28. Las reglas del abuelo

Fue una suerte que ya estuviese despertándome cuando escuché el ruido del picaporte abrirse. De un salto salí de la cama empujando un poco a Lynn y a Lucy para correr hacia la que se suponía era mi habitación. Justo cuando la abrí, el abuelo entró y me vio primero a mí antes que a mis hermanas desemperezándose. Hice como que iba al baño, cuando me detuve al verlo llegar. De forma inquisitiva me miró y por un momento temí que tuviese la capacidad de leer la mente.

—¿Abuelo?

El modo en que con algo de miedo Lily lo nombró inocentemente desvió su atención. La miró sorprendido unos segundos antes de volverme a ver.

—Te dije que te pusieras unos pantalones, desvergonzado.

Supuse que era crítica válida aún si acabara de levantarme. El abuelo al igual que ayer llevaba puesto un traje de vestir con saco y corbata, aunque esta vez ya podía notar que se trataba de un hombre de alta sociedad y no el mayordomo, como lo confundí el otro día en la mañana durante nuestra llegada.

Lynn y Lucy ya despiertas comprendieron lo que sucedía. El resto de las chicas poco a poco fueron despertando de lo que fue una noche intranquila. El abuelo acababa de entrar llevando un nuevo carrito de comida con otra enorme cesta junto con unos vasos y platos desechables.

Lola y Lana se acurrucaron contra Leni temerosas y esta las envolvió en un abrazo protector. Luan con una seriedad semejante a la de Lisa lo observó fijamente.

Tras pasar lista con la mirada en cada uno de nosotros, el abuelo empujó el carrito con el desayuno hacia el centro de la habitación, después se dio la vuelta y tomó el otro carrito con la canasta anterior ya vacía, empujándolo hasta dejarlo a medio camino de la puerta principal para volver a mirarnos.

—Parece que sus padres nunca les enseñaron buenos modales. Se dice: "Buenos días, abuelo", o por lo menos un: "Gracias por el desayuno, abuelo".

Tragamos saliva todavía mudos por la impresión. De pronto como si estuviese en la escuela, Leni usando su camisón salió de la cama y manteniendo una prudente distancia se paró frente a él.

—Buenos días, abuelito. Gracias por el desayuno.

Ahora fue el turno del abuelo de mostrarse incómodo frente a Leni. Sus ojos se abrieron mucho de un modo extraño a la vez que la recorrió con su mirada desde la cabeza hasta los pies. Su mano derecha se cerró y abrió varias veces a un costado de su cuerpo. Mirándome una vez más a mí, pareció conseguir salir del trance en el que había entrado. Del bolsillo de su saco sacó un sobre.

—Imagino que por lo menos la mitad de ustedes ya saben leer. Aunque no sé si extrañarme si eso tampoco se los enseñaran sus padres —aguardó unos momentos—. ¿Y bien? ¿Nadie?

Lisa fue la primera en comprender a lo que se refería, por lo que de un salto se puso de pie en la cama a un lado de Lily a quien señaló.

—Salvo por mi hermana infante en proceso de aprendizaje acorde a su edad, todos sabemos leer perfectamente, unidad post paternal. Incluso tengo el conocimiento de leer en diversos dialectos y escrituras como el griego o el...

—¿Es que no sabes hablar como una niña normal de tu edad? —la interrumpió—. Llámame abuelo, santo cielo.

Aunque mis hermanas parecían asustadas, en lo personal vi como un logro el que nos permitiera llamarlo así. A como se ha comportado, desde ayer imaginaba que nos pediría llamarlo por su nombre, apellido o algo así.

Lisa se quedó callada, quizás refunfuñando que primero pareció molestarse por creernos unos ignorantes, para después hacerlo por saber mucho. De pronto algo no me cuadró.

—Creí que papá nos traería el desayuno.

Me miró con mayor severidad que a mis hermanas, por lo que sin pensarlo retrocedí un paso. Parecía pensar entre si decirme algo o ignorarme.

—Su padre tuvo que salir temprano con mi esposa a desayunar fuera.

