Capítulo 4: El Camino a la Oscuridad
El amanecer filtraba sus primeras luces a través de las pequeñas ventanas de la cabaña, iluminando el polvo en el aire. Adel había dormido poco, el calor del fuego había sido un alivio temporal para el frío que sentía por dentro, pero no había logrado calmar sus pensamientos. El peso de las palabras de Lyra aún lo oprimía. "El ciclo eterno de dolor y resurrección es tu condena". No había escapatoria, solo la cruel aceptación.
Lyra se movía en silencio por la cabaña, como si estuviera acostumbrada a la presencia de extraños condenados, como si no le sorprendiera nada de lo que él había dicho. Adel la observó mientras recogía hierbas de un rincón y las depositaba en una pequeña olla sobre el fuego. El aroma a plantas frescas invadió la cabaña, pero no hizo nada para apaciguar la tensión que sentía crecer dentro de él.
—¿Qué planeas hacer ahora? —preguntó ella sin mirarlo, su voz calmada pero firme.
Adel se quedó quieto por un momento. No tenía una respuesta clara. Estaba atrapado en un cuerpo mortal, pero inmortal a la vez, condenado a morir repetidamente. ¿Qué podía hacer en ese estado? Había llegado a la Tierra como castigo, no como elección.
—No lo sé —respondió finalmente, bajando la mirada—. No sé qué se espera de mí aquí.
Lyra dejó de moverse por un momento y lo miró desde el otro lado de la cabaña.
—Se espera que sufras —dijo con franqueza—. Ese es el punto de tu condena. Te verás obligado a enfrentar todo lo que despreciabas en la humanidad. Sentirás dolor, hambre, miedo. Y cada vez que mueras, regresarás para volver a sufrir.
El silencio cayó sobre la cabaña de nuevo, roto solo por el leve burbujeo de la olla en el fuego.
—¿Entonces es solo sufrimiento? —preguntó Adel, sintiendo cómo la frustración crecía dentro de él—. ¿No hay un propósito, ningún fin a todo esto?
Lyra caminó lentamente hacia él y se sentó frente al fuego, su mirada intensa y fija en él.
—Eso depende de ti, Adel. Las almas caídas como la tuya están destinadas a este ciclo eterno. Pero algunos encuentran una forma de redención. Otros, simplemente se rompen y se pierden.
Adel apretó los dientes. La palabra "redención" resonaba en su mente, pero parecía tan lejana, tan imposible. ¿Cómo podía redimirse cuando su naturaleza misma lo había condenado?
—¿Qué tipo de redención? —preguntó en voz baja.
Lyra lo miró con cierta compasión, pero su voz seguía siendo dura.
—Eso es algo que debes descubrir por ti mismo. Nadie puede decirte qué camino tomar. Lo único que sé es que para muchos de los que cayeron antes que tú, ese camino no fue fácil. Algunos ni siquiera llegaron a encontrarlo.
Adel miró fijamente las llamas del fuego, sus pensamientos retorciéndose dentro de su cabeza. Solaris, su vida anterior, todo lo que había conocido... parecía tan lejano, como si perteneciera a otra vida. Ahora estaba atrapado en un cuerpo que no conocía, en un mundo que nunca había comprendido.
—Entonces... ¿qué debo hacer ahora? —preguntó con una voz más débil de lo que pretendía.
Lyra se levantó lentamente, caminando hacia la ventana. Fuera, el sol estaba subiendo lentamente, iluminando el bosque con una luz dorada que no tenía el calor que Adel recordaba de Solaris.
—Primero, deberás aprender a vivir aquí —dijo finalmente, volviendo a mirarlo—. Si sigues adelante sin entender este mundo, te perderás rápidamente. Los humanos no son como los vigilantes de Solaris. Son frágiles, pero también peligrosos. Tendrás que ser uno de ellos para sobrevivir.
Adel frunció el ceño. La idea de mezclarse con los humanos, de vivir como ellos, era casi insoportable. Había pasado siglos observando su debilidad, su incapacidad para aprender de sus errores. Pero ahora, parecía que no tenía otra opción.
—¿Cómo se supone que haré eso? —preguntó, su tono más brusco de lo que pretendía.
Lyra lo miró, y por primera vez, Adel pudo ver un atisbo de algo más allá de su frialdad habitual. Había compasión en sus ojos.
