31. Comenzando una pesada tarea

Por el polvo estaba teniendo otro acceso de tos conforme barría una sección del ático, ya era el quinto en las dos horas que habíamos comenzado a tratar de limpiar un poco. Como mis hermanas, compartía la idea que hacer el aseo de un ático gigante, no era la imagen que nos habíamos hecho cuando papá nos promocionó la noticia de una fortuna que nos aguardaba en Canadá y que resolvería todos nuestros problemas, cuando en realidad parecía que sólo habíamos escapado de los que teníamos para sumar unos cuantos nuevos.

Leni se frotaba el sudor de la frente, ya cansada de estar sacudiendo junto con las gemelas algunos muebles. Luan soltó las cajas llenas de basura inservible para enderezarse y echarse para atrás tronándose los huesos de la espalda. Estaba agotada, a diferencia de Lynn quien bajo las instrucciones de Lisa, en unas cajas extra vacías que encontró, seguía juntando las cosas que podían calificarse como basura para arrinconarlas hasta una de las esquinas del ático.

Aunque hubiésemos preferido que Lily se quedara abajo con alguien cuidándola, demostró ser muy útil, pues junto con Lucy, apartaba las cosas que podrían servirnos o las que parecían interesantes conforme me ayudaban a barrer o a tallar las paredes para apartar las telarañas de las que por supuesto Leni no quería saber nada al respecto.

—Está bien, tiempo fuera —pidió Luan—. Creo que ya hemos hecho bastante por hoy. Lo mejor sería que bajáramos antes que papá venga con la cena.

Nadie la objetó, ni siquiera Lynn que se veía con energías para continuar. Con el recogedor junté el último montículo de tierra, polvo y más porquería, para ponerlo dentro de una vieja bolsa con aspecto de romperse si se maniobraba mucho. Con cuidado la llevé al rincón con el resto de la basura que Lola miró con desdén.

—¿Puede alguien repetirme por qué no podemos deshacernos de todo ese desperdicio de espacio?

Lisa con fastidio lo hizo.

—Porque además de que sería muy difícil bajarlo todo a la habitación, no creo que el abuelo autorice que los sirvientes lo saquen sin levantar sospechas sobre nuestra presencia.

Lola refunfuñó, pero no fue la única. A mí tampoco como a Leni y Luan nos hacía gracia el tener que aceptar esas bolsas y cajas con tierra, trapos y más mugres como una presencia constante, me parece que a Lucy tampoco le gustaba, o quizá sólo estaba decepcionada por no haberse encontrado ningún murciélago como esperaba. Lana por el contrario, con decepción arrojó el trapo con el que estuvo limpiando.

—Yo digo que estaba bien el ático como estaba. No entiendo por qué tuvimos que limpiarlo.

—Lana —la regañó Luan—. Si no quieres pensar en tu salud, piensa en la de Lily o el resto. Hay siglos de basura aquí que nos podrían enfermar.

Con duda, Lana miró a Lisa buscando una confirmación de sus palabras. Ella asintió.

—Tal vez no siglos en plural, pero en efecto más de uno o por lo menos varias décadas de cultivos de hongos y bacterias insalubres es probable que pululen en el ambiente.

Con un trapo húmedo, Lola terminó de frotar a consciencia una tiara con joyería que no parecía ser de fantasía hasta sacarle todo el brillo posible y poder ponérsela en la cabeza. Con altivez se dirigía a la salida, cuando en un impulso miró el rincón donde estaba el pizarrón, los pupitres y las misteriosas marcas en la pared. Lucy y Lily sin tocarlas, habían tallado las paredes del rededor, como si en un acuerdo no verbal, hubieran decidido dejar como estaba ese rincón del ático con el resto de nosotros estando de acuerdo.

Leni terminó de sacudir un vestido que parecía sacado del set de una película ambientada en la aristocracia de los años veinte del siglo pasado, antes de guardarlo en un baúl que había limpiado y donde colocó otros vestidos viejos con pinta de deshacerse fácilmente tras quitarles el polvo.

Mis hermanas se me adelantaron al bajar, por lo que pude ver que algunas se llevaban algo que encontraron y llamó su atención, como Lucy con un par de libros bajo sus brazos al igual que Lisa; o tras que Leni lo desempolvara lo mejor posible, un osito de peluche que Lily llevaba y al que le faltaba un ojo y una pierna, aunque no podría dormir con él sino hasta que Leni cumpliera su promesa de lavarlo lo mejor posible en el baño.

—¿No vas a llevarte nada? —me preguntó Lynn que se quedó de último conmigo sujetando esa vieja pelota de béisbol que encontró al principio y con la que esperaba no desesperara a nadie a la hora de dormir.

—Por ahora nada. Tal vez mañana encuentre algo interesante.

Ella me miró un instante con recelo, antes de seguir a las chicas y bajar dejándome de último. Aunque abajo la encontré sola sentada en la que se suponía era mi cama.

—Vas a quedarte conmigo y Lucy de nuevo, ¿verdad?

Aunque por lo general agradecía la soledad de tener una habitación para mí solo, seguía inquietándome quedarme solo en esa casona, por lo que estaría encantado de hacerlo. Pero también estaban las reglas del abuelo.

—Sólo un poco. No quiero que el abuelo me descubra con ustedes. Poco faltó para que lo hiciera en la mañana.

—Como quieras... apestoso —me contestó con una sonrisa dándome un par de golpes ligeros en el hombro para levantarme el ánimo.

—Gracias de todas formas...Lynn Quinta.

El siguiente golpe fue sólo un poco más doloroso que los anteriores.

—Ahórrate el "Quinta".

—¿No te gusta?

—No me molesta llamarme como papá, pero...

—Te molesta llamarte como el abuelo.

Asintió con disgusto.

—Mi miró como si fuera un escupitajo cuando papá le dijo mi nombre.

—Si te sirve de consuelo, a todos nos miró así, por no decir que lo sentí peor conmigo que con ustedes.

Lynn pareció pensativa.

—Tú te pareces mucho al abuelo, me refiero a Pop-pop. Papá dijo que él y el abuelo Lynn nunca se llevaron bien.

—Sí, he pensado lo mismo. Espero no quiera desquitarse conmigo por lo que no pudo con el abuelo.

Mi hermana frunció el ceño.

—Pop-pop le hubiera dado una paliza si él hubiera intentado hacerle algo, pero yo se la daré a él si se atreve a pegarte como lo hizo con papá.

—Aunque lo de papá... dijo que no fue él sino alguien más quien lo hizo siguiendo las órdenes de la abuela.

Nos quedamos unos momentos pensando en eso, cuando sin tocar Lola se asomó por la puerta.

—¡Ustedes dos, vengan! Papá ya regresó.

Tras regresar de los pensamientos en los que casi nos perdíamos, Lynn se puso de pie para tomar mi mano buscando reconfortarme y acompañarla a recibir a papá.

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