Capítulo 32
Desahogo
Cuando salí ahí seguía. Me le planté delante con los brazos cruzados.
-Qué quieres-pregunté sin rodeos. No tenía intenciones ni ganas de pasar más tiempo del necesario respirando su mismo oxígeno.
-Solo quiero darte mi versión de la historia. Hasta ahora has escuchado la de tu padre, la de tu abuela, la de Emilio, pero no la mía y me gustaría que me dieras la oportunidad de contártela. Entenderé si decides no escucharme, es tu derecho.
-Por qué ahora Sandra, por qué no cuando me abandonaste, por qué no mientras crecía, o cuándo te enteraste de quién era en verdad el novio de tu hija-le cuestioné sin dejar ni por un segundo de mirarla a los ojos. Ella no me sostenía la mirada, así de falsa era.
-Porque me voy.
-Ja, qué novedad. Por qué será que eso no me asombra-la interrumpí.
-Esta vez es para siempre Jeremy.
-No me llames así. Para ti soy Aaron-volví a cortarle el rollo del discurso que pensaba darme.
-¿Me vas a dejar hablar o no? -pidió. Solo atiné a hacerle un gesto con la mano. Y con ello, dio comienzo el monólogo.
-Yo no era feliz con tu padre, nunca lo fui. Me casé con él porque salí embarazada. Era joven, tienes que entender que a esa edad se cometen muchas tonterías. Intenté ser una buena esposa y una buena madre, pero no lo conseguí. Tu padre y tu abuela esperaban más de mí de lo que yo tenía para ofrecer y cuando Emilio apareció, no pude evitar enamorarme y soñar con una vida mejor, todos aspiramos a eso alguna vez ¿no?
-Y yo Sandra, qué culpa tenía yo de tu infelicidad. Ah ya, es que yo era un elemento de esa infelicidad cierto, una tontería, como tú misma lo acabas de decir.
-No estaba preparada para ser madre Jere, Aaron, perdón.
-Y por qué carajos no me abortaste. Hubiera sido mejor para todos.
-Porque tu padre y tu abuela se opusieron.
-Oh, qué bien, qué bonita suena esa verdad- sonreí con amargura-mi madre lo primero que pensó hacer conmigo fue matarme.
-Estás siendo cruel e injusto conmigo muchacho.
-¿Yo? ¿Me estás acusando a mí de crueldad? Y cómo tú le llamas a lo que hiciste conmigo Sandra. Qué nombre hay que ponerle al hecho de que una madre desaparezca dejando a un niño de casi 5 años al cuidado de otros; cómo le llamamos a que en más de 15 años no te hayas preocupado por llamar, por saber si tenía qué comer, cómo vestirme, si iba a la escuela, si estaba sano. Cómo coño se le llama cuando tu propia madre se da cuenta que tienes una relación amorosa con tu hermana, con su hija, que sabe que las intenciones no son las mejores porque te lo advirtieron por las claras, y que, aun así, no te importe detenerlo. Claro, con tus dos hijos como dueños de la misma empresa y controlando la gran fortuna de los Salvador, el beneficio era doble ¿cierto?
-Si no lo detuve fue porque yo sabía que no seguirías adelante con tu plan de vengarte de nosotros de esa manera, que tarde o temprano recapacitarías.
-¡Ni una mierda Sandra!-grité encolerizado-, no tenías cómo saberlo, sabes por qué, porque no me conoces de nada. No tienes idea de la persona en la que me convertí, en parte gracias a ti. Así que si lo dejaste correr no fue porque confiabas en mí ni ninguna excusa sin sentido de esas que seguro le vendiste a Don Emilio, no, si me dejaste llegar tan lejos con Maggie fue porque de alguna manera sucia, turbia, como siempre es contigo, te convenía, tal y como te conviene venir ahora a «despedirte» de mí porque supuestamente te vas para no volver. Pero esa yo no te la creo «mamá». Si viniste fue para intentar ablandarme, para intentar despertar mi lástima, porque sabes que ya no soy aquel niño indefenso que dejaste llorando en su habitación un día. Ahora soy empresario, estoy a punto de lanzar mi propio producto al mercado mundial, y tengo un futuro prometedor en los negocios. Así es que tú funcionas, según la conveniencia que algo o alguien te reporta y ahora te conviene tenerme como hijo ¿verdad que sí?
