Capítulo 12
Nota: en este capítulo ocurren tres tramas en diferentes líneas de tiempo. Una ocurre al mismo tiempo que el Concilio y la misión de Nueva York. La segunda ocurre muchos siglos en el pasado y la tercera transcurre en el clímax de la historia. Mientras avancen los capítulos comprenderán mejor los acontecimientos.
Ruffus Allard estaba acostumbrado a una vida alejada de los lujos y con más cercanía a la belleza de la naturaleza. No le resultó difícil romper sus relaciones con Jonathan Van Vonter y la recién llegada, Lilith. En aquella noche donde el castillo fue invadido, no se llevó nada más que a su esposa aún recuperándose de las heridas que enfrentó con una tribu de indígenas brujos. Sabía que el monarca oscuro lo buscaría hasta el último escondite del "Bajo Mundo", así que su única salida era regresar al mundo humano. Durante meses, Ruffus y su esposa, Astryd lucharon por encontrar un lugar donde esconderse, pero se toparon con un mundo convulsionado donde ni siquiera aceptaban a forasteros. Navegaron a través de su querida mascota Kloptist hasta Islandia, donde fueron recibidos por una amable familia en Hvalfjörður, ubicada al suroeste de la isla.
Ruffus y Astryd colaboraron con labores domésticas para pagar con su genuina amabilidad. Después de seis meses viviendo con ellos, los vampiros fueron descubiertos consumiendo la sangre de un conejo. A pesar de aquella imagen atemorizante, la familia no intentó matarlos ni llamar a SOIS. El matrimonio vampiro se sorprendió ante la bondad de aquella familia, por lo que decidieron perdonarles la vida. Al poco tiempo, les permitieron construir una casa junto a la suya para que estuvieran en mayor comodidad. Y así, Ruffus y Astryd encontraron la paz en un valle rodeado de montañas nevadas, pastizales verdes donde se imaginaban jugando con un hijo y una increíble vista al mar, donde era común ver ballenas y focas, y donde podían estar cerca de Kloptist.
Durante los inviernos se reunían todas la noches alrededor de una chimenea donde compartían postres e historias fantásticas. Para la familia, era como escuchar las historias sobre dioses que alguna vez escucharon en su infancia. Mientras que en los veranos, los picnics y la pesca eran sus actividades favoritas. Sin embargo, los vampiros no estaban completamente tranquilos cuando se enteraban de lo que ocurría fuera de la isla. Dudaron si realmente se merecían esa tranquilidad después de haber traicionado a los Lunares y sus creencias. Pero lo que más les preocupaba era que su tormentoso pasado los encontrara en cualquier momento y les quitara los hermosos momentos que estaban viviendo.
Al año de haber llegado a Hvalfjörður, Astryd dio a luz a Dorete, una niña de cabello rubio como su madre y la actitud tranquila de su padre. Dorete se convirtió en el regalo de una nueva vida y en la nueva alegría de la otra familia. En el pasado, Ruffus y Astryd tuvieron una hija llamada Agnes, que murió a los cinco años a manos de cazadores. Tras su muerte, la relación entre ambos cambió y fue el motivo, que a pesar del amor que sentían entre ellos, terminaron distanciándose. Los siglos pasaron, pero el amor nunca desapareció. Durante ese periodo, Ruffus se dedicó a la pesca; mientras que Astryd se refugió en el entrenamiento para ayudar a Jonathan Van Vonter a traer de vuelta a la diosa vampira, Lilith.
En su última batalla, la Lunar del aire se dio cuenta que la ira acumulada por tantos años no la ayudaron en su batalla. Terminó malherida y también un poco decepcionada al no haber sido asesinada por los uay. No entendía su pensamiento, pero con el nacimiento de Dorete, creyó que la vida le había preparado algo mejor. Tarde o temprano les tocaría huir, ya que anhelaba que su hija creciera lejos de la guerra de clanes.
