Calma

Cuando Sesshomaru abrió los ojos, Kagome aún dormía.

Durante la noche, debió haberse quitado la ropa que llevaba, quedando únicamente con unas bragas blancas y un sujetador del mismo color. Se encontraba debajo de las sábanas con él, en la misma posición en la que la recordaba cuando había cerrado los ojos la noche anterior.

La expresión dichosa y angelical de su rostro relajado, le daba una imagen falsamente inocente, pura como nunca podría ser en la realidad.

Sonrió y la abrazó lentamente, disfrutando del calor creado por sus cuerpos, la luz que entraba por las ventanas indicaba que el sol debía haber salido hacía mucho tiempo, pero no tenía ganas de empezar el día cuando quedarse en la cama prometía ser mucho mejor.

Sin embargo, algo debió haber salido mal, porque Kagome se movió lentamente sobre su costado y abrió los ojos con lentos y perezosos parpadeos, adornados con largas pestañas oscuras que enfatizaban el fascinante movimiento.

—¿Hace cuanto despertaste? —preguntó adormilada cuando se centró en el rostro de Sesshomaru.

Él sonrió y besó su frente suavemente.

—Menos de cinco minutos —susurró contra su frente.

—¿Qué hora es?

Sesshomaru hizo una mueca en un gesto indiferente.

—No tengo ni idea. ¿Es importante?— preguntó y ella negó con la cabeza.

—Para nada, fue solo para preguntar —respondió ella y se agachó una vez más sobre su pecho, con cuidado de no tocar siquiera la parte herida.

El silencio volvió a invadir la habitación, suave y lleno de palabras no dichas pero bien conocidas.  Sesshomaru deseó que esos minutos se extendieran por siglos, protegiéndolos del mundo y manteniéndolos perpetuamente abrigados y abrazados bajo esas mantas. Sin embargo, fue él quien rompió el silencio con una información que impactó a ambos.

—¿Te das cuenta de que esta es la primera vez que dormimos juntos sin haber tenido sexo primero? —dijo y ella levantó la cabeza de su pecho para poder mirarlo a los ojos, sorprendida.

—Sí…—, respondió lentamente—. ¿Crees que es algo malo? —preguntó entonces.

—No, al contrario; creo que acabamos de alcanzar una nueva cima—declaró él, en tono falsamente solemne.

Kagome sonrió suavemente.

—¿Y dónde debería plantar la bandera?

—No lo sé, pero si mueves tu mano más al sur, encontrarás uno listo para ser plantado —respondió deliberadamente pícaro y explícito, sonriéndole de manera lasciva.

Ella le dirigió una mirada severa, tratando de calmar su ánimo hirviente.

—Estuviste a punto de morir y ahora no puedes levantar un brazo. ¿Sabes lo que estás insinuando? —inquirió cáusticamente.

Sesshomaru en respuesta le sonrió y levantó las cejas plateadas repetidas veces.

—Pero estoy vivo y además, no necesito el brazo para cumplir esta misión— respondió estirando el cuello hacia ella para darle un breve beso en los labios.  Kagome no se opuso, pero pronto rompió el beso para protestar.

—Aún estás demasiado débil — replicó ella y una vez más él intentó ahuyentar sus ansiedades con otro breve beso y un gemido.

—Eso dices tú —respondió antes de posar sus labios sobre los de ella, pero una vez más, ella lo rechazó.

— El doctor lo dice —replicó y empezó a levantarse de la cama. Sesshomaru la sostuvo con su brazo bueno alrededor de su cintura y le sonrió.

—¡Oh, no dejaré que escapes, Kagome!

—Sesshomaru, por favor…

—Doctor Taisho, espero que esté despierto. He venido a… —La puerta se abrió luego de unos ligeros toques, revelando poco después el rostro sonriente de Naomi.

Naomi se detuvo abruptamente cuando vio a Kagome en la cama con el psicólogo, cubierta hasta el torso con las mantas, con solo un pequeño sostén para ocultar sus encantos de la luz de la mañana y los ojos anhelantes del hombre que estaba debajo de ella, firmemente anclado a su cuerpo solamente con su brazo sano.

—No sabía que estabas aquí, Kagome—dijo simplemente la mujer, entrando tranquilamente a la habitación, sin importarle haber interrumpido algo. Sesshomaru dejó caer su brazo de la cintura de Kagome y, tratando de contener un suspiro de frustración, se hundió en las almohadas.

