5º Un viaje a lo desconocido -mayo 2021-

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PERFIL: WattpadCienciaFicciónES

CONCURSO: "UN VIAJE A LO DESCONOCIDO"

TEMA: Ciencia ficción

PLAZO: 4 de junio de 2021

Nº PALABRAS: 1000 – 3000

DISPARADOR:

«La enorme nave vibró y, después, se apagó. Las luces murieron y todo quedó sumido en la oscuridad.»

RESULTADO (2 de julio de 2021): Mención honorífica

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                                             Primer contacto


   —¡Luces! —demandó la mujer al tiempo que se incorporaba de un salto del catre adosado a una de las paredes de su camarote y alargaba un brazo para asir el uniforme. Casi perdió pie, pero logró conservar el equilibrio.

La computadora obedeció al instante y la estancia se iluminó con una luz blanca, pero no demasiado fría, proporcionada por varios focos distribuidos de manera estratégica.

Una voz familiar —a medio camino entre humana y cibernética— volvió a sonar a través de la insignia-intercomunicador adosada a su indumentaria, que ya casi había llenado con su cuerpo mientras, de un vistazo, se aseguraba de que las botas seguían allí donde recordaba haberlas dejado.

—Capitana Katagara, se requiere su presencia en el puente. Ahora.

—Ya voy, teniente Mbau —rezongó la mujer mientras trataba de compaginar dos acciones aparentemente no pensadas para llevarse a cabo a la vez, a saber: ponerse un par de botas y avanzar a saltos—. ¿Sabe qué me ayudaría mucho en estos momentos? Que mantuvieran estabilizada la nave ahí arriba.

Como respuesta a su razonable petición, la Astrolabio dio tal bandazo que la capitana se fue de bruces al suelo, circunstancia que, sin embargo, aprovechó para girarse boca arriba y, en un rápido movimiento, terminar de calzarse.

—Ya hablaremos luego de esa excelente ayuda, teniente —murmuró Katagara para sí mientras cruzaba la puerta de su camarote y enfilaba a toda prisa hacia el turboascensor más próximo—. Largo y tendido. ¡Puente!

La computadora sí cumplió con su imperativo deseo.

Su espectacular entrada a trompicones precedida de un potente zarandeo —el mayor hasta ese momento— le dio pie para pronosticar que, hiciera lo que hiciera, aquel día no sería recordada con admiración entre ninguno de los presentes.

—¡Informe! —acertó a gritar nada más detener su nada elegante aparición gracias a la solidez de las consolas del puente superior situadas justo detrás del sillón de mando. Cerró los ojos un segundo nada más oír el gallo que acababa de escapar de su garganta traidora. No, definitivamente hoy no iba a ser un día glorioso.

Con su reputación abandonada al azar, la capitana se desplazó con aceptable dignidad hasta situarse de pie delante de su puesto mientras escuchaba con interés los datos que facilitaba ya Mbau.

—Dos naves desconocidas. Aparecieron de la nada. Nos escanearon y abrieron fuego. Ignoran nuestras llamadas. Ensayando maniobras evasivas —desbrozó el cíborg con su particular y lacónico estilo, capaz de poner de los nervios al espíritu más templado.

—¿Escudos?

—Se están portando —respondió con buen ánimo un alférez sentado frente a la consola de operaciones—. Tres impactos directos y se mantienen a un noventa y ocho por ciento.

—¿Los experimentales o los de verdad? —repreguntó Katagara al alférez, atónita por el inesperado vigor de su defensa principal frente a semejante castigo. Era una pregunta retórica y así lo entendió el joven oficial, que siguió a lo suyo.

—¿Podemos eludirlos? —preguntó, esta vez en serio, al timonel, un hombretón curtido en mil escenarios difíciles que no dejaba de teclear comandos en lo que ella interpretó como un desesperado intento por no ofrecer un blanco fácil a ninguna de las naves agresoras.

Un nuevo impacto hizo que cayera hacia atrás y la dejara sentada de forma —¡cómo no!— poco refinada, con una pierna por encima de uno de los reposabrazos y un largo mechón de pelo sobre los ojos. Al menos aquella acción también le había proporcionado una respuesta contundente a su pregunta, que Mbau vino a confirmar mientras negaba con la cabeza.

—Son rápidas. A impulso, imposible. A curvatura, factible.

—Escudos al cuarenta y cinco por ciento en una nueva zona de impacto, entre las cubiertas dos y tres —cantó el alférez como si fuera lo más lógico que podía ocurrir en ese momento.

—¿Quéeee...? —Katagara, en cambio, abrió mucho los ojos—. ¿Es eso posible, alférez? ¿No me toma el pelo?

—Sí, capitana... No, capitana —el joven ahora parecía agobiado, y no era para menos. Con un solo impacto los escudos habían reducido su efectividad a casi la mitad, algo que no había ocurrido con los tres disparos anteriores. Y, por si no fuera suficiente, la capitana le preguntaba como si él tuviera que saber explicarlo. Los datos que llegaban a su consola no venían con «porqués» incluidos.

