Capítulo 1


—¡Anna ven aquí! —grita mi madre desde la cocina de casa. Dejo la tarea a medio hacer y camino hacia ella para averiguar que necesita.

—Dime mami.

—Toma esa cacerola cariño, y tráemela. Necesito terminar tu pastel.

Tomo el recipiente que me pide y ayudo a verter la masa rosa que será parte del enorme pastel de cumpleaños para mí. Con una sonrisa contemplo las catorce velas en la mesa de la cocina. Sí, hoy es mi cumpleaños número catorce.

—Deja de comerte el relleno. No quedará nada para esta noche. —Golpea suavemente mi mano y sonríe.

—Lo siento, mamá. Pero que conste que está delicioso.

—Gracias cariño. Ve y sigue con tus tareas.

—Vale.

Continúo por la siguiente hora trabajando en mi proyecto de español mientras mi madre sigue preparando mi pastel de cumpleaños. A las cinco pasadas todo en la cocina queda listo y mamá se sienta conmigo a ayudarme.

—¿Dónde está la hermosa cumpleañera?

—¡Papá! —grito cuando veo el enorme oso de peluche que mi padre trae en sus brazos.

—Feliz cumpleaños cariño. —Besa mi mejilla y me entrega mi presente.

—¡Es tan lindo! Gracias pa'

—Es con mucho cariño, princesa.

Papá camina hacia su estudio y mamá me pide ayude a decorar la mesa y ubicar los platos y vasos de mi cumpleaños. Pronto mis mejores amigas Sonia, Emily y Katherine llegan con sus regalos para festejar con mi familia.

—¿Y Didier?

—No lo sé amor. Le he llamado tres veces y no responde.

Mi corazón se contrae un poco ante la mención de mi hermano. Didier es cuatro años mayor que yo, y aunque antes nos queríamos demasiado, ahora sólo nos soportamos el uno al otro.

Él a mí me considera una mocosa consentida y caprichosa. Y a él lo veo como un holgazán que no se preocupa por su familia. Pero nunca fue así. Hace algunos años Didier era el mejor hermano, el mejor hijo y el mejor en todo. Desde su accidente en bicicleta, y el hecho de poder volver a jugar fútbol, se ha convertido en un desconocido para esta familia.

—Ese chico va a escucharme. Se lo dije, le dije que debía estar temprano para celebrar el cumpleaños de su hermana.

—Probablemente este con Héctor y sus amigotes —Es lo más probable. Mamá asiente hacia mí y toma el teléfono.

—Didier. ¿Dónde estás? —Hace una pausa para escuchar la respuesta de mi hermano. No debe ser buena ya que se torna roja y resopla—.¿Cómo que cual es mi problema? Mucho cuidado jovencito. Podrás tener dieciocho años ya, pero sigo siendo tu madre y puedo preguntar en dónde vas a estar. —Escucho un grito fuerte del otro lado de la línea. Miro con disculpa a mis amigas cuando la voz de mamá se eleva—. ¡Será mejor que te presentes en casa o no tendrás más dinero para gastar en tus necias amiguitas y los inestables de tus amigos!

Algo debe responder Didier, pero es interrumpido cuando mi madre cuelga. —En un momento estará aquí.

Respira profundamente y va hacia la cocina para traer el pastel.

—Lo siento chicas, drama familiar.

—No te preocupes An, mi hermano es igual de idiota que el tuyo —Sonrío hacia Nia. Su hermano es Héctor, el idiota e imbécil mejor amigo del mío.

—¿Sabes quién me preguntó por ti esta mañana en la escuela?

—¿Quien? ¡Emy dime!

—Christian Arboleda.

—¡No! —gritamos las tres ante la noticia de Amy.

Christian Arboleda es, hasta el momento, el chico más lindo de la escuela. Cursa un año más que nosotras pero por obra divina tenemos la misma clase de inglés. Y gracias al cielo él es muy bueno en ese idioma, yo no tanto. He tenido un enamoramiento por él desde hace un año.

—Si —continua Emy—, esta mañana que no fuiste a clase de inglés le pregunto a todos por ti. Era de lo único que hablaba Danna.

—Danna —gruño con desdén.

La chica es la eterna novia de Christian. Bueno, él aún no sabe que son y siempre han sido novios. Pero la chica lo reclama como tal.

—Exacto. Estaba súper molesta por el interés de Chris en ti.

—¡Que tonta! Él ni siquiera sabe que existe.

—Lo sabemos Nia, pero ella se empeña en marcar territorio.

—¿Qué mas dijo? —pregunto entusiasmada.

—Que si alguien tenía tu número, por favor, se lo diera.

¿¡Qué!?

Por la santa trinidad. Chris quiere mi número.

—No puedes estar hablando en serio —susurra con asombro Nia.

—¿Por qué no? Ese chico ha estado detrás de An desde que tienen la misma clase juntos. ¿Dime que se lo diste Emy?

—Por supuesto que lo hice Kate.

—Oh Dios santo. Creo que sufriré un colapso.

—No. No lo hagas. Es tu cumpleaños y aún no hemos tenido pastel. —Gimoteo ante las sacudidas que me da Nia—. Puedes tener tu ataque de histeria cuando estés en la soledad de tu habitación.

—Está bien. Voy a calmarme.

Y contrario a mi afirmación, corro a mi habitación para tomar el móvil y tenerlo a mano. Sólo por si alguien decide llamar.

Alguien como Christian Arboleda.

Feliz cumpleaños a ti... feliz cumpleaños querida Anna. Feliz cumpleaños a ti.

Soplo fuertemente para poder apagar las catorce velas de mi hermoso pastel. Logro apagar diez, Kate y Nia me ayudan con el resto. Mamá sirve el pastel y papá me ayuda a destapar mis regalos.