—Quería hacerle compañía al Sr. Taisho, pero parece haber entendido mal mis verdaderas intenciones, así que por favor, Naomi. ¿Podrías explicarle que tener sexo no sería lo más apropiado en un momento como este? —solicitó imperiosa, mientras se alzaba de la cama.

Mientras tanto, Naomi había ido a colocar las vendas limpias y el desinfectante que llevaba en una de las mesitas de noche.

—Tiene razón, doctor Taisho, podría complicar el estado de su herida—confirmó la mujer, sin siquiera apartarse de sus deberes de enfermera.

Sesshomaru simplemente se quedó sin palabras.

—¿Ves que tenía razón? —dijo Kagome con una media sonrisa, yendo a recoger la ropa de la noche anterior que había dejado colgada en el único armario de la habitación.

Sesshomaru la miró con la boca abierta, incapaz de creer que esta pequeña escena realmente se estuviera desarrollando ante su presencia, pero lo mejor estaba por venir.

—Debería esperar al menos hasta que la herida empiece a cicatrizar, doctor, antes sería excesivamente arriesgado —continuó la mujer, todavía decidida a arreglar el cambio de vendajes.

Kagome asintió mientras se ponía la camiseta y, sin siquiera abrocharla, se acercó a Naomi.

—¿Qué son? —inquirió Kagome señalando los utensilios con los que Naomi estaba maniobrando.

—Nuevas vendas para el doctor. Tengo que desinfectar su herida y cambiarle las que lleva —respondió con calma, la complicidad evidente y hogareña entre ambas mujeres eclipsó por completo a Sesshomaru, quien se encontró observándolas fascinado.

—¿Con qué frecuencia se deben cambiar? —quiso saber Kagome, realmente se mostraba muy interesada.

—Cada seis horas —respondió pacientemente.

Kagome asintió, mirando sus gestos concentrados.

—¿Crees que yo también podría cambiarlas?

Naomi giró para mirarla con el ceño fruncido.

—Deberías mantenerte lo más lejos posible del doctor Taisho, dado el efecto que tienes en él—, acusó, haciendo reír a la más joven, para nada preocupada por sus regaños—. ¿Están tomando precauciones? —siseó y Kagome fingió una cara falsamente sorprendida que, sin embargo, hizo sonrojar a Sesshomaru.

—Pero ¿¡cómo se te ocurre preguntarme esas cosas!? —exclamó Kagome, fingiendo indignación.

Naomi le dio un ligero codazo en el costado y le dirigió una mirada molesta.

—Tu padre está preocupado, cree que te estás tomando tu relación con Taisho demasiado a la ligera —respondió con seriedad, Kagome, por otro lado, estaba sonriendo con una mirada divertida y depredadora.

—Viniendo de él, esto es realmente irónico —replicó, ganándose otra mirada fulminante por parte de la mayor, quien una vez más ignoró su comentario y continuó con su sermón.

—Revisé tus cajones…

Los ojos de Kagome se abrieron con incredulidad.

—¡¿Has revisado mis cosas?! —exclamó, finalmente sorprendida.

—Sí, y no encontré ningún paquete de pastillas anticonceptivas ni profilácticos. Quiero decir, Kag, ¿en qué diablos estás pensando? El mareo que tuviste la otra mañana debió haberte abierto los ojos. Tu padre estaría muy feliz con un nieto corriendo por su casa, pero ¿realmente crees que estás lista para enfrentar tal situación? —preguntó finalmente la mujer, girándose para mirar a la chica, quien ahora la estaba mirando con la boca abierta.

—¡¿Pero de qué estás hablando?! ¡Un nieto!… Naomi, ¿te sientes bien? ¡No, porque parece que estás delirando! —exclamó Kagome.

Naomi le dio la espalda encogiéndose de hombros e inició a quitarles las vendas al psicólogo, dejando a una Kagome con una expresión de terror en el rostro.

—Kag, hazte útil y ve a buscarme un recipiente con agua caliente, por favor  —pidió con tranquilidad, como si poco antes no hubiese estado hablando de un posible embarazo.

Kagome soltó un bufido molesto y salió de la habitación siseando, como una niña mimada tras recibir su primer regaño.

