Buscándo al psicólogo





El coche aceleraba por las calles semi concurridas de la ciudad, su potente motor gruñía sombríamente. A Ginta siempre le había gustado conducir ese coche, pero ahora que Kagome estaba detrás del volante, casi le tenía miedo. En sus manos, cualquier cosa podía volverse potencialmente mortal, incluyendo un coche que alcanzaba los 280 kilómetros por hora.

Se volvió para mirarla; tenía las cejas ligeramente fruncidas y los ojos atentos a la carretera, los labios plegados en una mueca de ira, los dedos apretados con nudillos blancos anclados al volante, que solamente se relajaban para cambiar de marcha con movimientos bruscos y casi violentos.

Cuando se encontraron frente al edificio donde vivía el psicólogo, Ginta calculó que habían tardado menos de un cuarto de hora en llegar. Era un milagro si seguía vivo.

Ella bajó del auto sin decir una palabra y él la siguió sin decir nada, sin saber si su presencia era bienvenida o no, cuando ambos entraron en el ascensor, entendió que su presencia era solamente tolerada, nada más.

Kagome se había encarcelado deliberadamente en la jaula de su propia ira y a nadie se le permitía entrar. El ascensor se detuvo en el décimo piso y ella salió furiosa, seguida por Ginta a una distancia razonable y segura.

Ella caminó hacia la puerta del apartamento, haciendo sonar sus tacones, obscenamente sexy y costosos, con ese vestido rojo y cabello ondulado, cayendo sobre sus hombros en una marea de ondas oscuras.

No se molestó en tocar el timbre, simplemente tomó un par de llaves del pequeño bolso que tenía en la mano y abrió la puerta. 

—¡¡Sesshomaru!! —gritó, apenas abrió la puerta, anunciándose con una nota decididamente enojada en su cálida y sensual voz.

Ginta esperaba que el bastardo al menos estuviera muerto o agonizando para no responder al llamado de esa mujer, porque si no lo estaba, ella lo habría reducido a tal.

Nadie respondió.

La siguió al interior del apartamento, a unos pasos de ese bolso pequeño, pero lo suficientemente grande como para contener una pistola de pequeño calibre.

Kagome fue directamente al dormitorio y casi se sorprendió al encontrarlo vacío. Como un tornado, con una mirada ardiendo de ira, dejó el dormitorio intacto y fue al baño, encontrándolo tan vacío como la habitación anterior. La casa estaba vacía, el hombre no estaba.

Ginta la siguió mientras regresaba al pasillo, con cuidado de no mirarla a los ojos para no atraer su furia hacia él. Kagome se detuvo justo en el centro de la habitación, con las manos en las caderas y la cabeza inclinada, mirando enojada sus magníficos zapatos.

—¿Señorita…?— preguntó Ginta en voz baja, prestando también atención a su tono de voz, temiendo que ella estallara. De hecho, ella se giró para mirarlo con una chispa de pura locura en sus ojos oscuros. Estaba furiosa, no respondió, solo lo miró fijamente con esos ojos felinos, ardiendo de ira y decepción.

>>— ¿Q-quieres que intente llamarlo de nuevo? —preguntó, aun sabiendo que nadie respondería. Los hombres encargados de proteger al maldito esa noche, también habían desaparecido, Ginta solo esperaba que estuviesen muertos, porque si ese no era el caso, ella los encontraría y estaba seguro de que no los mataría por su mal trabajo, oh, no, la muerte era una bendición en comparación a lo que ella le haría.

—Sí, y si responde, pásamelo inmediatamente —ordenó, y esta vez toda máscara de cortesía había sido arrojada al viento.

La verdadera Kagome Higurashi se mostró tal como era; una mujer diabólica y posesiva, de mente fría y perversa, propensa a la ira y la violencia. Ahora que la miraba, Ginta nuevamente era incapaz de encontrarla hermosa. Habría sido como encontrar hermosa una serpiente que mueve su cola de cascabel en tu dirección.

Ginta rápidamente sacó su celular del bolsillo de su chaqueta y marcó el número del bastardo sin siquiera mirar las teclas, habiéndolo memorizado en el espacio de esas dos horas. Escuchó por enésima vez el mensaje grabado que decía que el teléfono de la persona llamada no estaba disponible y, al temer  darle la mala noticia a su jefe, volvió a intentarlo por segunda vez, siempre atento a cada movimiento de ella.

