El concilio

—¡Orden! ¡Orden, por favor! —exclamaba Drácula intentando llamar la atención de los presentes, mientras golpeaba levemente un atril que tenía delante.

Pero el ruido no cesaba. Los gritos, protestas, gruñidos, y cualquier molesto sonido que pudiera salir de todos los monstruos que allí se congregaban, no cesaban. Fue complicado reunirlos en aquel concilio bajo la premisa de que nadie atacara a otro, pretendiendo que olvidaran, aunque fuera por ese escaso tiempo, sus rencillas.

Lo ideal hubiera sido que solo los líderes de cada clan de monstruos o bichos, como el rey de los vampiros solía llamarlos, apareciera por allí, pero no, ellos tenían que ir con guardaespaldas porque nadie se fiaba de nadie.

Por eso mismo, más que complicado, era casi imposible, a pesar de que, aunque solo fuera por esa maldita vez, tenían que ponerse de acuerdo.

¡ZILENCIO! —gritó de nuevo con su potente voz.

Entonces todos callaron, más por la sorpresa que por el grito en sí. Drácula se puso una de sus manos en la cara y negó con la cabeza. Quería hablar lo menos posible para que aquel efecto secundario no se notara, pero no fue posible.

¿Gruñ jat forgfr? —preguntó, y con razón, Aukur.

Drácula entornó los ojos y miró alrededor, por su forma de desesperarse no encontró lo que buscaba.

—Maldita zea, ¿dónde cojonez está el traductor de los Golem?

—Estoy aquí, señor —dijo un personaje bajito y rechoncho que estaba corriendo hacia el estrado para llegar a su puesto—. Disculpe el retraso. Mi señora estaba planchando mi capa del colegio de traductores y... —Calló cuando vio la iracunda mirada del vampiro, que no quería escuchar ni una excusa más.

El duende tragó en seco y giró la vista hacia los demás, que seguían callados de forma inesperada.

—¿Podrían repetir lo que quiera que hayan dicho, señores del mal y poco sutiles esbirros? —preguntó el hombrecillo mirando con sus ocho ojos en todas direcciones.

Todos entendían lo que se decía, aunque el inconveniente estaba en que su morfología les impedía hablar de otra forma que con gruñidos, así que se habían enterado de todo. Aukur, que era quien había hablado, repitió la frase.

—Dice que por qué habla de forma tan ridícula y patética, señor, cuando antes hablaba usted de otra forma —comentó el duende sin darle importancia a sus palabras.

Al vampiro, no obstante, no le hizo ninguna gracia aunque lo dejó pasar. Por fin estaban todos callados y tenía que aprovecharlo.

—Ez un efecto zecundario por intoczicación. Me han dado zopa de ajo. ¡Zopa de ajo! —repitió en un grito—. Y eczijo zaber quién ha zido desde ya —añadió.

—¡Y a mí me dieron a comer mi propio brazo en un guiso! —comentó entonces Carl, el jefe zombi—. ¿Quién me dice que no has sido tú? —lo acusó.

—¿Yo? ¡Já! —dijo cínicamente—. ¿Por qué tendría que hacer un guizo con tu brazo zi yo bebo zangre?

Un murmullo de risas se escuchó en la sala.

¿Grrrr can trrfiifjn? —preguntó Oscrom, el líder de los trasgos.

Todos miraron al duende, quien parecía entretenido en mil cosas, pero que estaba pendiente a todo.

—Dice que si no puede hablar otro, que nadie le puede tomar en serio de esa manera, señor.

—¡NO! —gritó de nuevo.

—Bueno, bueno, bueno...—comenzó a hablar Jason, un asesino en serie enmascarado que estaba allí reunido—. Al margen de que hoy nuestro inmortal vampiro parece Pijus Magníficus lo que dice es cierto.

Salvo Drácula, nadie más entendió la referencia al personaje que ceceaba en La vida de Brian, porque la televisión no llegaba hasta las ciénagas, pantanos y cuevas donde vivía la gran mayoría.

