Capítulo 43

Las bragas de Mary Poppins

Par de meses después la vida seguía su curso.

La oficina en su ajetreo diario y yo cada vez con más responsabilidades, pues Don Emilio no había querido perderse nada del embarazo de su hija. Decía que tenía que estar ahí, para en el futuro poder contarle a su nieta (sí, tendría una sobrinita) que él la conoció y aprendió a quererla desde que era un frijolito.

Por casa mi relación con papá fructificaba. Ya no se quedaba conmigo, como es de suponer tuvo que regresar con su familia, la otra parte. Pero por lo menos ya no lo trataba con ironía, mucho menos con desprecio, y aunque no podría decirles que conversábamos como padre e hijo, de vez en cuando sí que se nos podía ver compartiendo una cerveza e intercambiando como un par de amigos que empiezan a fortalecer su relación de amistad.

Con Sal también las cosas iban bien. Estaba en la recta final del curso y todavía mantenía a Enzo en jaque. Le había dicho que no esperara una respuesta suya sobre su proposición de quedarse en Madrid a trabajar mano a mano con él, hasta que no se graduara. Ese día le contestaría sin falta.

Según me comentó, fue súper clara con él al respecto. Le dejó entender su enojo por su ocurrencia de venir a contarme sus planes, sobre todo porque la hizo sentir como un objeto sin voz ni voto sobre su propia vida.

-Dos machos decidiendo mi destino, como si estuviéramos en el Feudalismo. Qué escena esa, hubiera pagado por verlos-dijo ella en cuanto le conté de mi encuentro con Enzo.

El caso es que ahora, un poco como castigo, Sally se tomaría toda su calma para decidirse.

Aquel debe andar remordiéndose el hígado, pues seguro pensó que su estrategia no tenía fallos, que sería darla a conocer y Sally correría a aceptar, cual mendiga hambrienta que ve los cielos abiertos ante un simple pedazo de pan. Se equivocaba a cal y canto con mi chica. Ella es de las que actúa por pasión, por convicción. Con Sal dos y dos no tienen por qué ser siempre cuatro y el blanco y el negro son dos colores más, no los únicos.

Poco la conocía el afamado señor Vargas si daba por sentado que ella iba a hacer, lo que mandaba la cordura que debía hacer.

Pero no crean, yo estaba igual que ese chef impertinente, conteniendo la respiración, pues cuando Salomé tuviera ese bendito diploma en su poder, sería el momento en el que sabría si apostaría por lo nuestro y lo poco que yo tenía para ofrecerle o si elegiría triunfar lejos de mí.

Les juro que intentaba ser positivo al respecto, sobre todo porque ella me seguía demostrando su amor, porque sentía que lo que teníamos se fortalecía con el tiempo y que la distancia no estaba haciendo estragos en nuestro noviazgo.

La fórmula para lograrlo era una sola, y se las comparto, por si quieren tomar nota: confianza y comunicación. No hay otro camino.

En este sentido era yo quizás quien más debía esforzarse. Y no, no es machismo, para cualquiera puede resultar muy difícil eso de saber que su mujer anda todavía en tratos con su ex, mucho más sabiendo que ese personaje la quería de vuelta.

Pero yo también la quería conmigo y si pretendía que ella decidiera regresar, tenía que demostrarle confianza, lealtad, seguridad, madurez, empeño; así que no podía permitirme ni siquiera sospechar.

Ya lo dice la canción: "la sospecha corroe la cabeza" y hay que cerrarle el paso, para que ni se asome. Además, Sally en todo este tiempo separados no me había dado ni un solo motivo para dudar.

Si la llamaba respondía enseguida o me avisaba de que me llamaba luego. Chateábamos hasta que se nos dormían los dedos. Seguía igual de atenta, cariñosa y qué les digo, cuando nos daba por encender la webcam, nuestras sesiones eran dignas de una estatuilla de los AVN Awards. Lo que me demostraba, lo que nos probaba a ambos, que uno, estaba cada vez más necesitado del otro.

Pero si bien no existía en mí el menor atisbo de sospecha de Sal, había algo, mejor dicho, alguien, que sí me carcomía las neuronas, y esa, era Sandra Salvador y su abogadilla, la tal Sabrina.

No me fiaba ni un pelo de ese par.

Era muy sospechoso que la señorita Maldonado hubiera aparecido así de la nada.