Vaya, qué bien se sentía echarle todo lo que tenía atragantado en la garganta en su mismísima cara. Después de todo tenía que agradecerle la oportunidad que me dio de desahogarme viniendo hasta aquí.
Después de que le lancé ese chorro a presión de reproches contenidos durante años, ella no volvió a articular palabra, no discutió, no se defendió, no lloró. Entonces le pedí que se fuera, no sin antes advertirle que no regresara, porque la próxima vez, ni mi abuela ni yo seríamos tan benevolentes.
Supongo que no espere que le mande una postal por Navidad.
***
Cuando estuve otra vez solo en mi cuarto le escribí a Sal para contarle del último drama vivido, aun sabiendo que ella no me respondería hasta el día siguiente, pero necesitaba despejarme y ella era tan buena para escuchar. Dios, cómo la necesitaba en este momento para refugiarme en su abrazo y que calmara con sus besos mi furia.
Luego había intentado dormir. Pero fue en vano. No podía sacarme a Sandra de la cabeza.
Definitivamente yo vine al mundo para ser jodido por esa mujer. Sin duda era la autora intelectual de todas mis desgracias: de haber sido un niño problemático en la escuela, de mis malas notas, de mi comportamiento errático que me condenaba a no tener amigos, del odio que acumulé por años, de mi deseo repulsivo e infantil de vengarme por todo ello. Incluso tenía la culpa de que mi debut sexual hubiera sido a la temprana edad de 13 años.
Nada me asqueaba más que pensar en esa faceta de mi vida.
Ningún niño debería verse obligado a quemar etapas. Con 13 años un niño debería estar viendo mangas japoneses hasta que los ojos se le pongan asiáticos o echándose horas frente a la consola de video juegos salvando mundos imaginarios o en los parques jugando fútbol o lo que es lo mismo, resolviendo el gran dilema del actual milenio: ¿quién es mejor Lionel Messi o Cristiano Ronaldo? Yo digo que Rafa Nadal, ah no esperen, que ese no es futbolista.
A lo que iba, que ya está claro que los deportes no son lo mío. Esas son actividades propias y adecuadas para un niño de 13. Pero no para mí, pues a esa edad, ya el sexo ocupaba mis pensamientos la mayor parte del día.
Seguramente querrán saber qué vela tenía Sandra en ese entierro. Las suficientes, diría yo.
Desde que mi mamá se fue de nuestro lado, años antes de que me dejara al cuidado de mi abuela, mi papá no paraba de beber y siempre que se emborrachaba, hablaba de ella, mejor dicho, blasfemaba.
«Tu madre es una gran hija de puta», «tu mamá es una puta», «la prostituta de tu madre». Esas frases fueron tan recurrentes mientras iba creciendo, que un día las convertí en verdad y cuando tuve la suficiente edad para entender y para indagar sobre lo que no conocía al respecto, supuse entonces que, si mi mamá era eso que decía mi papá, debería trabajar en un prostíbulo, y salí a buscarla.
Yo nunca he aparentado tener la edad que en realidad tengo. A los 13 años, por mi altura y mi carácter, muchas veces pasaba por un muchacho de 15 o de 16. Así que me conseguí con los macarras de mi barrio una identificación falsa y con mis ahorros en los bolsillos me colé en un antro de esos.
Por supuesto, mi madre no andaba por todo aquello, pero yo igual encontré algo.
Encontré una trabajadora sexual de aquel lugar que puso sus ojos en mí y sus manos en mi pantalón. El dinero del bolsillo y lo que palpó por sobre la cremallera, me abrieron las puertas a un mundo hasta ese entonces desconocido y que pronto se convertiría en mi obsesión.
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