En aquella mañana de mayo, Astryd Lombardi y su amiga, Lena, llevaron a sus hijas, Dorete y Liljas, respectivamente , a un pequeño parque. Aunque se pronosticaba lluvia, en realidad estaba haciendo un buen día para ser primavera. Mientras Liljas jugaba con la otra pequeña, las dos madres platicaban sobre sus planes a futuro. Nunca en su vida imaginó que una humana se volviera tan cercana a ella, una diosa vampiro.
―¿Están seguros que no quieren venir con nosotros? ―le preguntó Lena tomándole las manos―. A Gustav y a mí nos gustaría que nos acompañaran y estoy seguro que nuestra familia los amarán.
―Ustedes han sido como una familia para nosotros, pero no queremos que por nuestra culpa les pase una tragedia ―respondió Astryd muy apenada―. Sé que quieres saber más de nuestro pasado, pero eso te pondría en peligro―. Astryd posó su mirada sobre un fresno y luego habló―. El viento habla conmigo y sé que sus sombras nos han estado observando.
―Pero en nuestro campamento estarán a salvo, todos nos defenderemos ―dijo la mujer con una sonrisa―. Unidos venceremos la adversidad, tal como lo hemos hecho en estos años.
―Lena, un humano corriente no puede enfrentarse a nosotros los dioses ―respondió la Lunar regresando su mirada a la mujer, quien se encontraba confundida ante su declaración―. Durante los siglos que he vivido, cometí muchas atrocidades y nunca usaba mi cabeza para razonar. Ustedes no tienen que verse envueltos por nuestra culpa.
Lena intentó pronunciar unas palabras, pero al ver la seña de su amiga con el índice en los labios decidió hacerle caso. Astryd se levantó de la banca y observaba con desespero en todas direcciones mientras movía los labios como si en realidad estuviera hablando. No era la primera vez que Lena observaba una situación similar, pero en esta ocasión, la conducta de su amiga la llenó de mucho miedo.
―¡Toma a las niñas y llévatelas lejos! ―dijo casi al punto del grito.
A Lena le temblaron las piernas ante la fuerte energía que se estaba concentrando en el parque. Casi se cae, pero cargó a Dorete, mientras su hija Liljas la seguía a pocos centímetros.
―¡Agáchense! ―gritó Astryd, quien hizo aparecer un pentagrama celeste frente a ella.
Lena se agachó antes de que una espada le cortara la cabeza. La Lunar dibujó unas runas alrededor de ellas,de manera que funcionara de escudo ante los ataques de la espada. Del bosque se escuchó un fuerte chillido que puso con los pelos de punta a las humanas. Astryd se elevó unos metros y como si estuviera danzando lanzó boomerangs de aire hacia los vampiros que se acercaban. Algunos fueron cortados por la mitad, pero el resto se dispersó hasta perderse de nuevo en el bosque.
―¡Astryd! ¡Detrás de ti! ―gritó Lena.
La Lunar percibió una energía materializarse detrás de ella, por lo que saltó y dio varias vueltas esquivando los cortes de dagas. Al darse cuenta que un nuevo grupo de soldados vampiros se dirigían a destruir las runas, Astryd dibujó un pentagrama frente a ella y dijo: "Red Moon: Wind Element: Piuma di dio". Un resplandor rojo provino del cielo y estando cerca del pentagrama se volvió de un color celeste hasta adoptar la forma de pequeñas plumas que persiguieron a sus ataques. Mientras estos eran masacrados y otros trataban de liberarse del hechizo, Astryd se acercó a Lena y las niñas para entregarles una nube en la que pudieran escapar.
―Esto los llevará a casa, si Ruffus ha regresado, dile que tienen que irse ―dijo Astryd ayudando a subir a Liljas.
―¿Estarás bien? ―preguntó la mujer con una mirada temblorosa.
―Lo estaré si no me estorban en el terreno ―respondió con mucha seriedad, aunque Lena no se sintió mal ante su comentario.
La nube comenzó alejarse cuando de pronto, un círculo mágico se dibujó debajo de ella, dejándola inmóvil. La impotencia también comenzó apoderarse cuando vio que su amiga y las niñas fueron acorraladas por más vampiros. Un nuevo pentagrama se dibujó frente a ella y las corrientes de aire se reunieron alrededor del Lunar. Pronto ramas, gotas de agua, piedras e incluso animales silvestres fueron arrastrados por la fuerza descomunal del tornado que parecía que acabaría con la existencia de aquel parque.
