Percance
Una linda pelirroja casi corría entre un grupo de chicas. Algunas se maquillaban, otras se vestían. Era un caos total. Ella trataba de esquivar a las demás mientras se retocaba el maquillaje frente a un espejo de mano. Cuando terminó de ponerse la sombra rosa, se puso un labial rojo oscuro y guardó todo en una cajita de metal.
—Susana, sigues tú —gritó un hombre de color.
—Ya voy, Enrique —alzó la voz para que la escuchara.
Se apresuró hasta llegar donde estaba el hombre. Al detenerse, frente a ella pudo observar una tenue cortina blanca. Respiró hondo y con su mano derecha hizo a un lado la tela.
Estaba en un desfile de modas. Caminó por la pasarela con seguridad y deslumbró a todos los presentes. Llevaba puesto un hermoso vestido strapples de color negro, con hilos dorados en la falda. Ella dominaba en el desfile, no por nada era una de las mejores modelos del país.
Su cabellera roja la hacía exótica y sus hermosos ojos azules podían hechizar a cualquier hombre. Ella se sentía muy bien modelando, sólo que podía sentirse mucho mejor.
¿Cómo? Se sentiría mejor si su novio estuviera entre los presentes, observándola desde alguno de los lugares privilegiados. ¿Quién era él? Pues era nada más y nada menos que Esteban DelValle, uno de los accionistas principales del banco más importante del país, sin mencionar que era dueño de un casino muy concurrido por personas acaudaladas.
Él tenía un asunto que resolver fuera del país, había viajado el día anterior y volvería en tres días. Susana se sentía ansiosa por volver a verlo, necesitaba estar cerca de él. Lo amaba. Cuando bajó de la pasarela, fue a cambiarse rápidamente de atuendo. Esa noche debía modelar con diez vestidos diferentes y apenas se había puesto el primero.
Un hombre de cabello blanco amarrado en una coleta estaba sentado entre las personas. Tenía los ojos verdes y su piel era muy pálida. Estaba vestido formalmente con un traje muy costoso. Cada vez que la pelirroja salía, no dejaba de observarla hasta que desaparecía tras la cortina blanca.
—Ella es —dijo con una sonrisa de triunfo, enseñando sus blancos dientes.
Al final del desfile, Susana se preparó para ir a su casa. Se quitó el maquillaje y trató de arreglar bien su cabello, ya que le habían puesto mucho spray y otros productos para lograr que sus peinados momentáneos quedaran perfectos. Tomó su cartera y salió al estacionamiento. Ella era la dueña de un flamante Mercedes Benz del año, regalo de su novio. Sonrió al recordarlo. Llevaban saliendo unos meses, pero ella sentía que había pasado toda una vida a su lado, ya que no se imaginaba lo que sería su existencia sin él.
Subió al auto y cuando iba a encender el motor, percibió una sombra cerca. Miró por el espejo retrovisor y por los espejos de los costados y no vio a nadie. Movió la cabeza a los lados para distraerse. Estaba muy cansada y ya empezaba a imaginarse cosas.
—Susana, cálmate —se dijo a mí misma.
Debía conducir hasta las afueras de la ciudad. El lugar del desfile estaba a unas horas de solitario camino en coche. Entonces se detuvo en una estación de servicio y aprovechó para cargar el tanque de su auto con gasolina. No tardó más de diez minutos en eso cuando ya se encontraba de nuevo en la carretera.
El camino estaba iluminado levemente. Parecía mentira que era la única persona cerca de ese lugar. Encendió la radio mientras tarareaba la música que pasaban en la estación que eligió escuchar.
Un hombre de veinticuatro años, de cabello claro, ojos penetrantes de color negro y tez bronceada , estaba sentado en un restaurante muy conocido, esperando a una persona especial.
Sonrió al ver que la mujer que esperaba, de cabello negro y muy parecida a él, se acercaba con una sonrisa en el rostro. Ella se llamaba Cristina DelValle y era su adorada madre. Llevaba puesto un elegante traje femenino ocre, que a pesar de portar con cincuenta y siete años de edad, le quedaba muy bien ya que se dedicaba a cuidar su figura.
—Hola hijo —le saludó dándole un beso en la mejilla.
—Hola, madre, llegas a tiempo.
Los dos se sentaron uno enfrente al otro, en una mesa para cuatro personas.
