¿Por qué me siento así?

—Ahora es mi turno —suspiró la pelirroja y se concentró.

En el bosque sólo se escuchaba el sonido de los animales y el de su respiración. Sabía que Celeste estaba a su lado, tratando de no hacer ruido.

Los pájaros hablaban en su idioma mientras que los insectos se movían por la corteza de los árboles y en el suelo.

Percibió que un animal corría por los alrededores y empezó a seguirlo. En unos segundos vio que se trataba de un tapir. El animal no era muy veloz, pero sí muy escurridizo.

Después de dos intentos logró inmovilizarlo sentándose encima de él y bebió su sangre. No podía negar que estaba muy hambrienta. El día anterior no había comido ya que su amiga recién le había enseñado lo esencial para cazar.

—Muy bien hecho, Susana —la felicitó Celeste.

Ella no le hizo caso porque estaba distraída con la sangre del animal. Sus instintos estaban al máximo.

:::

Esteban se derrumbó agotado encima de la mujer que estaba con él. Después, cuando se recuperó, se levantó y observó a la rubia que descansaba en su cama.

—Ya puedes irte, Ana —le dijo caminando en dirección al baño.

—Pero... Esteban...

—Ya tuviste lo que querías, ahora vete —bramó.

La rubia no quiso objetar ante la mirada del hombre. Parecía capaz de todo. Cuando él se perdió por el umbral del baño, ella se vistió y salió de la casa. Habían llegado hace unas horas una fiesta y él prácticamente la acababa de echar después de usarla.

Lo triste era que él no hizo eso sólo con ella, lo hacía con muchas mujeres. Ya no le importaba nadie, su prioridad era satisfacer sus necesidades.

Salió del baño y se tumbó en la cama. Miraba el techo como si fuera la cosa más interesante del mundo.

—¿Has estado con muchas mujeres cierto? —preguntó la pelirroja recostando su cabeza en el pecho desnudo de Esteban.

—¿Por qué lo preguntas? —elevó una ceja mientras le acariciaba el cabello.

—Es curiosidad.

—Pues no he estado con tantas como te imaginas —le besó en su frente.

—Eso espero, amor.

—No me digas que estás celosa.

—Sólo es inseguridad. Cualquiera de ellas pudo tener más experiencia que yo.

—Es más excitante corromperte a ti —le besó—. Las demás mujeres son parte del pasado. Es como intentar recordar qué color de calcetines me puse cada vez que me ponía zapatos; no tenían importancia.

—¿Y yo, sí?

—Claro que sí. Cada centímetro tuyo me interesa.

—¿Y qué sucedería si termináramos?

—No te voy a dejar. Te perseguiré hasta el fin del mundo.

—¿Y si sufriera un accidente y quedara en coma?

—Te esperaría hasta que despertaras.

—¿Sin tocar a otra?

—Por supuesto.

—¿Y si muriera?

—Eso no sucederá.

—Sólo lo digo como una de las posibilidades. ¿Sabes algo? Si eso pasara me sentiría celosa de verte con otra desde arriba. Puedo ser muy egoísta con lo que amo —le acarició el rostro con el dorso de su mano.

—Jamás te cambiaría por otra. Tú ya tienes ocupado todo mi corazón, no queda espacio para más personas.

Escucharon unos pasos acercándose.

—Esteban, hijo, ¿no escuchas que te llamo? —preguntó Cristina abriendo la puerta de la habitación de Esteban.

Susana se cubrió rápidamente al igual que Esteban.

—Mamá, no entres sin tocar.

—Lo siento —dijo con un notable sonrojo.

Susana también estaba sonrojada y escondió su cabeza debajo de la sábana blanca que los cubría.

—Esta noche iré a tu casa. Ahora estoy muy ocupado —habló él con su madre.

—Bueno, me voy. Lo siento —cerró la puerta.

Susana no salió debajo de la sábana. Se sentía tan avergonzada.

—¿Por qué te pones así?

—Es que... no esperaba que tu madre entrara aquí. Jamás imaginé pasar por esto.