―Red Moon: Wind Element: Vortice di morte ―dijo Astryd con las palmas de sus manos juntas.
El tornado, con Astryd en su interior, se elevó disparando todos los elementos que antes había arrastrado. A pesar de una visión complicada, pudo acabar con todos sus atacantes sin lastimar a Lena y las niñas. De pronto se escuchó una ráfaga de disparos de las que no tuvo tiempo de reaccionar. Astryd alejó lo más que pudo la nube, pero descuidó su espalda. Supo que había llegado su momento...¡no se creía merecedora de la fantástica vida de sus últimos tres años! Cerró los ojos esperando ver un ángel de la muerte yendo tras su alma para llevarla al otro mundo. Sin embargo, eso nunca ocurrió y era la vida quién la volvió a abrazar. Una corriente helada recorrió su espalda y luego unos brazos la elevaron por los aires. Aquel cabello negro y vestimenta como la nieve no podía ser más que su viejo amigo, Claude van Vonter.
―Red Moon: Ice Element: zece de pică ―pronunció el lunar de hielo.
Astryd fue testigo como su atacante fue atravesado por diez espadas de hielo, que a los pocos segundos se tiñeron de sangre. Claude hizo aparecer algunos yetis para corroborar que no quedara ningún sirviente de su hermano; mientras que él colocó a su amiga en la nube y se sentó junto al grupo de mujeres.
―Luchaste duro, querida Astryd, sigues siendo una formidable guerrera ―le dijo con la sonrisa que necesitaba ver y luego volteó a ver a la pequeña―. Tienes una hija muy hermosa como tú, me alegra saber que soy tío de nuevo.
―Astryd, ¿quién es este hombre? ―preguntó Lena acercándose más a su amiga.
―Es Claude, mi querido amigo ―respondió Astryd antes de caer en un profundo sueño.
Cuando llegaron a casa, Claude la llevó a su cama donde la abrigó y dejó que Lena la atendiera. Después de recibir la dirección de Ruffus Allard, el Lunar del hielo dejó a cargo a un yeti para vigilar el terreno y cuidar a las mujeres de cualquier ataque. Si se atrevieron a atacar en el parque era muy posible que también su amigo se encontrase en peligro.
Ruffus Allard era quién más estaba disfrutando de su nueva vida en la isla: retomó su trabajo como pescador, ayudaba en la granja de la familia, criaba a su hija junto a Astryd, pero sobre todo, no tenía que participar en los planes violentos del usurpador del trono. Para el Lunar del agua, levantarse desde temprano para zarpar en el bote pesquero de Gustav era su sueño hecho realidad. Observaba los destellos verdes del alba y la brisa mañanera lo hacía sentir libre. Junto al humano navegaban unos cuantos kilómetros al sur para pescar salmón, trucha y bacalao, que servirían para las provisiones de la comunidad en la que se asentaban.
El trabajo se facilitaba gracias a su magia acuática y con la ayuda de Kloptist que reunía a los peces cerca de la red mientras también aprovechaba a alimentarse de unos cuantos. Gustav, un hombre robusto y de espesa barba y bigote, conocía la naturaleza vampira de Allard, aunque desconocía su magia y de la existencia de la gigantesca criatura que los acompañaba cada mañana. Se divertían cantando baladas mientras el humano tocaba una guitarra, aunque también bebían jarras de cerveza. Debido a que en pocos días Gustav y su familia se mudarían al campamento de resistencia al norte de Islandia, decidieron buscar el pez más grande que hubieran visto en su vista.
Después de varias horas, Kloptist dio aviso a su amo a través de ondas acuáticas, por lo que los pescadores comenzaron a extraerlo. Pesaba. El pez quería escaparse y por poco se hundía el bote por la fuerza. Ruffus hizo un hechizo imperceptible para el humano que permitió darles más fuerza. Kloptist se unió debajo para empujar al pez. La lucha era dura por todas las partes, pero finalmente un sorprendente bacalao de tres metros cayó sobre el piso del bote. Solo les quedaba por celebrar con una nueva ronda de cerveza y risas, que pronto se fueron apagando ante la mirada perdida de Allard.
