Capítulo 5
Perdón sabor chocolate
Recuperada de tamañas emociones, comenzó a manifestarse un sentimiento que no me abandonaba nunca: el hambre. No sé decirles si fue que lo dije en voz alta, se me notaba o que Aaron podía leerme la mente, pues no demoró mucho en preguntarme si me apetecía comer algo.
Dije que sí en el acto, a lo que me espetó:
-Pues bien, tú no eres la que estudia para cocinera profesional.
-Para chef-le aclaré algo molesta por el tono despectivo con el que acababa de referirse a mi carrera.
-Vale, vale, no te enojes y ve a la cocina y demuéstrame que no vas a clases a perder el tiempo-me dijo sonriendo y me dio una pequeña palmada en las nalgas cuando pasé por su lado.
Si les soy sincera, no me agradó mucho descubrir ese lado machista en él, pero no lo quería para marido, así que lo ignoré y me fui a la cocina. Era un saloncito muy pequeño, con espacio para apenas una persona. Se componía de una encimera simple con unos pocos efectos electrodomésticos.
Revisando aquí y allá, buscando qué cocinar, encontré huevos, jamón y papas. No había otra que hacer tortilla española.
En lo que preparaba todo me detuve a pensar en lo bien que este chico había hecho la tarea para averiguar detalles sobre mí. Me sentí halagada. Yo le interesaba, o si no, por qué tomarse tantas molestias.
Sumida en mis pensamientos, otro de los placeres que me proporcionaba cocinar, el de poder abstraerme y olvidar que el mundo continuaba girando a mi alrededor, vi como Aaron comenzó a revolotear por la habitación mostrando su desnudez a plenitud.
Fue entonces que pude detenerme a observar nuevamente su cuerpo. Admiré sus largas extremidades, su pecho liso, sin el más mínimo atisbo de que sobre aquella superficie hubiera crecido jamás un bello. Me recreé, otra vez, en su abdomen plano, casi cuadriculado y no pude evitar morderme el labio inferior cuando volví a ver el tatuaje que adornaba su cadera y que había descubierto la primera vez que nos cruzamos.
Un nombre de mujer grabado con perfecta caligrafía resaltaba en letra cursiva y con tinta negrísima, que hacía un contraste maravilloso con su tono de piel permanentemente bronceado.
«Olivia», se dejaba leer.
Una voz ronca me sacó de mi enajenación cuando me disponía a radiografiar sus glúteos.
Me encantaban los hombres con nalgas firmes y redondas. Nunca me había importado acostarme con tíos que tuvieran más volumen en el trasero que yo. Era consciente de que la naturaleza no me había favorecido para nada con una genética espectacular, pero podía vivir con ello, aunque me esforzaba en los gimnasios por fortalecer un poco esa parte de mi cuerpo. Se vale soñar ¿no?
-¿Te gusta lo que ves?-escuché que me decía y se colocaba detrás de mí.
-Sí, se me antoja apetitoso-alcancé a balbucear en cuanto empezó a depositar pequeños y húmedos besos sobre mi oreja primero, y sobre el cuello después.
-A mí también me gusta lo que veo, pero lo que toco me fascina, me desquicia-susurró al tiempo que una de sus manos subía lentamente por uno de mis muslos, deteniendo su recorrido justo sobre mi placentero triángulo, ahí donde suelo perder la sensatez cuando me tiento o me acarician.
A esas alturas ya estaba tan mojada como aguacero de mayo, pero me empapé todavía más en cuanto la mano que le quedaba libre, comenzó a jugar con uno de mis pezones, pellizcándolo y poniéndolo duro en un santiamén.
Entretanto, con la otra provocaba la punta de mi clítoris, incitándolo a crecer y palpitar con cada roce. Mientras, su lengua paseaba por mi oreja haciéndome cerrar los ojos y arrancándome gemidos cada vez más sonoros. Estaba deseosa porque aquella erección que se erguía tras de mí, me llenara otra vez, para que todo comenzara de nuevo.