—Hay alguien tocando las pelotas —continuó hablando Jason—. ¡A mí me han cortado el cable de mi motosierra! —concluyó levantando dicho cable para que se viera el sabotaje.

Las risas inundaron el lugar una vez más. Se escuchaban desde los gruñidos más divertidos de los monstruos de los pantanos, hasta las más estridentes, más parecidas a una hiena de otros de los presentes.

—¿Qué clase de idiota tiene un arma con cable? —preguntó entonces Toby, el hombre lobo mayor.

—¿Y qué clase de monstruo serio se llama Toby? ¿En serio, Toby? —replicó Jason, que estaba claro que no sabía hacer amigos.

Un par de orcos, los únicos con sentido común de su aldea, tuvieron que ponerse delante para evitar que Toby se abalanzara contra Jason.

—A ver, zeñores, por favor —llamó a la calma Drácula, de nuevo—. ¿Ez que no lo veiz? Alguien eztá jugando con nozotroz.

Se volvió a escuchar alguna risa, incluida la risa hiena que puso nervioso al vampiro, quien no estaba muy tranquilo de por sí.

Gruuuuu tomc jat labr.

—Comenta Aukur —intervino traduciendo el duende multiojos—, que la semana pasada alguien echó polvos pica-pica en el pantano de su territorio. Eso supuso que, en el único baño del año, y perdón por la rima —añadió con una risita que no le siguió nadie, así que carraspeó y continuó con lo suyo—. Los polvos pica-pica entraron por parte que no... bueno, ya se pueden imaginar, señores.

—¡Oh, vamos! —habló un demonio que también estaba allí. No faltaba ni un solo malo en la reunión—. ¡No ha podido decir eso, se lo está inventando! —añadió.

—¡Eso mismo! ¡Solo ha gruñido un par de veces! —apoyó Toby que, desde que el asesino se había metido con su nombre, buscaba pelea de cualquier manera.

El duende cuadró los hombros. No pareció más alto, porque no era posible eso, pero le sirvió para hacerse el interesante.

—Señores, no he venido aquí a que me insulten, o siquiera para darles una masterclass de traducción, pero en los gruñidos hay matices...

—¡Ya eztá bien! —espetó Drácula interrumpiéndolo—. Duendecillo, ziga con lo zuyo que por lo menoz le entendemoz mejor que a eztos.

—¡También le entendemos mejor que a ti! —gritó alguien desde el fondo, que no llegó a ver.

Las risas volvieron a la reunión, y a Drácula ya se le estaba hinchando la vena de la frente. Tenía que mantener la calma para descubrir qué pasaba.

—¡Un momento! —habló Jason—. Aquí a todos nos ha pasado algo menos a las mascotas estas —añadió refiriéndose a los hombres lobo, quienes volvieron a intentar atacarlo.

—¡Te estás ganando una papeleta y tú tienes todas las tortas!

En el concilio volvieron a reírse, la hiena también, aunque aún nadie sabía quién se reía de aquella manera tan absurda.

—Grrrrfreab —dijo uno de los orcos que no tenía nombre.

—Se dice al revés, cabeza de chorlito —comentó el duende con su tono monocorde.

—¡¿Qué me acabas de llamar, pequeñajo?! —volvió a hablar Toby.

—Sólo he traducido lo que el señor orco random ha dicho —se defendió levantando las manos, pero con total tranquilidad.

Drácula veía como la reunión se le estaba yendo de las manos. Los había reunido para intentar averiguar quién les había saboteado, y ahora iba a provocar una guerra mundial monstruosa por estar todos ahí. Comenzaron a gritarse unos a otros. Algunos se entendían, aunque no querían atenerse a razones, y otros no entendían absolutamente nada, así que el traductor no dejaba de insultar a todos mientras hacía su trabajo, siempre especificándolo.

