Capítulo 28
Nikolai no percibía la ubicación de su abuelo .ldebido a la acumulación de soldados oscuros, así como del humo que buscaba ahogar a la isla completa. Tuvo que esconderse detrás de unos arbustos al ver que unos soldados enemigos casi lo encontraban. Podría decirse que aquello le dio suerte, ya que la mano del viejo licántropo posándose en su hombro lo hizo saltar del susto. Con el dedo índice le sugirió guardar silencio y que lo acompañara adentro del bosque. Sin moros en la costa, se resguardaron en un pequeño refugio que Sally Scarlet construyó con la ayuda del demonio.
―Justo venía a advertirles, están rodeando todo el muro perimetral del reino ―le contó un poco agitado―. Pero veo que he llegado tarde.
―No, de hecho tu valor nos será de mucha ayuda ―intentó corregir el anciano con una sonrisa―. Si nos están invadiendo por fuera, significa que adentro también y todo ha sido el plan de los traidores. Me alegra saber que en efecto no seas uno de ellos.
―Abuelo, ¿pero como piensas que entremos? ―se levantó de golpe de una raíz que funcionaba como butaca―. El ejército nos supera y no sé si tendremos la oportunidad en el caso de que los Lunares y los Generales Lobo vinieran.
―¿Entrar? ¿Acaso la vida como nómada te ha embrutecido? ―le dijo entre risas y luego le desordenó el cabello con la mano―. No vamos a entrar...¡Vamos a matarlos! Allá adentro hay suficientes guerreros que podrán con todos los demás.
Solo quedaba confiar en la estrategia del anciano. No por nada, Viljem Strauss era conocido por su determinación en batalla y asesoró no solo a Dimitric van Vonter, sino también a los segundos Lunares. Si bien había perdida mucha fuerza y energía debido a su edad, el viejo lobo podía causar el mayor de los problemas a quien se lo propusiese.
Treparon por los gigantescos árboles de la zona y saltaron entre sus ramas para pasar al descubierto de los soldados. Por una indicación de Viljem se detuvieron de inmediato. Un sonido de flechas moviéndose en aljabas se escuchaba en las ramas debajo de ellos. De pronto una lluvia de flechas amenazó con impactarles, por lo que se dispersaron para esquivarlas. Luego bajaron en silencio para acabar con los soldados oscuros, aunque el licántropo más joven se lo tomó más en serio decapitando a sus contrincantes.
Continuaron su camino hacia el norte, donde tuvieron algunos tropiezos con arqueros y gárgolas, pero finalmente llegaron al muro. Ahí podía verse al rey Golem y sus gigantes de tierra perforando la gruesa pared. Ya habían hecho un hueco donde podían infiltrarse algunos, pero su tamaño no era suficiente para permitir una mayor afluencia de soldados. Parecía que el Lunar estaba furioso ante las muchas protecciones mágicas que no esperaba. Ese fue el momento exacto en que los lobos aprovecharon a atacar al ejército.
Se movían velozmente y debido al fuerte sonido de la perforadora y los golpes del vampiro, nadie los había notado matando a cuanto soldado se atravesara. El campo comenzó a teñirse de sangre, así como sus garras y vestimentas que coronaban su sonrisa de victoria. Llegando a la mitad del terreno, se separaron por los lados para atacar al vampiro por la espalda. Sin embargo, un águila de fuego se interpuso para protegerlos y ambos lobos tuvieron que retroceder.
―Pero... ¿Qué mierda es todo esto? ―preguntó exasperado el Lunar de tierra al observar por fin lo que ocurrió cuando se encontraba concentrado en el muro―. ¡Balthazar! ¡Qué alivio tenerte cerca!
―Qué se la última vez que salvo tu asquerosa espalda ―se quejó mirándolo con desprecio―. Al parecer tus sentidos fueron deshechos desde que ese anciano te derrotó.
De repente, una figura que se movía rápido salió por el orificio, sin importarle lastimar a los soldados. Tanto Viljem como su nieto tuvieron que retroceder saltando para esquivar el ataque que hizo un gran hueco en el suelo. Se trataba de Wadim Strauss y de tan solo ver su sonrisa, Nikolai se llenó de una furia al recordar todo lo ocurrido.
―Déjame estos a mí, Golem ―le dijo el líder licántropo para luego pasarse la lengua por los labios―. Quiero que la pelea quede en familia.
