Capítulo 5


Ahora once meses después.

Mi cumpleaños vino y se fue. No lo celebramos, claro que no.

Primero, porque no pude mirar a los ojos desde ese día, hace casi un año, a mi madre. También porque me volví más y más irritable, grosera y violenta con ellos.

Sé que no es su culpa que mi hermano me lastime, pero desde ese día de su aniversario número veinticuatro, han salido muchas noches, permitiéndole a él usarme a su antojo.

Román volvió, por supuesto que lo hizo. ¿Dónde más podría encontrar a una niña con la cual pudiera hacer lo que quisiese y nadie lo castigaría? En ningún lugar. No puede nadie imaginar las cosas que me ha hecho y las que me ha obligado a hacer.

He intentado negarme, incluso cuando pidió hacerlo en la habitación de mis padres, pero siempre he recibido un castigo. Justo dos días después de que me opuse a usar la sala de mí casa para ser violada por los tres, mi abuela sufrió un incidente con el gas de su casa y en los carros de mis padres aparecieron con los frenos cortados.

Ahora, con el maldito de Román y su mujerzuela Sully encantados con su juguete, ya no sólo tenían más respaldo para chantajearme, sino que tenían más poder sobre mí. Tanto así, que en varias ocasiones había tenido que ir a su propia casa.

Lo único bueno, si es que puedo llamarlo así, de esta nueva situación. Había sido que, Didier estaba últimamente tan drogado que ya había dejado de entrar tan frecuentemente a mi habitación, cada noche. Pero eso no detuvo a Hector ni a Román, o a Gustavo. El nuevo torturador de la formula.

He dormido con tantos chicos en mi escuela y en la ciudad, que me es imposible reconocer con quien he estado y con quién no. Mis padres ya se han enterado de los rumores sobre lo puta que se ha vuelto su hija. Han intentado hablarme, pero les grito y me escondo en mi habitación, ellos no tienen derecho a juzgar mi único método de escape, de liberación, de contraste con mi realidad.

Cada chico, incluso aquellos hombres casados con los que coqueteo y dejo que me toquen, es mi escape, mi herramienta, mi salvavidas cuando las manos y los cuerpos a los que no puedo decir que no, me tomen y me lastimen; pensar en ellos o imaginarlos me ayuda a ahuyentar el dolor.

Cuando tengo un orgasmo, uno que sea mío, por mi decisión, me siento libre, normal, como cualquier chica que disfruta del sexo y de su cuerpo.

Pero cuando acaba, cuando los dejo, ese dolor, esa sensación de repulsión, las voces de mi cabeza, me regresan a ese momento, cuando esos monstruos me reducen a un cascaron vacío, a nada.

—¿En qué piensas? —La voz de Nicolás, el chico con quien he tenido sexo, me saca de mis pensamientos.

Le sonrió coquetamente y froto su abdomen desnudo. —En ti, y en lo increíble que fue.

No miento, Nicolás realmente ha sido de otro mundo. Y no sólo porque me tomó tres semanas conquistarlo, cuando por lo general lo único necesito una sonrisa sugestiva y listo. No, él me dejó muy en claro que no me quería para una noche y ya. Al principio me enojé, mucho, luego lo seguí observando en el colegio, en la calle y me gustaba, lo quería. Es uno de los chicos más guapos que he visto.

Tiene unos increíbles ojos verdes que me hacen suspirar, una linda sonrisa, buen cuerpo, dos años mayor que mis casi dieciséis años, educado y respetuoso, detallista, con hoyuelos... hace suspirar a cualquier chica.

Después de intentarlo dos veces más y que él desechara mis avances, lloré. Vi en él algo que me hacia anhelarlo, la forma en la que trataba a las chicas, la forma en la que me miraba, sin juzgarme, sólo me veía a mí y no a mi fama de ser una fácil mujerzuela. Lo quería, lo necesitaba para llenar mi mente de sus recuerdos.

