzas de volver a verla menguaban cada hora. Esa también era una de las razones por la que aún continuaba a presionarse las manos contra su cara, esperaba que, al retirarla de sus ojos ella estuviera frente a él.
Haciendo acopio de valor, lentamente apartó las manos de los ojos y los abrió con la misma lentitud. Con una decepción más amarga de la que él mismo esperaba, encontró vacía la silla frente a él, y comprendió que Kagome no regresaría.
Desconsolado, dejó caer la cabeza entre las manos, apoyó los codos en la mesa y miró fijamente el frío metal gris que formaba su superficie.
Escuchó el sonido metálico de la puerta al abrirse, no levantó la vista para ver quién entraba, pues sabía que no se trataba de la persona que él esperaba. De hecho, sintió un par de pasos definitivamente masculinos acercándose a la mesa, la silla chirrió levemente cuando se encontró soportando el peso de aquel alguien, cuyo perfume masculino gritaba “costoso” a los cuatro vientos.
El olor a café inició a inundar la pequeña habitación, sustituyendo, —para el placer de Sesshomaru—, el olor prepotente de la fragancia del recién llegado.
Levantó la vista, dispuesto a agradecer al teniente Harrison. Pero grande fue su sorpresa encontrarse frente a aquel hombre.
Para empezar, no llevaba uniforme; portaba un elegante traje negro, camisa blanca y corbata azul oscuro, su rostro era inquietantemente inexpresivo. Lo primero que pensó al verlo fue que debía ser un as en el póquer.
Su rostro era particular, no excepcionalmente atractivo, dada la nariz no perfilada, pero era su boca extrañamente carnosa y sus profundos e inteligentes ojos gris claro los que sin duda lo convertían en un hombre fascinante.
—Espero que le guste el café, doctor Taisho —dijo el hombre, completamente a gusto en aquel ambiente oscuro de la sala de interrogatorios.
Sin quitarle los ojos de encima, Sesshomaru tomó la taza de cerámica con el logo del Departamento de Policía de Nueva York impreso y asintió.
—Cierto, gracias. ¿Quién es usted? —preguntó Sesshomaru, esperando no haber sido demasiado grosero.
El hombre buscó dentro de su chaqueta, sacó una tarjeta de identificación de cuero negro y la abrió frente a su cara.
—Agente especial Ken Corson, FBI —el hombre se identificó.
Sesshomaru sonrió divertido.
—No se ofenda, agente, pero el suyo no suena como un nombre del FBI. —comentó, pensando en Amelia Pond y su manera de acercarse a él. Ahora solo faltaba que apareciera otro agente identificado como James Bond, ese sería el colmo.
El oficial Corson, sin embargo, sonrió y asintió, colocando su tarjeta de identificación dentro de su chaqueta.
—No es el primero en decirme esto, sin embargo, no estoy aquí para hablar de mi nombre.
Sesshomaru contuvo una mueca de fastidio, consciente de que nuevamente sería interrogado.
—Me lo esperaba —respondió y el agente sonrió.
—Me gustaría hacerle algunas preguntas. Puede que no esté al tanto, pero soy el agente que dirige la investigación sobre la familia Higurashi. Hay un expediente sobre ellos —dijo el hombre.
—Obviamente, de lo contrario, el señor Higurashi no se habría presentado hoy en el tribunal —respondió, tal vez con un poco de resentimiento.
El agente Corson arqueó levemente una ceja.
—¿Me está acusando de ser de alguna manera responsable de la muerte de Kenta Higurashi, Doctor Taisho?
—No, lo estoy acusando de ser un agente más que viene aquí a hacerme preguntas diferentes solo para escuchar las mismas respuestas. Ya le conté todo lo que sabía sobre la muerte del señor Higurashi al teniente Harrison. ¡Eso es todo lo que sé! —exclamó y el oficial asintió lentamente.
—Entiendo, pero más allá de eso, me gustaría hacerle otras preguntas, y espero contar con su colaboración —continuó el agente, dejando atrás el tono de manera amenazante y optando por uno más persuasivo.
Sesshomaru suspiró y se frotó las sienes.
—Apuesto que si no lo hago, me resultará bastante difícil salir de aquí —comentó Sesshomaru con altanería.
—Sea amable, señor Taisho. Recuerde que le traje un café —dijo simplemente.
Sesshomaru dejó escapar otro suspiro mientras frotaba en sus sienes en un vano intento de disolver la tensión que se había acumulado debajo.
