Sexto fantasma
We Never Change
Cada amanecer se preguntaba sí entre la gama de definiciones habría alguna que lograra darle un nombre.
No sé quién soy, ni lo que soy. No existe un "porqué" de mi situación.
Perdió la cuenta de la cantidad de veces que escuchó las tres constantes en su vida:
¿Por qué lo has hecho, Guy?
¿Qué hicimos mal?
Eres diferente, una anomalía probablemente.
Es un hombre con trastornos que sobrevive sin un diagnóstico. Después de tantos años, tantas terapias, medicación, aún no podía obtener su nombre clínico. Sólo sabía que estaba roto, que vagaba sin un propósito y que su mera existencia radica en un defecto psicológico que lo arrastra lejos de él resto.
Pero a pesar de todo esto, de fracasos e insomnios, al final se hubo dado cuenta que quería vivir. Después de sentir la vida irse de entre sus dedos por su causa, deseaba vivir, y nunca ser cruel. Podría justificarse tras su pasado, pero no quería seguir atormentando a sus semejantes con una maldición que no era suya. Decidió irse, alejarse de todo lo que conocía y conoció, aceptarse y reconocer que no tenía un alma que salvar. Esto es lo que era, y lo que siempre sería.
Sólo había dejado una nota en el recibidor de la familia. Escribió algo más o menos esperanzador, sin explicaciones sobre su decisión ni lo que vendrá tras aceptar su nueva vida.
¿Nunca cambiamos, o sí? Quiero vivir mi vida, ser bueno y honesto, no quiero ser más cruel con ustedes. Quiero vivir en un sitio donde pueda ver el sol, y donde hacer amigos sea más fácil. Voy a volar, y nunca caer.
Adiós.
Mientras él autobús lo llevaba a un sitio alejado, relacionó el ambiente gélido con hasta ahora la única sensación que había experimentado. Recordó los días fríos entre aquéllas paredes blancas que pretendían curarle, los rostros cansados de los que trataron de sanarlo y que lo amaron.
La noche trae entre luces los retazos de las madrugadas que pasó deambulando sin razón, tratando de acallar los pensamientos crudos que nublaban su razón. El cristal del autobús devolvía su reflejo cansado y sin aparente esperanza.
Pero nada podía apagar la llama que crecía en su pecho, el deseo de volar alto y jamás caer, de sentirse libre de las cadenas que se le habían impuesto desde el nacimiento.
Decían que nunca cambiamos, pero estaba dispuesto a pagar el precio por demostrar lo contrario. Entre todas las cosas que dejó se hallaba el amor, se enamoró pero fue cruel sin desearlo y no quería serlo más. Provocó situaciones desagradables que con su partida pretendía le volvieran un buen hombre. Nadie padecería por su causa.
Dejó atrás la ciudad y con ella su pasado, la cordura obligada y el dolor. Comenzó a ver el paisaje de un tono distinto, no tenía miedo a ser él. Observó por última vez las huellas en su piel, y deslizó de entre sus manos las píldoras que lo consumían día a día. Con ellas se iban los miedos y su sofocación, vio el camino y la naturaleza, mientras por primera vez en un largo tiempo dió lugar a una sonrisa. Comenzó a sentir cómo la oscuridad y el terror se desprendían poco a poco de sí, dejándole ser lo que nunca se permitió.
Desprenderse de su familia y de él amor no era sencillo, pero sí ellos no creían que podría cambiar y él necesitaba esa fé, era lo mejor que se podía hacer.
Algunos no nacimos para estar entre los otros, abrimos los ojos a este universo con un sello invisible marcado en el pecho que nos vuelve un ser ajeno e incapaz de acoplarse a ésta sociedad.
Tenía dos opciones, vivir sin creer en el cambio, dañando con sus cargas mentales a otros, o irse lejos y aceptar la locura para comenzar a vivir. Aunque no fuera lo ideal para sí.
Pagó una cabaña alejada desde hacía tres meses. Sólo esperaba una repentina carga de fuerza para moverse y llegó. Sabía que estaba acercándose, porque el firmamento se teñía de amanecer y sus latidos aumentaban presurosos con nerviosismo. Cargó consigo una pequeña maleta con un par de discos, cuadernos y libros. Nadie podría encontrarlo y podría ser honesto y sincero con él mismo.
Al bajar del autobús respiró el aire puro de la naturaleza, sus ataduras se rompieron pues no sintió nada que lo arrastrase al comienzo. Vio su pequeño hogar de madera lejanamente, y experimentó una calidez nueva en su interior. Todo seguía exactamente igual en su cabeza, pero no había más cargas en ella. No más culpa. Ni decepción.