—¿Una caja de música? Oh Dios Nia. Es hermosa —Abrazo a mi mejor. Yo amo las cajas de música, en mi cuarto tengo una que me dio mi abuela cuando tenía cuatro años. Es un hermoso carrusel, y cada vez que voy a dormir la escucho por unos momentos.

—La encontré en esa tienda de antigüedades que tanto visitas.

—Es perfecta.

Es una hermosa bailarina de ballet, está un poco opaca y sin brillo, pero una pintada y quedará perfecta. Abrazo a mi amiga y termino por destapar el resto de mis presentes. Dos cupones de librería, una gargantilla y nuevo teléfono móvil son el resto de mis regalos.

Terminamos nuestros trozos de pasteles hablando de mil cosas y riendo. Justo cuando estoy despidiéndome de mis amigas en la puerta. Veo el auto de Héctor dejar a mi hermano en frente de la entrada.

—Bien, será mejor que nos vayamos antes de que a tu hermano se le ocurra decir algo y me cabree.

—Gracias Nia.

—Mocosas —gruñe Didier a mis amigas, pasa por mi lado y ni me determina.

—¡Qué idiota!

—Dímelo a mí, Kate. Pero es mejor así.

—Cuídate nena, nos vemos mañana en la escuela.

—Nos vemos Nia, gracias chicas.

—Feliz cumpleaños.

Entro a casa y ayudo a mi madre en la cocina, papá baja corriendo las escaleras de casa hablando por teléfono.

—Tranquila mamá, ya vamos para allá. Llamaré al 123.

—¿Qué sucede con Marina? —pregunta mamá dejando la mesa sin recoger.

—Tropezó con una de sus plantas y al parecer se ha roto la muñeca. Toma el abrigo cielo, iremos para llevarla al hospital.

—¿La tita estará bien?

—Si cariño. Sólo es su muñeca. ¡Didier! —Mi hermano no asoma la cabeza de su habitación a pesar del grito de mi padre—. ¡Joder! ¡Didier! Ven aquí ahora mismo o subiré por ti y no será bonito.

Unos minutos después, escucho los pasos lentos y pesados de mi hermano.

—¿Qué? —pregunta con altanería.

—No me respondas de esa manera, soy tu padre y quien paga por todo lo que comes y vistes.

—Lo que sea. ¿Para qué me llamas?

—Didier —advierte mamá.

—La abuela ha sufrido un accidente. Tu mamá y yo iremos para llevarla al hospital, necesito que cuides de la casa y de tu hermana mientras regresamos.

—Bien —gruñe y se deja caer en el sofá de casa tomando un trozo de pastel que sobro de la mesa de centro—. Cuidaré de la malcriada.

—¡Es suficiente! —El grito de mi padre sobresalta a mamá y a mí, mi hermano por el contrario sigue imperturbable—. Me tienes hasta las narices con tu actitud, será mejor que empieces a respetarnos o...

—...Me pondrás de patas en la calle. Deberías cambiar el discurso, es aburrido ya.

—Tu pequeño hijo de...

—José —grita mi madre y detiene a papá de abalanzarse sobre mi hermano que sonríe desde su posición en el sofá—. No es hora de discutir, tenemos que ayudar a tu mamá. Y tú... —Señala a mi hermano—: deja de provocarnos y haz algo productivo de una vez por todas.

Un gruñido animal es la única respuesta de Didier. Me despido de papá y mamá y me dispongo a limpiar el resto de la decoración de mi cumpleaños.

—Te falto ahí, mocosa. —Ignoro a mi hermano y continúo lavando los platos.

Una mano aprieta mi antebrazo fuertemente. —Dije. Te falto ahí, mocosa.

—Suéltame. —Halo intentando zafarme pero lo único que consigo que es que duela.

—Ni para limpiar sirves. —Me empuja tan fuerte que tropiezo y caigo contra el mesón de atrás, golpeándome fuertemente en la espalda—. ¡Qué torpe eres! y que pendeja. —Se burla. Regresa a la sala y enciende el televisor. Limpiando las lágrimas de mis ojos, cierro la llave del agua y decido subir.

Escucho que habla con sus amigos por teléfono, sólo espero que no decida invitarlos a casa. Ninguno de ellos me agrada y son unos completos cerdos.

Tomo el móvil nuevo, que mi padre ya había configurado, y reviso un mensaje que llegó hace dos minutos de mamá:

Tu abuela debe ser operada cariño. Esta noche será larga para nosotros. Asegúrate que todo esté bien cerrado y vete a dormir. Te queremos cielo. La abuela dice que siente haber interrumpido tu celebración, por supuesto que le dije que no era su culpa.

Te amamos.

Suspiro y me preparo para irme a dormir, después de limpiar mis dientes y ponerme mi pijama; bajo las escaleras para asegurar las puertas y ventanas —el idiota de mi hermano no creo que pueda hacer algo tan simple como eso. O tal vez no le dé la gana— pero al llegar al primer piso me encuentro con Héctor y dos amigos más de mi hermano. Suspiro y decido volver a mi cuarto. Es lo mejor para no tener que lidiar con ese grupo de tontos.

Le doy cuerda a mi caja de música y me adentro entre mis sabanas. Entre la inconsciencia recuerdo que no aseguré la puerta y me levanto para hacerlo, pero antes de lograrlo, es abierta. Los ojos desenfocados de mi hermano me reciben, cuando veo su sonrisa siniestra un escalofrío se cuela por todo mi cuerpo. Pero sólo cuando abre su boca para hablar y veo a sus dos amigos tras de él, es que percibo la verdadera amenaza.

—Buenas noches, mocosa.


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