—Debes empezar por entenderlos —respondió ella—. Y eso significa que debes experimentar lo que ellos experimentan. No solo el dolor, sino también sus emociones. Sus esperanzas, sus miedos... incluso su amor.
Adel apretó los puños ante esa última palabra. Amor. Esa había sido la causa de su caída, la razón de su condena. Y ahora, tenía que volver a enfrentarlo.
—No quiero amar —espetó, su voz cargada de rabia contenida—. El amor me destruyó. Me convirtió en lo que soy ahora.
Lyra lo observó en silencio por un momento antes de responder.
—Eso es lo que piensas. Pero en este mundo, el amor puede ser una fuerza poderosa. Tanto para destruir como para sanar.
Adel apartó la mirada, sintiendo que su frustración crecía. No quería hablar más de ello. No quería pensar en lo que lo había llevado hasta aquí. Solo quería encontrar una forma de sobrevivir a su condena.
—¿Hay algo más que deba saber? —preguntó, cambiando de tema abruptamente.
Lyra suspiró, como si hubiera esperado esa reacción, pero no dijo nada más sobre el tema del amor.
—Tienes que encontrar tu lugar en este mundo. Ya no eres un vigilante. No tienes autoridad aquí. Solo eres otro hombre, perdido en un lugar donde el poder no significa lo mismo que en Solaris.
Adel asintió lentamente, absorbiendo sus palabras. Sabía que estaba en una posición completamente diferente a la que había estado acostumbrado. Aquí, no era más que un exiliado, una sombra de lo que había sido.
—¿Y por dónde empiezo? —preguntó finalmente.
Lyra caminó hacia una pequeña mesa en la esquina de la cabaña y sacó un pequeño mapa enrollado. Lo extendió sobre la mesa, mostrando una vasta extensión de tierras, bosques y montañas.
—Al este de aquí —dijo, señalando una pequeña aldea en el mapa—, encontrarás un lugar donde podrías comenzar. Los humanos allí no hacen muchas preguntas, y podrías aprender más sobre este mundo. Pero ten cuidado, Adel. No todos en la Tierra son lo que parecen. Y algunos... no se detendrán ante nada para destruir a los que caen.
Adel miró el mapa, sintiendo cómo la responsabilidad caía sobre él como una losa. Sabía que debía seguir adelante, aprender a vivir en este mundo, pero no tenía claro cómo lo haría. Aún así, no tenía otra opción.
—Gracias —dijo finalmente, su voz baja pero sincera.
Lyra lo miró con una expresión neutra, pero asintió.
—Vete al amanecer —dijo—. El viaje será largo, y no puedes quedarte aquí mucho tiempo. Otros te buscarán.
Adel asintió. Sabía que no podía quedarse, y aunque parte de él deseaba permanecer en ese refugio temporal, la otra parte sabía que debía continuar.
Al salir de la cabaña, el sol ya estaba más alto en el cielo, aunque su luz era tenue, como si el propio cielo compartiera el estado de ánimo sombrío de Adel. Lyra lo observaba desde la puerta, su rostro impenetrable, pero Adel sintió que había algo más en ella que no había revelado.
—Adel —lo llamó justo cuando él daba su primer paso fuera—. Recuerda una cosa: no puedes huir de lo que eres. Y no puedes luchar contra tu destino. Acéptalo. Eso te hará más fuerte.
Adel no respondió. No estaba seguro de poder aceptar su destino, pero sabía que Lyra tenía razón. No podía escapar de lo que era, y aunque intentara huir, su condena lo seguiría a donde fuera.
Caminó hacia el bosque, siguiendo el camino que Lyra le había indicado en el mapa. Mientras avanzaba, el aire frío lo golpeaba con fuerza, pero su mente estaba ocupada en algo más profundo. El ciclo de muerte y resurrección que lo esperaba era un pensamiento que no podía sacudirse.
¿Qué sentido tiene todo esto? Pensaba una y otra vez, intentando encontrar una lógica en su condena.
Con cada paso que daba, sentía cómo su cuerpo mortal se adaptaba, pero su espíritu inmortal seguía resistiendo. Había sido un vigilante, un ser destinado a observar y proteger. Ahora, no era más que un hombre perdido, enfrentándose a algo que jamás había considerado posible: su propia humanidad.
El viaje hacia la aldea sería largo. Pero el camino hacia la aceptación de su destino sería aún más tortuoso.
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