―Debemos regresar ya ―dijo el Lunar dirigiéndose a retirar el ancla―. No preguntes el motivo, solo sé que debemos irnos ya.
―Pero hombre, qué apenas nos estamos divirtiendo ―dijo el humano pronunciando de manera muy extraña ya que intentaba ocultar su estado de embriaguez―. Ellas saben arreglárselas sin nosotros.
A través de magia, Ruffus creó un campo de niebla para esconder el barco. Además aprovechó el estado de embriaguez de su compañero para traerlo de vuelto a la cabina y mantenerlo vigilado. Los pequeños golpes, casi imperceptibles y generados por su mascota le avisaban que el peligro acechaba en el mar.
Ruffus generó remolinos para entorpecer el enemigo, aunque esto fue inútil. Un fuerte movimiento sacudió el bote que estuvo a punto de ser estrellado contra el agua, pero el Lunar creó manos de agua para devolverlo a su sitio. Kloptist había dejado de comunicarse con él y temió lo peor ante el hilo de sangre que comenzaba a extenderse. Noqueó al humano y lo acostó sobre la butaca, para luego lanzarse al agua.
Su fiel mascota se encontraba luchando con tritones, unas criaturas humanoides de escamas verdes y grises, de su espalda, brazos y piernas le salen aletas muy parecidas a los peces; además de compartir sus ojos y dientes muy filosos, que si bien son pequeños su fuerza son comparables a las de un tiburón.
―¿Cómo se atreven a atacar a su viejo compañero? ―cuestionó Allard después de lanzar una lanza para atraer su atención. Una de sus ventajas era que podía respirar bajo el agua sin necesidad de branquias, ya que su misma magia se lo permitía. Reconoció a uno de los tritones, su líder, que se diferenciaba por tener una cabellera blanca―. ¿Sartana? ¿Pero qué significa esto?
―Pero si es Ruffus Allard, el cobarde que escapó de una simple batalla en el castillo ―respondió el líder de los tritones y luego todos sus compañeros dejaron de atacar al Kloptist para burlarse de su antiguo rey―. Jonathan nos paga mejor, ya sabe, vivimos en tiempos difíciles―. Sartana observó un pequeño movimiento en la lanza del Lunar, por lo que una sonrisa se esbozó dejando a la vista sus dientes amarillos―. ¿Va a matarme, señor Allard? Todos saben que no es bueno para las batallas.
Ruffus se impulsó hacia el líder, a quién logró ensartar la lanza en el hombro. En el momento que Sartana intentó sacarla, esta desapareció en formas de burbujas. Alargó sus garras para herir al Lunar, pero este también se había esfumado.
―Basta de jueguitos absurdos, señor Allard ―dijo Sartana cansado de observar en todas direcciones, incluso los otros tritones se reunieron para protegerlo―. ¿Quiere jugar? Escuadrón, maten al humano que viaja con él.
Los tritones se dirigieron rápidamente hasta el barco para abrir un orificio con sus filosos tridentes que permitiera que este comenzara a hundirse. Ruffus se acercó a ellos para atacarlos con su lanza, pero Sartana se apareció frente a él y le arrancó una parte del abdomen. Luego con su tridente lo dirigió hacia el fondo que parecía interminable.
―Red Moon: Water Element: Sacred Snake ―pronunció el Lunar.
Un brillo rojo cruzó velozmente el agua y se posó sobre un pentagrama azul. Luego una gigantesca cabeza de serpiente transparente con bordes brillantes del mismo color salió del pentagrama.
―Podrás derrotarme, pero mis hombres habrán matado a ese asqueroso humano ―dijo el tritón enfurecido.
La serpiente salió por completo del pentagrama. Medía alrededor de quince metros de largo y tres de ancho. Nadó hacia arriba donde pronto escuchó los quejidos y gritos del ejército de tritones.―
―¿Por qué no me terminas de matar? ―preguntó Allard con una sonrisa que enfureció más a Sartana.