La vio caminar lentamente hacia la cocina, un paso lento y aburrido, ingenuamente sensual, que atraía la atención hacia su peligroso cuerpo. Tuvo que contener un grito ahogado cuando la vio agacharse para recoger algo. Era un trozo de papel amarillo, un post-it.



                                   *

—¿La verdadera Kagome? —preguntó Sesshomaru, abiertamente escéptico, mientras miraba fijamente los ojos marrones de la mujer frente a él—. Conozco a la ‘verdadera’ Kagome, sé muy bien quién es ella—continuó fingiendo bravuconería.

La mujer se rio de él, una risa plateada y hermosa que, sin embargo, Sesshomaru no pudo apreciar en esa ocasión.

—¡Oh!, ¿en serio? ¿También conoces todos sus crímenes? ¿Sabías que mató a su madre? —preguntó deliberadamente burlona y atrevida, segura de la respuesta de Sesshomaru.

Él la miró directamente a los ojos con mirada acerada y asintió:

—Sí —declaró y la mujer inmediatamente dejó de reír—. Sí. Ella misma me lo dijo —respondió sabiendo que había ganado un punto contra esa mujer. Tal vez, si ganaba lo suficiente, podría salir ileso de esa habitación.

—¡¿Y esto quién se lo esperaba?! —exclamó la mujer, cambiando su expresión de asombro por una de grata impresión, con una hermosa sonrisa iluminando su rostro casi perfecto.

—Pareces bastante impresionada —dijo Sesshomaru, temiendo de pronto la reacción de la mujer. Estaba demasiado relajada y tranquila, probablemente estaba tramando algo.

Ella asintió, todavía sonriendo.

—Realmente lo estoy. No es propio de ella hacer este tipo de confesiones a un hombre —respondió, enfatizando la última palabra con un tono extraño, deliberadamente travieso y sensual.

Cuando se hizo el silencio en la pequeña habitación y la mujer no dio señales de querer continuar la conversación, Sesshomaru se vio obligado a seguirle la corriente, tal como ella quería que él hiciera.

—¿A un hombre? —preguntó Sesshomaru y, como era de esperarse, la mujer asintió.

—Kagome normalmente no confía en los hombres —dijo ella con calma, dándole la espalda para dirigirse hacia la pequeña ventana de la habitación salpicada por la lluvia, con miles de pequeñas gotas iluminadas por las luces externas.

—Eso lo sé —respondió él, seguro de haberla sorprendido de nuevo. De hecho, la mujer se giró para mirarlo, levantando una ceja, sorprendida, pero esta vez no del todo impresionada.

—¿También te habló de ese chico? — preguntó, Sesshomaru asintió secamente y ella se giró para mirar por la ventana nuevamente —. Apuesto a que también te ordenó decirle que la amas —dijo, y esta vez fue el psicólogo quien contuvo un suspiro de sorpresa.

La mujer volteó a mirarlo con una sonrisa pícara, disfrutando de su asombro.

>>Y lo hiciste—, continuó la mujer, sin esperar a que él le diera respuesta—. Realmente te hizo su prisionero, no estarías aquí si no fuera así —dijo ahora sonriendo casi con compasión.

—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó de repente Sesshomaru, decidiendo que ya no podía seguirle el ritmo a esa mujer que, evidentemente, sabía algo de lo que él no era consciente.

—Solamente digo que Kagome no se contuvo contigo. Usó todo su arte para unirte a ella. Será terriblemente difícil para mí convencerte de que todo lo que te dijo no era más que una enorme y colosal mentira, y salvarte de ella —dijo la mujer, ahora parecía casi preocupada por él, como si realmente quisiera evitar que sufriera.

Sin embargo, Sesshomaru no podía creer en las palabras de una mujer que, podría jurar, presentaba trastornos de personalidad antisocial e histriónica. Ella seguía impertérrita en querer manipularlo, ¿acaso no se daba cuenta de que no estaba funcionando? ¿Será que su raptora no se había informado que sus estudios no solo comprendían la psicología?