Esteban le descubrió el rostro y la besó con ansia. Cuando se separaron, ella le miró fijamente.

—Es evidente que no imaginaste esta situación si ningún hombre te tocó antes que yo.

—¿Eso te hace feliz?

—Más de lo que piensas. Me hace sentir dichoso que nunca otro hombre pudo hacerte lo que yo te hago. Sólo hay algo que me parece curioso.

—¿Qué cosa? —entrecerró los ojos.

—Que sientas tanta vergüenza después de que mi madre nos haya pillado y, en la sesión de fotos te hayas mostrado muy segura.

—¿No podemos olvidar la sesión?

—Claro que no. Ahí fue la primera vez que te hice mía —le susurró al oído.

—¡Eso no es cierto! No pasó nada ese día.

—Hmp. ¿No pasó nada?

—No, nada. Sólo me besaste un poco.

—Si quieres creer eso, hazlo. Los dos sabemos que pasó algo más.

—Susana... Sé que sabes que no siento nada con las otras mujeres. Me dejaste un vacío que no se puede llenar. Sólo hago esto para demostrarte que te decía la verdad, no puedo sentir nada con otras —se quedó dormido.

La realidad lo estaba destruyendo poco a poco, pero no iba a ceder. La opción de suicidio sólo lo alejaría de su amada pelirroja.

:::

Necesito lucir diferente. No quiero que me reconozcan cuando salga —dijo la pelirroja frente al espejo—. Mi cabello rojo llama mucho la atención.

Celeste, quién estaba detrás de ella, la observó con los ojos entrecerrados.

—¿Una peluca?—preguntó.

—Buena idea.

—Dime el color que jamás elegirías en un tinte.

Susana lo meditó un poco. Jamás había pensado en pintarse el cabello. Le gustaba su cabello, había aprendido a aceptarlo pese a las burlas que recibía cuando era pequeña.

—Creo que no me imagino siendo rubia.

—Espera aquí.

Las dos estaban en una tienda para chicas. Susana cubría su cabello con una pañoleta blanca. No podía correr el riesgo de que la reconocieran.

—Aquí está —avisó Celeste—. Sólo había una peluca rubia con mechas azules, pero te servirá.

—Gracias.

Después de hacer las compras en esa tienda, fueron a una librería a mirar los libros y los CDs.

:::

Abrió sus ojos de golpe. Estaba sudando. Llevó su mano a su frente y trató de quitar todas las gotas saladas. Se levantó de la cama y caminó hasta el baño.

Su reflejo en el espejo que estaba en la pared le hizo darse cuenta de lo mal que se veía. Tenía ojeras y estaba más pálido de lo normal. Pasó una mano por sus cabellos y bufó con molestia. No deseaba recordar lo que había soñado.

Abrió la ducha y se puso bajo la misma. Recostó sus manos por los azulejos del baño y bajó su cabeza mientras el agua recorría cada rincón de su cuerpo.



—Gracias por llevarme a cenar —le besó la mejilla.

—No tienes que agradecer, Susana.

—Que seas mi novio no hace que estés obligado a llevarme a salir.

—Claro que lo hace —la tomó de la cintura—. Estoy obligado a hacerte feliz.

Ella rodeó su cuello con los brazos y le sonrió. Él le trataba muy bien. Hasta había hecho cosas que Susana hubiera reclamado si no lo hubiera hecho él. El hecho de estar cerca de Esteban la hacía muy feliz.

—Mmm Esteban...Sé lo que hiciste hoy —le susurró mientras le abrazaba.

—¿Hmp?

—Sé que usaste tu dinero para que pudiera salir de la sesión de fotos. No debiste hacerlo.

—¿Por qué no? Quería estar junto a ti y cómo sabía que no tenías tiempo y que no podía comprar tiempo, compré a tu fotógrafo y a los de la campaña.

Ella rió fuertemente.

—No me lo ibas a decir, ¿cierto?

—¿Por qué debería hacerlo?

—Porque no quiero que me ocultes nada.

—Está bien.