                                     *

—¿Te duele? —preguntó Kagome tocando delicadamente el nuevo vendaje que cubría la herida de Sesshomaru.

—Un poco —admitió él, sintiendo su piel tensarse ligeramente.

Ahora que estaba lo suficientemente fuerte para caminar, Kagome lo había acompañado a la sala de estar donde, entre antiguas estanterías llenas de libros y una chimenea donde crepitaba un alegre fuego, se sentaron en el gran sofá de cuero blanco colocado frente a la chimenea.

Sesshomaru pensó que estaba soñando nuevamente cuando ella, con un suspiro silencioso, acercó su rostro al de él y comenzó a besarlo suavemente, primero simplemente apoyando sus labios en los de él, luego abriendo lentamente sus labios para tocar su lengua con la suya.

—Naomi tenía razón sobre el efecto que tienes en mí —murmuró suavemente, abandonando su boca para besar su cuello suavemente, sonriendo contra su piel cuando sus dedos se entrelazaron con su cabello.

— Quizás… pero nunca he prestado atención a sus regaños —murmuró ella como respuesta.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sesshomaru, levantando una ceja y mirando su rostro.

Kagome sonrió con picardía.

— Que tal vez podríamos divertirnos un poco antes de que te recuperes por completo —aludió, frotando su cuerpo contra el de él.

Sesshomaru jadeó cuando las manos de ella se posaron en su entrepierna.

—Mmm…, ¿y qué piensas hacer? —le preguntó, aunque su mente ya había desarrollado una buena lista de respuestas.

Kagome se levantó del sofá, privándole del calor de su cuerpo que calentaba su costado y de su mano que parecía prometer el cielo. La miró con la boca abierta cuando, sensacionalmente, se arrodilló entre sus piernas semiabiertas con una sonrisa lasciva en sus perfectos labios.

—¿Esto te da una idea? —preguntó ella, con esa voz baja y ronca que él adoraba. Sus dedos esbeltos y hábiles se dirigieron directamente a su cinturón, para luego desabrochar la hebilla con gesto experto y abrir la bragueta del pantalón.

—Kagome, alguien podría llegar… —le recordó, observándola bajarle lentamente los pantalones y boxers, para luego detenerse exactamente en el cruce de su sexo.

—Naomi está jugando al bridge con algunos amigos y mi padre trabajará hasta tarde esta noche. Estamos solos —dijo con calma.

Sesshomaru no fue capaz de discutir ni objetar cuando la vio quitarse la camiseta que llevaba puesta, mostrando sus hermosos senos libres de cualquier barrera, incluso pensar se volvió difícil para él cuando ella liberó su sexo de la opresiva tensión de sus pantalones, besando suavemente la punta.

Se llevó la mano a la boca, tratando de amortiguar sus gemidos cuando, además de la boca, Kagome también comenzó a usar sus manos, acariciándolo suavemente con la clara intención de hacerlo perder la cabeza.

Cerró los ojos al encontrarse con su mirada en el momento exacto en el que ella comenzó a lamer suavemente su sexo a lo largo de toda su longitud, como si fuera un delicioso manjar y se dejó acunar por ella, completamente perdido en lo más profundo de su propio placer.

   
                                *

Bankotsu observó como la mujer sacaba una bala de su costado con un par de pinzas.

Sostenía un cinturón de cuero entre los dientes, mientras los delicados rasgos de su rostro se contorsionaban en una mueca de dolor. Sus cabellos, que al parecer no eran rojos ni cortos, los llevaba recogido en una cola de caballo. Parecían sudorosos y sucios, pero eso no hacía que su figura fuera menos fascinante.

Esa imagen suya ofendida, pero indomable, le recordaba las imágenes de Jeanne d'Arc*, expulsando a los ingleses de Orleans, vista en un libro de historia hace un siglo.

La había visto vendarse ella misma la herida del brazo luego de haberla limpiado, ahora, todavía sosteniendo la correa entre los dientes, tapaba la boca de la herida, bloqueando el flujo de sangre resultante de la extracción de la bala.

—¿Está segura de que no quiere ir al hospital? —le preguntó por enésima vez.

La mujer le dio una mirada asesina y se levantó la camiseta manchada de sangre hasta debajo de los senos, señalando una pequeña cicatriz a unos cuantos centímetros más abajo que la última costilla derecha.

