41. Casa de muñecas
Gracias al aviso de Bart, al día siguiente no fue para sorpresa de nadie ver al abuelo llevarnos la cena después del atardecer. Todos nos encontrábamos debidamente alineados frente a las camas, vestidos y en actitud obediente como solíamos hacerlo con Lori cada vez que hace algunos años papá y mamá la dejaban a cargo de nosotros.
El abuelo se llevó las manos a su espalda examinándonos con la mirada uno a uno, quizás esperando algo que no tardó mucho en pedirnos.
—Toi—señaló a Luan sorprendiéndola—, quel est ton nom?
Luan sin mover la cabeza paseó sus ojos comenzando a sudar al no entender lo que le dijo. Fui en su auxilio al instante señalándola antes de señalarme a mí mismo.
—Son nom est Luan et mon nom est Lincoln.
Molesto, el abuelo volteó a mirarme nada feliz por mi intervención.
—Je t'ai demandé quelque chose?
Tragué saliva al no entender lo que acababa de preguntarme.
—Je voulais juste te montrer leurs progrès, grand-père.
Tampoco supe lo que Lisa de pronto le respondió, pero por eso ahora fue ella quien captó el enojo del abuelo haciéndola arrepentirse de haber intervenido en mi auxilio.
Ahora y de forma enigmática miró para nuestra consternación a Leni, la cual le sonrió nerviosa antes de decirle.
—Salut papy.
Esto lo sorprendió tanto como al resto. Su gesto enfadado pareció flaquear cuando se dirigió hacia ella.
—Bonne nuit, Leni. Comment ça va?
Leni entonces imitó el gesto de Luan con apuro antes de responderle.
—Salut papy?
Aunque su decepción era evidente, ya no parecía enfadado. Soltó un suspiro y exclamó.
—Supongo que Roma no se construyó en un día. Al menos ya veo que se tomaron la molestia de abrir los libros.
Lola con un poco de temor le sonrió.
—Merci pour les livres, papy.
Este la miró a ella y después a Lana que sonrió esperando que no fuera a preguntarle nada por culpa de la presunción de Lola. A diferencia de su gemela, Lisa o yo, ella en ningún momento se tomó la molestia de siquiera hojear uno de los libros al igual que Lynn. Al menos Leni había prestado atención cuando el resto estudiábamos como Luan.
—Papy! —Lily exclamó señalándolo repentinamente y con ello desviando su atención de Lana para su tranquilidad—. Es gracioso porque abuelito suena como Papi.
De pronto el abuelo parecía incómodo. Miró a su alrededor y preguntó entonces.
—¿Dónde está la caja de muñecas que Bart les entregó?
Agradeciendo que hubiese dejado de hablar en francés, con temor Lana levantó su mano como si estuviese en clases, cuando con un gesto el abuelo le concedió la palabra, ella señaló lo que parecía ser mi habitación.
—La... la armé en el ático, para que no tuviéramos que moverla a cada rato cuando los sirvientes vengan a limpiar el cuarto.
El abuelo se llevó la mano al mentón pensativo, entonces y a su propio ritmo se dirigió a mi cuarto y temí que se diese cuenta que la noche pasada no dormí ahí o, por el contrario, encontrara evidencias de las anteriores veces en que alguna de mis hermanas durmió conmigo.
Inseguros, fuimos detrás de él. Había pasado de largo mi cama para subir las escaleras y entrar en el ático. Gracias al trabajo conjunto, lo habíamos mejorado todavía más, por lo que además de limpio estaba un poco más presentable, y aunque ya había cierto desorden, parecía el más propio del sitio donde un grupo de niños juegan, al del depósito de basura que era anteriormente.
La casa de muñecas no estaba completamente montada. Tenía demasiadas piezas pequeñas y detalles que estaban representando todo un reto para Lana y Lola, sin embargo el mirarlas armándola había sido un espectáculo muy entretenido para todos.
Además del exterior, al abrirla moviendo la pared frontal y la de la izquierda, se veía su constitución de tres plantas con un recibidor, una sala, un comedor, una cocina, dos baños, dos estudios, tres habitaciones, así como también un amplio ático. Tenía diminutos y detallados muebles propios y acorde al estilo de una mansión victoriana como la que representaba la casa de muñecas. Había mesas, sillas, gabinetes en la cocina junto con la estufa, percheros, adornos. Uno de los estudios tenía un piano y el otro un escritorio. Las habitaciones además de las camas tenían armarios adustos. A todo esto se le sumaban todavía piezas más pequeñas en forma de vasos, platos, juguetes, libros, ropa y más cosas que nos hacían tener siempre un ojo encima de Lily para que no se llevara accidentalmente nada de esto a la boca.