Me dobló ahí mismo, sobre la encimera de la cocina y sin perder tiempo, vistió su miembro con un preservativo que hasta hoy, no sé de dónde salió, y me penetró con extrema cautela, como si tuviera miedo de romperme si llegaba a arremeter con brusquedad.
Adoraba sentirme colmada por él, así que comencé a moverme con frenecí, golosa, impaciente. Tenía una mano apoyada sobre el frío mármol y con la otra tocaba ese punto ardiente que me arrebataba. Aaron me seguía el ritmo y ahora me daba con fuerza. Salía un poco de mi interior y luego entraba con todo, sin dejar ni un centímetro de su pene privado del calor de mi vagina. Uno, dos, tres, cuatro veces. Afuera, adentro, hasta el fondo.
El orgasmo no demoró. Primero el mío, luego el de él. Mi grito y mis convulsiones; su jadeo áspero y sus espasmos. Aquel niñato y yo nos entendíamos muy bien cuando convertíamos el sexo en idioma. Era la segunda vez que lo comprobábamos.
Tras limpiar mi cuerpo de fluidos me dispuse a terminar finalmente la comida, la cual había dejado en pausa para saciar otro tipo de hambre. Comimos, y conseguí que el futuro ingeniero químico saboreara con gusto cada trozo de tortilla que se llevaba a la boca.
-Doy fe-comenzó a recitar usando un tono solemne y divertido-que esos profesores tuyos están haciendo un muy buen trabajo contigo. Fruncí el ceño en respuesta a su insolencia y aquel gesto le sacó una divertida sonrisa. ¡Y qué lindo sonreía el condena'o!
Llegó el momento de irse. Según me hizo saber, el dueño de la casa, Eddy, un gran amigo suyo que le alcahueteaba con todos sus ligues ocasionales, reclamaba porque lo dejaran regresar a su hogar. Organizamos todo y salimos.
Él tomó el camino de la derecha y yo el de la izquierda, ¿o fue al revés?
No lo sé, ya deben suponer que en eso de orientarme yo siempre seré un desastre. Mi madre gusta decir, y cito: «como te llegues a quedar sola en un bosque, Dios nos libre, te perdemos. Porque si de ti depende que sepas diferenciar el norte del sur, o la izquierda de la derecha, te mueres de inanición, así estés a tres pasos de la civilización».
No le hagan caso, ella es así de exagerada.
Mi desorientación en esta oportunidad era más culpa del sonoro beso que Aaron me había dado antes de irse que de mi total falta de ubicación.
Había predicho que mi sábado iba a estar interesante y no me equivoqué en lo más mínimo, o sí, porque estuvo aún mejor.
****
Con Aaron en la cabeza me había pasado el resto del fin de semana y cuando regresé el lunes a la universidad, ahí seguía.
Su recuerdo me trastornaba y no era para menos. Una tarde le había bastado para titularse como dueño absoluto del mejor sexo de mi vida y pensar en ello me ponía frenética y por supuesto, con ganas de más.
Aunque sabía que eso no sería posible durante los días de clases, no dentro de los límites de la escuela, no mientras Maggie estuviera cerca.
Acordamos que lo nuestro sería puramente físico, solo sexo y nada más. No habría encuentros furtivos mientras el calendario no anunciara la llegada del fin de semana; nada de saludarnos en público, ni llamadas o mensajes de texto o en redes sociales. Nos diríamos únicamente lo que fuéramos capaces de expresar con la mirada, de lejos, siempre de lejos.
Él lo había propuesto y yo había aceptado. En definitiva, nunca tuve intenciones de complicarme la existencia...de hecho, si no me hubiera regalado esos exquisitos orgasmos, ni siquiera pensaría en repetir; no sería la primera vez que un chico, por muy guapo que me pareciera, no me veía más el pelo tras un único encuentro sexual.
Además, en dos años me iría con Abby a una ciudad más grande que la nuestra, con mayores perspectivas para nosotras en el plano laboral. A mí no me atraía la idea de tener que cocinar en algún local de poca monta de los que abundaban en la región y a Abby mucho menos.
