Decisiones
Susana lloraba sin consuelo en su cuarto. Celeste se había dado cuenta de su estado e ingresó a la habitación. Se sentó en el borde de la cama y la vio acurrucada como un bebé indefenso. Sintió pena por ella, aunque todavía no sabía lo que había ocurrido. Se acercó más y colocó en su regazo una almohada, seguida de la cabeza de la pelirroja.
—¿Qué sucedió? —interrogó con preocupación.
—Ya lo sé todo... —logró pronunciar con voz quebrada.
Se permitió llorar por más tiempo en compañía de su amiga.
—Arturo, él... —Celeste no sabía qué exactamente creía saber la pelirroja.
—Él es un mentiroso..., siento asco de recordar que he sido capaz de estar con él. Me engañó de la forma más cruel. Yo no lo amo.
—¿Cómo?
—¿Tú lo sabías? —se sentó en la cama e ignoró la pregunta de Celeste.
—No podía hacer nada....
—¡Claro que pudiste! ¡Y mucho!
—Me tenía amenazada.
—¿Le tienes miedo? ¡No puedo creerlo!
—Cálmate.
—Ayúdame, necesito pensar. No puedo seguir así, no si pienso en mi bebé. Necesito que me inmovilices, quiero sentirme en transe para pensar claramente.
—No creo qué...
—Si no lo haces yo lo haré sola, aunque voy a correr el riesgo de afectar mi embarazo.
—Lo haré.
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—Fue tan real... —susurró mientras se vestía para arreglar el asunto de la casa de Susana.
Se acomodó bien la corbata, tomó su celular y salió de su habitación. Desayunó lo que alcanzó en tres minutos de tiempo y se marchó.
Se sentía extraño, el nudo en la garganta se sentía ligero y podía respirar disfrutando del aire como si hubiera pasado semanas sin haber llenado sus pulmones de aire. ¿El alcohol le había ayudado?
—Tal vez fue su diario —se dijo convencido ya que había intentado antes con las bebidas alcohólicas.
No tuvo muchos inconvenientes al llegar al despacho de Teresa. Ella se había mostrado amable con él, cosa que le extrañó después de prácticamente amenazarla para que le vendiera la casa de Susana.
¿Sus planes para esa propiedad? Haría que todo se conservara como estaba antes, como si ella no se hubiera marchado para nunca regresar. Así su aroma seguiría mezclado en el aire y él podría encontrar pedazos de tiempo cargados de paz.
—Bueno... ahora ya está todo en orden. La casa es tuya y los millones son míos —comentó la rubia.
El castaño sonrió con autosuficiencia, no le costaba mucho conseguir lo que quería. La influencia del dinero lo podía casi todo.
Menos regresar a Susana a la vida...
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Se sentía algo nerviosa al tener que desfilar en Victoria Secret Fashon Show, pero se armó de valor y salió a la pasarela, ya que era la modelo estreno y todos querían verla.
Estaba vestida con un vestido rojo de diseñador con la falda abultada y llevaba maquillaje extravagante. Sus tacones eran de 7 centímetros y aún así caminaba como si hubiera nacido con éstos. El aire del lugar hacía que su cabello se alborotara de forma perfecta a su alrededor. Cuando llegó a la mitad de la larga pasarela, sus ojos se acostumbraron a los flashes y buscó a su persona especial.
Esteban estaba sentado en la primera fila que había frente a ella, no a la izquierda ni a la derecha, sino en el sector vip, de forma perpendicular a la plancha de moda.
Ella mantuvo su rostro con una expresión neutra, podía interpretarse como una sensual u otra emocionada. Cuando llegó al límite, se volteó y enseñó el escote de la espalda, dejando al descubierto su blanca y cremosa piel.
Le guiñó el ojo a Esteban y continuó con su camino. Quería verse hermosa para él, ser la mejor en todo para que él pudiera estar orgulloso de la mujer que había elegido como su novia.
Hubo cambios rápidos tras bambalinas. Sintió como un grupo de personas le arreglaban el cabello y otro le cambiaba el maquillaje. Su preocupación era poder ponerse el traje de baño de dos piezas de color gris verdoso.
Segundos después la volvieron a llamar, era de nuevo su turno. Presentaron la línea de trajes de baños y ella volvió a salir. Los aplausos casi no los escuchaba gracias a su concentración. Quería ver la expresión de Esteban.