Dos días después de su rechazo, estaba sentada en la cafetería, cuando lo vi caminando hacia mí. Lo fulminé con la mirada y entonces sonrío, esa sonrisa hizo que mi corazón tartamudeara. Lo ignoré cuando se sentó a mi lado, fingí que no le oía cuando me habló, pero, cuando su mano tomó mi barbilla y me hizo mirarlo, no pude dejar de contemplar sus lindos ojos.

—¿Quieres ir a cenar conmigo mañana en la noche?

Parpadee, arrugué mi frente en confusión y volví a parpadear.

—¿Qué?

—He dicho...

—Si —interrumpo—. Ya sé lo que has dicho. No entiendo es, ¿por qué querrías invitarme a cenar?

—Me gustas. Se supone que cuando a un chico le gusta una chica la invita a salir —Sonríe y se encoje de hombros.

Me permito contemplarlo unos segundos antes de romper a reír.

—Nico, a ver. Si quieres acostarte conmigo no tienes que llevarme a una cita. Soy fácil de obtener —respondo. Hay una sonrisa amarga en mi rostro al decirlo.

—No —gruñe. Su frente se arruga en disgusto—. No quiero sólo acostarme contigo. Quiero salir contigo, de verdad me gustas Ana.

—Por favor —bufo—. Todos saben perfectamente que clase de chica soy yo.

—No, no sé quién eres —sonríe—, por eso te invito a salir. Quiero conocerte.

Y así pasaron tres semanas de cita en cita. Mentiría si dijera que no fue divertido y emocionante, Nicolás ha sido algo fresco y nuevo para mi vida. Es por ello que hoy, cuando me regaló mi primer ramo de flores y el primer oso de peluche, no pude evitar arrojarme a él y hacerlo mío.

—Tengo que irme —susurro entre sus brazos.

—¿Qué?, ¿por qué? —pregunta.

—Tengo que acompañar a mi tita. Ha estado enferma —miento.

—Oh. Bien. —Se levanta, la decepción marcando su rostro—. Te llevaré.

—¡No! —grito, confundiéndolo— Lo siento. No te preocupes, mi hermano vendrá por mí.

—¿Tu hermano?

—Si —respondo. Busco mi ropa y empiezo a cubrirme. Nicolás se acerca y me ayuda. Besa mis labios y me regala una de sus sonrisas. Una sonrisa que llevaré en mi mente esta noche, cuando tenga que dejarles a ellos hacer lo que deseen conmigo.

Quince minutos después, Didier hace sonar el claxon desde la calle. Ha llegado la hora. Me aferro a Nicolás cuando me abraza, grabando su aroma y su calidez. Se ríe y bromea sobre no querer separarme de él, lo cual es un poco cierto. Le doy una sonrisa tensa y camino de regreso a mi cruel vida.

Esa noche los recuerdos de Nico fueron suficientes, tanto así, que Román se disgustó un poco al ver que no recibía de mi parte tanto llanto, tantas quejas. Según él, estaba demasiado dispuesta para recibirlo y parecía que disfrutaba de sus caricias.

Si tan sólo hubiera sabido que no pensaba en él, sino en Nico.

Sonreí al escucharlo decir que no había obtenido satisfacción de ello. Que él quería una chica que sufriera y llorara. Amenazó un poco a mi hermano y a Héctor y luego procedió a golpearme. Todo el tiempo sonreí disfrutando de su frustración.

—Vas a pagar muy caro esto, mocosa —gruñe Didier en mi oído. Me encojo de hombros.

—Hice lo que me pediste, hermano. Lo deje tomarme.

—¡No! No lo hiciste. Cerraste tus putos ojos y empezaste a gemir como si lo disfrutarás. Si quisiéramos una maldita estrella porno contrataríamos a una puta. —Se abalanza sobre mí y me estruja—. Queremos dolor, llanto, sufrimiento. Será mejor que dejes de pensar en ese noviecito tuyo cuando estemos dentro de ti, de lo contrario no nos servirás de nada.

—Mi cuerpo es de ustedes, Didier. Pero mi mente, esa es mía. Y lo que yo haga con ella es mi problema —Ambos nos sorprendemos ante la valentía repentina que brota de mí.