—No te creo —mintió, mirándola con los ojos llenos de resentimiento y sufrimiento. La herida le dolía cada vez más y, con cada pulsación dolorosa de la carne ofendida, recordaba en quién debía confiar. Kagome nunca le habría hecho algo así, no a él. Era cierto que ella lo manipulaba, pero lo que la mujer frente a él no sabía es que él estaba consciente de ello.

—¿En serio? —preguntó la mujer, ahora oscuramente divertida, aunque su rostro era serio.

—Sí —afirmó él con confianza.

—Sé de lo que hablo —continuó la mujer, cada vez más seria.

—¿Cómo es eso? —quiso saber Sesshomaru, ella sonrió.

—Porque a mí también me hizo lo mismo.

                                    **




—¡Llama a Shippo inmediatamente y pídele que localice a Amelia Pond! Quiero saber todo sobre esta mujer; donde nació, donde vive. ¡Ahora!—ordenó Kagome entrando al auto.

Era la primera vez que hablaba con él desde que salieron del apartamento del psicólogo y Ginta, al escuchar el tono absolutamente amenazador asumido por la mujer, ni siquiera se le ocurrió responder, por miedo de que ella cambiase opinión sobre su utilidad y decidera eliminarlo de su vista.

Tan pronto como subió al auto y cerró la puerta, el Audi negro despegó como una gacela y la aguja del odómetro se disparó salvajemente, sin importar los otros autos que se atrevieron a aparecer en la carretera. Buscó el número de Shippo Petrov en su guía telefónica, tratando de ignorar cómo los edificios pasaban rápidamente por las ventanillas del coche.

El ruso respondió casi de inmediato, saludándolo con su habitual acento excesivamente fuerte para un ruso que ya llevaba veinte años viviendo en Nueva York.

—¡Ginta, amigo mío! —lo saludó Shippo, como si realmente se alegrara de escuchar su voz.

—Te llamé porque necesito de tu ingenio—respondió Ginta decidiendo ir directo al grano.

—Da, eso pensé. Y apuesto a que ella quiere que me pidas un favor, ¿no? —adivinó y Ginta imaginó una sonrisa torcida surgiendo lentamente del rostro astuto del ruso—. Vale, ¿qué necesitas? —preguntó Shippo con seriedad.

—Tienes que investigar todo sobre una mujer, su nombre es Amelia Pond —dijo, escuchando al hacker, tomar nota al otro lado del teléfono.

—Nada más fácil, amigo mío.

—Dile que si puede darme información satisfactoria en menos de media hora le daré treinta mil dólares, de lo contrario, que no se moleste en darme una respuesta—dijo Kagome sombríamente sin quitar la vista de la carretera.

—Recibirás el dinero solamente si logras encontrarle la información que busca en menos de media hora —se apresuró a informar Ginta.

—¿De cuántos estamos hablando? —preguntó Shippo, ahora más interesado, como el hombre codicioso que era.

—Treinta mil dólares —Respondió rápidamente Ginta, sabiendo que el precio sería tentador para el ruso.

—Muy bien, me pondré a trabajar enseguida. Te llamaré a este número en cuanto encuentre algo —declaró, interrumpiendo luego la llamada.

—El trato está hecho —informó Ginta, Kagome asintió, pero no dijo nada—.¿hacia dónde nos estamos dirigiendo, señorita? —preguntó, mirando a su alrededor con expresión desconcertada, dándose cuenta por primera vez de que no reconocía la calle por la que circulaba el Audi a toda velocidad, y que desde hacía unos metros las aceras habían empezado a estar demasiado aglomeradas para la hora que era.

—El doctor Taisho anotó una dirección en el post-it —respondió secamente, poniendo quinta velocidad, haciendo que el motor chillara de pura alegría por la oscura y semi desierta avenida.

                         

                                 ***

Sesshomaru no estaba seguro de entender completamente lo que la mujer acababa de responderle, así que simplemente se quedó mirándola con una expresión extraña, casi rechazando sus palabras.

—¿Sorprendido?

Los ojos de la mujer brillaban con picardía y diversión, a pesar de que el resto de su rostro estaba completamente desprovisto de cualquier expresión.

