Capítulo 6

«Le tengo asco»

Doblada de la risa estaba cuando lo vi aparecer. El estómago se me viró al revés y no era precisamente por el hambre. Estaba tan guapo como nunca y acompañado, como siempre.
No lo vi buscarme con la mirada tal y como acostumbraba a hacer cuando llegaba a aquel parque, que era el lugar favorito de los estudiantes.

Pasaba de mí soberanamente y bueno, con su actitud no hacía más que invitarme a imitarlo y así lo hice, no solo ese día, sino durante toda la semana. Me salió la mar de bien la actuación. Si había alguien en este mundo que se pintaba sola para ser orgullosa, esa era Salomé.

La determinación me duró bien poco. Bastó que el viernes en la tarde, justo antes de encaminarnos hacia nuestras casas, Aaron me hiciera una seña con la mano que capté al instante. Cómo no hacerlo si era lo que estaba esperando; quería que lo llamara y así lo hice, pasando soberanamente por encima de mi principios.

Del otro lado de la línea me había informado que su amigo Eddy se iba fuera de la ciudad. Le había dejado las llaves del apartamento y me estaba invitando a pasar el sábado con él, hasta el domingo.

No más colgar el aparato ahogué un grito tapando mi boca con la almohada. Íbamos a dormir juntos. Todo el sábado sería mío, solo mío. De pensarlo ya estaba toda tonta y torpe por el nerviosismo.

Llamé enseguida a Abby. Cuando estas cosas pasaban siempre la usaba como excusa. Porque, aunque mi madre y mi abuela sabían que era una mujer hecha y derecha, seguía viviendo bajo su protección y había que darles una explicación coherente que justificara el hecho de que dormiría fuera de casa. El cuento casi siempre era el mismo: nos iríamos de farra y al regresar me quedaría a dormir en lo de mi amiga.

El sábado se demoró en llegar todo lo que quiso y la tarde, tuvo más calma todavía. Aunque eso me dio tiempo a depilarme, lavarme el cabello y recoger un par de bragas, una muda de ropa y mi cepillo de dientes.

Llegada la hora me vestí con premura.

Elegí un vestido con tirantes (afuera golpeaba un calor sofocante), de esos que te entallan el cuerpo hasta la cintura y luego se despliegan a todo lo largo de las piernas en una falda extra ancha. Me encantaba usar ese tipo de atuendos con estampados indescifrables, aunque con ellos, mi metro y medio de estatura (1.53 para ser exactos), podían parecer fácilmente unos 1.40.

La ropa interior estaba sobrevalorada para mí en ocasiones y este era unos de esos días.

Cuando llegué ya me esperaba. El saludo fue una mirada larga, intensa, interrumpida por una frase inesperada.

-Te extrañé cocinera-dijo y sonrío, provocando que me lanzara a sus brazos, necesitada de su boca y deseosa de sus manos. Siete días pueden ser toda una eternidad para alguien para quien tener sexo es tan necesario como alimentarse.

Él, casi que me folla ahí mismo en el umbral de la puerta cuando palpando mis nalgas por encima del vestido, se dio cuenta de que no llevaba bragas.

-Estás loca, y me quieres convertir en un demente.

Hicimos el amor cuanto quisimos. Todo lo que nos permitieron nuestros cuerpos. Incluso si el cansancio nos vencía lográbamos recuperarnos rápido y volver a la carga. No hubo rincón de aquel apartamento que no usáramos con el fin de darnos placer.

Usamos el sofá, una silla del comedor, el balcón trasero, el piso, la cama, el baño y por supuesto, repetimos en la cocina, esta vez mientras intentaba preparar espaguetis a la carbonara.

Él era insaciable y yo no me quedaba atrás. Tenía un apetito sexual que me hacía preguntarme si era así siempre o solo cuando estaba conmigo. Bendita sea la juventud que nos permite ser vigorosos e incansables.

También tuvimos tiempo para hablar.