¡Válgame Dios!
Fue ahí cuando recordé que no había llamado a Abigail en dos días. Supuse que esa, como mínimo, estaría planeando mi asesinato y, conociéndola, seguramente pasaría a la historia como la autora del primer crimen perfecto, porque 48 horas es mucho tiempo para planificar detalles macabros contra alguien, teniendo en cuenta el elevado nivel de cabreo que debía tener.
Con aquella idea haciéndome gracia comencé a sonreír inconscientemente. Entré al salón de clases y ahí estaba ella, con cara de asesina en serie.
¡Lo sabía!
Abigail y yo éramos amigas de toda la vida. Nos conocimos cuando sus padres y su abuela se mudaron a nuestro barrio. Casi enseguida se convirtió en mi compañera de juegos y hoy, más que una amiga, era mi todo: confidente, consejera, paño de lágrimas, hermana y a veces, hacía de mamá de tanto que me sobreprotegía, amparada en aquello de que era unos 10 meses mayor que yo.
Habíamos optado por la misma carrera universitaria solo con tal de no separarnos y porque yo supe contagiarle mi pasión por el arte culinario.
Pero ahora, mi amiga de años, mi hermanita del alma, parecía tener ganas de darme unos azotes y lo peor, creo que me los merecía.
Dos días de silencio total cuando sabía que ella estaba expectante por conocer los detalles de mi aventura amorosa más reciente era demasiado tiempo.
Ya sé, podía haberme llamado ella para preguntar, pero la conozco, y es demasiado orgullosa para ceder a la curiosidad cuando era yo la que tenía algo que contar.
Me acerqué con cara de niña avergonzada, le di un beso en la mejilla y le puse un chocolate entre las manos. Por fortuna, siempre cargaba con una de estas exquisiteces en el bolso, porque las adoraba.
Digo que por fortuna porque el regalarnos alguna golosina era nuestro ritual desde pequeñas, un hábito que habíamos adquirido para cuando el comportamiento de una, perjudicaba de alguna manera a la otra. Una ofrenda de paz que siempre lograba su propósito, el de alejar el enojo para volvernos a querer.
Traducido, era algo así como: «ok tienes razón, fue sin querer, no lo haré más, ¿me perdonas?».
-Tu descaro no tiene nombre. Está bien, hoy no mueres asesinada por mí, pero te va a costar-me dijo mientras la chocolatina desaparecía de sus manos, víctima de dos enormes mordidas.
-Quiero detalles de todo. Si te guardas lo más mínimo, lo sabré, estás advertida-enfatizó.
No pude saciar su curiosidad en ese momento porque el profesor de la asignatura Cultura y Nutrición, llegó para dar su clase y nosotras éramos todo menos indisciplinadas.
A esa clase siguió otra y otra y en los cinco minutos de cambio apenas daba tiempo a contar pequeños pasajes de mi fogosa historia. Solo en la hora del almuerzo pude darme el lujo de relatar con pistas y señales lo que había vivido en los brazos de Aaron.
-¡Vaya con el ingenierito!-exclamó mi amiga cuando estuvo al día con los acontecimientos.
-Qué clase de suerte tienes perra traidora-dijo con claras intenciones de recordarme cómo me había pasado el fin de semana sin buscarla para contarle.
-¿Pero no era que eso estaba olvidado ya?-le pregunté poniendo cara de payaso triste.
-Perdonado sí, olvidado todavía. Eso te lo voy a estar recordando hasta la fiesta de los 15 años de tu primera nieta.
Y ahí fuimos a reír ambas a carcajadas con su ocurrencia. Ella era tan exagerada como mi madre. A veces parecía más hija de Lucía que yo.
°°°°°°
Y se acabó por hoy. Para la próxima conoceremos un poquito mejor a nuestro protagonista masculino. Ciertas revelaciones dejarán a Sally con las expectativas encendidas.
Recuerden colaborar con votos y comentarios. 🥰😘
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top