—Hijo, espero que no te moleste que haya invitado a nuestra cena a una amiga. Es una mujer que conocí en el negocio.
—¿Es otra diseñadora? —inquirió con curiosidad mientras levantaba dos dedos y le hacía una señal al mozo.
—Señor, ¿desea ordenar? —preguntó con amabilidad el mesero.
—Una botella de vino, por el momento—indicó el castaño.
Su madre le sonrió con amabilidad al mesero y continuó con la plática.
—No, no es una diseñadora. Es una modelo, una muy buena, por cierto.
—¿Qué te hizo invitarla? —entrecerró los ojos.
—Me agradó desde el primer momento y empezamos a charlar. Íbamos a coincidir hoy aquí, así que la invité.
—Hmp. Entiendo.
—No le vi el problema, tu padre me dijo que no vendrá. Tiene una junta a estas horas. Siempre trabajando —comentó con algo de fastidio—. Pero ella nos acompañará.
—Espero que no sea una de esas chicas huecas, como la que me presentaste el otro día. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. Camila Jiménez.
—Hijo... no seas así.
Esteban suspiró al recordar los problemas que había tenido para que Camila dejara de acosarlo. Aunque no fuera muy atractivo, su fortuna y familia podía atraer a las mujeres equivocadas. Esperaron unos minutos, leyendo la carta de menú. La comida que se vendía ahí era muy buena y costosa.
—Aquí tiene el vino —dijo al acercarse el camarero.
Le sirvió una copa a cada uno y dejó la botella en la mesa. El hombre hizo una inclinación mostrando respeto y se retiró.
Esteban tomó un trago de vino mientras observaba a las personas que estaban alrededor.
—Esteban, te voy a pedir que seas amable con Susana.
Entonces la mujer se llamaba Susana. Un nombre peculiar pero lindo. Esperaba que no fuera una de esas mujeres provocadoras e inhibidas. Había conocido varias mujeres así, tantas que intentaban seducirlo. Eso agrandaba su ego, por eso lo tenía por encima de los demás.
—¿No estarás pensando en buscarme una novia? —interrogó con curiosidad, conociendo cómo era su madre.
Ella decía que él debía tener una novia estable. También que a sus veinticuatro años debía pensar en el matrimonio con alguien de su nivel, evitando siempre a las mujeres oportunistas.
—Ahí está, ella es —exclamó Cristina con una sonrisa en el rostro.
Esteban miró en dirección a la entrada y se quedó sin aliento al ver a una mujer tan hermosa. Ella tenía el cabello rojo largo y ojos claros. La detalló con gusto. Llevaba puesto un sencillo pero elegante vestido rosa pálido y estaba maquillada.
—Buenas noches —saludó a Cristina.
La pelinegra se levantó y le dio dos besos a los lados de la mejilla. Después, la pelirroja hizo lo mismo con Esteban. Claro que se presentaron primero. Ella se sorprendió por lo apuesto que le pareció el hijo de Cristina.
La pelirroja se acomodó entre Esteban y Cristina.
—Disculpen la tardanza, es que acabo de salir de una sesión de fotos —dijo algo apenada.
—No hay problema —se apresuró a decir el hombre, sorprendiendo a su madre—. Nosotros no llegamos hace mucho —le sirvió una copa de vino.
—Muchas gracias —tomó la copa de vino blanco entre sus delicadas manos.
—¿Qué les parece si ordenamos? —preguntó la pelinegra.
—Claro —dijeron juntos.
Ordenaron platillos sencillos mientras entablaban una conversación muy animada. A Esteban nunca le había parecido tan interesante la moda y a Susana jamás le había interesado tanto hablar de los casinos y su funcionamiento.
Cristina observaba la escena satisfecha. Susana y su hijo se miraban intensamente. Tras varios sonrojos por parte de ella y sonrisas seductoras por parte de él; ella supo que sobraba ahí.
La mujer de más edad tomó su cartera y sacó su agenda.
—¡Oh, olvidé algo importante! Lo lamento —se levantó—. Julián debe estar esperándome. Debo irme. Buen provecho —salió apresurada.
Los dos se quedaron mirándose con extrañeza. Susana suspiró y continuó comiendo.
—¿Cuántos años tienes? —inquirió la chica durante la conversación.
—Veinticuatro ¿y tú?
—Cumplí veinte años en marzo —le sonrió levemente.