Se besaron y subieron al auto. Susana se puso su cinturón y Esteban colocó su mano en la pierna de ella. La mujer llevaba una falda muy corta y eso le gustaba a él. Por supuesto que sólo cuando estaba con él, porque cuando los demás hombres la miraban, deseaba que estuviera vestida de monja.

—Esteban... Tengo una inquietud.

—Dímelo.

—Es que no sé qué fue lo que viste en mí. Sé que a muchos le gustaría estar en tu lugar, pero sólo porque soy bonita y tengo un lindo cuerpo.

—No voy a negar que eres hermosa, pero si ese fuera el caso, no estaría en este momento contigo. Tú eres especial, tus ojos me hechizaron desde el primer instante y sé que tú sentiste algo similar.

Ella asintió.

—Jamás pensé que una mujer podría gustarme tanto. Y después eso cambió, el sentimiento creció y me enamoré de ti. No es sólo tu aspecto físico, eres tú, tu alma. Eres tan amable, bondadosa, cariñosa, es imposible no amarte.

—Esteban...te amo —le besó con lentitud, demostrándole que ella también le quería con todo el corazón.

—¿Dónde vamos? —interrogó al separarse.

—A mi casa. Aún no hemos estado en mi habitación —dijo sonrojada.

—Me parece bien.

Esas palabras bastaron para climatizar un encuentro entre ellos. Estaban muy ansiosos por volver a ser uno solo. Necesitaban entregarse a la persona que más amaban en el mundo y llegar al cielo juntos.

—Esto fue especial —susurró la pelirroja.

—Lo sé —coincidió el castaño.

Ella se acurrucó al lado de su novio.

—¿Qué sucedería si quedara embarazada?

—Tendrías que buscar al padre de tu hijo —bromeó Esteban.

—¡No juegues así! Un hijo es algo muy serio —le regañó.

—Hmp —le besó en su cabeza—. Si estuvieras embarazada, yo sería el hombre más feliz de mundo.

—¿Por qué?

—Porque tú llevarías un hijo en tu vientre y todos sabrían que eres mía.

—¿No te basta con que yo te diga que soy tuya?

—Eso no hace que los demás dejen de mirarte.

—Sabes que te amo. Soy tuya y nunca nadie va a poder hacerme sentir lo que tu me haces sentir cuando estás cerca.

Por más que intentaba, no podía dejar de pensar en cada momento que pasó con Susana. Si ella no hubiera muerto, en esos momentos estaría con él, disfrutando uno del otro. Seguramente con los preparativos de la boda. Todo iba a ser perfecto.

Salió de la ducha y se envolvió con una toalla. Se vistió rápidamente y abandonó la habitación.

:::

La pelirroja necesitaba aclarar sus dudas. ¿Y qué mejor fuente que ella misma? Recordaba donde estaba su casa. Se vistió para que no la reconocieran y salió en busca de respuestas. Lo peor que le podía pasar a alguien era perder la memoria porque cualquiera podía aprovecharse.

No tardó mucho en llegar hasta su viejo hogar. Encontró la llave bajo la alfombra que estaba frente a la puerta principal. La puerta chilló cuando la abrió. Las luces estaban todas apagadas y el lugar parecía que no se había limpiado en días.

Ingresó con parsimonia mientras una corriente de aire le hizo percatarse de lo familiar que le resultaba esa casa. Había sido su hogar.

Atravesó la sala y fue directo a su antigua habitación. Sentía una paz en el pecho, algo le decía que estaba haciendo lo correcto. Acarició su vientre, dentro de unos meses podría ver al bebé que estaba dentro.

Apartó la sábana blanca que cubría su cama y se tumbó con la mirada en el techo.

—Necesito recordar—su voz se entrecortó por la angustia.

Recordaba algunas cosas, pero jamás a Arturo con ella, algo le faltaba, algo muy importante.

Buscó en los cajones de las cómodas y no encontró nada. Luego revisó el buró y encontró una pequeña agenda. Lo peculiar era que estaba forrada de terciopelo rosa.

—Mi diario —susurró recordando.