Sabía, porque Emilio me lo había contado, que su ex esposa nunca antes se había interesado por esos temas, obviamente no lo necesitaba porque él se ocupaba de todo, lo suyo era dedicarse a gastar el dinero.

La verdad es que si lo miramos desde el punto de vista de que ahora ella andaba por su cuenta, tenía su lógica que quisiera tomar las riendas de sus acciones, pero Don Emilio se había estando encargando de eso, como siempre y si conozco a alguien honesto en esta vida, ese era el señor Salvador; por eso no acababa de convencerme esta nueva estrategia de la que decía ser mi mamá.

Una de dos: o había una segunda intención o mi paranoia estaba sobrepasando los límites.

Otra cosa que me tenía preocupado era el remarcado interés de Sabrina hacia mí. O no sabía o no quería disimularlo. Y creánme, nada me gustaría más que fueran imaginaciones mías, pero esas cosas se advierten enseguida. Bastaba con ver la forma en la que se vestía cuando tenía que verme en la empresa, las miradas, las indirectas, las insinuaciones.

La verdad es que llegaba a intimidarme. Más bien le temía a la idea de que fuese a obsesionarse conmigo.

Por supuesto que yo no pensaba corresponderle, ni que estuviera loco, pero justo ahí estaba el problema, una mujer despechada era una fuerza de la naturaleza, impredecible, incontenible, destructora.

Voy a tener que estar muy atento a su comportamiento en el futuro.

****
No saben la que he liado en la oficina.

He entrado esta mañana y cuando me dispuse a sentarme en mi escritorio a revisar las fórmulas del próximo perfume que estamos a punto de sacar a la luz, me encuentro con el fenómeno o la mala broma de que habían dejado algo sobre la silla: unas bragas de encaje rojas.

Salomé fue mi primer pensamiento.

«Habrá venido-mi corazón se desbocó-no Aaron, no puede ser, anoche hablaron por videollamada y estaba en su habitación, bájate de esa nube que eso es imposible», me dije. Pero no estaba dispuesto a renunciar tan rápido a la idea de que ella fuera la autora de este desmadre.

«Y si me las mandó como regalo, la creo perfectamente capaz de ingeniar algo así para sorprenderme»; sin embargo, me animé enseguida a desechar la teoría. Sal es muy detallista, sus regalos, al menos los pocos que ha tenido chance de hacerme hasta ahora, nunca han ido del objeto en sí, sino de la forma en que lo prepara todo. En ese sentido es muy perfeccionista y sé que no me daría un presente como este de una manera tan descuidada.

Entonces, si no fue Sally, quién coño dejó esta porquería aquí.

-Valeria-llamé a mi secretaria por el intercomunicador-haga el favor de venir un momento.

-Señor Miller estoy atendiendo a...-no le dejé acabar la frase. Un grito de ogro al que le acaban de pisar la cola salió de mi garganta.

-Que le he dicho que venga ahora, me importa un carajo lo que esté atendiendo, venga ya-y colgué.
Medio segundo después un rostro algo asustado me pedía permiso para entrar al despacho.

-Usted me puede explicar qué hace eso en mi silla-le señalé la prenda que descansaba sobre el cuero negro, haciendo un contraste bastante llamativo, si me permiten describirlo. Ella se llevó las manos a la boca con evidentes signos de desconcierto.

-No tengo idea señor, ¿qué es?-preguntó con ingenuidad mi empleada.

Era una mujer que pasaba sus 40. Alta, delgada, de piel morena, de muy buenas maneras y eficiente en su trabajo. La había heredado de Don Emilio cuando este decidió que ya no manejaría las riendas de la empresa desde su despacho. Fue su manera de hacer que ella no perdiera su empleo y la verdad que me había hecho un favor porque mejor, no la quería. No obstante, a veces me exasperaban sus despistes, como ahora.

-Son unas bragas Valeria, es que no lo está viendo o está ciega usted-le disparé a quemarropa. Estaba siendo muy duro con ella, lo reconozco, pero andaba bastante enojado como para preocuparme por la sensibilidad de mi secretaria. No sólo porque habían violado mi espacio laboral, sino porque además, aquello podía dar lugar a malas interpretaciones y yo tenía un prestigio por el que velar.

-Sabe quién pudo haber dejado eso ahí, si alguien ajeno entró aquí en mi ausencia.