Sartana parecía más concentrado en sus compañeros que en su propio contrincante. Ni siquiera se había dado cuenta que Allard se había liberado del tridente.
―¿Sartana, sigues ahí? ―se burló para provocarlo..
El tritón giraba su cabeza desesperado, ya que Allard no se encontraba en ninguna parte. Tampoco podía ver burbujas u ondas que evidencieran su presencia. Atacó con el tridente en muchas ocasiones, pero no conseguía nada.
―Mi pequeñín, es tu momento de vengarte ―dijo Ruffus.
De repente, algo tomó a Sartana de la cintura que lo elevó velozmente cerca del barco. Cabezas, brazos y piernas flotaban y habían ensuciado la visión con su sangre. Y ahí entre los miembros, la figura de Allard se materializó.
―Red Moon: Water Element: God's Fountain.
―Señor, le pido piedad...por favor, no soporto...¡Me rindo! ―suplicaba el rey tritón con una mano en el pecho y otra en los ojos.
―Gracias, Sartana, pero prescindo de tus servicios ―respondió el Lunar que contaba en reversa con sus dedos―. Salúdame al muerto de Poseidón, creación de mierda.
El tritón lanzó un grito cuando sus ojos salieron de las cuencas y los órganos de su cuerpo, dejando escapar chorros de agua que se mezclaron con su sangre. Cuando todo acabó, Ruffus tomó el tridente para arrancarle la cabeza.
―Salúdame a ese tirano ―dijo el Lunar y luego la lanzó a través de un portal.
Subió hasta el barco, pero no encontró a su amigo. Pero pronto se alivió ante unos copos de nieve que cayeron sobre su rostro. Elevó su mirada al cielo y ahí se encontraba el Lunar del hielo cargando al ebrio Gustav. No podía negarlo, se sentía feliz al saber que su viejo amigo se encontraba con vida. Aunque su rostro transmitía mucha calma, supo que tenían mucho de qué hablar, incluyendo el motivo del ataque. Kloptist salió a la superficie para cargar el barco y fue así como navegaron de vuelta a la isla.
Despertó cuatro horas más tarde en su habitación. Se sentía adolorida y la cabeza le punzaba, pero saber que su hija se encontraba en una cuna al lado de la cama le devolvió la tranquilidad. Con mucho cuidado se levantó de la cama y tomó a la bebé, a quién no deseaba quitarle un ojo. Era posible que la atacaran en un descuido. Bajó las escaleras con sumo cuidado de no resbalar y al llegar a los escalones, Lena se acercó para tomar a la bebé; mientras que Ruffus la condujo al comedor, donde se encontraba Gustav y Liljas preparando té y bocadillos.
―Agradezco que se queden a ayudarnos, pero volverán en cualquier momento ―dijo Astryd sentándose con mucha dificultad en una silla―. ¿Ahora entiendes lo que te dije en el parque, Lena? Esta es una guerra que no debería concernir a tu familia―. Astryd dirigió su mirada al Lunar del hielo y habló―. Abre un portal y haz que uno de tus súbditos los escolte.
―Mis yetis los acompañarán hasta llegar a su destino ―respondió Claude―. Lo tengo todo calculado.
―Lena, Gustav, necesito que se acerquen ―solicitó Astryd con una sonrisa, aunque los humanos supieron que se aguantaba por llorar por lo que estaba a punto de decir―. Hace pocos segundos me comuniqué con Ruffus y está de acuerdo...Quiero que cuiden a Dorete mientras solucionamos este problema.
El matrimonio no podía negarse. Ambos conocían el sacrificio de aquella madre para resguardar su vida. Tomaron a la bebé de los brazos de Astryd. No estaba segura si ella o Ruffus sobrevivirían, pero haría todo el esfuerzo para volver a encontrarse y de tener una vida tranquila con sus amigos. Después de empacar todo en la camioneta, se despidieron de los humanos y su pequeña Dorete. Los Lunares contuvieron las lágrimas que solo se sentian como una flama en sus ojos. Ruffus abrió un portal con el punto más cercano a su destino, por el que entró la camioneta, seguida de tres yetis. Fue al cerrarse que la Lunar del aire pudo soltar las lágrimas, aunque solo fueron por unos pocos segundos. Limpió su rostro y aquellos ojos impotentes se llenaron de ira, como la hizo sentir la batalla con los uay.