—No creo entender…— murmuró Sesshomaru, odiándose a sí mismo por el tono quejumbroso y tembloroso con el que había pronunciado aquellas vacilantes y patéticas palabras. 

—Sé que entendiste perfectamente — respondió secamente la mujer—. Conozco a Kagome desde hace años, sé quién es ella y sé que para ella eres solo otro hermoso ‘juguetito’. Lo sé, lo reconozco porque fui su primer juguete.

El tono de la mujer era amargo, resentido, como si esas palabras y esa triste confesión le hubieran causado sufrimiento.

—¡No soy un juguete!— exclamó Sesshomaru, quizás más para responder a la ofensa que había percibido en las mordaces palabras de la mujer que por el verdadero significado de aquellas declaraciones.

—Oh, sí lo eres. Eres solo eso para ella. Así como fui antes de ti y como serán otros después de ti. Sé muy bien cómo te sientes en este momento; estás convencido de que estás enamorado de ella, y tal vez realmente lo estés, y estás convencido de que ella vendrá a salvarte porque en el fondo, aunque tú mismo tengas serias dudas, esperas que ella sienta algo por ti.

El tono sereno y sosegado de la mujer enfureció a Sesshomaru, quien, a pesar del dolor en su hombro, intentó sentarse para poder enfrentarla con dignidad, como un hombre y no como un herido indefenso. Cayó de nuevo sobre el colchón, apretando los dientes para contener un áspero grito de dolor, sin dejar de mirar a la mujer frente a él a través de sus pestañas vergonzosamente mojadas por lágrimas de sufrimiento.

—¡No es así!— siseó a través del dolor, la mujer sonrió con una compasión tan evidente que lo ofendió.

—¿Ah, no? Entonces, ¿estás seguro de que ella te ama, que ella vendrá aquí para salvarte? ¿De verdad estás convencido de que lo que existe entre ustedes algún día tendrá futuro? —preguntó la mujer, su tono aún era compasivo y dulce, como si sus preguntas hubieran ido dirigidas a un niño, hermoso, pero retrasado.

Esas palabras atravesaron el alma de Sesshomaru, dejando tras de sí heridas dolorosas como la que llevaba en su hombro.

La sonrisa en los labios de la mujer se hizo más profunda, adquiriendo una nota extraña y malvada.

—Ya me lo imaginaba.

                                 ****

El teléfono sonó de repente, haciendo que Ginta se sobresaltara. Habían pasado exactamente trece minutos desde que Kagome, a través de él, le hubiese pedido al hacker ruso que encontrara información sobre esa misteriosa mujer.

Cuando Ginta reconoció el número del ruso en la pantalla de su teléfono, solamente pudo sorprenderse por la velocidad y la codicia del pelirrojo.

—Encontré veintiuna mujeres con ese nombre, ¡necesito más información! ¿Qué edad tiene la mujer que buscas? —preguntó, con el acento reforzado por la urgencia, pues no quería perder esos treinta mil.

Ginta se apresuró a hacerle esa pregunta a Kagome, quien se giró para darle una mirada escalofriante.

—Dile que no tendrá más de treinta y cinco años, es alta, pelirroja y de ojos marrones. Probablemente, tiene un buen trabajo —respondió ella para luego volver a concentrarse en la carretera.

Ginta pasó la información al ruso, quien le ordenó permanecer en la línea.

— Solo dos mujeres tienen ojos marrones y cabello rojo, pero una tiene cincuenta y ocho años y la otra siete. ¿Está bien? —preguntó Shippo, el interlocutor negó con la cabeza, frustrado.

—¡No, maldita sea! ¡Amelia Pond, es una mujer joven! —exclamó Ginta, exasperado.

—¡¡No es posible!! —dijo Shippo en respuesta, tan fuerte que, incluso, Kagome giró para mirar el teléfono con expresión molesta—. ¡No hay mujeres con este nombre que sean pelirrojas y altas! ¡¿No has pensado que la mujer que buscas en realidad no se llama Amelia Pond?! —preguntó, gritando tan fuerte que esta vez Kagome pudo escucharlo perfectamente.

—¡Oh, mierda!… —murmuró Kagome, tenía que apresurarse en encotrar a Sesshomaru.


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