—¿Ves esta cicatriz? —preguntó la mujer, sus ojos se notaban cansados, debido al esfuerzo y dolor que sentía.

Bankotsu asintió, mirándola con preocupación.

>>Un tipo me disparó una vez; la bala casi me rompe la costilla. Yo misma me la extraje y sigo viva, así que deja de preguntarme si quiero ir al hospital. Sé lo que estoy haciendo —decretó la mujer apretando los dientes y presionando con más fuerza la compresa contra la herida de su costado.

—Lamento que la hayas salido herida —dijo entonces Bankotsu, sin saber qué otra cosa decir o hacer.

La mujer se echó a reír.

—Estos son los riesgos de mi profesión —respondió irónicamente, él asintió.

—En cualquier caso, has fallado en la misión. Mi jefe está bastante decepcionado por la forma en que decidiste manejar el asunto.

—Su jefe sabe muy bien quién soy y cómo trabajo; debe saber que conmigo no se juega —respondió venenosamente.

Bankotsu asintió y la miró, inclinando la cabeza.

—Al parecer, tampoco con  Kagome Higurashi se puede jugar —replicó y esta vez la mujer sintió el golpe bajo. Observó su herida, mirándola con una expresión de ira y dolor que distorsionaron sus magníficos rasgos.

—¿Por qué está aquí, detective? —preguntó tras unos segundos de silencio. Su voz se escuchaba débil y cansada, como la de una anciana que carga con demasiados años de dolor sobre sus hombros delgados e inseguros—. Sabe muy bien que devolveré parte del dinero a tu jefe.

Bankotsu sacudió la cabeza y suspiró, casi contagiado por su cansancio.

—Solamente quería asegurarme de que aún puedas cumplir con la otra parte del plan.

—Ya que lo has comprobado, puede retirarse —aseveró dándole la espalda y acercándose a la cama, para luego sentarse en ella.

El hombre se quedó pasmado, parado en medio de la habitación, mirándola, mientras ella hacía el intento de querer quitarse la camiseta. Por más que intentara hacerse la dura, era obvio que las heridas le dolían, impidiéndole cumplir movimientos con el brazo derecho.

Bankotsu sintió una sensación extraña en su pecho, aquella mujer, era una asesina a sueldo, alguien a quien no le importaba si su objetivo era inocente o no, lo importante era ser pagada generosamente, no qué él fuera mejor que ella, ambos amenazaban las vidas de sus víctimas de manera diferente, pero eso no lo hacía menos culpable. Sin embargo, no podía marcharse de allí como si nada, no luego de verla así de vulnerable, mientras luchaba contra el dolor.

Con pasos seguros, se acercó a la cama, sentándose al lado de la mujer, sabía que estaba tentando su suerte, pero su consciencia, mezclada con la atracción que sentía hacia ella, lo impulsaba a querer cumplir un acto de compasión por primera vez en su vida.

—Sé que no quieres ir al hospital, pero al menos permíteme llamar a alguien para que venga a medicarte. Se trata de un amigo de confianza, no dirá nada a nadie y no hará preguntas —habló cauteloso, esperando que su tono de voz suave y dócil la convenciera de sus buenas intenciones.

La mujer lo miró fijamente por unos minutos, como si estuviese realizando si aceptar la silenciosa oferta de ayuda que le estaba brindando o hacerlo salir de allí a punta de pistola, pero grande fue su sorpresa cuando ella le sonrió, mientras acercaba su rostro al de él.

Se trataba de una sonrisa cínica, triunfante que la hacía ver maravillosa a pesar del estado en el que se encontraba.

Si aquella sonrisa lo había estabilizado, las palabras pronunciadas a un palmo de su rostro lo dejaron completamente fuera de sí, llevándolo a pensar que, tal vez eso era lo que ella quería desde el principio:

—Un poco de endorfina no estaría mal, detective, conozco una forma muy placentera para obtenerla…

Fue así como el detective se encontró zambullido entre las piernas aquella mujer despiadada, dándole un placer que no le sería restituido, pero eso él un no lo sabía...











Hago referencia a:

Jeanne d'Arc. (La pucelle d'Orleans)

                                 O
Juana de Arco (La donsella de Orleans)









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