:::

Sus piernas caminaron hasta ese lugar sin que él lo hubiera pensado. Miró la casa donde había pasado algunos de los mejores momentos de su vida. ¿Por qué tuvo que cambiar todo? Había sido muy feliz al lado de la pelirroja y ahora, su alma estaba vacía. ¿Por qué seguía vivo? Porque a ella no le gustaban los suicidios. "Cobardes", decía cada vez que veía en las noticias que personas se quitaban la vida.

Susana tenía las piernas cruzadas en el sofá de la sala. Estaba muy concentrada escribiendo en su libreta especial. Esteban la observaba detenidamente mientras tomaba su desayuno.

—¿Qué tanto escribes? —interrogó con curiosidad.

Ella rió y le contestó:

—Este es mi diario —le enseñó—. Aquí escribo todo lo que me sucede.

—¿Todo? —elevó una ceja.

—Todo —repitió ella—. Cada beso, cada caricia que me das. Todo lo que me haces decir, suspirar...

—¿Puedo leerlo?

—Claro que no. Es muy personal.

—No le veo lo malo a que hojee unas páginas.

—Pues yo sí —dejó el diario en el sofá y se acercó a él.

Esteban sonrió de medio lado cuando ella le quitó su taza de café y la dejó en la mesita de vidrio para poder besarlo con ansia.

—Quiero que me prometas que no lo leerás.

—¿Por qué?

—Porque no quiero que leas lo que escribo. Tal vez te deje leerlo cuando estemos casados. Claro que eso si piensas casarte conmigo.

—Por supuesto que nos casaremos. Ya tengo planeado nuestros primeros cincuenta años de matrimonio.

—¡Esteban! Prométemelo.

—Está bien, lo prometo. A menos que suceda algo extremo y no tenga otra opción.

—Ok.

Él la besó mientras la levantó del suelo y Susana no pudo hacer otra cosa que enredar sus piernas alrededor de la cintura del hombre.

El teléfono sonando los interrumpió. La pelirroja contestó apartándose de su novio. Habló unos segundos con la persona que los había interrumpido.

—Lo lamento, amor. Tengo que ir a trabajar—se disculpó Susana.

Rápidamente, tomó su cartera y se puso su saco blanco, le dio un beso corto a Esteban y salió de la casa.

El hombre se quedó un poco molesto por la interrupción. No era que la noche anterior no hubiera disfrutado de su Susana, sino que también había  querido comenzar el día con un poco de "acción" entre los dos.

Automáticamente, el diario de Susana atrajo su atención. Le había prometido que no lo leería, pero la tentación era enorme. Movió la cabeza a los lados y tomó su celular para salir de la casa. No iba a faltar a su palabra.


Cuando se dio cuenta, estaba abriendo la puerta principal. No estaba cerrada, eso le extrañó. Seguramente había una explicación. Se percató que la luz de la habitación de Susana estaba encendida. Se apresuró al llegar ahí y encontró a una desconocida en ese lugar.

—¿Quién eres y qué haces aquí?—interrogó haciendo que la mujer soltara lo que tenía en las manos.

—Yo... —iba a inventar algo hasta que se dio cuenta de que él había invadido su casa—. Eso debería preguntar yo.

Él elevó una ceja y la observó con detenimiento. No se podía ver bien el rostro de la mujer rubia porque tenía lentes de sol bastante grandes.

—Llamaré a la policía —tomó su celular de su bolsillo.

—No lo hagas —se apresuró a decir la extraña.

—¿Por qué no?

—Pues... porque... ¡Porque yo lo haré! No puedes venir a entrar aquí como si fuera tu casa.

—Esta casa perteneció a alguien importante. Si bien ahora está en manos de Teresa Bogado, voy a ofrecerle dinero a ella para comprarla.

Cerró los ojos por unos segundos y trató de esconder con su cuerpo el diario que se le había caído al suelo. Tuvo una idea.

—No me importan tus intenciones, esta casa es ahora de mi tía. Así que si me disculpas, ella me envió a que viera que todo está bien.

