Capítulo 26

Confesiones

Estaba enfadado, y me dolía ser la causante de su enojo. Pero es que siempre que me sentía acorralada, la ironía era mi mejor defensa y él me había obligado a ponerme a la defensiva; si no hubiera actuado de esa manera, quién sabe lo que habría pasado entre los dos.

Sí, ya sé que a lo mejor estaba postergando lo inevitable, quizá incluso lo que había ido buscando. Sé también que ni yo misma me creía que no quería que sucediera algo, aunque sabía que no era lo correcto.
Pero también sabía que el hecho de que me rindiera ante mis propios deseos solo podría traerme malas consecuencias. No solo traicionaría a Enzo sino a mí misma, a mis principios, a mi voluntad, a mi orgullo; pero qué era todo eso contra lo que sentía por él.

«Oh por Dios Salomé ya empezaste a justificarte. ¿Lo harás verdad?»

A veces mi voz interior era insoportable, o sería el cargo de conciencia por estar pensando lo que estaba pensando.

Necesitaba distraerme. Solo tenía que aguantar una noche y el domingo de la boda. El lunes me marcharía y todo volvería a su sitio. Aaron se quedaría allí, dónde había estado este tiempo y aquel fin de semana sería historia, la historia del día más feliz de mi mejor amiga y nada más.

«Hablas como si el ingeniero ese hubiera alguna vez abandonado tu corazón o tu mente, qué ilusa me saliste».

—¿Te podrías callar de una puta vez?...Madre mía, acababa de decir eso en voz alta.

Está decidido, me voy a bailar.
                      
                                                                                             ****
Como es de suponer, tuve que irme sola. Abby no podía trasnochar y ya no me quedaban amigas en el pueblo a quienes recurrir. Todas mis compañeras de instituto eran adultas con vida propia, y tampoco era que tuviera muchas amigas de esa época; pero como doña Lucía me había enseñado siempre: si sola la haces, sola la pagas.

Me puse un vestido tan corto y holgado que escandalicé a todos en casa. Hasta mi padrastro había opinado, y eso que solo hablaba lo necesario y a mí me consentía más que mi propia abuela. No obstante, nunca nadie de mi familia me había impuesto su criterio con respecto a mi forma de vestir, y no iban a empezar ahora.

Fui a uno de los clubes nuevos del barrio. Ni siquiera pedí referencias. Entré al primero que me llamó la atención por su fachada luminosa. Hasta una foto para mi Instagram me hice en la entrada. El lugar era ruidoso, pero tenía un bonito bar y un bonito Barman también. ¡Ay Enzo, mil disculpas, pero la belleza existe para ser admirada!

Con ese pensamiento me dirigí a la barra y pedí un whisky con soda, necesitaba algo que me sacudiera por dentro y ese trago sabía hacer muy bien ese trabajo. El primer sorbo lo degusté sin quitar la vista del guapo bar ténder, y créanme, fui tan indiscreta como pude. Le sonreí, y justo cuando estaba a punto de preguntarle su nombre, una voz malévola me interrumpió.

—Se puede saber qué rayos haces aquí sola, bebiendo y con...esa vestimenta—me dijo un Aaron que sonó incluso más molesto que la versión de la mañana.

—Y a ti que más te da. La pregunta es qué haces tú aquí, ¿quién es el acosador ahora?, ¿eh?

—Si no querías que te encontrara no hubieras presumido en las redes del lugar donde estabas. Vine porque Abby me llamó preocupada, me dijo que habías salido sola.

—Ah ya, entonces decidiste ponerte tu traje de súper héroe y venir a mi rescate ¿no? ¿Quién eres tú, el Capitán América o Superman? Te advierto que a mí me gusta más Henry Cavill que Chris Evans. Además, te informo que no necesito de tu protección, sé cuidarme, lo único que quería era divertirme—terminé mi trago y le hice señas al cantinero para que me sirviera otro.

—Y esa es tu idea de diversión, emborracharte. Eso podías haberlo hecho en casa.

—También quería bailar, ¿te animas?–le tendí la mano.

—Sabes que no bailo.

—OK, como quieras, ya encontraré quien me acompañe en la pista—volví a dejar el vaso más seco que los pozos de África.

—Sí claro, porque yo voy a dejar que bailes con cualquiera con ese vestido.
Salió tras de mí.

En el medio de la pista me dejé seducir por la música y empecé a mover las caderas a sabiendas de que Aaron estaba muy cerca, a mis espaldas. No dudé en arrimarme mucho más, lo necesitaba. No sé si eran ya los efectos del alcohol, lo que sí sabía era que borracha o no, yo anhelaba las manos de ese hombre, la boca de ese hombre, su forma de poseerme, de amarme.