Lola entrecerró los ojos.

—¿Sin usted?

No pareció hacerle gracia la pregunta.

—Algunos tenemos obligaciones que atender, cómo alimentarlos a ustedes, por ejemplo.

No le replicamos nada, eso no quitó el hecho que nos sentimos un poco defraudados porque no fuese papá quien nos trajera el desayuno. El abuelo llamó a Luan señalándola. Mi hermana con cautela se le acercó y él de su mano le entregó el sobre.

—Cuando me vaya, quiero que les leas a tus hermanos las reglas que deberán seguir durante su estancia —después nos miró al resto de nosotros—. Su padre les traerá la comida por la tarde, o al menos eso espero.

Lynn tratando de bajar su guardia, se le acercó con familiaridad y confianza.

—Entonces, abuelo, ¿en la tarde comeremos algo en particular?

La miró con mal talante.

—Alimentos.

Aunque su intención fue obviamente dejar en claro que teníamos que resignarnos a lo que nos trajeran, Luan soltó una pequeña carcajada.

—Esa fue buena, abuelo. ¿Qué comeremos? ¡Pues alimentos! ¿Entiendes? —Y tan pronto como llegó la sensación de confianza, se fue tras ver su expresión disgustada.

Luan hizo como que le quitaba los dobleces a la carta y la sacudía. Luego hizo un saludo militar poniéndose firme frente a él.

—Entonces la misión es leerles a los chicos la carta. Entendido, abuelo.

Tras resoplarle a mi hermana, se dio la vuelta para marcharse. Sabiendo que quizás me estaba arriesgando, lo llamé de nuevo.

—Abuelo, quería preguntarte algo desde ayer, ¿qué hay detrás de la puerta de las escaleras en mi cuarto?

Aunque conseguí detenerlo, no se volvió para mirarme cuando me contestó.

—El ático. Buscaré la llave para sacarle una copia y pedirle a tu padre que se las entregue en la tarde. Así tendrán más espacio para moverse del que tienen aquí.

Siguió su camino y solemne se marchó de la habitación.

Aguardamos unos instantes mirándonos entre sí, cuando todos nos pusimos de pie y nos abalanzamos por la comida.

Dentro de la cesta había tres refractarios de buen tamaño: Dos de ellos rebosaban de huevos revueltos y el tercero algunas salchichas y tiras de tocino ya listas para comer. También había dos termos grandes con capacidad cada uno de tres litros. Uno tenía leche tibia y el otro un refrescante jugo de naranja natural frío. Lola hizo una expresión de asco.

—¡No me gustan los huevos revueltos! ¡Son muy grasosos!

—Pues no te los comas —le señaló Lana a modo de reclamo tocándose la parte hinchada de su cara—. Dile al abuelo que los quieres de otro modo. Ya vez lo cariñoso y accesible que es.

Lola la imitó tocándose la hinchazón de su propia cara. La forma en que resopló nos recordó mucho al abuelo Lynn, pero nadie se atrevió a decírselo.

Luan mordisqueaba una salchicha cuando se puso de pie con la carta frente a ella que sacó del sobre.

—¡Muy bien niños incultos y analfabetas, escúchenme con atención! —volteamos tras escucharla hablar haciendo una voz gruesa y avejentada, obviamente arremedando al abuelo—. Mientras vivan en mi lujosa y enorme casa en medio de la nada donde tengo de todo, menos un internet decente como una persona civilizada, van a seguir mis reglas. ¡Recuerden que en esta casa mando yo! Bueno, al menos cuando mi esposa no está disponible, ¿entienden?

Pocas veces nos reíamos de los chistes de Luan y esta era una de esas. Sin dejar de comer, la miramos como si se tratara de un entretenido programa de televisión. Ella continuó el acto con una expresión altiva, caminando exageradamente derecha y con una mano en alto.

—Escuchen con atención y sin interrumpir, si no quieren que les saque la cerilla con jabón o les lave la lengua con hisopos —Lily se rio señalando el error—. ¡Silencio pequeña diablilla! Ahora bien, escuchen y abran sus oídos a mis palabras.

