Capítulo 22
Mermelada de fresas
Mal augurio.
Me quedé dormida, así que indiscutiblemente, llegué tarde al restaurante.
Abby, para celebrarme, me preparó un desayuno de espectáculo y casi no pude ni mirarlo por mi maldito apuro, culpable también de que apenas hubiea podido hablar con mi familia que, como siempre que no estaba en casa este día, me llamaba para felicitarme a la hora de desayunar para no importunar más tarde mis festejos.
Por suerte, Abigail no se enojó conmigo, al contrario, me llenó de besos mientras me despedía y me prometió que mi regalo, me estaría esperando en casa a mi regreso. Ilusionada y presa de la curiosidad, me fui a trabajar.
El día fue un condenado infierno.
Estuve torpe, desconcentrada y errática todo el rato. Puse dos medidas de azúcar donde iba solo una, rompí una copa, tiré un bol completo de relleno recién hecho y quemé un bizcocho. Tantos fueron mis desaciertos que el jefe de cocina terminó por mandarme a casa mucho antes de que acabara mi turno. No saben cuánto se lo agradecí.
Por el camino, mentalmente comencé a echarme una bronca a mí misma.
-Estás tonta o qué, cómo puedes darte el lujo de arriesgar de esa manera tu trabajo, y si te despiden eh, qué harás, volver a casa?
No, eso no puede ser una opción, no estoy lista, no todavía.
Acababa de pisar una mina. Una mina con nombre propio que no demoró en detonar en mi cerebro, esparciendo recuerdos por toda mi cabeza. Tanto estrés y pensar en él harían que reventara.
Necesitaba un impás de mi vida, un alivio, quería sexo. Ese podría ser el remedio para frenar todas mis metidas de pata.
Maldito seas Enzo, tanto te costaba revolcarme en tu sofá de dos kilómetros y follarme hasta que perdiera la conciencia? Si lo hubieras hecho hoy me habría despertado feliz, relajada y este desastre de día, ahora no formaría parte de mi realidad.
Librando toda aquella batalla interna llegue a nuestro departamento, por lo menos me quedaba el regalo de Abby para alegrarme el resto del cumple.
Entré, me quité los zapatos, la chaqueta, el brazier torturador y me subí el pelo en una coleta bien alta.
Así, descalza, disfrutando la libertad de mis senos bajo la camisa blanca que ya llevaba por fuera de la saya, corrí a la cocina donde Abby, quien a juzgar por el ruido de trastes que escuchaba, parecía estar en plena faena, seguro preparando mi sorpresa.
La pobre, se decepcionaría de que haya llegado más temprano de lo previsto, pero sería divertido verla cocinar, sí porque no pensaba mover un dedo para ayudarla, que la cumpleañera era yo.
Me aparecí en la cocina gritando a todo pulmón.
-Que sepas que hoy solo acepto mimos-levanté la vista para ver a mi amiga y entonces enmudecí. Si hubiera visto un puto fantasma no me habría impactado tanto.
-Yo voy a estar encantado de mimarte cocinera.
-Qué mierda es esto-sentía que el aire me faltaba. Ni una gárgola hubiera hecho mejor trabajo que yo en eso estarse quieta, de lo inmóvil que me había quedado.
Justo ahí, delante de mí, más de un año después de nuestro último encuentro, estaba él. Con sus jeans apretados, su camisa remangada y semi abierta, su sonrisa toda sexy, sus ojos color noche. Por qué coño tenía que venir a perturbar mi paz con ese cuerpo perfecto que sé, seguía siendo la llave de mis piernas.
-Se puede saber qué cojones estás haciendo en mi casa, en mi cocina, tocando mis cosas y con mi delantal. Cómo entraste. Habla Aaron porque te juro que no respondo de mí.
-No te recordaba tan mal hablada, al menos no con tanta ropa puesta.
-Déjate de estupideces y acaba de explicarte.
-Convencí a Abby para que me dejara darte una sorpresa-dijo con calma.
Yo la mato a ella. Me va a tener que comprar un contenedor de chocolatinas para que la perdone por esta traición.
-No te enojes con tu amiga, yo se lo supliqué-era yo o este cabrón acababa de leerme el pensamiento.
-Y se puede saber por qué, para qué, qué sentido tiene lo que haces Aaron Miller, o cómo sea que te llames. No entiendo nada. ¿No lo dejamos suficientemente claro? ¿Será posible que la distancia que puse entre los dos no me va a librar de ti?-quería llorar, echarlo a patadas de mi cocina, de mi casa, de mi vida; pero al mismo tiempo deseaba que no contestara a mis preguntas con palabras.