—¿No te gusta mi vestido?—le pregunté con toda intención de contrariarlo.

—No he dicho eso. Pero no me puedes negar que está bastante provocativo.

—Esa era la idea. Entrelacé mis manos sobre su nuca y ya no bailaba. Él posó las suyas en mi cintura.

—Supongo entonces que tu intención no era provocarme a mí, sino a cualquiera que se dejara sonsacar.

—¿Por qué dices eso?

—No sabías que vendría a buscarte, y sabes que no frecuento estos lugares; además, creo que eres consciente de que no necesitas un vestido así para...—hizo una pausa antes de hablar, como si quisiera escoger muy bien sus palabras,—volverme loco.

Eso me lo había dejado caer con sigilo, y bien cerca de la comisura de mis labios.

Nos miramos en silencio, con calma, como nos miramos alguna vez en el pasado. El tiempo parecía quieto, la gente alrededor no existía y yo quería derretirme toda, solo para que él volviera a moldearme a su antojo. Mi orgullo, mis principios y mi voluntad podían irse bien lejos, esta noche no los requería para nada.

Pensé que Aaron me besaría, que me llevaría a un rincón oscuro de aquel salón y que allí mismo, aprisionada contra una pared, se aprovecharía de la desfachatez de mi ropa. Que en el cielo me perdonen, pero era justo lo que deseaba, su apetito voraz. Sin embargo, eso no fue lo que obtuve.

—Vamos que es tarde, mañana es un día importante para nuestros amigos y no deberíamos estar trasnochados. No querrás que te inmortalicen en una foto con ojeras, nunca te han favorecido.

—Vale, tienes razón–intenté que la decepción no se me notara.

—Te llevo a tu casa.

Mientras el auto se movía por la solitaria carretera, intenté mantenerme callada pero no lo conseguí.

—¿Por qué no te casaste con Maggie aun? ¿No era ese tu plan para librarte del odio que sentías?

Demoró unos segundos en responderme.

—El día que te fuiste definitivamente del pueblo caí en cuenta de dos cosas: la primera, que era un estúpido por haber sacrificado lo nuestro por una venganza infantil—se mordió el labio, como obligándose a callar, pero ya había comenzado y yo no pararía hasta que me sacara todas las dudas que por dentro me carcomían.

—Cuál fue la segunda, dijiste que eran dos—insistí.

—Lo segundo que entendí fue que mi amor por ti era más fuerte, puro y real que el odio y el rencor que me dominaron alguna vez. Me di de frente contra la idea de que nunca más volvería a querer o a desear a alguien de la misma manera, y eso no era justo para Maggie. Tú y Ed tenían razón, ella no era culpable de mi desgracia y se merecía encontrar un hombre que la amara tanto, o más, de lo que yo a ti—la mandíbula casi se me desencaja al escuchar lo que me estaba contando.

—También pasó algo semanas después de tu partida. Una tarde llegué a casa de Maggie sin anunciarme y escuché sin querer una plática entre sus padres. Más bien, fue mi madre quien habló—comenzó a narrar.

«Ya tengo suficientes arrugas como para darle espacio a una más, solo porque un muchachito malcriado quiere llamar la atención de su madre. Ya se le pasará la rabieta, no te preocupes, no tendrá el valor de seguir adelante con ese plan. Dejémosle que siga creyendo que no estamos enterados de nada y así lo tenemos vigilado y controlado»—dijo la doña.

Definitivamente esa mujer no sabía ser madre.

De acuerdo con lo que Aaron me contó, escucharla hablar así, hizo que volviera a renacer en su interior el sentimiento de orfandad que lo acompañó durante toda su niñez, aunque lo alejó enseguida, pues aquella declaración carente de sentimientos maternales, lo habían liberado del compromiso de acercarse a ella como hijo.

No se lo merecía, y merecía mucho menos que él se convirtiera en un mal hombre, un camino por el que había comenzado a transitar cuando los deseos de vengarse de Maggie y de todos ellos, encontraron alojamiento en su corazón.

—Ese mismo día, terminé mi noviazgo. Maggie y yo quedamos como amigos. Por fortuna ella ya hacía mucho tiempo que había dejado de tener sentimientos por mí, así que en cuanto terminó sus estudios de Historia del Arte se fue a Europa y allá está ahora comprometida con un fotógrafo francés, le va muy bien y no, no sabe nada de nuestro parentesco—concluyó.