Su mano derecha estaba encima del nudo del pareo que tenía amarrado a la cintura. Llegó el momento y se lo quitó, provocando más aplausos y miradas agradecidas del público masculino. Esteban le sonrió con arrogancia y movió sus labios diciendo:
—Eres mía.
Ella se dio una vuelta completa y regresó a cambiarse de atuendo.
Con dificultad cerró la maleta donde había guardado algo de ropa. Tenía que salir de ese lugar y tratar de borrar lo que había pasado allí. Se sentía sucia al recordar que le había permitido a Arturo besarla y tocarla como si fueran un matrimonio.
¡Y ella que se había prometido jamás estar con otro hombre que no fuera Esteban! Se limpió las lágrimas de su rostro y cargó su maleta para salir afuera.
—¿A dónde vas?
—Lejos de Arturo.
—Susana... él es peligroso.
—Lo sé y no me importa. Me mató y me utilizó. Me alejó de mi felicidad. Lo odio.
—No te dejaré sola. Me iré contigo.
—¿Por qué?
—Aunque suene raro, te he tomado cariño. Soy mucho mayor que tú y te quiero como a una hija, no puedo dejarte sola.
La pelirroja se enterneció. Sabía que ella era mayor aunque aparentara su misma edad, pero jamás imaginó la diferencia de edad.
—Gracias...
—Te voy a ayudar a ser feliz de nuevo.
El semblante de Susana cambió. Ella no volvería a ser feliz si no era con el castaño. Pensar en él le hizo recordar la escena de la habitación de Esteban. Él se había acostado con otra mujer. Una punzada de dolor le atravesó el corazón como una flecha despiadada.
—No volveré a ser feliz... Él ya hizo su vida con otra mujer.
Y sufrió más al darse cuenta de lo que sucedía. Esteban se había vuelto a enamorar y era muy posible que no la hubiera amado como ella a él. Aunque... algo no cuadraba en la historia.
—Puedes estar equivocada. No lo juzgues sin saber lo que sucedió.
—¿Sabes algo que yo no?
—Sí. Vi algunas fotos de ustedes, se amaban de verdad.
Susana no dijo nada, no sabía cómo debía pensar. Su situación era delicada y antes que su misma felicidad estaba el bienestar del bebé.
—Por favor, escucha mi consejo. Antes de sacar tus propias conclusiones, te ayudaré a investigar la verdad. Después podrás alejarte definitivamente si así lo deseas.
:::
Observaba con atención cómo los empleados que había contratado limpiaban y quitaban el polvo de la casa de la pelirroja. La habitación de ella fue la primera en estar lista. Se sintió feliz. No perdió la oportunidad de ir a tirarse en la cama que tenía el aroma a cerezos que le encantaba.
—No puede ser que cada día te ame más...
:::
—Necesitamos un hotel donde quedarnos —espetó Celeste dentro del taxi.
—Lo sé. Por ahora cualquier hotel que no llame la atención será bueno. O mejor, compraremos un condominio.
—No tienes tus documentos.
—Pero tú sí. Celeste, te daré el dinero que necesites para tener todo listo.
Se estaban alejando en un vehículo amarillo. Necesitaban estar cerca y lejos a la vez. Cerca, para averiguar lo que había sucedido con Esteban; y lejos, por si Arturo regresaba.
—¿De dónde sacarás tanto dinero? —interrogó la mujer de más edad.
—Iré a buscarlo de mi antigua casa. Escondí una buena cantidad en una caja fuerte, no creo que la hayan encontrado.
—Sinceramente, no sé qué quieres con todo esto —hizo un puchero.
—Busco pasar un lindo fin de semana en la compañía de mi hermosa novia.
La pelirroja sonrió y le besó la mejilla. Ingresaron al hotel y la recepcionista les recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía el cabello castaño rojizo y ojos marrones.
—Buenos días señor DelValle, señorita.
Susana frunció el entrecejo. ¿A cuántas supuestas novias ya había llevado a ese lugar? Esteban pareció darse cuenta de la reacción de ella y le susurró:
—No es lo que piensas... Solía venir aquí cuando me peleaba con mis padres y necesitaba tiempo. En mi adolescencia ocurría con frecuencia.
Sus mejillas se tiñeron de un carmesí claro. Ella había imaginado otras cosas. Se auto regañó mentalmente por haber pensado eso de él.