Supe que su relación con Maggie había nacido hacía unos años atrás, no especificó cuántos, solo dijo que la quería mucho, por todo lo que habían compartido juntos. Sus palabras fueron un aguijonazo. Una sensación de angustia que llegaba como evidente señal de alarma, sin embargo, no le presté la más mínima importancia.

¿Celosa yo? Nooo, que va. Primero James Cameron le cambia el final a Titanic.

También me contó el origen de su tatuaje. Olivia se llama su abuela, su Nana. Ella lo había criado cuando su madre se había marchado para no volver.

De su padre no habló.

Su abuela lo era todo para él y perpetuar su nombre escribiéndolo para siempre sobre su cuerpo, era su forma de agradecerle por su cariño y devoción durante toda su vida.

Aunque según me contó, Doña Olivia casi sufre un colapso cuando le habló de sus intenciones de homenajearla de esa manera. Pero igual decidió apoyarlo, sólo le había pedido que se lo hiciera en un lugar discreto, que no estuviera a la vista. Él la había complacido y eso lo ayudó a anotarse puntos con las chicas, que encontraban sexy su tatuaje. Yo era una de las fans a esa cicatriz embellecida con tinta que él lucía con orgullo.

Cuando fue mi turno de hablar le comenté de mi afición por los deportes, gusto que no compartía mucho. Se interesó por mi carrera y saber del por qué la había elegido y quiso conocer, además, por qué una chica como yo, no tenía pareja «oficial».

Solo atiné a decirle que era mi elección. Obvié la parte en la que podía haberle comentado sobre mi pequeño conflicto a la hora de llegar al orgasmo estando con hombres, y que solo los conseguía cuando me autosatisfacía.

La información es poder y no quería darle esa autoridad sobre mí. No tenía interés en que supiera que, hasta ese momento, llevaba la batuta en eso de hacerme llegar al clímax.

Había otra cosa que me martillaba el cerebro desde que nos habíamos lanzado en aquella deliciosa aventura. El por qué, ni una sola vez, de las tantas que lo habíamos hecho ya, me había permitido hacerle sexo oral.

El diablo, porque no creo que Dios quiera tener algo que ver con esto, sabe que me moría por comerme aquel pene de dimensiones antinaturales. Soñaba con ese momento. Me imaginaba chupando su glande, recorriendo con mi lengua su tronco y saboreando su semen.

Amaba que los hombres se corrieran en mi boca. Me hacía sentir poderosa, guarra, deseable. Así que decidí preguntarle, sin darle muchas vueltas.
Lo que me contestó me tomó desprevenida.

-No me gusta. Es una práctica sucia y totalmente innecesaria. Le tengo asco.

- ¿Lo has probado alguna vez?-pregunté.

-No, pero no hace falta, eso no va conmigo y punto-contestó y su expresión me pareció que se oscurecía, así que opté por dejar zanjado el «temita».

La verdad, no podía reprocharle nada. Yo misma nunca había probado los garbanzos en ninguna de sus variedades, y no había fuerza humana que me obligara a comerlos; incluso los que yo misma preparaba, que modestia aparte me quedaban de muerte, en el mejor sentido de la palabra.

La cuestión era que me quedaría con las ganas, pero bueno, del lobo un pelo, como decía mi abuelo. Yo quería orgasmos y ya los tenía, ¿qué más podía pedir?

Estuve tentada a preguntarle qué opinaba del sexo anal, pero si hacerlo con la boca le resultaba repulsivo, imaginé que usar el conducto por donde los humanos evacuan los desechos de su cuerpo con fines sexuales, le debería parecer, cuando menos, aberrante.

Así que preferir callar y besarlo, comenzando con ello una nueva ronda de acción, la última de la madrugada antes de caer rendidos, agotados después de habernos complacido tanto. Al día siguiente habríamos de volver a la realidad.

°°°°°°
Un encuentro romántico y revelador este que acabamos de leer. El próximo promete encender chispas, así que los convido a que no se lo pierdan y si les apetece, me dejan por aquí sus votos y sus comentarios, que serán de gran ayuda. Los abrazo. Hasta la siguiente actualización.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top