Golem y el grupo de soldados sobrevivientes entraron por el orificio, y luego, Balthazar se cubrió de fuego como si mimetizara un ave detrás de estos. Mientras que el viejo licántropo le pidió a su nieto seguirlos para evitar que los daños causados por los Lunares fueron mayores.
―¿A dónde crees que vas mocoso de mierda? ―preguntó Wadim en un intento de realizar un corte en equis en la espalda de su hijo.
Sin embargo, Viljem se colocó en medio y con su bastón detuvo las filosas garras de su hijo. Era increíble como un simple palo de madera pudiese aguantar los ataques más poderosos, y más aún como la mirada del anciano enardecían como brasas. Viljem no necesitaba ni siquiera utilizar su transformación para dominar en velocidad al otro licántropo, quien enfurecido lanzaba ataques sin acertar ninguno.
Cuando el puño quedó atascado en el muro, Viljem saltó sobre ese brazo y asestó una serie de patadas en el cuello y mandíbula del líder licántropo, que terminaron por safarlo de su aprieto y aventarlo por los aires. Fue entonces que Wadim se transformó en un lobo gigante para girar con mayor precisión y ya con la posición deseada, saltó entre el muro y las ramas para lanzarse a su padre. No obstante, el anciano retrocedió varios pasos saltando y apenas recibió una caricia de la cola en su cara.
―¿No me digas que te contienes porque soy tu padre o por mi edad? ―se burló el anciano―. Hasta donde supe te comiste el alma de tu propio hijo para fortalecerte. Yo ni veo, ni siento esa fuerza.
Wadim emitió un aullido mientras regresaba a su forma humana. Sin embargo, esta fase duró poco y rápidamente su cuerpo se cubrió de un pelo negro con franjas grises, mientras que sus ojos permanecieron amarillos exceptuando el tercero que al abrirse emitió un brillo púrpura. Sus garras se afilaron y la cola se dividió en dos; mientras que de su cuerpo salieron dos brazos extras.
―¡Dios! ¡Pero qué asquerosidad estoy viendo! ―dijo el anciano sin mucha sorpresa en su rostro.
La bestia había desaparecido dejando sus huellas hundidas en la tierra y en un parpadear apareció justo en frente para depositar su golpe en el abdomen del anciano. Viljem rodó varios metros, pero logró equilibrarse con su bastón. Aunque su oveja descarriada no le dio más tiempo y volvió a dar más golpes.
―Tuve que esperar mi resurrección para darte unos buenos golpes, papá ―le dijo Wadim, quien seguía golpeando aún con el anciano tumbado en el suelo―. Y cuando termine, tu alma será mía―. Se detuvo abruptamente ante la sonrisa del viejo―. ¿Por qué te ríes, basura?
De repente, un círculo mágico se activo debajo de Wadim electrocutándolo al instante. Para una bestia como él, aquellas descargas lo detendrían por poco tiempo, así que Viljem invocó unas cadenas que continuaron con las descargas.
―Te crees el rey de los licántropos, pero te falta mucho para ocupar ese puesto ―le dijo Viljem y luego le escupió la sangre en el rostro―. Incluso Ofelia, que no era mi hija, sería mejor gobernante. Ni una segunda vida te enseñará lo que necesitas para gobernar. Quien nace mediocre y decide hacer las cosas a lo salvaje, en la mediocridad muere.
Entonces rompió las cadenas y se lanzó a su padre para cortarlo, pero Viljem pasó a su forma Berserker rápidamente. Su gigantesco brazo de pelo plateado detuvo el ataque y con sus tres ojos ámbar hizo temblar a la bestia. Apretó con fuerza y giró para desviar el hueso causando que Wadim bramara de dolor. Pero su ego de bravo guerrero lo llevaría a soportarlo, por lo que volvió a desaparecer de su vista.
Viljem detuvo el golpe trasero con su bastón y luego con su puño arrojó al licántropo enfurecido a un tronco que atravesó. De nuevo se levantó y corrió hacia él a su máxima velocidad. Sin embargo, el rey licántropo ignoraba que desde una máquina voladora, el lobo albino lo vigilaba. Una vez se sintió listo, Vanja, en su forma Berserker, se lanzó en picado, para asestar un puñetazo en su rostro, hundiéndolo entre la tierra y las raices.
―Pensé que me dejarías toda la acción para mí ―le dijo Viljem muy sonriente.
