Capítulo 29

Vuelo a Madrid

Sumidos estábamos en la conversación, la que por momentos interrumpíamos para regalarnos caricias algo fuera de tono, cuando el cielo comenzó a despertarse. Entonces llegó la hora de tratar el tema más complejo de la jornada: el futuro.

—¿Que estés aquí conmigo significa que aceptas mi oferta de que estemos juntos, sin terceros?—lo escuché preguntar desde el baño.

—No. Significa que faltaste a tu promesa de «no tocarme un solo pelo hasta que no fuera libre para ti»—le contesté entre risas tratando de imitar su voz. —Flojo que eres—lo desafié.

—Y tú eres una provocadora de hombres. Pero no te vayas por las ramas que sabes bien por qué te hice la pregunta—me dijo apoyado en el marco de la puerta.

Me senté en la cama. La conversación de repente se había tornado muy seria para mi gusto, pero era necesario aclarar las cosas, en vista a las pocas horas que me quedaban en aquel lugar.

—Aaron, yo no he decidido aún cómo quiero hacer las cosas. No puedo cambiar de la noche a la mañana mis planes por ti y tampoco puedo traicionar de esa manera a una persona que me ha ayudado tanto.

—Disculpa «coci», pero si estás hablando de tu novio, te recuerdo que ya lo traicionaste.

—Le fui infiel, sí, lo sé, pero no pienso serle desleal. Si todos aprendiéramos a diferenciar esos dos términos, en el mundo no existiría una tasa tan alta de matrimonios fallidos, o al menos, fuera mayor el número de divorcios amigables. Lo que quiero que entiendas es que necesito tiempo, sin presiones. Déjame solucionar las cosas con Enzo, por favor.

—OK, pero una semana, ni un día más ni un día menos. Creo que 7 días son suficientes para dejarle en claro a ese tío que me quieres a mí y que ya él está de más en esta historia.

Ah no, eso no me podía estar pasando a mí. La vena de feminista comenzó a latir. Cómo se le podía ocurrir a este hombre pretender imponerme su criterio. Pues mira que no va. Salté de la cama como si hubiera acabado de ver entre las sábanas un escorpión.

—Qué parte de: «sin presiones» fue lo que lo que no entendiste. No Aaron, ni una semana, ni dos, ni un mes. Dije que me tomaría el tiempo que hiciera falta, no el que tú determines—le aclaré al tiempo que comenzaba a vestirme. Tan de prisa lo hacía que casi parecía que había sonado la alarma de incendios del edificio. Estaba cabreada, y bastante.

—Por qué te cuesta tanto entender que me asusta la idea de que partas y no regreses, o que me hierve la sangre de pensar en que cuando te vayas, ese tipo va a tener barra libre contigo. Te juro que cuando pienso que va a tocarte de nuevo me dan ganas de cometer una locura—dijo entre dientes.

—Mi amor—prosiguió endulzando un poco el tono—, lo único que quiero es estar contigo, que no nos separemos más, porque yo no puedo ni quiero pasar otro día lejos de ti—mientras hablaba se acercó a mí y me acarició el rostro con tanta ternura que casi disipa la rabia que me consumía por dentro. Aunque no fue suficiente.

—¿Y cuándo fue que te diste cuenta de eso, hace unos años cuando preferiste cumplir con tu venganza sin sentido, o esta noche mientras follábamos?—nuevamente mis palabras con filo se convertían en un arma mortal.

—Vale Salomé, haz lo que quieras. Es tu vida— recalcó.

—Exacto, y soy yo la que decide cómo vivirla— subrayé.

Había terminado de vestirme, así que me dispuse a salir de allí. Estaba amaneciendo y en un par de horas tendría que tomar un avión.

—Chao Aaron.

Di la media vuelta para que no viera las lágrimas que ya humedecían mis mejillas. Una nueva despedida a la colección. Otra más y guardarán nuestros nombres en el libro Guinnes de Records.

Él no me respondió, y como otras veces, ni siquiera volteó a verme. Fue mejor así.

                                 ****

Llegué a mi casa y recogí mis cosas en solo segundos. No quise comer, ni hablar con nadie. Les di la excusa a todos de que no aguantaría tener que despedirme de ellos y me echaría a llorar como Magdalena. Por suerte, nadie desconfió. Todos en mi familia sabían que era una llorona sin cura posible.

Mi mamá sí que se quedó preocupada, pero no dijo nada. Seguramente luego me llamaría para confirmar lo que estaba casi segura, ya sabía.

Aún faltaban unas horas para que saliera mi vuelo. Tenía tiempo para pasar por casa de Abby a despedirme. Los recién casados se irían de luna de miel en la noche. Tomarían rumbo Roma y creo que después recorrerían otras ciudades de Italia. Al ver a mi amiga dejé escapar unas lagrimillas, pero se las achaqué a la emoción por su felicidad. Creo que se lo tragó.

Otra vez me iría del pueblo sin decirle adiós a Olivia, pensé en lo que me subía al taxi. En cuanto el avión aterrizara la llamaría para disculparme. No pasaría mucho tiempo, puesto que el viaje era rápido. Hora y media en el aire y llegaría a mi otro mundo, a mi vida adulta, esa dónde no había espacio para las premuras de Aaron y donde se hacían las cosas bien pensadas, no a lo loco.

Un viaje más largo sería si me decidía a tomar el autobús. Un viaje por carretera, entretenida con los bellos parajes de la zona Este de mi país. Hacía tiempo no me aventuraba a hacer un recorrido así de largo con los pies más cerca del suelo. ¿Y por qué no Salomé? Sería una buena oportunidad para pensar, ¿no crees?