El abuelo parecía hipnotizado ante la visión de la casa de muñecas, en cuyo interior estaba la pequeña familia que vino aparte. Su atención se centró en el piano al que le faltaba una pata, por lo que se apoyaba en un trozo de lápiz cortado a su medida que Lana le colocó. Temiendo que montara en cólera ante este detalle, me posicioné frente a ella para prevenir cualquier ataque.
—El piano ya venía roto, abuelo. No encontramos la parte que le falta.
—Ya lo sé —su mirada no se apartó de la casa—. Para mi madre ninguna de sus joyas o vestidos lujosos fue tan valioso como esta casa de muñecas que a su vez heredó de mi abuela, la madre de ella. Shirley cuando niña me suplicó que la montara y la dejara jugar con ella, pero yo no quería pensando precisamente que en un descuido le rompería algo. Entonces mi esposa sin mi permiso ordenó a Jory, el anterior mayordomo a Bart, que montara la casa de muñecas para ella. Lynn la convenció de hacerlo a mis espaldas.
Parecía haberse perdido en sus recuerdos. La verdad es que nosotros nos dejamos atrapar por su relato. Aunque papá nos había contado muy brevemente de su hermana, seguía costándonos imaginárnoslo de niño a él y a la tía Shirley conviviendo juntos como nosotros lo hacíamos. El abuelo continuó.
—Un día llegué de uno de mis negocios y Shirley me recibió llorando. Tenía el piano roto en sus manos y la cara se le estaba hinchando por la paliza que recibió a causa de eso. Mi esposa me explicó que fue la forma en que la reprendió para que aprendiera a ser más cuidadosa con mis cosas. Conmovido más que enojado, la abracé y le dije que no pasaba nada. No tuve el valor para encarar a Rita por lo que le hizo. Lynn estaba por ahí oculto por lo que sucedió. No me confesaría sino hasta años después que molestando a su hermana, por accidente fue él quien rompió el piano cuando se le resbaló de las manos y se le cayó al suelo. Para evitar meterse en problemas, acusó a su hermana de haberlo hecho y Rita le creyó. Después de que golpeara a Shirley, no quiso que le sucediera lo mismo, así que prefirió en ese momento callarse y dejar que ella asumiera la culpa.
¿Por qué nos contó esto? Quise preguntarle. Miré a las chicas y como yo se sintieron indignadas. Indignadas a causa de la abuela y su reacción ante el supuesto error de nuestra tía cuando niña, que aunque no fuese precisamente de nuestra simpatía, reconocimos que fue víctima de una injusticia muy grande. Pero también estábamos indignados ante la acción de papá. Me repetí que sólo era un niño que se asustó ante lo que sucedió y a la larga terminaría por confesar su travesura, pero... eso no evitaba que lo responsabilizáramos del incidente.
—Si llego a ver que rompen algo de esta casa de muñecas...
No terminó su amenaza. De pronto parecía sorprendido. Miró sus manos las que cerró en puños para volver a abrirlas con incredulidad, después regresó su vista hacia las gemelas, a quienes traté de ocultar detrás de mi sin dejar de mirarlo esperando que entendiese mi mensaje de no atreverse a meterse con ellas. Repentinamente asustado, se puso de pie y sin decirnos buenas noches salió del ático, para cuando bajamos pisándole los talones, este ya se había ido y sólo escuchamos el cerrojo de la puerta tras cerrarla. Ni siquiera había recogido lo que dejamos en la tarde de la comida.
—¿Qué fue lo que le ocurrió? —Luan preguntó.
—*Suspiro*. Sospecho que los demonios de su pasado vinieron a atormentarlo tomándolo desprevenido.
Lo que fue una verdadera sorpresa, fue que todos asentimos al encontrarle sentido a las palabras de Lucy.
Sería hasta el día siguiente cuando en la mañana Bart nos trajera el desayuno, que se llevaría tanto los platos de la cena como los de la comida anterior, avisándonos que tendríamos que lidiar con él dado que el abuelo se había resfriado y estaba indispuesto a visitarnos.
-o-o-o-
N.A. Estoy entre hacer lo que acostumbro y poner en cursiva pero en español los textos cortos en francés, el mantener los textos en francés con su traducción a un lado, o sólo dejarlos así sin traducción dejando de forma didáctica su interpretación. ¿Qué opinan?
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