El listo de Mbau, como de costumbre, intervino con su tono insípido y neutro para arrojar luz sobre «el misterio de los escudos perdidos».

—Emplean un arma diferente.

—¿Otra arma? —se giró como un rayo la capitana—. ¿Qué arma es esa? ¿De qué clase? ¿Disruptora, penetrante, explosiva?—los ojos de la capitana chispearon con curiosidad científica, el combate relegado de repente a un segundo plano.

—Nada de eso. Nos arrojaron algo. Y sigue en el casco.

—¿«Arrojaron»? ¿Cómo que nos arrojaron algo? ¿Quiere decir como quien lanza un cubo de agua a un vehículo? —Katagara no daba crédito a lo que oía.

—La computadora sigue analizando —Mbau se encogió de hombros en un gesto que humanizó mucho su figura cuasi robótica.

—¡Agárrense! —advirtió de improviso Rubare, el timonel.

La nave se sacudió como si un imaginario gigante espacial les hubiera soltado un manotazo de colosales proporciones. Y mientras los tripulantes del puente luchaban por no soltarse de lo primero a lo que se hubieran aferrado para no acabar rodando por el suelo, en la pantalla principal contemplaban cómo, por delante de la nave, se alejaba de ellos el fallido disparo.

Como bien había apuntado Mbau, no se trataba ni de un rayo, ni de un torpedo ni de nada que hubieran visto antes. El extraño «proyectil» se asemejaba más bien a una enorme ameba de sustancia gelatinosa cuyos seudópodos se retorcían de manera inquietante, como si trataran en vano de anclarse a algo sólido. «A la nave», se estremeció Katagara mientras su cerebro tanteaba varias hipótesis y las archivaba para su posterior investigación.

—¡Escudos al veinte por ciento! —anunció el alférez sin atreverse esta vez a levantar la mirada de su consola para no encontrarse con la de la capitana.

—¡Desvíe la energía auxiliar que necesite, alférez Sin! —ordenó Katagara—. Pero de ningún modo aceptaré que perdamos los escudos.

—Sí, capitana.

—¿Qué me dice de esas naves, teniente?

—Se han separado un poco y mantienen la distancia —informó Rubare—. Sospecho que nos lanzaron un cepo y ahora ya solo necesitan esperar para cobrar la presa.

—Aún no, teniente —respondió la capitana. Se volvió hacia su mejor oficial científico—. ¿Mbau, qué dice la computadora de ese maldito proyectil amorfo?

—Inorgánico. Con propiedades interesantes. Absorbe energía que libera al espacio, así debilita los escudos. Suministrar más energía es fútil.

—¿Cómos nos libramos de esa cosa?

—Sugerencia: desactivar el escudo del sector afectado; enviar drones que despeguen del casco el dispositivo alienígena.

—¿Desconectar los escudos? ¿Y si es justo lo que están esperando para atacarnos de nuevo con armas convencionales? —protestó Rubare sin descuidar la vigilancia de las naves atacantes en su pantalla.

—No hay alternativa —dijo Katagara—. Sin y Mbau, coordinen esa desconexión selectiva del escudo con el envío de drones. Restauraremos el escudo en cuanto los drones se hayan desecho de la basura. Rubare, haga cuanto pueda para no exponer la zona desprotegida a las armas enemigas, y prepare lo necesario para entrar en curvatura. A mi señal... ¡Ahora!

—Escudo desconectado en zona de impacto —informó Mbau.

—Drones en camino —apuntó Sin.

—Capitana —llamó Rubare casi al momento—, las dos naves alienígenas se han vuelto a acercar... Y se separan para flanquearnos.

—¿Mbau? —interpeló Katagara.

El cíborg le mostró la palma de la mano para indicarle que esperara. La capitana enarcó una ceja ante la descortés respuesta de su oficial científico, pero no fue lo bastante rápida para proferir una queja.

—Los drones han tenido éxito. Restaurando escudo del sector afectado.

La mujer se volvió hacia el timonel.

—¡Sáquenos de aquí!

Rubare activó el comando que había introducido con anterioridad y la Astrolabio abandonó el espacio normal para entrar en curvatura.

Apenas pasaron unos segundos antes de que la enorme nave vibrara y, después, se apagara. Las luces murieron, todo quedó sumido en la oscuridad.

—¿Tenemos energía auxiliar? —preguntó la capitana en tono perentorio.

—Apenas. Se ocupa del soporte vital. Reiniciando sistemas primarios —notificó Mbau—. Habrá energía en breve.

—La necesito «ahora» —se lamentó Katagara—. Nuestros nuevos «amigos» pueden llegar en cualquier momento.

—¿Se refiere a ellos, capitana? —Sin señalaba la pantalla principal, que, recién recuperada, mostraba una imagen del espacio al frente de la Astrolabio. Dos naves alienígenas parecían esperarlos, como si hubieran acudido a un mortífero punto de encuentro.