—¡Un café que no pedí, pero muchas gracias! ¿Qué quiere saber? —preguntó finalmente, era obvio que si no colaboraba no lo dejarían ir.
—¿Cuál es su relación con la señorita Higurashi Kagome? —preguntó inmediatamente el agente y el psicólogo le dedicó una mirada seria.
—Amigable —respondió con tono desafiante y el agente le dirigió una mirada escéptica.
—Le recuerdo que trabajo en el FBI y que tengo un expediente sobre los Higurashi, Sr. Taisho. Por favor no se burle de mí.
—Bien, estábamos en una relación—respondió vagamente.
El agente levantó una ceja.
—¿De qué tipo?
Esta vez fue Sesshomaru quien levantó una ceja con mirada aturdida.
—¿Qué tipo de relación cree que tenemos? —inquirió Sesshomaru, ante la pregunta absurdamente retórica del agente.
El agente asintió, sonriendo entre dientes.
—Tiene razón, lo siento. Reformaré la pregunta, doctor Taisho. ¿Hace cuánto que se conocen?
—Desde hace aproximadamente un año.
—¿Y desde cuándo se volvieron… íntimo? —preguntó el agente, tal vez tratando de ser delicado para no tentar la suerte de la colaboración.
—Desde hace unos diez u once meses.
El agente asintió.
—Antes de hoy, ¿en qué etapa estaba su relación con la señorita Higurashi? — continuó el agente.
Sesshomaru empezaba a perder la paciencia.
—Follábamos como conejos y nos llevábamos bien. ¿Puedo saber por qué sigues haciéndome estas preguntas sobre mi vida privada? ¡Estoy seguro de que en algún lugar de su reglamento como agente del FBI está expresamente prohibido hacer preguntas de esta naturaleza!—exclamó, arriesgándose seriamente a perder los estribos.
El agente Corson, por otro lado, permaneció perfectamente tranquilo y relajado.
—Tranquilo, señor Taisho, le aseguro que estas preguntas son absolutamente legítimas, dado que en mi reglamento como agente del FBI dice que tengo total autorización para hacerte este tipo de preguntas, ya que representas a un posible sospechoso, cómplice o conocedor de los presuntos crímenes cometidos por los Higurashi— respondió el agente con calma y Sesshomaru abrió mucho los ojos, temiendo de repente que el hombre realmente supiera.
—No quiero faltarle al respeto, agente Corson. Pero si usted sigue insultando mi intelecto e insiste en hacer preguntas que violan la privacidad de mi persona, temo que iniciaré por solicitar un abogado.
El agente Corson apretó la mandíbula, era la primera vez que su acción intimidatoria no surtía el efecto deseado. Aquellos ojos dorados lo miraban fijamente, para nada intimidado, su mirada no era la de una persona que temía ser involucrada con presuntos homicidas, fraudulentos criminales, cuya relación podría mandarlo a la cárcel de por vida.
>>¿A cuáles crímenes se refiere? — preguntó Sesshomaru, viendo que el hombre permanecía en silencio, mirándolo fijamente con sus ojos grises, intentando hurgar en su alma.
—Aquellos por los que Kenta Higurashi fue llamado a responder hoy ante el tribunal. No es necesario enumerarlos, ¿verdad, doctor? Usted ya los conoces —respondió el agente.
Sesshomaru sonrió.
—Conozco los cargos, y sé que ningún miembro de la familia Higurashi se ha manchado las manos cometiendo dichos crímenes —contraatacó Sesshomaru.
—¡Felicitaciones por la respuesta, doctor, verdaderamente digna de un abogado!— lo felicitó con un tono de falsa alegría—. Pero ambos sabemos que eso es mentira, ¿no? —dijo, esta vez fingiendo un tono confidencial y amistoso.
—No me parece. Sé que los Higurashi nunca serían capaces de cometer las atrocidades de las que se les acusa —respondió firme y confiado. Seguro que resultará convincente.
—¿Ni siquiera puede pronunciar los crímenes de los que se les acusa, señor Taisho? ¿Cree que se traicionaría si dice las palabras “asesinato” y “fraude”?
Sesshomaru bufó.
—En absoluto, oficial. Es que me niego a asociar esas palabras a los Higurashi, y en particular con mi novia —replicó y esta vez el Agente Corson se echó a reír.