Conversaron durante horas y cuando se dieron cuenta, ya era muy tarde. Los dos salieron del restaurante metidos aún en su conversación. Ella sonreía por cada comentario suyo y eso le encantaba a él.
—Bueno, creo que llegó la hora de despedirnos —habló la pelirroja con una sonrisa melancólica.
—¿Tienes auto?
—Sí, pero está en el taller. Tomaré un taxi.
—Si no te molesta, me gustaría llevarte hasta tu casa —se ofreció.
—No quiero ser una molestia.
—Nunca lo serás para mí. Vamos, quiero asegurarme de que llegues bien a tu casa.
—Está bien —accedió ruborizada.
Sonrió al recordar el día que se habían conocido. Le habría gustado que la hubiese besado antes de bajarse, pero no fue así. Él se portó muy respetuoso con ella.
—Esteban...—suspiró audiblemente.
Recordó el día que él la invitó a salir, sin saber que una relación crecía entre ellos.
Susana estaba en la tina de su baño, descansando. Tenía una bolsa de agua caliente sobre su cabeza pues le dolía mucho. Eso era lo único que lograba aliviarla. Las burbujas del agua empezaban a desaparecer y su hermoso cuerpo podía ser visto gracias al color del agua.
Gimió mientras esperaba que el dolor se fuera. Era una insoportable jaqueca. Cerró los ojos para tratar de concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera la molestia que sentía.
Unos segundos después, sonó el teléfono inalámbrico que estaba en el piso, al lado de la tina. Quitó su brazo izquierdo del agua y tomó el teléfono.
—Diga—contestó un poco irritada por la interrupción.
Muchos podían afirmar que la vida de una modelo era fácil, pero estaban equivocados. Los que decían eso eran unos ignorantes. Ella sabía lo que significaba trabajar en esa profesión. Desfiles a altas horas de la noche, presentaciones de productos cosméticos, sesiones de fotos para campañas publicitarias, comerciales, largas horas de estirones de cabello y kilos de maquillaje encima; en fin, nada fácil. Y más si tenía muy poco tiempo para sí misma.
—¿Susana Moreno? —interrogó una voz masculina.
—Ajá —sonaba fastidiada.
—Soy Esteban DelValle, ¿llamo en mal momento?
Ella se sobresaltó al escuchar ese nombre. Con su mano derecha mantenía la bolsa de agua caliente en su cabeza y con la mano izquierda sostenía el teléfono. Se enderezó y el agua salpicó fuera de la tina.
—Ah no, claro que no llamas en mal momento—hizo una mueca de dolor—. Estaba, estoy —se corrigió—, tomando un baño. Me sorprende que me llames. ¿Quién te dio mi número?
—Adivina —la retó.
—Cristina —susurró con una sonrisa.
—Sí, fue mi madre.
—¿A qué se debe tu llamado? —inquirió con curiosidad.
—Estaba pensando en que te gustaría mucho salir a comer conmigo.
—¿Qué te hace pensar que eso me gustaría? —interrogó divertida.
—Yo voy a estar ahí —respondió con arrogancia.
—Ok, sólo acepto porque mi agenda está libre.
—Hmp. Paso por ti a las doce.
—Nos vemos...
—Adiós.
Dejó de nuevo el teléfono en el piso y se sumergió completamente. Sabía que era aproximadamente las once menos cuarto, debía arreglarse y estar lista en poco tiempo. Salió de la bañera y se envolvió en una toalla rosa.
Movía sus manos en el volante mientras intentaba no pensar en lo cansada que se sentía. Estar en una carretera tan monótona no ayudaba mucho a evitar el sueño. Bostezó una vez y cambió de estación.
El auto se detuvo frente a su casa. Ellos se quedaron en silencio mientras sus respiraciones constituían una sinfonía sorda. La habían pasado muy bien en el almuerzo. A ella nunca le agradó comer sola, desde pequeña estaba acompañada de sus familiares. Hasta que un día, cuando su familia se dispuso a ir a un viaje, el colectivo sufrió un accidente y ella quedó sola en el mundo.
Cuando sucedió todo eso, ella tenía diecisiete años de edad. Una casa talentos la descubrió justo a tiempo, antes de que se metiera a trabajar a un burdel, como camarera, pero a fin de cuentas era un burdel.