Él se quedó sin decir nada y se percató del objeto rosa que estaba en el suelo, detrás de los pies de la rubia con mechas azules.

—Hmp.

Se acercó lentamente a ella y recogió el diario. Ella le miró sorprendida. ¿Por qué había hecho eso?

—¿Qué haces?

—Me llevaré esto.

—No te pertenece —aseguró consternada.

—Ya firmé una carta poder, tengo derecho a hacer lo que se me plazca con las cosas de Susana.

—¿Qué relación tenía con ella? —interrogó aprovechando.

—Íbamos a casarnos —contestó antes de salir de la casa.

Susana no pudo decir nada para impedir que Esteban llevara su diario. ¿Para qué lo quería él? ¿Por qué le había dicho que ella iba a ser su futura esposa? En ese instante sintió una felicidad ajena. Ella no recordaba al hombre en su vida.

Empezó a rebuscar en el buró y encontró un retrato. Lo tomó, se acercó al espejo que estaba en el baño y se quitó la peluca y los anteojos. Se veía indecisa, ansiosa por algo, necesitada de cariño. ¿Por qué? Ella estaba casada con un hombre que le amaba, ¿a qué se debía la necesidad?

Miró la foto. Estaba al aire libre, con un paisaje hermoso. Se veía alegre, con el brillo que le estaba faltando en sus ojos. Pero no estaba sola, ahí estaba el problema, Esteban estaba abrazándola por detrás y no tenía esa expresión seria de siempre. Sonreía de medio lado, pero no arrogantemente, parecía que estaba orgulloso de que ella estuviera en sus brazos.

Por unos segundos, deseó estar ahí, en un lugar bonito y feliz. Pasó sus dedos sobre la imagen de Esteban. ¿Cómo explicaba lo que sentía cuando él estaba cerca? ¿Era cierto lo que él le había dicho? Tenía que saber la verdad ¿Cómo podía ser que todo el mundo tuviera una versión y Arturo le había contado otra?

:::

Apretó sus dientes e ingresó a su habitación. Necesitaba que la casa de Susana fuera suya cuanto antes. No quería que tocaran las cosas que había dentro y las profanaran. Marcó el número de Teresa.

—¿Con quien hablo? —atendió la mujer con voz monótona.

—Soy Esteban DelValle.

—Esteban, ¿necesitas algo?

—Quiero comprar la casa que era de Susana.

—No está a la venta. Ya hablé con tu padre, la casa y las demás propiedades y todo lo que hay dentro me pertenece.

El hombre bufó molesto, pero no iba a rendirse.

—Te daré el triple de su valor. Piénsalo bien, no creo que la necesites ya que tienes tu casa.

—Lo pensaré.

—Hmp. O me la vendes o la próxima vez te veré en un juicio. Voy a proceder legalmente. Sabes que tengo ventaja.

—Está bien. Te la voy a vender. Esperaré a tu abogado

—Ahí estará —colgó.

Arrojó el teléfono a un lado de la habitación. Se tiró en la cama y acomodó el diario de la pelirroja encima de su buró. No sabía si abrirlo y remover el dolor. El sufrimiento seguía en él, aunque le mostraba lo contrario a los demás.

Escuchó que alguien tocaba el timbre y esperó a que el ama de llaves abriera la puerta. Segundos después unos pasos revelaron que una persona se acercaba.

:::

Intentó detenerse, pero su instinto le llevó a seguirlo. Algo le decía que haciendo eso tarde o temprano tendría lo que buscaba. Debía encontrar el lugar donde Esteban guardaba el diario y arrebatárselo pronto.

Estaba en un árbol cerca del balcón de la que parecía ser la habitación del castaño. Agudizó la vista para distinguir algo y se quedó con la boca abierta al ver lo que sucedía ahí. Fue como recibir un golpe en el pecho, no pudo explicarlo. ¿Qué sentía? Una lágrima se escapó de su ojo derecho y sintió angustia. Esteban estaba teniendo relaciones con una mujer de cabello negro.

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Hola de nuevo😊 regresé con otro capítulo 🎉

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