Capítulo 3: Los Ecos del Pasado
El silencio de la cabaña era tan denso que se podía sentir, envolviendo a Adel como una manta invisible. El calor del fuego ya había aliviado el entumecimiento de su cuerpo, pero algo más comenzaba a aflorar: la inquietud. Sabía que había algo extraño en Lyra. La manera en que lo observaba, la tranquilidad calculada de sus movimientos, como si supiera más de lo que dejaba entrever.
Lyra seguía en pie, con la mirada perdida en el bosque más allá de la ventana. Algo en su expresión había cambiado desde su última pregunta. Adel la observó con cautela, sintiendo que estaba en el borde de una revelación importante, pero no sabía si debía confiar en ella. Las respuestas que buscaba podían estar frente a él, pero el riesgo era grande.
Finalmente, Lyra rompió el silencio.
—El exilio... —murmuró, su voz baja, como si hablara consigo misma—. Hay muchos tipos de exilio en este mundo, Adel. Algunos son físicos, otros... emocionales.
Adel no dijo nada. Su instinto le decía que lo mejor era esperar. Había aprendido, desde su llegada a la Tierra, que precipitarse solo traía problemas.
—Los que son exiliados suelen buscar respuestas —continuó Lyra, su mirada aún fija en la ventana—. Pero a veces, esas respuestas no son lo que uno espera.
Se giró hacia él, con los ojos entrecerrados, como si lo estuviera evaluando por última vez antes de tomar una decisión.
—Eres uno de ellos, ¿no es así?
Adel sintió cómo su corazón se aceleraba por un momento. No podía decirle la verdad. O tal vez... ya lo sabía.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, intentando mantener la calma en su voz.
Lyra dio un paso hacia él, con una sonrisa apenas visible en sus labios.
—No eres el primero que veo caer del cielo.
El frío que Adel había sentido desde que llegó a la Tierra regresó, pero esta vez no era por el clima. Era algo más profundo. Una comprensión súbita de que estaba ante alguien que entendía más de lo que parecía. Alguien que sabía más de lo que él mismo sabía sobre su condena.
—No soy humana, Adel —dijo Lyra, como si hubiera leído sus pensamientos—. Y tampoco soy lo que tú llamarías un ángel. Pero conozco a los tuyos. Los he visto caer, y los he visto sufrir... como estás sufriendo tú ahora.
Adel permaneció en silencio, las palabras de Lyra resonando en su mente. Las preguntas que se agolpaban en su cabeza no se desvanecían, pero tampoco podía formularlas. No sabía por dónde empezar.
—¿Qué eres entonces? —preguntó finalmente, forzándose a hablar.
Lyra no respondió de inmediato. En lugar de eso, caminó hacia la estantería de madera donde antes había buscado el frasco, y esta vez tomó un objeto pequeño y oscuro. Cuando se acercó de nuevo, Adel vio que era un colgante. Lo sostuvo en su mano, colgando de una fina cadena de plata. En el centro, había una pequeña piedra negra, opaca y pulida, pero había algo en ella que lo inquietaba.
—No soy como tú, pero puedo sentir lo que tú sientes —dijo Lyra, acercando el colgante—. Este amuleto lo hace posible. He sido una observadora durante mucho tiempo, Adel. He visto ángeles caer, y he sentido su dolor. El tuyo no es diferente.
Adel miró el colgante, sin atreverse a tocarlo.
—¿Por qué me lo estás contando? —preguntó, sin apartar la vista del amuleto.
Lyra dio un paso hacia adelante, ofreciéndole el colgante con una mano.
—Porque he visto lo que viene para ti. Y no será fácil.
Adel sintió una punzada de miedo, pero no lo mostró. Aún no podía confiar en ella. Había demasiado en juego. Sin embargo, algo en su instinto le decía que necesitaba respuestas, y si Lyra podía dárselas, debía arriesgarse.
Tomó el colgante en su mano. Al tocarlo, sintió un frío punzante recorrer su piel, pero no lo soltó. Algo en la piedra parecía pulsar, como si tuviera vida propia.
—Este amuleto te protegerá de lo peor —dijo Lyra—. Pero no puede salvarte del destino que has sellado.
Adel levantó la mirada, sintiendo que lo que venía a continuación era más importante de lo que imaginaba.
—¿Qué destino? —preguntó en un susurro.
Lyra sonrió levemente, con una tristeza que no había mostrado antes.