Su carrera despegó de inmediato. Ella se sentía muy bien ya que ganaba excelente pero le faltaba compañía, cariño. Sus padres siempre fueron de clase social baja y ahora ella había cambiado su destino. Pero no le servía de nada tener mucho dinero si no podía compartirlo con nadie.
Conoció a varias chicas en su trabajo, aun así, no consiguió una amiga verdadera. Las demás la envidiaban porque en tan poco tiempo ella pudo llegar lejos. Su cabello exótico, su cara angelical, sus hermosos ojos azules y su figura perfecta la ayudaron mucho.
—Me la pasé muy bien contigo —comentó algo nerviosa.
—Eso no lo dudo —sonrió de medio lado.
—Muy gracioso, chico arrogante.
Ellos se miraron y el mundo desapareció alrededor. Ella empezó a sentir que su corazón latía alocado y un rubor en sus mejillas la delató. El hombre aprovechó eso y fue acortando la distancia, hasta que... el celular de ella sonó.
—Lo siento —se disculpó y atendió—. Diga.
Él bufó algo molesto y se recostó por el respaldo del asiento mientras ella entablaba una conversación con la persona del otro lado del teléfono.
—¿Y bien? —preguntó sin expresión cuando vio que la pelirroja colgó.
—Era tu madre —le sonrió—. Me estaba hablando de una nueva campaña publicitaria –suspiró—. Y también me dijo que tú querías invitarme a salir después de la cena de la otra vez. Creo que olvidaste comentarle que me invitarías a almorzar hoy —dijo riendo levemente.
—No le veo la gracia —habló serio.
—Yo sí. Cualquiera podría decir que tu madre intenta conseguirte una novia. ¿Qué sucede Esteban, eres mujeriego?
—¿Tú qué crees? —preguntó seductoramente.
—Yo creo que sí —dijo acercándose.
—Pues te equivocas.
Él la tomó del mentón y la acercó a su boca. Sus labios se movieron con avives mientras ella lo acariciaba en la espalda. Se besaron con ansias. Ella estaba sorprendida por lo buen besador que resultó ser él.
Se separaron por la falta de aire. Normalizaron sus respiraciones bajo la atenta mirada del otro.
—Quiero hacerte una pregunta —habló con voz ronca el hombre.
—¿Cuál? —estaba muy sonrojada.
—¿Haces desnudos?
Ella sonrió abiertamente ante esa pregunta. No se la esperaba, pero viniendo de él, nada le era posible adivinar. Era un ser tan enigmático.
—¿Has visto las campañas de los perfumes de marca? —interrogó.
—¿En las que salen personas desnudas?
—Ajá —asintió con diversión—. Pues... aún no lo he hecho, aunque tu madre me acaba de ofrecer una de esas campañas. Como es diseñadora, tiene contactos. Voy a considerar la oferta, ya tengo veinte años, debo crecer.
Él sonrió de medio lado, ya vería que iba a hacer para poder estar entre las personas que patrocinaban esa campaña.
Su celular empezó a sonar, se inclinó un poco para tomarlo de su cartera y rió levemente al ver que era Esteban.
—Hola, amor —le contestó con alegría.
—¿Cómo te fue hoy, Susana? —preguntó desde el otro lado de la línea.
—Muy bien, hubo buena concurrencia. Me hubiera gustado que estuvieras ahí.
—Sabes que a mí también me habría gustado. Hoy terminé con la primera parte del proyecto, volveré lo más pronto posible.
—Te extraño, Esteban. Te necesito cerca de mí.
—Me encantaría estar a tu lado en estos momentos. ¿Dónde estás?
Se entretuvo un momento cuando se acercó a una curva.
—Estoy camino a casa. Ya salí del trabajo. Me fue estupendo —le contó con alegría—. Creo que me contratarán para más campañas.
—Me alegro por ti, chiquita. Aunque... —se escuchó dudoso—. ¿Desfilaste con lencería?
—Claro que sí, fueron dos diseños.
—Hmp.
—No te pongas celoso —le pidió—. Tú eres el único que puede estar lo suficientemente cerca de mí. Claro que eso si regresas pronto.
—No me presiones. Soy capaz de tomar un vuelo ahora mismo sólo para verte.
—No hagas eso...
—Me llaman, tengo que irme.
—Cuídate amor, sabes que te amo.
—Yo también te amo, Susana.
—Adiós —colgó con una gran sonrisa en su rostro.