-No señor Miller, no entró nadie-hablaba con la cabeza tan baja que parecía avestruz.

-Entonces son suyas, porque le aseguro que mías no son, no es mi estilo-la incité para que se defendiera y tratara de recordar algo que me fuera de utilidad. ¡Y vaya que funcionó!

-Nooo, cómo cree jefe, yo sería incapaz de gastarle una broma semejante-se apresuró a decir. Su cara daba la idea que en cualquier momento explotaría de tan roja que estaba.

-Solo me ausenté un momento para ir a pasar unos documentos por la fotocopiadora, pero como usted siempre me dice que no deje la oficina sin custodia, le pedí el favor a la señorita Sabrina que se quedara a echar un vistazo hasta que regresara-con su confesión había encendido mis alarmas.

Sabrina, cómo no lo pensé antes. Esa mujer tenía un plan para desquiciarme, y no en el buen sentido de la palabra.

-¿Dónde está ahora?-pregunté aún más furioso que antes.

-¿Quién señor?-respondió la larguirucha que tenía delante, logrando con su pregunta que la mirara atravesado.

-Mary Poppins, Valeria-ironicé, aunque enseguida le aclaré a quién requería, porque la creía muy capaz de decirme que en esa empresa no trabajaba nadie con ese nombre.

-Le hablaba de la abogada Maldonado, dónde está ella ahora.

-Afuera señor, era a quien estaba atendiendo cuando me llamó.

-Perfecto, salga y dígale que pase y si es tan amable vaya a su puesto, pero no se atreva a cerrar la puerta-le ordené y salió como cordero asustado a cumplir mi petición.

****
-¿Se puede pasar?-dijo y entró sin siquiera esperar a que le diera una respuesta. Ya se disponía a cerrar la puerta cuando como un felino me abalancé en pos de la madera, abriéndola aun más que antes, para su sorpresa.

Casi enseguida la tomé con brusquedad del codo y la conduje hasta mi silla. Yo no la miraba, pero sé perfectamente que se iba riendo. Esa sonrisa pícara que solo ustedes las mujeres saben emplear cuando son conscientes de que han hecho algo para molestarnos y que han cumplido su propósito.

-Me puedes decir si tienes tú algo que ver con ese recadito que me han dejado ahí-estábamos los dos de pie frente a la silla y la mirábamos cual si fuéramos par de forenses analizando un cadáver en medio de la escena del crimen.

-Me ha dicho Valeria que eres la única que ha estado aquí hoy, así que no te atrevas a negar...

-Sí, son mías-me miró a los ojos y comenzó a acercarse peligrosamente a mí. -Quería que tuvieras un recuerdo mío, pero por el alboroto que has armado parece que no te gustó la sorpresa, ¿no te agradó el color?-dijo al tiempo que colocaba una mano sobre mi pecho que procedí a apartar con rudeza.

-¿Tú estás mal de la cabeza verdad?, ¿cómo se te ocurre hacer una cosa así?, ¿sabes el lío en el que me habrías metido si alguien más las encuentra? Esto es un centro de trabajo, no un burdel y tú deberías darte un poco de valor.

-Me vas a decir que no te pone que sea una mujer decidida que va a por lo que quiere, cuando lo quiere-intentó silbar las palabras en mi oído pero le esquivé el ataque ladeando la cabeza hacia mi derecha cual si fuera un boxeador profesional. Ni Manny Pacquiao lo habría hecho mejor.

-Entérate de algo bonita, a mí lo que me «pone», es conquistar, no que se me regalen. Me gustan los desafíos, no los facilismos. Espero que esto no vuelva a repetirse o me veré obligado a hablar con tu jefa y denunciarte por conducta inapropiada en Recursos Humanos-zanjé y la invité a salir cortesmente de mi despacho, no sin antes pedirle que recogiera su prenda y la desapareciera de mi vista.

A lo que respondió poniéndose de nuevo las bragas, ahí mismo, en mi cara y en la de Valeria, que ahora parecía cadáver de tan pálida. A mí me asqueó su actitud, pero a mi pobre secretaria creo que tendré que ordenar que le borren la memoria, si es que quiero que se recupere del trauma. Y antes, tendré que ir a pedirle disculpas por haberla tratado como lo hice antes.

Con respecto a Sabrina, mucho me temo que Salomé tendrá que buscar otro método para marcar territorio, porque esta buitre al parecer, no tiene olfato.

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