―¿Qué está pasando realmente? ―le preguntó Astryd a su viejo amigo―. Supongo que también Ruffus fue atacado. ¿Por qué Jonathan nos envía a sus sicarios después de tres años?
―¿Han escuchado noticias del reino? ―preguntó Claude, pero al ver la mirada confusa de sus amigos, supo que la historia tendría que extenderse―. En resumen, Lilith y el hijo que concibió con Jonathan fueron atacados...Las pruebas señalan que Astryd estuvo detrás del atentado. Estuve buscándolos por bastante tiempo, pero no contestaron mis mensajes telepáticos.
―¿Dices que tuvo un hijo? ―pronunció Ruffus Allard consiguiendo un movimiento de cabeza como respuesta―. Jonathan ha utilizado a sus hijos como recipientes, ¿desde cuándo se preocupa tanto por ellos? A él no le queda ni un poco de amor por alguien más, solo por él mismo y en Lilith.
―Me importa una mierda si ha cambiado o no, yo no puedo perdonarlo ―dijo Astryd, quien se levantó del suelo y se limpió el lodo de sus rodillas―. Se metieron con mi hija y nuestros amigos, y ¡quiero que pague con sangre!
En ese momento, Claude van Vonter supo que todo escalaría a un enfrentamiento sanguinario donde Astryd y Ruffus solo perderían. Entre dar aviso a Jonathan o quedarse con sus viejos amigos, Claude estaba decidido en apoyarles, aunque de nuevo, eso le costase la seguridad en el reino.
En el castillo Van Vonter, la misión de la misteriosa Beth por entrenar a Lilith se había alargado más de lo usual. Tras los meses que habían transcurrido, Beth no recibió ninguna comunicación de su maestro, pero comenzaba a preocuparse ante el acoso de parte del matrimonio Vonnes. Con el permiso del rey vampiro, Beth llevó a su aprendiz al sureste donde se erguía lo que alguna vez fue un coliseo. El espacio era grande , lo que permitía una mayor movilidad, así como una menor preocupación por el daño de la infraestructura.
Cada día de entrenamiento implicaba para la diosa vampiro un martirio. No le gustaba para nada que un niña le diera ordenes y mucho menos perder el control de su cuerpo. Beth aplicaba un hechizo mental que hacía que su alma se bloqueara para dejar salir el de su verdadera propietaria, Amber Hills. Con el tiempo esto lograría que el alma de Amber se viera debilitada y daría el tiempo suficiente para que Lilith consiguiera su verdadero cuerpo. Quizás la parte más difícil era el dolor que el hechizo le provocaba al inicio y el dolor posterior después de la batalla.
Bett invocó unos fuegos fatuos para iluminar el terreno y luego de encerrar a Lilith en un pentagrama, trajo de vuelta a Amber, devolviendo el rubio de su cabello y sus alas doradas. Saludaron con sus espadas arriba y al bajarlas, se lanzaron al ataque frontal. En cada golpe y desvío, Amber era capaz de recobrar algunas memorias de un río cruzando por un terreno desértico. Ahí en una roca, la princesa Esther se bañaba junto a Lilith, quien aún mostraba un brillo de esperanza en su mirada. Jugaban a lanzarse agua y también a perseguirse en la corriente. Sus risas se apagaron un momento al escuchar un grito femenino. Sin importar que las vieran desnudas, la princesa y la vampiresa corrieron a socorrer a una mujer de túnica azul con bordes dorados.
―¿Naqi'a? ―preguntó la princesa al reconocer los ojos verdes y su cabello ondulado azabache.
―Mi señora, perdone mi imprudencia ―respondió avergonzada y se tapó el rostro con el chal blanco que adornaba sus hombros―. No quise molestarlas, solo quería avisarles que creo haber encontrado la manera de que su hijo nazca.