Le encantaba que él se portara bien con ella. Lo amaba demasiado y tenerlo lejos la tenía un poco mal. Ella no lo había acompañado porque él no había querido que dejara contratos importantes para irse por unos días, ya que él estaría la mayor parte del tiempo ocupado y ella se aburriría sola.
Él hacía mucho por ella, al igual que ella por él. Cristina y Julián estaba muy contentos con su noviazgo. Hacían una hermosa pareja y lo más importante era que ellos se querían mucho. Susana le había entregado todo a Esteban, él fue su primer amor, su primera vez, su todo. El hombre que con su sola presencia logró transformar su mundo.
La pelirroja estaba nerviosa. Su imagen en el espejo la tenía satisfecha. Estaba al natural, sin maquillaje. En unos segundos sería la sesión de la nueva fragancia de Channel. Suspiró mientras se preparaba mentalmente para lo que se venía.
—Ya es hora —le avisó una mujer, la ayudante del fotógrafo.
—Voy.
Se acercó a donde estaba montado todo para su sesión. El escenario era un canapé blanco con sábanas de ese mismo color colgando de ellas. El fondo también era de color blanco.
Esteban ingresó a la sala y miró a los presentes. Se había encargado de ser el único hombre derecho en ese lugar. Los demás, el fotógrafo y el iluminador, eran homosexuales. Sonrió al recordar lo que tuvo que hacer para que ningún otro hombre entrara a la sesión de la pelirroja.
—Podemos comenzar —le indicó el fotógrafo—. La nueva fragancia se llama Innocense, necesito que me muestres inocencia en tus movimientos y quiero ver tu brillo especial.
—Claro, Charly.
Ella se sintió un poco más segura al ver que conocía a su fotógrafo. Lo había conocido en otra sesión, él era el novio de su maquillista, toda una pareja gay.
Susana se quitó la bata rosa que la cubría y dejó su cuerpo al descubierto. Caminó lentamente hasta el canapé y se sentó encima. Se sentía segura con su cuerpo y eso la ayudó a desenvolverse en las fotografías. Posaba profesionalmente, como una experta. En su rostro mostraba esa inocencia propia de ella. Sus poses eran limpias.
—Perfecto Susana, cada día estás mejor —la halagó el hombre detrás de la cámara.
—Gracias, Charly. ¿Es todo?
—Mmm —se quedó pensativo—. Aunque lo hiciste muy bien, creo que necesitamos algo más. Algo que haga resaltar más el producto.
—¿A qué te refieres?
—Me pidieron que hiciera una sesión contigo sola, pero también unas tomas con una pareja. El modelo no llegó —le explicó.
—¡Oh! ¿Y qué haremos? —preguntó más aliviada que preocupada.
—Mmm, improvisaremos. Cuando hacías las fotos, un hombre muy interesante llegó aquí. Pensé que venía a verme —comentó con desilusión—. Pero bueno, lo envié a maquillaje. Ya aceptó hacer las fotos contigo.
—Ok —dijo no muy convencida.
La pelirroja se volvió a cubrir con la bata mientras esperaba la llegada del hombre. Estaba nerviosa, no sabría cómo actuar con un hombre desnudo cerca. No es que nunca hubiera visto uno, sólo que nunca había estado con uno.
Se sorprendió al ver que su compañero sería Esteban. Al principio, no pudo creerlo.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella con sorpresa.
—Cristina no pudo venir y me envió a mí. Me dijo que hiciera todo lo necesario para que las fotos fueran un éxito.
Él estaba cubierto únicamente por una bata azul marino.
—Muy bien, comencemos. Haremos unas cincuenta tomas —indicó el fotógrafo—. Esteban, ya que no eres modelo, actúa normal ¿sí?
—Hmp.
La pelirroja trató de despejar su mente y se quitó nuevamente la bata. Esteban la miró embobado y sus ojos brillaron de puro deseo. Él también quedó desnudo y la pelirroja no podía estar más roja. El cuerpo de su acompañante estaba muy en forma, con sus abdominales casi marcados, sus brazos y piernas fuertes y, lo que más le gustó al fotógrafo, su trasero firme.
Sólo era un trabajo, ¿cierto?
Ella se acomodó en el canapé y él se puso encima de ella. Un escalofrío recorrió sus cuerpos al momento que estos se tocaron.