Estaba decidido, me iría por tierra. Di instrucciones al chofer de que cambiara de ruta y me llevara a la estación de autobús más cercana. Fue cuestión de llegar, comprar el boleto y sentarme a esperar. ¿Qué estaría haciendo Aaron ahora?, ¿habría hecho bien en reaccionar como lo hice?

Llevaba menos de una hora en aquella máquina de múltiples ruedas cuando empecé a arrepentirme de todo. De haber sucumbido a mis deseos por Aaron, de haberle sido infiel a Enzo, de negarme de nuevo a mí misma el amor verdadero, de no querer reconocer ante él que lo amaba y que no necesitaba una semana para confirmarlo, ni siquiera un par de horas. Estaba arrepentida hasta de no haberme ido en avión, pues de haber optado por esa opción, pudiera haber regresado volando a los brazos de ese desubicado ingeniero.

¡Ay Salomé Valentino, cuándo aprenderás a no ser tan impulsiva, a confiar más en tus instintos y a preocuparte más por ti antes que por los demás!

Lo otro, si dejaras de ser tan testaruda, te iría mejor en la vida. Anota esa.

Cuando el autobús me dejó en la estación salí disparada al apartamento de Enzo. Él estaba en ese momento en Madrid y no llegaría hasta la semana siguiente.

Yo ya lo tenía decidido. Hablaría con él y trataría de ser lo más sincera posible, sin herirlo, si es que existía alguna posibilidad.

Trataría de hacerle entender que no estaba enamorada y que nos haríamos infelices persistiendo en mantener una relación donde uno de los dos, no estaba dispuesto a dar el máximo. Lo conocía por un hombre razonable y sé que entendería, rogaba por ello.
Pero en ese instante lo que más me preocupaba era hablar con Aaron, tenía que llamarlo para arreglar el desastre que había provocado con mi tozudez.

Por desgracia, mi móvil no tenía batería y no quería llamarlo desde un número que él no fuera a reconocer, por temor a que no contestara; así que deseché la idea de acudir a la línea de telefonía fija y puse a cargar mi celular mientras me apresuraba a darme un baño caliente para despojarme de todo el estropeo del viaje.

Al salir de la ducha encendí el aparato y marqué al móvil de Aaron. Estaba apagado. Y así siguió por todas las veces que lo intenté. Era tarde ya y no quise molestar a Olivia llamando a esas horas. Decidí dormir. Lo intentaría en la mañana.

Casi que despuntando el alba volví a la carga, sin suerte. Entonces sí que llamé a Olivia. Se alegró mucho de escuchar mi voz, pero también me regañó por haberme ido sin despedirme de ella. Le pedí perdón por eso y enseguida se le pasó el supuesto enojo. Aquella señora era incapaz de guardar rencilla a alguien por más de dos minutos. Le agradecí su comprensión y enseguida pasé al asunto que en realidad me había obligado a llamarla: Aaron.

Para mi mala fortuna, no estaba en casa. Según su Nana, se había pasado todo el día abatido y por la mañana se había ido temprano a la oficina, sin decir mucho, como siempre.

—¿Pasó algo malo hijita?—la escuché preguntar y un deje de preocupación se le notó en la voz.

—No Olivia, no pasa nada malo, es que necesito hablar con él y no lo alcanzo en su celular—la tranquilicé.
Ante mi insistencia, Olivia me dio el número de su oficina y apenas colgué con ella, no sin antes prometerle que la llamaría pronto, procedí a intentar encontrar a Aaron en su trabajo, o que al menos alguien me diera razón de cómo podía dar con él. Si fuera necesario mentiría y diría que lo llamaba su novia para un asunto personal y urgente.

Pero, para mi mala suerte, me respondió su secretaria. Él no estaba.

—Lo siento señorita, pero el señor Miller no se encuentra. Al parecer salió a un viaje de negocios repentino y no dejó dicho ni dónde era ni cuándo regresaría. No es la primera vez que lo hace.

Las palabras de aquella mujer, a quien agradecí para mis adentros por haber faltado a su ética profesional y haber hablado más de la cuenta de los asuntos de su jefe con una desconocida, me desarmaron por completo las ilusiones.

Mientras yo me rebanaba los sesos tratando de convencerme que él era lo mejor para mí, mientras me pesaba la conciencia por haberlo tratado como lo hice, mientras yo hacía lo posible por enmendar mi error, él había seguido con su trabajo como si nada. ¿Por qué tenía yo que entender y aceptar sus prisas, cuando él no había hecho el intento por comprender las razones que me hacían actuar con cautela?

Lloré. No me da pena decirlo. Lloré para liberarme de tanta decepción acumulada. Empezaba a convencerme de que era posible que Aaron no fuera mi destino, y otra vez decidí, poner kilómetros por medio entre los dos. Esta vez, la distancia sería mayor, en proporción al dolor que sentía.
Me iría a Madrid, donde Enzo, e indagaría si finalmente me aceptaban o no, en el curso de repostería.
Le telefoneé enseguida y a él le pareció genial la idea de que fuera a verle y no sospechó nada de las razones que motivaban mi decisión.

Llevábamos más de 20 días separados y no era la primera vez que tenía que ir yo hasta donde él estaba porque su trabajo lo absorbía de tal modo, que podíamos pasar hasta un mes entero alejados uno del otro.

No obstante, no pretendía convertir a mi chef favorito en mi paño de lágrimas, no sería justo con él. Estaba resuelta a terminar la aventura amorosa en la que nos habíamos embarcado.

Era lo mejor; así que aprovecharía el viaje para decirle de frente lo que sentía, aún a riesgo de no poder seguir contando con su ayuda para lo del curso, aunque tuviera que regresarme inmediatamente, sin haber visto ni un solo monumento de la capital española, la tierra de mis ancestros.

Hice la reserva por Internet, saldría esa misma noche.

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