La princesa y Lilith se miraron y no pudieron evitar su alegría que terminaron abrazando a Naqi'a. Sin embargo, en ese momento, Lilith sintió una energía en la mujer que le provocó rechazo, como si se encontrara celosa.
―¿Qué ocultas, Naqi'a? ―preguntó Lilith separándose de inmediato.
―Tu presencia solo traerá las ruinas al reino ―soltó Naqi'a, quien después de mucho tiempo con aquellos sentimientos decidió ser sincera―. La única que está ocultando algo eres tú, Lilith. No eres amada ni por dioses ni demonios. Incluso tus hijos y matrimonios te han maldito. Traes desgracias a tu alrededor y lo mismo ocurrirá con su hijo.
Esther notó la rabia acumulándose en los puños de su amada. Lilith estaba a punto de atacar a su vieja amiga, así que la abrazó para apaciguar su molestia. Pero esto solo consiguió que Naqi'a irrespetara a su princesa. La tomó del brazo y la alejó de la criatura que tanto asco le causaba.
―¿Pero qué haces? Ella es nuestra amiga ―dijo la princesa sin comprender que aquello se trataba de una escena de celos.
―Desde que esa demonio llegó solo tiene ojos para ella y no para su reino ―señaló la mujer que no dejaba de lanzar hechizos dolorosos en Lilith, sin que la princesa lo notara―. Los dioses han declarado la guerra contra nosotros desde que saben que ella habita en la tierra que nos otorgaron. El río se está secando y las cosechas se pierde. Nuestros reinos vecinos están cayendo bajo el tormento de los mismos dioses...¡Y todo por esa mujer! Entonces, dime, Lilith, la primera de nosotras y la exiliada, ¿cómo nos ayudarás a detener tu caos?
Lilith se acercó hacia la mujer y le dio una bofetada que la botó al suelo.
―Contrólate primero y deja de usar hechizos en mi cuerpo ―dijo muy molesta, pero luego se agachó para ayudarla a levantarse―. Tal como se lo prometí, voy a solucionar todos los problemas que he causado. Naqi'a...―hizo una pausa cuando notó un meteorito que surcó por el espacio aéreo unos minutos y se perdió entre las montañas―. No todo lo que te dicen los dioses es verdad y no todos los demonios son como te lo pintan las leyendas. Si son dioses, ¿por qué permiten tantas guerras y muertes? Solo somos parte de su patio de juegos.
―¡Insolente! ¡Harás que nos maten ahora! ―alzó Naqi'a su voz.
―Tienes mucho que aprender sobre este mundo y el otro ―dijo Lilith tomándole las manos―. Antes de que nos ayudes con el favor, quiero que me acompañen en un viaje donde sus ojos no tienen el derecho para ver, pero como los dioses están tan felices disfrutando del juego, ni les importará nuestra presencia.
A pesar de los peligros que la diosa vampiro explicó, tanto la princesa como la sacerdotisa entraron al portal. Los paisajes cambiaban en cada portal que entraban. Desde parajes cubiertos de nieve con criaturas de hielo; selvas donde las reglas eran ignoradas; hasta que llegaron a una tierra de ensueño. El pasto sin maltratar e incluso árboles que llegaban hasta el cielo adornaban su visión. Mientras se adentraban en el terreno observaron las flores que brotaban a sus alrededores; además de las miradas curiosas de diversos animales.
―¿Estamos en la tierra que mencionan los libros de nuestros ancestros? ―preguntó Naqi'a tan impresionada que no podía cerrar la boca―. ¡El jardín de Edén!
―Así es, aquí yace mi origen ―respondió Lilith―. Donde los dioses de esta tierra y de aquellas que sus ojos no alcanzan a ver, crearon a criaturas especiales que se encargarían de exterminar a las especies que cambiaron en el tiempo.
―¿No fuimos creados por Él? ―preguntó Naqi'a con la voz ahogada. No quería creer lo que había escuchado.