—Muy bien, quiero que Susana refleje inocencia mientras que Esteban haga ver el deseo de un hombre por una mujer con la nueva fragancia. ¿Entendido?
—Sí —respondió una nerviosa Susana.
—Tú dime que hacer —le dijo el castaño.
—Intenta seducirme. Eres un experto, ¿cierto? —se sentía extraña al tener a Esteban desnudo encima de ella. Intentaba no pensar en ciertas cosas.
—Hmp.
Esteban hizo que Susana levantara la barbilla mientras él le besaba el cuello lentamente. El flash los envolvió de toma en toma, mientras él aprovechaba al máximo la cercanía que tenía con Susana.
—Perfecto, terminamos. Ya pueden irse. Les felicito. Esteban, estuviste muy natural. Susana, sabes que eres una experta en las fotografías.
Cuando el castaño se levantó de su lugar, le fue imposible ocultar cierta parte de su anatomía que estaba un poco animada por causa de la pelirroja. Ella no sabía qué hacer, se sentía incómoda después de lo que había visto en Esteban. Y además, sentía un hormigueo extraño.
—¿Se te pasará pronto? —le preguntó sonrojada.
—Eso depende de ti —le dijo algo ronco.
Los dos se cubrieron y se dirigieron a los camerinos.
—¿Cómo haces para reflejar en tu rostro exactamente lo que te pide el fotógrafo? —inquirió el castaño.
—Hoy no tuve que trabajar en eso. Fue todo muy natural, no hice nada.
—¿No fingiste?
—No.
—Eso sólo puede significar una de dos cosas que tengo en mente.
—No te preocupes en adivinar. El motivo porque no tuve que fingir inocencia es porque lo soy, soy virgen e inocente. Punto —entró a cambiarse, mejor dicho, a vestirse.
Esteban caminó sorprendido hasta donde había dejado su ropa. Lo que le había confesado la pelirroja explicaba porque la sintió temblar varias veces. No podía negar que ella era hermosa. Tenía que ser suya, sólo suya.
Ella le había contado esa verdad para que él supiera que los rumores acerca de las modelos eran mentira. Con ella no sucedió nada de revolcones con fotógrafos influyentes.
Su celular volvió a sonar. Esta vez era Cristina, su suegra no oficial ya que no estaba casada con Esteban.
—Hola, Susana.
—Hola.
—Estuve hoy en el desfile, te esperé y no te vi salir.
—Lo siento. No te vi entre las personas. Ya estoy en camino a casa.
—Entiendo. Entonces también me iré.
—Por cierto, hablé con Esteban. Me dijo que hará lo posible por terminar todo en el plazo que tiene.
—Me alegra mucho. Ya extraño a mi hijo.
—Yo también lo extraño mucho.
—Lo sé. Bueno, nos hablamos.
—Claro.
—Adiós —colgó del otro lado.
Susana puso su celular en la guantera y se concentró en el camino. Estaba muy aburrida, eso aumentaba las ganas de dormir.
Los rayos del sol le dieron en la cara, despertándola de inmediato. Se movió un poco y también a la persona que estaba a su lado. Esteban la abrazaba con firmeza por la cintura.
—Mmm Esteban... amor, despierta —le movió un poco.
—¿Qué sucede, Susana? —preguntó con voz grave sin abrir los ojos.
—Ya amaneció. Será mejor que regrese a mi casa.
—No, quédate más —no estaba dispuesto a dejarla ir.
Ellos estaban abrazados después de lo que había sucedido a la noche y también a la madrugada. Susana se sentía muy feliz porque al fin pudo confesarle lo que sentía al castaño. Y fue justamente esa confesión la que los llevó a terminar ahí, en la cama de Esteban.
—Entonces me quedaré más —recostó su cabeza en el pecho desnudo del castaño.
—Hmp. Duerme otro poco.
—Lo intentaré —levantó su cabeza para darle un casto beso en la mejilla.
¿Quién hubiera dicho que después de un mes del tremendo éxito de la sesión de fotos, ellos se habían vuelto novios?
Él le había dejado claro que también la quería pero que no la compartiría con otros. La dejaría modelar todo tipo de ropas, pero ya no la dejaría hacer desnudos. Se ponía celoso de sólo pensar que podía hacer alguna campaña al lado de otro hombre.
Se volvieron a dormir por unas horas más. Cuando despertaron, ya era hora de almorzar.