—Quiero una suite Marry —la suite más lujosa del lugar.
—Por supuesto. La que tiene una cama o dos —inquirió la recepcionista.
—Dos.
—Una.
Los dos contestaron juntos y la mujer se confundió. Susana quería dos camas y Esteban una.
—Esteban... prefiero la de dos camas, no estamos casados, sería incómodo que los demás me vieran como tu amante.
—¿Qué caso tiene una suite con dos camas si a fin de cuentas usaremos una sola cama?
—¡Oye! —se sonrojó—. Yo vine para disfrutar un fin de semana aquí, no para hacer lo que piensas.
—¿Entonces? —les interrumpió la pelicastaña.
—La de dos camas, por favor —respondió Susana.
—Aquí tienen —les pasó una tarjeta —. Habitación 208. Disfruten de su estadía.
—Gracias.
Disfrutaron de todas las atracciones del lugar. Piscina, spa, canchas deportivas, parques botánicos, caballos y otros animales. A ella le divertía la mayoría de las cosas y a él le gustaba eso. Había descubierto que si él quería ser feliz, ella tenía que serlo.
Susana le enseñó lo que era una piyamada y se quedaron despiertos toda la noche viendo películas y escuchando música.
La segunda noche se había hecho una fogata en un área especial y los huéspedes se habían acercado a disfrutar de los cuentos de un animador.
—Hay alguien adentro —le avisó Susana a su amiga.
—Pensé que venderían tus propiedades.
—Yo también. Vamos a acercarnos.
Sigilosamente se escabulleron hasta la ventana de la habitación de la pelirroja, mejor dicho, de la antigua habitación. Las cosas habían cambiado en tan poco tiempo.
—¡Santos cielos!—exclamó Celeste al ver quién estaba en la que era la habitación de Susana.
—¿Qué sucede?—susurró intrigada.
—Esteban está ahí.
El corazón de la pelirroja se aceleró con la sola idea de volver a tenerlo cerca. Su gran amor a unos pasos. Sintió un nudo en la garganta. El hijo que ella llevaba en el vientre era de Esteban, ella lo sabía porque los inmortales no podían embarazarse. Un pedazo de él crecía en su interior. El nudo fue reemplazado por una alegría inefable.
—Celeste, el hijo que espero es de Esteban.
—Así es.
Reprimió las ganas de gritar de emoción, ya no era una adolescente, pero aún sentía esos impulsos. Un bebé fruto del amor que le tenía al castaño, amor que cuando estaba "viva" él juraba sentir por ella.
—A lo que vinimos, amiga. Tendrás que distraerlo.
—¡¿Qué?!
—Lo que escuchaste, Susana. Creerá que eres una aparición, necesito unos segundos.
—Bien —le susurró a la pelirroja el lugar exacto de la caja fuerte.
Respiró hondo y esperó a que Esteban se distrajera para ingresar. En efecto, las cartas estaban a su favor, con la apariencia de inmortal su piel era mucho más pálida.
—Susana... —susurraba el hombre con las manos a los lados de su cabeza.
—Aquí estoy —se paró frente a la cama.
El hombre abrió los ojos desmesuradamente. ¿Era ella? No, su Susana estaba enterrada tres metros bajo tierra. Debía ser otra de sus alucinaciones momentáneas.
—Vienes de nuevo a decirme que te busque —afirmó mientras se acercaba a ella.
No sabía si se había quedado dormido y estaba soñando. Las alucinaciones no se podían tocar y él le tomó de las manos.
—¿Dónde te busco, chiquita? —le preguntó con tristeza— ¿Quieres que me suicide?
—¡No! —se apresuró a contestar. No sabía cómo exactamente seguirle la corriente. ¿Por qué el pensaba que ella le iba a pedir que le buscara?—. No estás durmiendo bien.
—Lo intento. Si fuera por mí dormiría todo el día para poder tenerte cerca en mis sueños. Sinceramente no sé cuanto va a durar esto antes de que no resista y acabe con mi vida.
—Esteban... —le acarició el rostro—. Sal a divertirte, enamórate de nuevo. Creo que ya lo has hecho. Veo lo que haces...
—Ninguna otra mujer puede hacerme sentir como tú.
—No es lo que veo.
—Voy a explic...
—No quiero escuchar tus experiencias con otras.
