Capitulo 9



—Hola, Ana. —Parpadeo varias veces hacia la persona que está frente a mí.

—¿Esteban? —bramo confundida. ¿Dónde estoy?— ¿Qué está pasando?, ¿qué haces aquí?

—Vine a ver como estabas. Esperaba volver a verte, pero debo decir que esta situación no es lo que quería. —Sonríe. Pero su sonrisa es triste. Mis ojos se alejan de su rostro y procesan las otras formas de la habitación, paredes inmaculadas, la maquina a mi lado, el sonido bip-bip, las intravenosas en mis manos, el fuerte olor a desinfectante... estoy en un hospital.

—No. No otra vez —sollozo—. No debían encontrarme, esta vez no.

—Ana, shhh tranquila. —Sus manos vienen hacia mi cuerpo gentilmente, me tenso y por instinto reacciono alejándome de su toque. Esteban comprime sus labios en una sola línea. Puedo ver el musculo de su mandíbula moverse—. No voy a hacerte daño.

—Otra vez, no me dejó ir, otra vez —susurro. Las lágrimas se derraman por mis mejillas, niego una y otra vez con mi cabeza. No lo entiendo, no comprendo, ¿acaso no entiende que quiero irme de aquí?— ¿Por qué?, ¿por qué? ya no quiero estar aquí, no quiero, no quiero...

—Ana —murmura con dolor. Intenta nuevamente acercarse a mí. Esta vez, lo veo venir y no me importa. Le permito tomarme en un abrazo. Necesito apoyarme el alguien, porque no comprendo lo que sucede.

Me toma un tiempo calmarme, y solo lo logro, gracias al medicamente que me inyectan. Entre el sueño y la vigilia, logro ver a Esteban acariciando mi cabello y le escucho susurrar algunas palabras.

—Todo va a mejorar, te lo prometo.

Quiero creerle, pero no puedo.

—Su padre ya está en camino, al parecer la madre de la paciente está enferma y recluida en el hospital del norte. —Escucho la voz de una mujer a lo lejos.

—Bien. Yo me quedaré con ella hasta que él esté aquí. —El hombre dueño de esa voz, se nota cansado. Intento abrir mis ojos, pero estoy muy cansada.

—Es tan joven, y por sus heridas esta no es la primera vez.

—No lo es. —gruñe el chico.

—Afortunadamente el bebé está bien.

¿Bebé? ¿Qué bebé?

Oh no, soy yo. Soy yo, habla del bebé que llevo dentro.

—No. —gimo—. No bebé. No.

—Shhh. Ana estoy aquí. No te preocupes, estoy aquí. —Alguien viene y toca mi frente. Sigue diciéndome que estaré bien y aunque me gustaría creerlo, no puedo.

—No quiere ese bebé —susurro—. No lo quiero, es un monstro, como su padre —jadeo. Me falta el aire—, lo es.

—Calma. Sólo descansa. Respira, vamos Ana, respira —pide. Obedezco e intento respirar. Logro calmarme y regreso a mi sueño.

—Ana. —Me vuelvo hacia Esteban, quien llega a mi lado y toma mi mano.

Desperté esta mañana y no se encontraba a mi lado. Veo que sostiene un vaso de café en su mano libre. Me da nuevamente una sonrisa, esta vez a pesar de la tristeza, también hay alivio.

—Esteban. —le digo— ¿Qué sucedió? ¿Quién fue esta vez?

Sus ojos brillan, no sé qué piensa en estos momentos, pero entiende que es lo que pregunto.

—Tu hermano. —dice. Mi cuerpo se tensa inmediatamente.

El maldito fue quien me encontró y llamó a emergencias. Que hijo de puta. Me hubiera dejado morir mejor.

—¿Quieres hablar? —pregunta con cautela. Niego y alejo mi rostro de él. Sabe que estoy embarazada. No sé por qué razón no he vuelto a entrar en crisis. Tal vez sea algún sedante—. Yo lo haré por ambos. Sé que mentiste Ana, alguien ha estado lastimándote y lo estás protegiendo. No entiendo el por qué, pero comprendo que lo hagas. No es lo que quiero y créeme, estoy tratando de ser profesional aquí, y no dejar que mi personalidad y mi moral se hagan presente, y te obligué a decirme quién es o tal vez acorrale a tu familia para averiguarlo —Su mano estrecha suavemente la mía—. Pero a pesar de todo lo que pienses, hay una solución, hay ayuda y voy a protegerte. Estaré aquí cada día, esperando a que decidas no callar más y me cuentes quien es el maldito hijo de puta que te ha hecho daño y es, probablemente, el padre del hijo que llevas.