―Te equivocas, anciano decrépito ―le corrigió tomando una posición de ataque debido a que Wadim había vuelto a ponerse de pie―. Esta es mi batalla y la de Kristoff.
―Aún así, no podrás derrotarme, Vanja ―dijo su padre limpiándose la sangre de sus labios con la muñeca―. Veo en tu mirada que te has ablandado luego de tu huida, como el mediocre de Bull.
Molesto por la comparación, el lobo albino se lanzó al ataque. Mientras tanto en el coliseo, todos permanecían ignorantes de lo que ocurría en el castillo y en el exterior. Finalmente el juicio que acabaría con la vida de la traidora se llevaría a cabo. Indira había sido colocada sobre una plataforma, en donde una guillotina le cercenaría la cabeza. Su público inquieto moría por el inicio, pero tanto Corrina como Helena discutían sobre la decisión final.
―¡Mató a tu madre! ¿Por qué sigues dudando de la verdad? ―le gritó Helena con tanta furia que llegó a salpicarle saliva.
―Indira es inocente, de eso estoy más que segura ―le refutó mirándola fijamente a los ojos―. Indira es una reina que se ha preocupado mucho por el bienestar de nuestro reino y por los invitados. Mientras que tú...
―¿Me estás acusando? ¿A mí, a tu mejor amiga? ―cuestionó la hada acercándose más a la bruja, hasta tenerla a pocos centímetros―. Corrina, ¿de verdad me crees capaz?
―No sé si lo seas, pero has mostrado muchas actitudes sospechosas como tu odio por Luna Rosewood y mi amistad con el Clan Van Vonter ―la encaró acercándose para que se apartara de su espacio personal. Helena se mostraba nerviosa o al menos aquel sudor y la vena de su frente la delataban―. En cambio, Indira secundaba mis decisiones y cree en la misión de mis amigos. Aún no comprendo lo que ganarías con ello, pero todos pueden esconderse detrás de un bonito rostro.
Helena lanzó una carcajada que al no poderse controlar, se terminó sentando en el piso. Sin embargo, la gracia se transformó rápidamente en un tono sarcástico. Preocupada por la intenciones de su supuesta amiga, Corrina hizo aparecer unos círculos mágicos debajo del sillón sin que se diera cuenta.
―¡Bravo, Corrina! No eres tan estúpida como lo pensaba ―dijo mostrando su sonrisa inquietante. La reina hada intentó levantarse, pero unas manos salieron debajo del sillón para mantenerla presa―. ¡Vaya sorpresa! Has mejorado, debo reconocerlo. Pero...
―¿Pero qué?
―Sigues siendo muy ingenua, amiguita ―susurró la voz del hada detrás de ella y cuando Corrina se dio vuelta, la verdadera Helena le insertó un puñal en el abdomen y luego de sacarlo, tiró a la bruja con una patada dejándola desangran lentamente―. Lastimosamente, ya existe una nueva Corrina entre nosotros.
Helena se colocó encima de ella para apuñarla nuevamente, pero de repente, la puerta fue tumbada. De esta salió Sally Scarlet controlando a una lobo de luz y otro de oscuridad que no dudaron en atacar. Sus creaciones lanzaron al hada unos pocos metros de distancia donde la mordieron y patearon. Antes de que la terminaran de matar, Helena prefirió escapar a través de un portal.
―Trata de no moverte ni hablar, la herida es bastante grave ―le indicó la dama escarlata colocando sus manos sobre las heridas. Pronto se dibujó un círculo mágico con la estrella divina―. Esto puede doler bastante, pero ten por seguro que funcionará. Owen fue un excelente maestro.
Sus manos se cubrieron con un brillo dorado y a través de su imposición, la herida fue cerrándose a pesar de las muecas dolorosas que la bruja expresaba en su rostro. Una vez terminado el proceso, Sally ayudó a levantarla.
―Perdona por haber tardado, tuve un contratiempo con las trampas de esa mujer ―dijo Sally muy apenada―. Lo bueno es que Asm...Un amigo ya se encuentra comunicando al resto de aliados.
―Descuida, fue mi culpa por haber caído también en su trampa ―le respondió mientras abría un portal―. Tal vez aún tengamos tiempo de detener todo esto y salvar a Indira.
―No creo que ese portal funcione, todos están alterados por el enemigo.