—¡Maldición! —Katagara apretó los puños con rabia.

El puente, y también el resto de las secciones de la nave de acuerdo con los datos aportados por los sensores internos, recuperó en ese momento su iluminación habitual.

—Nos llaman —anunció el alférez mientras, esta vez sí, volvía la cabeza hacia la capitana. La sorpresa se había sobrepuesto al temor.

—Vaya, justo a tiempo —suspiró con ironía la capitana, que, como científica que era, creía más en las causalidades que en las casualidades—. Bien, alférez, oigamos qué quieren de nosotros esos simpáticos alienígenas... Pero antes prepare cinco torpedos experimentales. Sospecho que es muy posible que nos ofrezcan la oportunidad de averiguar si esas fantásticas naves encajan los golpes tan bien como los reparten.

La única razón que se le ocurría para que entidades desconocidas dispararan primero y, obtenida cierta ventaja, quisieran hablar, era exigir algo a cambio de no volatilizarlos. Y muy posiblemente ese algo sería inasumible. Pero si eso era lo que sus atacantes pretendían, iba a hacer cuanto estaba en su mano para que se llevaran una desagradable sorpresa.

—Sí, capitana —respondió el joven. Tras introducir unos cuantos comandos a través de su consola, anunció—: Canal abierto, pero solo audio.

—Saliudos, eixtranjieros, somos los niuga —Katagara enarcó las cejas nada más escuchar las primeras palabras, pues, pese a la muy mejorable pronunciación y al timbre metálico e impersonal, no tardó en reconocer la voz de su propia computadora. Como si la hubieran preparado de antemano, los alienígenas ofrecieron una respuesta a la pregunta no formulada—. In efiecto, nios comiunicamos pir miedio de viustra miáquina rectiora piorque niustra ispiecie no hiabla.

—¿Qué quieren? ¿Por qué nos atacan? —Katagara decidió ir al grano, acababa de empezar a conversar con aquellos seres y ya podía imaginar el dolor de cabeza que le esperaba si aquello se prolongaba demasiado.

—Nio lo hicimos —se defendió su interlocutor—. Siomos una especie pacifiquia.

—¿En serio? Porque puedo enseñarle un boquete en los escudos de mi nave que no dice lo mismo.

—Il dispiositivio que dañió sus esquiudos no ira un iarma, sinio lo qui nicisitiamos piara estiabliecer ina comiuniquiación efiectiva. Liamentiamos las miolestias ocasioniadas.

—¿Por qué nos persiguieron entonces cuando decidimos saltar para marcharnos?

—Pior cuiriosidiad. Ustiedes sion la primiera espiecie quie no nios ha ataquiado al intientar istablicer comiuniquiación.

—Vaya, por fin un cumplido hoy —ironizó Katagara, que empezaba a dar por buenas las explicaciones de su, al parecer, no tan hostil como había imaginado interlocutor—. Y dígame, también por curiosidad, si no emplean un lenguaje hablado, ¿cómo se comunican entre ustedes?

—O, ies diviertido, nuistra ispicie se comiunica de miente a miente.

Katagara enarcó una ceja, confundida al principio por la transcripción ofrecida por la computadora de la nave. Pero luego captó el sentido de la frase.

—¡Telépatas! —exclamó sin ocultar su sorpresa—. Pero no lo entiendo, ¿por qué no se comunicaron mentalmente con nosotros?

—Lio intientiamos, piero nio nios fuié piosible. Niustras mientes ni sion ciompatiblies. Nio lo sion con lia miayioría de lias ispiecies con lias quie hiemos ciontactiado hiasta ahiora. Pior iso disarriolliamos el dispiositivio de ciomuniciación...

—...que, permítame decirle con brutal sinceridad, es un asco —le interrumpió la capitana con los nervios a punto de colapsar—. ¿Y qué les parece si, como primer gesto de cordialidad entre nuestras especies, y para dejar atrás un primer contacto más bien tenso, trabajamos juntos en un proyecto científico que nos beneficie a ambos?

—¡Oh! Siuena intieresiante. ¿Y en quié consistiría iese prioyecto?

—En desarrollar un dispositivo de comunicación que, por un lado, no se parezca tanto a un arma y, por otro, posibilite una comunicación eficiente entre nuestras dos especies sin que la computadora de mi nave suene idiota.

—¡Hiagámoslo! —el niuga sonó entusiasmado ante la idea—. Nio se imiagina ciómo resuienan sius pialabrias en niustrias mientes...

—Y ustedes, por muy telépatas que sean, no se imaginan cómo pensábamos qué iba a terminar este primer contacto —respondió la capitana.

Katagara y los demás tripulantes del puente de la Astrolabio —salvo Mbau, a cuyo sentido del humor aún le faltaban horas de práctica— rieron de buena gana. Inesperadamente, se les sumaron una serie de chillidos, suaves y rítmicos, procedentes de los altavoces de la nave científica.

«Después de todo», pensó la capitana de la nave científica, «no va a ser un día tan malo como temí en un principio».   

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