Siempre se sintió sólo. Pero aquí todo sería diferente, pudo sentir los amigos que escondía salir por entre los árboles y subir consigo entre charlas y sonrisas hasta la cabaña. Se detuvo frente a la puerta con una amplia sonrisa, una vocecilla lo invitó emocionada a abrir. Lo hizo, nunca antes actúo por gusto ante él temor de ser juzgado. Pero ellos, su mundo, no estába aquí para juzgarle.
Algo se rompió dentro de sí al adentrarse al lugar, acomodó emocionado los libros sobre la chimenea y corrió a la cocina para ver el paisaje por la ventana. De regreso lo esperaban los que rechazó por temor mucho tiempo, prefirió hundirse en la soledad antes que aceptar que los necesitaba por pretender ser cómo todos. Sin embargo le observan, con una sonrisa y sin una pizca de resentimiento.
El amanecer inunda el lugar, el sol irradia con fuerza, sus rayos traspasan las ventanas y partes de la madera, se sentía verdaderamente en casa.
Estaba perdido, pero en casa. Este era su destino y lo aceptó, era mejor que pretender la cordura y matarse lentamente en el intento.
Encendió la música a un volumen adecuado, salio para sentir la brisa y ser sanado por la calidez del Sol, pudo experimentar cómo sus heridas se cerraban mientras la locura aumentaba, ¿pero qué importaba ya?
Quiero vivir mi vida y tener amigos a mi alrededor. Quiero volar alto y nunca más caer. Sentir el sol, y vivir en un lugar donde hacer amigos será más sencillo...
Siempre supo que su felicidad se encontraría lejos de todos, porque él no era cómo ellos. Soñaba con una cabaña dónde no tendría que pensar más en lo que estaba mal en sí, lejos de médicos, píldoras y diagnósticos, lejos de culpas, reproches, llantos y soledad. Ahora estába dónde siempre quiso. Dejó atrás lo que sabía para comenzar otra vez. Sin mayor diagnóstico que él propio, sólo él podría encontrarse y conocerse sin ocasionar más daño al resto y donde no volvería a estar sólo ni fingir algo que no era.
Podría responder las voces durante el desayuno sin tener que murmurar, podría reír sin razón, jugar con los seres que le habían acompañado siempre y charlar sin preocuparse de ser visto con burla o lástima. Podría llorar y contarle sus dudas a lo que sólo el veía, no debería esconderse en la habitación cada que experimentara una desagradable sensación o sintiera que él mundo se salía de control. Podría contar sus pesadillas en voz alta y hablar con su cabeza todo lo que él necesitara. No tendría que disimular cuándo algo se cruzara frente a él o le pidiera un favor. Se había dado la oportunidad que le negó la vida, pagando con una cordura quebrada formada por sangre y medicinas.
Los árboles arrullaban las voces en su cabeza, y las dormían, el sol alejaba el frío de su alma y relajaba su existir, se recostó en la entrada cubierta por las hojas del otoño mientras sentía otras presencias realizar lo mismo y cubrirlo con su compañía, arrancando su anterior dolor y dejando su anterior soledad a la deriva. Lo abrigaba la paz y la música que sonaba desde el interior. Observó en su mente la última imagen de los que conoció, antes de borrarla por completo. Hundiéndose en un nuevo existir y dejando vacío todo lo que fue, listo para ser cubierto de otros colores, otras voces y otras sensaciones.
Siempre le dijeron que nunca podría cambiar, que debía aceptar su enfermedad y renunciar a lo que en verdad deseaba y amaba. Lo moldearon en base a un estatus y llenaron cada parte de él con nombres de trastornos, sustancias, horarios y hospitalizaciones. Borraron lo que su alma deseaba y le hicieron creer que ya no la portaba. Obligándole a vivir conforme a lo que consideraban normal y correcto, sin darle derecho a pronunciar palabra en su defensa, alegando que se hacía para su bienestar mientras ocultaban detrás de sí sus pruebas y su propio ego.
¿Nunca cambiamos, o sí?
¿Nunca aprendemos?
Creyó que jamás podría responderles, pero ahora, con los ojos cerrados y envuelto en esta nueva y cálida sensación, se atrevió con total seguridad a retarles a ellos y a la sociedad. Podría hundirme en la locura, pero libre, con su consentimiento y nada más.
¿Así que nunca cambiamos? ¿nunca aprendemos?
Oh sí, lo hacemos.
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