Sus ojos se estrechan y me empuja hacia la pared, desgarra mi ropa interior y se despoja de la suya. Es la primera vez que le veo desnudo. Hay marcas de quemaduras en todo su cuerpo, es horrible verle. Mis ojos van hacia los suyos y susurro su nombre cuando veo el rencor y la ira en ellos.

—Mirame muy bien Ana. —Toma mis manos y las aprisiona en una de las suyas—. Si cierras los ojos, voy a cortarte, vas a mirarme cada vez que haga esto. —Corre una de mis piernas e introduce fuertemente dos dedos en mí. Dolor estalla ante la invasión inesperada. Me estremezco y jadeo—. Así es, quiero verte sufrir. —Me retuerzo lejos de su mano, pero me aprisiona con su pecho, impidiéndome alejarme. Me asalta con sus dedos una y otra vez pidiéndome que le vea hacerlo. Lloro cuando su pulgar frota mi clítoris, sé lo que intenta, quiere que me venga, quiere contaminar mis memorias, mis recuerdos—. Di mi jodido nombre —pide. Niego y lloro—. ¡Dilo, maldita sea!

—No.

—Vas a decirlo, maldita puta —Saca sus dedos y me empuja sobre la mesa del comedor—. Sostenla —pide. Héctor viene y agarra mis manos. Peleo, pero como siempre, su fuerza es mayor que la mía—. Vas a jodidamente amar y recordar esto, hermanita —Grito cuando lo siento entrar en mí desde atrás, me embiste con crudeza, su mano llega hasta mi sexo y empieza a estimularme.

Grito, lloro y le pido que no lo haga, lucho contra la presión que se construye, trato de alejar el orgasmo que se construye, pero incluso a pesar de las risas de Héctor, de mi hermano diciendo una y otra vez lo sucia y puta que soy, me vengo. Y es ahí cuando definitivamente me pierdo.

—Ya tienes a alguien en quien pensar cuando estén dentro de ti, mocosa. Ahora levanta tu asqueroso culo y aléjate de mí. —Llorando me levanto y camino hacia mi cuarto—. Por cierto —su voz me detiene antes de cerrar mi puerta—. Si vuelves a ver la muñequito de hoy, o a cualquier otro, le haremos una visita a cada uno. Tal vez y les divierta el pequeño videíto que acabamos de hacer contigo.

Jadeo, horrorizada. No me di cuenta en que momento lo hicieron, pero Didier reproduce algo en su móvil y escucho mis propios gritos pidiéndole que se detenga. La bilis sube y no puedo contenerla, corro hacia mi baño y me dejo caer en el sanitario. Vomito todo lo que tengo en mi estómago y lo que no.

Trato de levantarme apoyándome en el lavamanos, pero estoy tan débil que caigo nuevamente, llevando conmigo el recipiente con mis productos. Todos se esparcen en el suelo, pero uno particularmente llama mi atención. Me arrojo hacia él, veo mi salida definitiva. El fin para esta tortura, no parpadeo siquiera cuando corto mis muñecas, no siento dolor cuando la piel se abre y la sangre brota, ni siquiera me doy cuenta de que caigo hacia atrás en el baño y mis parpados se cierran.

Sólo quiero irme, alejarme de todo y de todos, de esta agonía, de esta vida, de este dolor. No quiero sentirme así, sucia, usada, avergonzada. No quiero que vuelvan a tocarme, no quiero volver a escucharlos o a sentirlos. No quiero que vuelvan a tomar mi cuerpo ni tampoco que vuelvan a tomar mi mente, mi alma.

Estoy tan entumecida que tampoco me doy cuenta que mi mamá ha abierto la puerta de mi baño, que grita desesperada, no me percato que se arrodilla delante de mí, ni de la sangre manchando sus rodillas, ni de las lágrimas rodando por su rostro.

No me doy cuenta de nada más hasta el siguiente par de días, cuando despierto en la habitación de un hospital y me percato de que no pude obtener mi salida. Otra vez alguien acabó con ella.


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