―Sally, no olvides que yo soy la maldita reina de las brujas ―le respondió sonriéndole y aunque si mostraba signos de nerviosismo, Corrina finalmente sintió lo que experimentaba cuando su madre hablaba ante todo el reino―. Y ante mi salvadora prometo que honraré esta segunda oportunidad de arreglar mis errores.
El estadio lucía lleno de asistentes que se unieron en vítores ante la salida de la reina Corrina. Desconocían que se trataba de una impostora y que la verdadera había sido atacada por la reina hada. Pero a decir verdad con su sed de sangre solo les importaba que la inocente Indira perdiera su cabeza. Subió a la plataforma y se colocó a la par de la mujer. No fue mucho la espera para que Helena apareciera por un portal, con el cabello despeinado y la ropa rasgada. Para la sorpresa de ambas nadie se percató de su apariencia por estar clamando ya por la cabeza. Con un movimiento de manos, ambas indicaron a Rarán para que subiera al estrado con una espada que doblaba su tamaño de forma ridícula.
En medio de la conmoción causada por el discurso de Helena avivando el odio por los espíritus de la naturaleza, la impostora hizo que el resto de capturados injustamente subieran a la plataforma, siendo empujados por guardias hadas. Los gritos se volvían más fuertes ensordeciendo las voces del discurso. Ese fue el momento en el que Sawyer Oras e Ixchel, la uay, aprovecharon para irse acercando entre la multitud enajenada. Ixchel rodeó la plataforma para luego subir donde le daban la espalda los guardias que custodiaban al resto de capturados.
Indira cerró los ojos aceptando su forzado final, que su mente prefirió quedase en blanco. Sintió una pequeña corriente de aire bajando con rapidez. Y cuando todo quedó en silencio creyó que había pasado al otro plano. Sin embargo, abrió los ojos y se encontraba en los brazos de Sawyer Oras. El vampiro había usado sus cadenas para arrebatar la espada y luego enjauló al ejecutor en una cúpula de sangre muy viscosa, mientras que Ixchel se encargó de liberar al resto. Pronto, nuevas hadas se unieron a confrontarlos. Aunque también el clan uay y las brujas se unirían para proteger a los rebeldes.
―Les dije que el clan Van Vonter estaba coludido con el enemigo ―dijo la reina hada en un estado rabioso y luego volteó a la impostora―. Pueden ser tus amigos, pero esto es imperdonable. ¡A los traidores debemos matar!
―Hermanos y hermanas de todos los clanes, ¡mátenlos a todos! ―ordenó la supuesta reina.
Asmodeo había trepado sobre la impostora hasta posarse sobre su cabeza. Un circulo mágico de color rojo se dibujó debajo de ella.
―¡Revelatione! ―comandó la rata demonio.
Una llamarada cubrió por completo a la impostora, revelando su identidad. Se trataba de Cirian, una hada rubia que solía verse en el escuadrón de guerreras más cercanas a la reina. El fuego se detuvo sin provocarle ninguna quemadura y la rata saltó hacia el hombro del vampiro.
―Ahora pueden ver que el clan de las hadas es el enemigo ―les dijo Sawyer a todo el público―. Y he aquí, la verdadera traidora y culpable de la muerte de su antigua rein, Helena Deuceur.
―¡Falacias! Solo eso saben inventar ―discrepó la hada enfurecida―. Además, esa rata emite energía demoniaca. ¿Cómo van a confiar en alguien que trabaja con demonios?
―Porque la verdadera reina bruja está acá ―dijo Corrina que sin que Helena lo notara apareció detrás de ella y la sometió con una llave―. Fue Helena la que mató a mi madre y me intentó matar dos veces. Tengan por seguro que hay más clanes coludidos con el suyo.
Cirian intentó atacarla con una daga que sacó de su bota, pero Sally con su espada dorada la cortó por la mitad. El resto de las hadas se reunieron para liberar a su reina, por lo que todos los clanes se metieron en la batalla. Sin embargo, la entrada de Luna, convertida en un lobo gigante, siendo montada por el agente Wallace detuvo el altercado por un momento.
―No solo las hadas son el enemigo ―dictó el joven agente con una mirada de preocupación―. Las harpías han traicionado a su reina, los elfos, minotauros y los kitsunes también están coludidos.
―No solo eso, el ejército de Jonathan Van Vonter ha ingresado al reino y están matando a todo el que se encuentre ―complementó Luna en su forma humana―. Podrán notar que ninguno de los clanes mencionados se encuentra acá, porque ellos han permitido su ingreso y están cooperando con la masacre.