Él sonrió de medio lado y le besó con necesidad. Susana no tuvo tiempo de reaccionar y no pudo evitar corresponderle. Los labios del hombre tenían algo que la dominaban y no le dejaba pensar. ¡Dios! ¿Cómo podía amarle tanto?
—Quiero que seas feliz, Esteban. No me gusta verte así —estaba con ojeras que podrían competir con las de su hermano.
—¿Cómo puedo ser feliz sin mi corazón? Peor aún, sin ti me siento sin alma.
Esas palabras le dieron ganas de llorar. Claro que ella lo entendía, ella se sentía así.
—Tal vez si no te hubiera conocido estarías mejor —comentó con voz triste.
—No digas eso —espetó—. Si no hubieras llegado a mi vida, en estos momentos estaría sin conocer lo que es el amor. Tú me cambiaste, Susana. Gracias a ti conocí la plenitud de amar y sentirse amado.
Se abrazaron con pasión y ella le preguntó:
—¿Qué haces aquí?
—Sabía que aquí estaría más cerca de ti. Compré la casa y me aseguraré de que todo siga como lo dejaste. Te amo, chiquita.
—Y yo a ti.
La pelirroja percibió que Celeste había terminado con su trabajo y le dio un beso en la mejilla a Esteban. Él cerró los ojos y cuando los abrió ella había desaparecido.
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Habían conseguido el dinero y la pelirroja tenía en mente dónde podían quedarse por un tiempo. Llegaron al lugar indicado y una fila de departamentos se alzó ante ellas.
—Iré a hacer el papeleo—indicó Celeste.
—Ajá.
Susana estaba distraída, con sus manos en su vientre. El descubrimiento de hace unas horas la tenía muy feliz. Llevaba un DelValle en el vientre. No sabía qué pensaría Esteban si lo supiera, de lo único que estaba segura era de que debía tomar una decisión por el bien de su bebé y de Esteban.
:::
Sergio abrió la puerta del despacho de su padre.
—¿Sabes dónde está tu hermano?
—Esteban debe estar en su nueva casa.
—¿Nueva casa?—inquirió el mayor con una ceja elevada.
—Compró la casa que era de Susana.
Julián resopló y dejó los papeles que estaba examinando hacia un lado. Esteban debía superarlo. Trataba de comprenderlo, pero lo único que conseguía era confundirse más. Sabía que Susana había sido muy importante para él, y el castaño se aferraba a su recuerdo con garras de acero.
—Él necesita ayuda.
—Padre, Esteban es muy terco, nada va a hacerle ver que lo que hace está mal.
—Hmp —monosílabo DelValle.
—Con permiso.
Sergio llegó a su habitación en la mansión y se preparó para tomar un baño. Su hermano le preocupaba y por ese motivo había dejado varias cosas sin completar, buscando la solución para la situación.
:::
Celeste siguió a Susana por donde le decía. Cuando había arreglado el departamento donde vivirían, a la pelirroja se le había ocurrido algo.
—¿Susana, estás segura de esto?
—Por supuesto que sí.
Con habilidad, las dos lograron llegar hasta el balcón trasero de la mansión DelValle.
Al poco tiempo, Susana ya estaba dentro de la habitación. Sergio salió del baño con su pantalón de piyama puesto y una toalla colgada de su cuello. El hombre se quedó petrificado. ¿Susana estaba frente a él?
—Por favor, no grites —le suplicó con voz suave.
Por reflejo, Sergio asintió.
—¿Eres una aparición? —preguntó desconcertado.
—No, claro que no.
—Pero estás muerta.
—Bueno... se podría decir que sí. ¡Cielos! Podrías sentarte, temo que en cualquier momento te desmayes.
—¡Un DelValle no se desmaya de susto! —replicó el hombre.
—Muy bien.
Sergio se acercó y se sentó en su cama. ¿Cómo podría explicar lo que le sucedía? Tal vez se había vuelto loco, eso podía ser.
—Necesito que me ayudes...
—¿Tu alma no descansa en paz?
Ella negó con la cabeza. Él no iba a creerle nada, lo percibía en sus ojos. Ni siquiera estaba creyendo que la veía ahí, en su habitación. Susana se acercó y le tomó de la mano. Aunque su tacto era frío, sería suficiente para que él se diera cuenta de que efectivamente ella estaba ahí.
—Sergio... soy un vampiro.
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