—¡Qué melodramático, señor taisho! — exclamó—, ¿De verdad cree que alguien podría creer tal cosa? —preguntó todavía sonriendo.
Sesshomaru sacudió la cabeza con enojo.
—Lo crea o no, agente Corson, esta es la verdad que yo conozco —respondió, borrando toda emoción de su rostro.
La sonrisa no se desvaneció del rostro del agente del FBI y el hombre simplemente se acomodó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho y observándolo con ojos atentos.
—¿Cuál sería la verdad para usted, Doctor Taisho?
Sesshomaru lo miró con una ceja levantada.
—¿La verdad sobre qué?
—Lo sabe muy bien —respondió simplemente sin quitar la vista del rostro de Sesshomaru.
Taisho lo miró con escepticismo. Ese hombre sabía cuál era la verdad y sabía que no era la verdad que el FBI quería escuchar.
—Usted ya sabe lo que pienso— respondió entonces, pero el agente negó con la cabeza.
—Eso no es lo que quiero escuchar, simplemente quiero saber por qué crees que pasó todo esto. Sabe lo que hay detrás de esto, ¿no?—, Sesshomaru empezó a hablar, pero el hombre lo interrumpió—. Antes de que pueda volver a mentir, creo que debería recordarte que he investigado a la familia Higurashi y sus asuntos durante mucho tiempo, así que me gustaría que no se burlaras de mí, al menos por respeto —dijo el agente en serio.
—Le acabo de decir la única verdad que conozco y de la que doy fe, pero ya que usted insiste en una versión diferente, le diré la verdad que no es más que una hipótesis.
Sesshomaru miro fijamente al hombre frente a él, esperando que haya captado su indirecta.
El agente hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, por lo que Sesshomaru prosiguió:
>>Suponiéndome conocedor de una verdad diferente a la que ya le he confesado a usted y a los demás oficiales, yo diría que Kenta Higurashi fue asesinado porque no habría sido condenado. Lo querían muerto porque se sabía que él y su hija saldrían ilesos de ese juicio, y algunos no querían enfrentar las consecuencias de eso. Lo mataron porque alguien le tenía miedo, de lo que podría hacerle una vez que saliera del juicio. ¿Quiere saber qué pasará ahora? Morirán más personas, probablemente yo seré el siguiente, ya que –sé estas cosas–, y tal vez usted también porque las está escuchando y quiere persuadirme a confesar algo que es completamente falso —confesó Sesshomaru, respondiendo con la “verdad más pura y absoluta”, esa que quizás podría haberlo salvado sin condenar a los Higurashi.
>>Supongo que usted sabe de quién hablo, ¿no? Después de todo, el FBI fue quien hizo un trato con esta persona a cambio de que entregara pruebas contra los Higurashi. ¿Se imagina el escándalo si dicha información saliera a la luz?
El hombre asintió, retrocediendo en su intento de querer acorralar al psicólogo y obligarlo a confesar todo lo que sabía de los Higurashi.
—Sí, pero todavía necesito un nombre para una acusación. Su testimonio lo arrojará a la cárcel —respondió el agente Corson, su expresión pasó de emocionado a decepcionado cuando vio al psicólogo negar con la cabeza.
—¿Pero por qué no lo lee directamente del expediente de los Higurashi?—, preguntó irónicamente, entonces entendió lo que realmente quería aquel hombre. Su aprobación para confesar ante un juez, y él aprovecharía dicha situación para devolverle el favor al asesino del padre de Kagome—. Mi nombre y mi cara deben mantenerse alejados de todo este asunto —agregó serio.
El agente asintió. Sus manos sobre la mesa y su rostro concentrado parecían dispuestos a recibir la verdad como un puñetazo.
—Entonces, hipotéticamente el sospechoso más certero sería Naraku Spider. Ex socio de Kenta Higurashi. Podría agregar que hizo un trato con ustedes, los federales, para salvarse de un cargo de fraude estatal y ayudarlos a condenar a los Higurashi. Fue él quien encargó el asesinato del Sr. Kenta, estoy absolutamente seguro de ello, dentro de mi suposición, es el único que pudo haberse beneficiado de su muerte.
El agente Corson levantó una ceja y negó con la cabeza.