Estaba claro que aquella noticia dispararía en un caos entre todos los clanes. Gritos se sumaron, así como los golpes que se transformaron en estampida por buscar una salida, ya que los portales no funcionaban correctamente. Desde el suelo, la pisoteada reina hada disfrutaba la escena y mucho más la palidez en el rostro de la que alguna vez fue su amiga.
De repente, un ave gigantesca de fuego que imitaba a un fénix sobrevoló por el coliseo aumentando el calor. Mientras que en el exterior se vio una llamarada crecer para bloquear la salida. Helena aprovechó este momento para lanzar una escupida a la bruja y al caer en la pierna le creó una fuerte quemadura debido a su ácido. Aprovechando que se apartó, el hada saltó para golpear las piernas de la bruja derribándola para luego desaparecerse entre la multitud.
―Corrina, tienes que calmarlos, te harán más caso a ti que a mí ―le dijo Indira con la voz debilitada. Teniéndola cerca notó que los moretones habían aumentado a comparación del día anterior―. Somos una alianza de clanes y este es nuestra batalla para no perecer ante la tiranía y la traición.
La bruja estaba de acuerdo, pero ante los gritos de todos y el choque con las paredes, su voz era opacada. Quizás simplemente perdió la fe ante las malas noticias y el incendio que los rodeaba. Vio a todos sus aliados que la rodeaban motivándola con sus miradas. Podía hacerlo. No solo era por la traición de su mejor amiga, sino por el recuerdo de su madre y su reino; las nuevas amistades y todo lo aprendido en esos meses. Tomó la pistola de Wallace y caminó hacia el borde de la plataforma. Apuntó al cielo y disparó varias veces acompañado de un fuerte grito: ¡Silencio!
Todos detuvieron sus riñas e intento de escapar para posar su mirada sobre la joven reina. Sus ojos temblaban entre la colera y la tristeza, pero pudo comportarse para continuar con su discurso.
―No podemos perder el tiempo buscando un escape, cuando el verdadero enemigo está atacando a los nuestros ―dijo con una soltura bastante natural de la Indira se sintió orgullosa―. Sí, fuimos unos estúpidos por no darnos cuenta, pero aún es tiempo para demostrarles de lo que nuestra gran alianza puede conseguir estando unida. Tomen sus armas, preparen sus mejores hechizos y sacien su sed de sangre. Helena, Vlyarant y todos los involucrados recibirán la justicia que amerita.
La bruja volteó hacia Sawyer, quien comprendió lo que pedía. Entonces procedió a dibujar un círculo mágico y dijo:
―Red Moon: Blood Element: Hecatombe Fist.
La sangre derramada en el coliseo se juntó con la que el vampiro dejó caer de una herida autoinflingida, tomando la forma de una gigantesca bola de viscosidad roja. Sawyer colocó sus palmas y esta salió a toda velocidad en forma de puño atravesando la pared.
―Salgan y sean libres de decidir: pelear y morir o escapar como cobardes ―continuó la joven bruja―. Pero quienes aún tengan el honor en su sangre de guerreros, ¡Salven a Cuatro Lunas! ¡Salven a su hogar, a sus amigos y a su familia! Aquí, Corrina, reina de las brujas, jura que en ningún momento los abandonaré. ¡Peleemos juntos y ganemos la batalla!
Espadas se levantaron, hachas se giraron y escudos fueron golpeados. La alianza por la que habían luchado por formar finalmente batallaría unida. Con gritos de guerra, la multitud salió del coliseo para participar en un feroz enfrentamiento que en los libros de historia sería recordada como en una de las más mortíferas en el Bajo Mundo. Mientras tanto, Corrina en compañía de Indira y el agente Wallace se dividirían del grupo para buscar al hada fugitiva. El resto de los presentes partiría a encontrarse con los diversos guerreros que el monarca oscuro había mandado para matarlos.
Gaarf, el duende artesano, salió sin decir ninguna palabra del laboratorio y sin ningún rumbo fijo. Lo único de lo que estaba seguro era que su hermano, Kleffinder, no había cambiado como tanto lo predicaba en sus discursos. ¿Estaba feliz o decepcionado? Un poco de ambas posiblemente. Al final de todo, nunca confió en sus palabras y lo vigiló de vez en cuando. Salió del castillo y escuchó algunos ruidos provenientes del exterior de la muralla, pero con la idea de atraparlo ni siquiera le prestó atención. ¿Dónde podría estar un traidor como él? Recordó la proyección en el laboratorio y no vio su presencia en el coliseo. Tampoco no podría estar perdiendo el tiempo hundido en las deliciosas cervezas que preparaban en las cantinas de Cuatro Lunas.