—¿Qué te parece si salimos a comer? —le preguntó él después de besarla con fervor.
—Preferiría que nos quedáramos aquí. Quiero hacerte el almuerzo. Voy a tomar un baño antes de bajar.
—Está bien —colocó ambos brazos detrás de su cabeza al volverse a recostar en la cama.
Susana se encerró en el baño mientras que pensaba en lo que había pasado. Hace tres semanas era la novia de Esteban. Se había sorprendido mucho cuando él se lo había pedido.
—No puedo creer lo que pasó —susurró mientras se duchaba—. Fue lo más hermoso del mundo.
Su vida no podía ser más feliz. Esteban estaba muy dentro de su día a día. No podía estar mucho tiempo sin pensar en él. Había quedado con él en no volver a hacer desnudos. A duras penas aceptó dejarla modelar trajes de baños y lencería.
Susana mantenía los ojos cerrados. No podía abrirlos ya que Esteban tenía su mano derecha tapándolos. Su mano izquierda la sostenía por la cintura.
—¿Llegamos? —estaba ansiosa.
—Espera un segundo —le besó en el hombro.
El vestido lila que llevaba le ayudaba, le era muy práctico al hombre cuando quería besarla en otro lado que no fuera sus deliciosos labios.
—Quiero saber qué es —se quejó mientras inclinaba su cabeza un lado para darle más acceso a su novio.
—Te va a gustar.
—Te dije que no quería nada costoso.
—Es nuestro primer mes de novios. Se supone que es muy importante para las mujeres.
Hizo un puchero mientras pensaba en algo que decir.
—Es muy importante. Sí, pero no necesito un regalo como este. Yo te di un reloj.
Esteban hizo que se volteara y la besó mientras le descubrió los ojos. Se besaron intensamente. Ella le rodeó el cuello con los brazos y él la tomó de la cintura.
Les encantaba estar así de cerca, con sus labios juntos. DelValle profundizó el beso y ella suspiró de placer. Sus lenguas también se unieron en el roce. Cuando se separaron, ella estaba ruborizada.
—Si no aceptas mi regalo, me ofenderé.
—Esteban, yo no necesito que...
—Shh —la calló con un dedo frente a sus labios—. Sólo acéptalo.
—Muy bien.
Ella se volteó para ver lo que recibiría y abrió sus ojos desmesuradamente al percatarse de que el regalo era un auto. Un Mercedes Benz del año color blanco.
—Gracias, amor—lo abrazó con cariño.
—Lo que sea por ti, Susana.
—Te quiero mucho.
Entrecerró los ojos ante la escasa iluminación en esa parte de la carretera. De pronto, se escuchó alto fuerte.
PUM
Un estallido, una inclinación y el auto empezó a ir más despacio. Se detuvo en medio de la nada y bajó a ver qué sucedía. Utilizó la linterna que tenía en casos como esos. Se sorprendió al ver que la rueda trasera del lado izquierdo se había pinchado. Maldijo varias veces.
—Me tuvo que pasar lejos de la civilización —se quejó mientras buscó su celular en su bolso.
Cuando iba a usarlo para llamar, se apagó por falta de batería. Parecía mentira que le estuviera pasando a ella. ¿Cómo pudo olvidar cargar su celular? Tenía una rueda en la parte de atrás, podía hacer el intento de cambiar el neumático.
Abrió la parte trasera del coche y sacó las varas de luz, las encendió y las colocó en el suelo. Tomó la llave en forma de cruz y también la sacó del auto.
—¿Cómo rayos se supone que voy a cambiar un neumático? —le preguntó a la luna que tampoco estaba presente.
Una ráfaga de viento la hizo sentir un escalofrío y escuchó una voz.
—Yo puedo ayudarte.
Se volteó con miedo para ver quién hablaba. Era un hombre alto y se veía que se ejercitaba. Tenía el cabello blanco y los ojos verdes.
—¿Q-quién e-eres? —preguntó con miedo.
—Tu futuro esposo —dijo con voz escalofriante.
Ella se agachó lentamente y tomó la llave cruz en sus manos. ¿Qué clase de tontería había dicho ese hombre? Estaba aterrada porque él no había estado ahí cuando se bajó. Tampoco sintió su llegada. ¿De dónde había aparecido?
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Hola lindas personas 😁😊 este es mi nueva historia, gracias por pasarse. Prometo actualizar esta semana, nos leemos ❤
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