En lo personal me entretuve más viendo como Lynn se comía un trozo de salchicha junto un tocino y un bocado de huevos revueltos al mismo tiempo, que con la imitación de Luan, pero igual le prestaba atención, dado que nos leería las reglas del abuelo sin salir del personaje.

—¡Regla número uno! Las mujeres en este cuarto y los hombres en el otro. Pero como no hay hombres, tú pequeño desvergonzado —me señaló—, te puedes quedar con esa habitación para que no mates a tus hermanas de la risa exhibiendo tus miserias.

Estoy seguro que las carcajadas debieron de oírse en toda la mansión. Miré indignado a Luan sintiéndome abochornado y con la repentina urgencia de ponerme unos pantalones.

—¡Regla número dos! Cuando tengan el acceso al ático, se quedarán ahí el viernes desde el amanecer, hasta el atardecer. Ese día los sirvientes hacen aseo, por lo que deben de permanecer escondidos para que no los vean, pero previamente ustedes mismos asearan la habitación, el baño y el cuarto de las escaleras, recogiendo cualquier indicio por pequeño que sea de que están viviendo aquí —se interrumpe para mirarnos continuando imitando el abuelo—. Así que ya escucharon, no sean cochinos y no dejen sus malolientes pañales por ahí.

Lily ahora fue quien se indignó por la forma en que se detuvo a mirarla.

—¡Oye! Shé ushar ya el baño.

—¡Silencio! Todavía no me tomo mi cafecito y estoy bravo —continuó leyendo la carta—. ¡Regla número tres! Aunque yo no esté presente, tengan por seguro que de un modo u otro los estaré vigilando y sabré lo que hacen. Deberán mantener el pudor entre ustedes, en especial el único varón respetando a sus hermanas y dándoles su lugar como tal —una vez más se volvió hacia a mí—. Así que mantén tus asuntos en el baño, desvergonzado.

Más risas. Cansado resoplé sintiendo las fuertes palmada de Lynn en mi espalda para que lo tomara con humor.

—Así que tampoco nada de meterse en la cama que no le corresponde para no traumar o pervertir al niño. ¿Escuchaste mocosa?

Aunque abochornado, no pude evitar reír al igual que el resto a riesgo que Lynn me diese un golpe por el modo en que se avergonzó al ser señalada. Ella estaba por reclamarle algo, cuando Luan continuó.

—¡Cuarta regla! Hasta que su padre arregle los asuntos pendientes con su abuela, ustedes sólo son huéspedes en esta casa y como tal tendrán que comportarse, eso incluye tratarme como su anfitrión y sólo eso. No intenten seducirme con sus encantos, ganar mi cariño o confianza, no... —y en este punto la voz de Luan conforme leía recuperó su tono normal, perdiendo su intención de hacer amena la lectura, conforme su expresión se volvía adusta y preocupada— no intenten apelar a mi compasión, pues de considerarlo necesario, los amonestaré como crea conveniente de romper las normas, tanto estas como las que les vaya dando conforme se me vayan ocurriendo, pues ustedes no son merecedores de considerarse miembros de una sociedad funcional, dada la... —la voz se le descompuso— sacrílega y aberrante naturaleza de su concepción, por lo que no son dignos siquiera de ser respetados como personas, mucho menos tener el derecho de ser amados.

Nadie reía, el silencio una vez más reinó por la impresión que nos causó la cruel aseveración del abuelo. Fue bueno que acabáramos de desayunar, pues de lo contrario hubiésemos perdido el apetito.

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No pude con la presión de tener dos empleos. Realmente fue desgastante, pero la buena noticia es que en el primero las cosas van retomando su ritmo normal, por lo que no creo necesitar ya otra ocupación... que si alguien me pide una comisión, tampoco me cierro a la posibilidad de un ingreso extra, je. La otra buena noticia es que por ello retomaré mi ritmo habitual para escribir. Un saludo a todos.

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