Perdido en la búsqueda de una respuesta se detuvo cerca del área comercial, donde un grupo de duendes lo saludaron con mucha alegría. Podría equivocarse, pero lo mejor que se le ocurrió fue seguirlos. Mientras se dirigían al este de la ciudad, Gaarf se preguntó hasta qué punto el resto de duendes estaba involucrado en la traición. Al fin y al cabo, Kleffinder de Tardat se coronó como el líder hacía más de cien años. Después de esconderse entre cajas de madera y plantas, llegó hasta el tope de la calle. Ahí los duendes se separaron para empezar a dibujar runas en las paredes. Tuvo suerte de no ser visto, ya que uno volteó hacia atrás en caso los estuvieran espiando.
―¿Por qué tardan tanto, pedazos de inútiles? ―preguntó una voz atrapado en algo metálico, pero Gaarf estaba seguro de que se trataba de su hermano. Sin embargo, no alcanzaba a verlo desde su dirección ―. Ya nos están esperando.
―Kleff, ellos han sido buenos y nos dieron una nueva oportunidad ―respondió uno de los duendes―. No estoy de acuerdo contigo...no puedo hacerlo.
Unos fuertes pasos sonaron acercándose por la izquierda, por lo que Gaarf, temiendo por cualquier enfrentamiento, sacó un hacha de su bolsa, manteniéndose a la expectativa. Finalmente una hombre alto y vestido de armadura negra apareció.
―¿Sabes lo que eso significa? ―le preguntó tomándolo del cuello con una mano, mientras que en la otra cargaba su espada desenvainada―. Salúdame al traidor de tu hermano.
Kleffinder realizó un corte en diagonal después de lanzar al duende. Sin embargo, un hacha desvió la espada hasta unos matorrales y el duende había sido salvado por su hermano. Entonces un ataque de risa se apoderó del rey de los duendes que procedió a quitarse el casco.
―Creo que ya es hora de que dejes de fingir, hermano ―le dijo el duende colocando a la víctima junto a los demás compañeros asustados―. Sea cuál sea tu plan, ten la certeza que te detendré.
―¿Así? Hermanito, eres tonto ―replicó Kleffinder entre risas y luego se detuvo hasta dejar una expresión muy seria―. La invasión ya comenzó, no ganarás nada con detenerme. Además estas runas son suficientes para debilitar el muro. Hemos trabajado durante semanas para llegar hasta aquí.
―Si no puedo evitar la invasión que dices, entonces te mataré a ti y los liberaré ―desafió el duende apuntando con su hacha―. No creo que nadie en el clan te desee como su rey, lo he visto ya.
―Acepto el duelo a muerte, Gaarf de Tardat ―dijo el rey atrayendo con magia su espada.
De pronto, una explosión derribó el muro y con los bloques siendo disparados por doquier, Kleffinder tuvo que desviarlos hacia los edificios, provocando una destrucción total en esto. Un gran ejército de quimeras y lobos gigantes comandado por Tartaros Vonnes y Gabriel Strauss hizo su aparición. Vonnes le sonrió con burla y aunque el traumado duende odió volverlo a encontrar, su deseo de derrotarlo nuevamente debía esperar: su prioridad era salvar a sus amigos. Subió entonces al tejado para seguir a su hermano y no ser golpeado por el ejército cabalgando a los spyros, mientras que el grupo de duendes se quedaron como testigos del enfrentamiento.
Kleffinder movió su espada y para sus sorpresa, esta se extendió hasta casi tocar la punta de su hermano, quien solo sonrió ante el movimiento. Todo indicaba a que el antiguo rey de los duendes ya conocía ese truco. Así que tomó su mano cubierta con un guante de SOIS y con un solo estruje quebró su punta. Kleffinder modificó su tamaño antes de que su adversario lo dejara sin arma.
―¿No lo esperabas? Kleffinder, te recuerdo que los humanos son mis amigos, por supuesto que estoy preparado para la guerra ―soltó en un tono de burla, luego con su mano le indicó que se acercara―. Ven, ¿qué esperas para que destruya tu espada ridícula?