—No lo entiendo, doctor. Hay algo que no cuadra en su historia, y para incriminar a Naraku tiene todo que concordar. ¿Por qué el señor Spider mataría a Higurashi cuando él mismo lo incriminó y necesitaba condenar a su ex-socio para salvarse? En resumen, debió haber proporcionado pruebas suficientes de su culpabilidad al FBI; de lo contrario, nunca nos habríamos rebajado a colaborar con él. Matarlo fue un acto completamente sin sentido.
—Eso puede parecer. Lo cierto es que al principio, Naraku tenía todos los elementos para incriminar tanto a Kenta como a Kagome Higurashi por todos los cargos falsos. Y esa prueba era yo, agente Corson—, Sesshomaru hizo una pausa, dándole tiempo al agente de asimilar lo que acababa de decir—. Si yo hubiese testificado contra los Higurashi, habría condenado a Kagome y su padre se habría hundido con ella…
Corson lo interrumpió.
—¿Qué se suponía que debía testificar? ¿Qué sabe de los Higurashi? —inquirió sospechoso.
Sesshomaru sonrió sarcásticamente.
—Todo lo que sé es que es una familia encantadora, agente Corson. Lo que Naraku Spider poseía era información completamente incorrecta que malinterpretó aún más. Entonces, decidió secuestrarme y torturarme para extorsionarme información que en realidad no tenía y que no existe. Contrató a una mujer para hacerlo y, aunque me cueste un poco admitirlo, tengo que decir que supo hacer muy bien su trabajo, incluso me disparó. Su nombre es Sango Taijiya —dijo y desabrochó tres botones de la camisa que llevaba para mostrarle al oficial la cicatriz rosa en su hombro.
El agente se quedó mirando la cicatriz con ojos atentos, tal vez intuyendo que las palabras del psicólogo no eran mentiras, al menos no todas.
—No parece una cicatriz de bala, doctor, sé reconocerlas —respondió el agente.
Sesshomaru sonrió con malicia.
—Metió un bolígrafo en mi herida, tal vez su intención era que no pareciera una herida de bala —respondió sonriendo ante la expresión de disgusto del agente Corson—. De todos modos, logré escapar y llegar a un lugar seguro. Naraku perdió la oportunidad de incriminar a los Higurashi en el momento en que yo escapé de las garras de esa loca que, por cierto, —debería ser arrestada y encerrada en algún hospital psiquiátrico de por vida—, como decía, Spider mató a Kenta porque sabía que era inocente de todo lo que se le acusaba, así decidió probar suerte con su acusación de fraude. Su cuenta bancaria probablemente morirá, pero salvará su pellejo. O al menos de eso está convencido —concluyó Sesshomaru ante la mirada estupefacta del agente.
—Necesitaré su testimonio, doctor —trató de convencerlo, pero Sesshomaru negó con la cabeza.
—No. Lo siento, pero si testificara me arriesgaría a atraer atención no deseada hacia mí.
—Tenemos un excelente programa de protección de testigos, ¿sabe? —dijo irónicamente el agente.
Sesshomaru sonrió y volvió a negar con la cabeza.
—Se da el caso que Kenta Higurashi también contaba con una buena protección y mire cómo terminó, de igual forma, le agradezco de todos modos.
El agente Corson resopló y se frotó las sienes con mirada cansada.
—¿Aún puedo recopilar su testimonio como fuente anónima?
—Adelante, aunque no creo que sirva de mucho, solo son un montón de conjeturas—comentó, para luego alzarse de la dura silla donde llevaba horas sentado.
—¿Qué está haciendo? —preguntó el oficial, levantando bruscamente la cabeza.
—Estoy cansado, me voy a casa. He respondido todas las preguntas que pude responder y como no hay ninguna prueba legal o motivo para retenerme aquí. Me retiro, pero antes quiero darle un consejo, siempre, por supuesto, que lo que diga no salga de esta habitación y esta conversación sea eliminada de la grabadora que esconde debajo de su chaqueta. Lo que voy a decirle le concierne a usted, agente Corson. Una cosa de hombre a hombre.
El agente Corson lo miró con asombro, al parecer había subestimado al psicólogo, el hombre era más astuto de lo que aparentaba.
—Lo escucho —respondió, tratando de ocultar su desconcierto.
—Ahora mi chica deambula por las calles de esta ciudad como una bestia con sed de venganza. Intencionalmente o no, si usted facilitó la muerte de Kenta Higurashi, haciéndolo acudir al tribunal, exponiéndose ante el visor de su asesino, asegúrese de no encontrarse en su camino.
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