Capítulo 10
Sé que algo no está bien, incluso antes de abrir los ojos.
Es el aire, se siente pesado. Tantas emociones lo sobrecargan, y creo, es eso lo que me despierta nuevamente.
Y tengo toda la razón al abrir mis ojos.
Parpadeo varias veces, para encontrar a dos policías, un médico, dos enfermeras, un Esteban muy furioso y a mi padre, desconsolado, hablando entre ellos.
El primero en percatarse que estoy despierta es Esteban. Viene rápidamente hacia mí.
—Hey. —saluda. Lo observo con aprehensión. ¿Qué hace la policía aquí?
Debe notar mi miedo al verlos, pues trata de calmarme; pero cuando mi padre, me observa con esa mirada tan lastimera, culposa y desolada. Entro en pánico nuevamente.
¿Qué he dicho? ¿Qué sucede?
—Calma, Ana. Está todo bien ahora. Estás a salvo.
¿Bien? ¿Él cree que todo está bien?
Jadeo y empiezo a respirar rápidamente, las enfermeras vienen hacia mí y preparan otra inyección, pero Esteban las detiene. Me pide que respire, que me concentre en él, en su voz. Lo hago y poco a poco me calmo un poco.
—¿Qué está pasando? —grazno.
—Lo sabemos. —dice Esteban. Mis ojos se abren y otro ataque de pánico amenaza—. No —espeta con exigencia—. No vas a entrar en pánico. Vas a escucharme y luego vas a hablar. —Mi padre chasquea y arremete contra Esteban por su agresividad, pero contrario a lo que piensan, funciona. La ansiedad y el miedo se alejan y me quedo absorta en él—. Después de lo que paso ayer, lo que dijiste y tus respuestas hacia el contacto masculino, especialmente el de tu padre y tu reacción al mencionar a tu hermano, estos días, como en las sesiones de hace dos años y tu reticencia y rencor hacia el feto que crece en ti. Le he pedido al doctor que te examinará y hemos confirmado mis sospechas.
Miro con terror al médico que se adelanta un poco. En sus manos hay una tabla donde están algunas hojas que supongo son los exámenes.
—Hemos realizado un examen riguroso en la señorita Duran, presenta laceraciones y muestras de violencia sexual en sus genitales femeninos así como en el ano y recto. Algunas están cicatrizadas y otras son recientes. También hay ciertas marcas de dientes y contusiones en su cuerpo que se encuentra sanando.
—Dijiste que te habían asaltado —balbucea mi padre. Está a punto de caer nuevamente y lamentarse en el suelo.
—Señor Duran. —reprende Esteba a mi padre.
—¿Por qué mentiste? —pregunta. Sus desesperados ojos me ven y a la vez no lo hace. El silencio es mi única respuesta— ¿Ana? —Vuelvo mi rostro hacia la ventana—. Responde ¡Maldita sea!
Su grito me hace estremecer y vuelvo a llorar. Mi padre tira de su cabello, angustiado y desesperado.
—Señor José, voy a pedirle que por favor vaya y tome un poco de aire. Su actitud no está ayudando en nada a Ana. —gruñe Esteban. Viene hacia mí y toma mi mando en apoyo.
Mi padre mira confundido a Esteban. Suspira, niega con su cabeza y sale apresuradamente del cuarto. Las lágrimas se hacen presente y me cubro mi rostro para llorar por el dolor y la vergüenza que siento.
—Ana. Debes decirnos que sucede.
—No puedo. —sollozo.
—Sí, si puedes hacerlo.
—No. Déjame sola, quiero estar sola.
—Bien. Te dejaré sola, pero sólo por ahora. —Su rostro se ubica frente al mío y con la mayor convicción dice—. Volveré en unos momentos, y hablaremos quieras o no. No debes tener miedo, estoy aquí y voy a acompañarte en cada paso que des, te ayudaré, te cuidaré y jamás creeré algo diferente de ti. Eres una guerrera, te han lastimado y aun así, aquí estás.
Se equivoca. No lo soy.
No le doy alguna señal de que le he entendido, parpadeo y permanezco inmóvil, esperando que se vaya. Entiende mi silencio y respeta mi decisión de dejarme sola.
Sola para idear una forma de salir definitivamente de esta.
Sola para acabar con la tortura que empezó hace cuatro años.
—No lo harás. —Me sobresalto al escuchar la voz de Esteban a mi espalda.
Cierro mis ojos y ahogo una maldición. No puedo creerlo, qué demonios he hecho mal, para que cada vez que lo intente, alguien me regrese de nuevo.
—Abre los ojos, Ana. Estoy aquí y lo estaré mientras tú y yo aún respiremos.
Suspiro y me aferro al marco de la ventana. Lo siguiente que siento son unas manos que me toman por la cintura, trato de esquivarle sosteniéndome fuerte de la ventana, pero su fuerza termina por hacerme ceder, y me alejan de mi tercer intento por acabar conmigo misma. Es un piso siete, es probarle que muriera.
O no.
Pero por lo menos el bebé no sobreviviría.
—Te tengo. —susurra en mi oído. Me estremezco y solo cuando el limpia mis lágrimas, me percato de que nuevamente estoy llorando—. A pesar de la tristeza que hay en tus ojos, a pesar del vacío que puedas sentir Ana, si miras bien, puedes encontrar mil razones para vivir, así como yo encuentro una para que tú lo hagas...
—¿Y cuál es? —musito, confundida.
—Te necesito.
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