Con la ayuda de su armadura, el duende pegó un salto donde preparó su espada dispuesto a cortar por la mitad a su hermano. Sin embargo, Gaarf la detuvo chocando con su hacha. Chispas se dispersaron alrededor de ellos, que ejercían presión al punto de apretar los dientes. Fueron pocos los segundos, pero suficientes para que el techo se viniera abajo permitiéndoles separarse hacia cada lado.
Kleffinder saltó hacia el lado de su adversario y optó por hacer más pequeña su espada, lo cual fue la burla para su hermano quien hizo notar que apenas sabía blandirla. Molesto por sus palabras, el duende traidor hizo varios cortes que puso en aprietos a Gaarf, llevándolo a la punta del tejado. Por lo que este último encantó el hacha para hacerla flotar y montarla. Con dos cuchillas continuó defendiéndose de los ataques.
Estaban tan concentrados a no ceder al fracaso, que la batalla se había traslado al centro del reino en las llamas de Balthazar Vonnes. Por la frente les escurría el calor de su ruidosa respiración ante el cansancio. Aunque no había podido herirlo, la armadura oscura había logrado destruirse con algunos golpes del guante.
―Debo admitirlo, hermanito, no has perdido el toque ―le dijo con mucha seriedad―. Lástima que no tuviste esa fuerza para vengarte de mi hace años.
―¡Cierra la boca! ¡La pelea no ha terminado! Además no oigo bien lo que dices ―le gritó Gaarf desde una larga distancia―. ¿Acaso ya te rendiste?
―¡Terminaré contigo ahora! ―le respondió Kleffinder.
El traidor sacó un recipiente cilíndrico abajo de su guante izquierdo, que se llevó directo a la boca. Sus ojos se tiñeron de sangre y con la piel llevada a una palidez extrema se hicieron evidente las venas crecientes.
―¿Tan fuerte me consideras para drogarte con el elixir de carbón? Vaya, me halagas como no tienes idea ―le dijo en tono sarcástico.
Por supuesto, Kleffinder no se lo tomó con gracia y aprovechando su velocidad aumentada, saltó hacia su hermano, quien apenas pudo esquivar el corte. Sus movimientos eran demasiado rápidos, lo que lo puso en aprietos. Además, la estructura de la casa estaba colapsando debido al fuego voraz que ya comenzaba a salir por las grietas provocadas por la espada. Gaarf lanzó una bomba de humo permitiéndole escapar hacia otro tejado y mientras su hermano lo buscaba, le lanzó una lluvia de shurikens para detener su avance.
Alrededor de esa área de batalla, más duendes que fueron llamados por el grupo juez, se fueron uniendo. Sus lágrimas parecían esfumarse ante el calor, pero su emoción por ver a su antiguo rey en una batalla era mucho más fuerte que el fuego. El miedo iba desapareciendo, lento, pero seguro, y sus voces salieron desde lo más profundo de sus entrañas: ¡Gaarf, el rey legítimo! ¡Larga vida a Gaarf de Tardat!
―Siento asco de ver esa sonrisa tuya, hermano ―declaró Kleffinder al ver el brillo en su mirada―. Estás cansado, y tu hacha ha perdido filo. ¿Sabes quién la confeccionó? El legendario Lunar del hierro, Faris. Fue un obsequio del señor Jonathan.
―¿Así? Muchas felicidades si eso es lo que quieres escuchar ―le respondió para más enojo del duende.
Kleffinder lanzó su espada que terminó chocando con el hacha. Luego saltó para lanzar una serie de patadas en la espada que terminaron por romper el hacha y que el techo se viniera abajo. Soltó una carcajada al ver a su hermano caer en el fuego y se dio la vuelta para hablar con los duendes que osaron a apoyarlo. Sin embargo, Gaarf de Tardat no estaba dispuesto a morir ahí hasta sucumbir en cenizas. Había lanzado el gancho hacia la espalda del usurpador, quien fue atraído hacia abajo.
Cayendo, ambos hermanos se lanzaron golpes al rostro manchándose los puños de sangre y donde algunos dientes se terminaron por aflojar. Parecía que aquella caída no tendría fin, hasta que por fin se estrellaron en el piso. Se levantaron a pesar del dolor y del sofoco de las llamas.