De pronto reparó que, entre gritos, estaba escuchando algo que le resultaba familiar. Algo que durante toda la reunión se había estado repitiendo. Casi todos, por no decir todos los monstruos allí reunidos, estaban enzarzados en una discusión y, a pesar de todo, seguía escuchando una risa de fondo.

—¿QUIÉN COJONEZ ZE EZTÁ RIENDO? —preguntó a voz en grito.

Todos pararon para reírse de nuevo del acento, parecía que eso era lo único que les unía. Y entonces la escuchó otra vez.

¡Eza, eza! Eza riza —aclaró.

Se quedaron en silencio para intentar notar lo que Drácula quería que oyeran. Y entonces la risa de hiena comenzó a escucharse por todas partes. Parecía que provenía de una esquina cuando de pronto estaba delante, cambiando al instante a otro lado, y luego a otro más.

—¡Ah, eso! —habló Carl, el jefe zombi que llevaba callado desde el principio de la reunión—. Es mi amigo Gueiv —aclara señalando la silla vacía a su lado.

Todos los monstruos presentes lo miraron con la incógnita pintada en la cara.

—¡¿Qué?! —consiguió preguntar el vampiro.

Entonces Carl comprendió que no sabían a quién se refería.

—¡Ah, claro! —dijo con un gesto de reconocimiento—. Es que es invisible. Yo lo he conocido porque me he sentado encima suya sin querer. Es muy simpático y bromista —comentó sonriente.

—Pero... pero... pero... —balbuceaba Drácula que no daba crédito a lo que oía.

—Eres tonto, Carl. Ese se ha estado riendo de todos nosotros todo el tiempo —afirmó Jason, que pudo ver el asentimiento de la mayoría de los que estaban y lo habían pillado—. ¿Dónde tienes el cerebro, tío?

—Ya habré hecho la digestión, porque comí hace mucho —contestó con simpleza.

—No te soporto, colega —le dijo Toby.

—¿Qué? ¡¿Por qué?! —El pobre de Carl no entendía nada.

—Háblale a mi garra —le habló al más puro estilo Oprah.

Entonces, todos los monstruos comenzaron a recriminarle a Carl su falta de cerebro —del que funcionaba—, y empezó una trifulca más. Drácula, negaba con la cabeza, no creyéndose que las cosas se estuvieran dando de aquella manera, cuando escuchó una risa muy cerca.

—Hola, Draculín —le dijeron al oído con sorna.

Se giró rápido tratando de cogerlo pero nada más que asió el aire.

—No me cogerás, no sabes dónde estoy. Eres Drácula, no mi amigo el Ninja —se mofó—. Otro que habría sido un gran fichaje para el club, por cierto.

Drácula apretó los dientes, tanto que se estaba haciendo daño en los colmillos, así que paró. No podía permitir perder ni un milímetro de sus perfectas señas de identidad, tenían que estar siempre impecables.

—Soy invisible, ¿recuerdas? —volvió a hablar—. Esa fue tu excusa para no aceptarme en tu selecto club de monstruitos. Según tú, no podía sembrar el caos alguien a quien no se ve. Pues ahí tienes tu caos.

El vampiro entornó los ojos observando el desastre. Creía que el tal Gueiv se había marchado cuando volvió a escucharlo.

—Me he asegurado que la sopa de ajo te deje ceceando hasta pasado Halloween. Ahora ve por ahí y asusta, so listo —concluyó.

Drácula escuchó su risa de hiena alejándose cada vez más.

—¡Zerá cabrón! —maldijo Drácula tirando de un empujón el atril, que al final no había servido para nada.

Ninguno de los presentes se percató de nada, pues estaban demasiado concentrados en sus discusiones llena de insultos, y gruñidos que el duende no daba abasto traducir. Suspiró. Necesitaba volver a su castillo, sentarse en su butacón preferido y beber una copa de la mejor sangre de su cosecha. Necesitaba relax.

—¡Bah! Otro Halloween zerá —dijo a nadie en particular, resignado.

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