Escuchar nuevamente que estoy embarazada hace que lágrimas, pasivas, rueden por mis mejillas. Esteban me abraza, suspiro en su pecho pero me niego a hablar. Estoy tan avergonzada, tan humillada, tan... vacía y cansada que no veo razón para decir algo. Él dice que va a protegerme, pero lo hecho, hecho está. Ya no hay nada que salvar, no hay nada que proteger.

—¡Oh mi niña! —solloza mi padre. Se deja caer de rodillas al lado de mi cama, lo que queda de mi corazón, duele al verle así

Nunca, ni siquiera la primera vez que intenté quitarme la vida, cuando mi abuela murió, o ahora, que mi madre está lentamente desapareciendo; él se ha derrumbado de esa manera. Llora y se lamenta por varios minutos, tal vez horas. No estoy segura, el medicamente me tiene algo dopada y no tengo sentido del tiempo y espacio muy claros.

—Papá, no te lamentes por mí. No hay nada porque llorar. —balbuceo.

—¿Cómo qué no? Eres mi bebé —gime—, oh cariño, ¿dime por qué lo haces?, te juro que cambiaremos todo. Lo haremos mejor, mamá saldrá de esto, seremos felices. ¿Qué te hace falta?, ¿en que hemos fallado?

Ver sus lágrimas me remueve todo. Él está sufriendo, no como yo lo he hecho por estos últimos cuatro años, pero su dolor es palpable. Quiero sentirme culpable por causarle ese dolor, pero el remordimiento es más fuerte.

—No hay nada, entiende papá. No quiero estar aquí, no quiero vivir.

—¿Pero por qué? ¿Qué te hemos hecho?, ¿acaso nos odias tanto?, ¿dónde nos equivocamos contigo? Hemos estado ahí para ti, te hemos dado todo, mi niña. Dime que hacer, dime que debo hacer para que nos ames nuevamente, para que ames vivir. —brama, desesperado. Limpia sus mejillas y se levanta—. ¿Es el padre del bebé? ¿Te hizo daño? Si él no quiere responder, yo te ayudaré, lo resolveremos, como familia. No lo necesitas cariño y no te juzgaré.

Niego con mi cabeza, o eso intento. —No quiero a éste bebé. Es un monstro, no lo quiero. Si quieres ayudarme, sácalo de mí y déjame ir. Déjame ir papá, por favor, déjame ir. ¡Déjame ir! —farfullo. Mi voz se va tornando alta y chillona, el efecto del sedante pasando rápidamente—. ¡Quiero morir! ¡Es justo! Necesito ser libre... déjame serlo. ¡Por favor!

—Ana. —llora. Intenta abrazarme, pero su toque, su olor, sus rasgos son tan semejantes a Didier, que imágenes de él regresan rápidamente a mi mente y empiezo a gritar— Ana, cariño ¿Qué pasa? ¡Ana!

—¡Noooo! ¡No me toques, no! Por favor... No, no, no. ¡NO! ¡Aléjateeee!

Me sacudo y agito, tan violentamente que las intravenosas lastiman mi piel y sangro. Dos enfermeras ingresan, seguidas de Esteban, una de ellas toma a mi padre y lo aleja, mientras la otra va por una jeringa e inyecta algo en mi bolsa de fluidos. Esteban intenta detener mis agitados movimientos. Mi corazón late a un ritmo tan fuerte, que literalmente me duele el pecho, el aire trata de escapar y aunque intento, por instinto, respirar, no logro hacerlo bien. Las manos de Esteban nuevamente frotan mi espalda, pero los recuerdos, sus palabras, todo; está tan vivo en mi mente ahora, incluso con el sedante opacando y adormeciendo mi cuerpo, me oigo susurrar:

—Didier no, no más por favor... para. Me lastimas.


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