―Antes de los humanos y las criaturas que habitan en su basto mundo, existieron otras que poblaron muchos años antes ―explicó la reina vampiro―. Tragedias los llevaron a la ruina y nuevas criaturas nacieron que con los años evolucionaron hasta lo que son ahora―. Lilith se detuvo para dibujar una runa en la frente de Naqi'a. Mientras continuaba con su explicación, la otra mujer observaba aquellas imágenes―. Los dioses querían crear especies superiores que exterminaran a las ya existentes y así nacimos las primeras "Armas Sagradas". Sin embargo, jamás se imaginaron que algunos especímenes no obedeceríamos sus leyes. Fui la primera en darme cuenta de la hipocresía divina y convencí a Adán para rebelarnos. Pero él me traicionó y siguiendo las órdenes de nuestro creador, me violó. Al observar el peligro que representaba para el Edén, los dioses me expulsaron al caos.
―La leyenda dice que te expulsaron por ser promiscua y te convertiste en un demonio, la esposa de Asmodeo, con quién engendraste a los Lilim que asesinaron pueblos y niños inocentes―interrumpió Naqi'a un poco confundida.
―Eres buena en la historia que les conviene a los dioses, Naqi'a ―respondió Lilith sonriéndole―. Mis hijos solo masacraron a las nuevas generaciones de "armas sagradas". Incluso los ángeles y demonios se vieron en peligro por su existencia, tuvimos que unirnos para acabar con ellos. Con el tiempo, incluso sus creaciones se terminaron mezclando con las criaturas existentes y así nació la magia, los cambia formas y las diversas criaturas que ahora los humanos temes y alaban. Cuando los dioses se vieron en peligro, lanzaron plagas, inundaciones y otros ataques para acabar con su error.
―Esto no puede ser cierto ―dijo Naq'ia y se dejó caer en rodillas al suelo―. Nuestro dios es bueno, jamás haría algo así. Tenemos dones gracias a él. Me niego a compartir la sangre de exterminadores.
―Eres tan ingenua ―dijo Lilith tomándole el mentón a la chica―. Sabes que la magia de runas no miente. Los malditos dioses son los culpables de todo el mal en el mundo. No me importa si quedan algunos buenos, ¡quiero acabar con todos! ¡Quiero un mundo nuevo! Entonces, dime, Naqi'a, ¿estás dispuesta a enfrentar tus creencias para ayudar a la demonio que tanto odias?
―Lilith, me pides mucho ―se negó en primera instancia, pero la reina vampiro no podía juzgarla. Nunca sería fácil ir a lo contrario de tus doctrinas. No obstante, supo que la humana creía en su palabra gracias a los latidos de su corazón―. No sé si algún día me arrepienta, pero haré todo lo posible por ayudarlas.
Las mujeres entraron de vuelta a un portal, para dejar que los recuerdos se disolvieran en una espesa pared de humo. Cuando la claridad regresó a los ojos de Amber Hills, un fuerte golpe en el abdomen la aquejumbró. Beth le había golpeado con un puño de hielo. Aunque sintió más pena el sentir una jaqueca indicando que Lilith estaba por tomar su cuerpo. Beth se acercó para sostenerla entre hombros.
―¿Averiguaste algo? ―preguntó Beth al notar que los ojos de su pupila trataban de decirle algo antes de perder su cordura.
―Logré adentrar más en mi pasado ―le contestó Amber―. Si continuamos con tus lecciones, estoy segura que podremos separarnos.
Amber se desmayó rápidamente y al despertar volvió a ser Lilith. No recordaba nada, aunque sí sentía una profunda tristeza que le taladraba sensaciones que había olvidado que existían. Tampoco le agradó sentir cómo las gotas se derramaban por su rostro. Le parecía asqueroso y lo más bajo que su recipiente podía hacerle. Desde que perdió su humanidad, Lilith jamás volvió a derramar una lágrima. Miró a su maestra con la intención de meterse en sus pensamientos de nuevo, pero Beth parecía no ocultar secretos.
La reina vampiro estaba cansada de aquellos entrenamientos, del que solo conseguía sentirse debilitada emocionalmente, además de los halagos de Beth. Solo tocaba esperar unos meses en ese recipiente, ya que el festival en Lágora se acercaba y con este, la extracción de su verdadero cuerpo de la prisión que los dioses le impusieron.
FIN DE LA PARTE I
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