—Me alegro mucho por ella, y también por ti, porque al final dejaste que saliera a la luz el hombre inteligente, centrado y bondadoso que sé que eres—intenté que no se me notara mucho la emoción en la voz.
Después hubo un nuevo silencio, y una vez más lo interrumpió mi maldita curiosidad.

—¿Por qué no me buscaste para contarme?

—Quién dijo que no lo hice.

Aquella confesión me dejó aún más turbada que antes y al parecer el asombro esta vez sí que se dibujó en mi rostro porque casi enseguida empezó a explicarme.

—No fue hasta que me gradué y me vi con un trabajo estable y una buena vida que ofrecerte que reuní el valor para ir a verte. David me pasó tu dirección y la del restaurante. Pero ya no estabas sola, y parecías feliz. No me sentí con derecho a perturbarte. Quizá me convencí de que perderte para siempre era el castigo que merecía por las cosas que hice y las que tuve en mente, por la forma en la que me porté contigo o qué sé yo. El caso es que me limité a ir de vez en cuando a la gran ciudad solo para probar tus postres y verte de lejos, aunque fuera del brazo de otro hombre.

—Espera un momento, ¿me estás diciendo que eras tú el misterioso tío que reservaba cada mes y solo pedía los postres de la carta?

No podía creerlo. Unos meses atrás me habían advertido que había un comensal que llevaba tiempo reservando en el restaurante al menos una vez por mes y que cuando llegaba, solo pedía el dulce especial del día, pero nunca demandaba ver al chef repostero, como es lo habitual. Por mucho que lo intenté nunca pude verlo porque se sentaba siempre en una mesa en la que no conseguía divisarlo desde la puerta de la cocina, y era una indisciplina salir al salón si el cliente no lo solicitaba para felicitar al chef.

—Estaba decidida a descubrirte, para que lo sepas–le hice saber.

—De eso no tengo dudas–me sonrió.
 

Aquella seguía siendo mi sonrisa favorita en todo el sistema solar.

—¿Y qué pasó con tu mamá, el señor Salvador y la empresa?, ¿se descubrió todo?, ¿cómo es que sigues trabajando en esa compañía y además en tan buena posición? —quise saber, pero me dejó con las ganas. Me prometió que en otro momento, con más calma, me contaba esa otra parte de la historia.

                                                                                                       ****
Cuando llegamos a mi casa quería hacer de todo menos despedirme. Quería mandarlo a colarse en mi habitación por la ventana. Quería que me llevara lejos, a olvidarnos de todo y de todos, y que otra vez solo existiera el nosotros. Pero nada de eso era posible. Sus palabras antes de marcharse me bajarían de la nube de un tirón.

—¿Puedo decirte una última cosa antes de que te vayas?

—Sí, por supuesto—lo autoricé, y entonces me tomó la mano.

—Nunca estuve más convencido que ahora de que eres la mujer de mi vida. Nunca, ni por una sola vez desde que te fuiste, has dejado de importarme, he dejado de pensarte, de amarte, y te repito, jamás lo haré. Pero, —tenía que haber un pero—, no quiero ser un premio de consolación para ti, no quiero ser el «polvo» de la boda de tu amiga y que luego vuelvas a los brazos de tu novio a seguir con tu vida, mientras yo me quedo aquí torturándome con tu recuerdo.

—¿Qué es lo quieres entonces?

—Te quiero a ti, ya te lo dije, pero solo para mí, y no te tocaré uno solo de tus cabellos mientras no esté de regreso en tu vida porque me quieres de nuevo a tu lado, para estar juntos en serio, no solo para follar.
Ni siquiera medité un rato antes de hablar.

—Lo siento Aaron, pero no tienes derecho a pedirme eso. Me parece muy egoísta de tu parte que después que te acepté cuando no estabas solo, cuando no podía estar contigo fuera de una cama, ahora me digas que no puedes hacer lo mismo por mí, en caso de que fuera ese mi deseo, que no lo es. Yo tengo mi vida, mis planes, mi pareja y creo que es un poco tarde para los dos.

—¿Me vas a negar que te mueres por coger conmigo?

—No, pero una cosa es con guitarra y otra con violín. Yo te juro que dejaría que me follaras aquí y ahora si quisieras, pero no me va la hipocresía, así que no pienso prometerte nada más.

—OK, no esperaba menos de ti. Tenía que intentarlo. ¿Nos vemos mañana?

—Seguro, estaré al lado de la novia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top