—La muerte, Adel. El ciclo eterno de dolor y resurrección que es tu condena. Ya has sentido el primer golpe del castigo, pero no será el último. Caerás muchas veces más, y cada vez será más difícil levantarte. Hasta que, finalmente, no puedas más.
El corazón de Adel latió con fuerza. Sabía que su condena era más que vivir entre los humanos. Había algo más oscuro, más profundo, que no había comprendido del todo hasta ese momento.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, su voz tensa.
Lyra se acercó aún más, sus ojos clavados en los de Adel.
—Porque lo he visto antes. Los ángeles caídos no pueden escapar de su destino. La muerte no es un escape para ti, Adel. Es solo el comienzo de un ciclo interminable de dolor.
Adel apretó los puños, sintiendo la desesperación crecer dentro de él. No podía aceptarlo. No podía aceptar que su condena fuera eterna. Debía haber una salida. Debía haber una forma de romper el ciclo.
—¿Y cómo puedo detenerlo? —preguntó, con más fuerza en la voz de la que pretendía mostrar.
Lyra lo observó en silencio por un momento, su expresión inmutable. Luego, con una calma inquietante, habló.
—No puedes detenerlo. Solo puedes sobrevivirlo.
Adel sintió cómo esas palabras se hundían en él como cuchillos. No había redención. No había escapatoria. Estaba condenado, tal como el consejo de Solaris había dictado.
—Entonces, ¿qué sentido tiene todo esto? —preguntó, su voz cargada de frustración—. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué estoy condenado a este ciclo?
Lyra dio un paso hacia atrás, alejándose del fuego. La luz de la chimenea proyectaba sombras largas en su rostro, dándole un aspecto casi etéreo.
—Porque cometiste el peor de los errores —dijo en un susurro—. Amarte a ti mismo a través de otra persona. Amar lo que eres, lo que fuiste, a través de alguien que nunca te perteneció. Ese es el verdadero crimen, Adel. Y ahora, el precio es tu eternidad.
Las palabras de Lyra golpearon a Adel como un mazazo. Sabía que su caída había sido por amor, pero nunca lo había visto de esa manera. Siempre había creído que había sido un simple error, un desliz. Pero ahora, entendía que el consejo lo había castigado por algo mucho más profundo. Había amado su propio reflejo, proyectado en una humana. Y eso lo había condenado.
—¿Y tú? —preguntó, buscando desviar la conversación—. ¿Qué haces aquí, si no eres como yo?
Lyra esbozó una leve sonrisa, casi melancólica.
—Estoy aquí porque, al igual que tú, cometí errores. No tan graves como los tuyos, claro. Pero errores al fin y al cabo.
Adel la observó, sabiendo que había mucho más en su historia que lo que ella estaba dispuesta a revelar. Pero en ese momento, no importaba. Lo que importaba era que sabía algo sobre su condena, algo que podría ayudarlo a sobrevivir.
—¿Y qué debo hacer ahora? —preguntó, resignado a aceptar la situación.
Lyra lo miró, su expresión más suave que antes.
—Aprender a vivir con tu destino. Y cuando llegue el momento, morir.
Adel no respondió. Las palabras de Lyra eran claras, pero lo dejaban más confuso que nunca. Sabía que estaba atrapado en un ciclo interminable de muerte y resurrección, pero no entendía cómo podría sobrevivir a algo así. El miedo lo consumía, pero no lo mostraba. Había aprendido a controlar sus emociones, incluso en los momentos más oscuros.
—Te quedarás aquí esta noche —dijo Lyra finalmente—. Necesitarás fuerzas para lo que viene.
Adel asintió, sin decir nada más. Sabía que su camino recién comenzaba, y que las respuestas que buscaba estaban más allá de la cabaña de Lyra. Pero por ahora, aceptaría su ayuda.
Se sentó junto al fuego, observando las llamas danzar mientras su mente se perdía en pensamientos oscuros. Sabía que debía estar preparado para lo que vendría. La muerte no sería su fin, pero tampoco una liberación.
Y mientras el fuego crepitaba ante él, Adel comprendió que, aunque su cuerpo reviviera una y otra vez, su espíritu enfrentaría una batalla cada vez más desgarradora. La verdadera lucha no sería sobrevivir al dolor, sino conservar su ideantidad ante un destino que intentaría arrancársela a cada paso.
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