―Eres igual de molesto que la mierda de los goblins ―dijo Kleffinder limpiándose la sangre de la boca―. Me arrepiento haberle pedido al señor Tartaros que te dejara vivo, de lo contrario serías mi mascota zombie.
―No me digas que tú... ―Gaarf se cortó ante la revelación inesperada.
―Así es, hermanito, yo fui quién dio la dirección y la información a Tártaros ―confesó el duende con una asquerosa sonrisa―. Yo estuve esa noche en tu bar de poca monta para ser testigo como se las llevaban a rastra para luego matarlas. Quería verte sufrir, ya sabes, despojarte de tu corona era poca cosa.
―Era solo una niña...¡Tu sobrina! ¡Eres una lacra! ―clamó Gaarf entre gritos y lágrimas―. Eras mi hermano, ¡Yo te amaba!
―¿Amor? Yo solo amo el poder y la gloria, algo que jamás iba a conseguir a tu lado ―soltó una carcajada.
―Con más razón voy a detenerte, Kleffinder, aquí y ahora, yo saldré vencedor ―declaró el duende muy decidido.
Gaarf terminó de romper su camisa quedando expuestos sus músculos bien trabajados para su edad. Luego cubrió sus manos con los guantes de SOIS y corrió al encuentro de su hermano traidor. Kleffinder dio su primer golpe con el mango de la espada, pero Gaarf rodó debajo de él para golpearlo en la espalda y mandándolo a la pared. Los cimientos crujieron y el denso humo ya comenzaba a afectarles.
De nuevo Kleffinder realizó un tajo que alcanzó a herir profundamente el brazo de su hermano. No se dio el tiempo para gritar del dolor, sino que se paró de nuevo y corrió a continuar con los golpes hasta el cansancio. Sus rostros cubiertos de sangre ya afectaban su visión y sus piernas temblorosas querían hacerlos caer hincados. Gaarf notó la espada incrustada entre los cimientos en llamas, así que caminó a rastras a por ella. A pesar del calor del mango, pudo soportar el dolor y regresó hacia su hermano que reía de manera desquiciada.
―Solo los dioses como yo pueden usar el arma sagrada de un Lunar ―le dijo Kleffinder con una pose torcida―. Tú, Gaarf de Tardat, eres una hormiga comparado con mi poder.
Pero Gaarf escupió en señal de que no le importaban sus palabras, llevando al enojo al traidor. Con un último grito de furia, Kleffinder de Tardat corrió a su hermano dispuesto a atacarlo con unas dagas que sacó de sus piernas. Un simple corte bastó para que su cabeza rodara por los aires y de que su cuerpo se desplomara en el suelo, dejando una laguna de sangre.
―Ni en esta vida fuiste un dios, ni en la siguiente tendrás la oportunidad de serlo ―dijo tomando la cabeza por la cabellera.
Realizó una profunda respiración y elevó la espada. Contó unos segundos y dio un impulso que le permitió salir victorioso de la casa. Desde otro tejado, Gaarf salió de las llamas mostrando la cabeza del rey caído llenando de vítores por su triunfo. Dos duendes ayudaron a bajarlo y lo acostaron para tratar sus heridas, a lo que el refunfuñando cantinero se opuso poniéndose de pie.
―Pero Gaarf, si no tratas esas heridas no habrá valido la pena esta pelea ―le dijo uno de los duendes.
―Estas heridas no son nada ―le respondió con un guiño y luego pidió con la mano que el resto de duendes se acercaran―. Sé que cometieron el error de no rebelarse antes, pero aún es tiempo de enmendarlo. Allá afuera una guerra se ha desatado y en sus manos está en ayudar al lado correcto―. Gaarf elevó su voz al ver que varios duendes mantenían la cabeza baja―. ¿Acaso no son uno de los clanes más valientes del Concilio? ¿Qué tanto esperan? Tomen sus armas y no teman a las llamas. Yo, Gaarf de Tardat, los acompañaré como hermano, amigo y colega. ¡Esta es nuestra batalla! ¡Vayamos y dejemos nuestro nombre en alto!
Haber escuchado hablar así a su antiguo líder llenó al clan de duendes de un sentimiento que creían extinto. Levantaron su mirada y con gritos partieron hacia la batalla. Mientras unos defenderían a sus aliados, otros reunirían a los duendes por las buenas noticias. Incluso con heridas, Gaarf de Tardat comandó de frente a su ejército, que según cuentan los testigos fue de los que más bajas del bando enemigo causó en aquella guerra
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