«Bésame, tócame, fóllame hasta el hastío, regálame un orgasmo de los que solo tú sabes darme. Esas son las respuestas que quiero de ti»-repetía mi subconsciente. Otro traidor más.
Por supuesto que eso no se lo diría ni pagándome millones. Porque, qué son dos, tres o cuatro horas de placer aquí y ahora, frente a los días, las semanas o los meses que habrían de pasar para recuperarme, otras vez, del dolor por su ausencia. ¿Valdría la pena?
-No vine para causarte problemas, ni para confundirte ni para pedirte imposibles. Contigo la cagué y es probable que si sigo intentando tenerte a mi lado, la seguiré cagando y no pienso permitirme volver a hacerte daño.
-Entonces qué diablos viniste a hacer aquí-pregunté todavía más cabreada.
-Sal, esa boquita-me dijo volviendo a salirse del tema. Yo ya no aguantaba más la incertidumbre y le contesté a gritos.
-O me dices o te largas de mi casa.
-OK, ok, te explico-Aaron asustado, humm, eso es nuevo.
-Vine a preparar un pastel para ti, por tu cumple-el silencio dio paso enseguida a la estruendosa carcajada que solté, fue tan sonora que debe haber estremecido los cimientos del edificio.
-De qué te ríes, no te burles que es en serio.
-Ay, disculpa, pero cómo me vas a hacer tú un pastel si cuando cocinas se te quema hasta el agua cuando la pones a calentar.
-Pues eso no pasará. La Nana me enseñó y llevo un mes practicando-el orgullo de saberse capaz se le salía por los poros.
-Ya puse los bizcochos al horno, está hecha la cobertura de crema y la mermelada de fresas para el relleno se está enfriando, que hace un rato la saqué de la estufa.
-¿Ah porque la mermelada la hiciste tú mismo?-me ganó la incredulidad, sobre todo porque había recordado que la fresa era uno de mis sabores favoritos.
-Pues sí. Tú me hiciste uno a mí una vez, y nunca te lo retribuí, así que pensé que esta sería una buena manera de redimirme por eso.
-No era necesario. Te recuerdo que aquel pastel también fue placentero para mí. Igual te agradezco el gesto-fui sincera, su atrevimiento me había sorprendido y agradado, así que decidí darle la oportunidad de continuar.
-Ok, te dejo que me hagas el pastel, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Que me dejes echarte una mano, no confío mucho en tus habilidades culinarias y no pienso arriesgarme a que hagas saltar la alarma contra incendios.
-¿No era que hoy no pensabas mover un dedo en la cocina?
-Los planes cambian.
-OK, usted manda cocinera...digo, chef.
Deseché la idea de asestarle un golpe en la cabeza con el mortero, y puse manos a la obra.
-Empezaré aplastando un poco las fresas de la mermelada-sugerí.
Luego de lavarme las manos trasladé el preparado de la cacerola donde reposaba las cocinadas fresas y las vacié en un bol de cristal, y entonces me dispuse a triturar con las manos las frutas, puesto que con una máquina se triturarían demasiado y a mí me gustaba sentir los pequeños pedacitos en las mermeladas caceras.
Ni siquiera pensé en cambiarme de ropa, inconscientemente no quería perder un solo minuto de los pocos que podría pasar a su lado.
Introduje una mano primero en el bol, luego la otra, despacio, para no salpicar. El espeso líquido estaba tibio al tacto y la fruta, se deshacía entre mis dedos sin ofrecerme resistencia.
Él estaba a mi lado, cortando fresas frescas que luego servirían para adornar el pastel. Supe que se movió de lugar en cuanto dejé de sentir el ruido del cuchillo.
Se puso detrás de mí, haciéndome temblar en cuanto posó su boca en mi oído. Entonces sopló.
-Te puedo ayudar, parece una tarea complicada y soy bueno con las manos.
-No necesito tu ayuda-le respondí mientras temblaba sientiendo en mis espalda el calor de su cuerpo.
Aaron empezó un recorrido lento por mis antebrazos y unió sus manos a las mías dentro del recipiente. El dulce, con la presión, comenzó a botarse sobre la encimera, embarrando mi camisa. Eso no nos detuvo y seguimos presionando y desbaratando toda fresa que encontrábamos a nuestro paso.
Ayy, si Demi Moore y Patrick Swayze nos vieran, qué orgullosos estarían.
-Quieres probar si me salió bien-volvió a susurrar.
Madre naturaleza que excitada estaba. Dije sí sin apenas despegar los labios.
Él sacó una mano toda embadurnada de mermelada y comenzó a dibujar la línea de mis labios con sus dedos, llenándolos del dulce y tibio líquido.
-Abre la boca-ordenó. Entonces metió un dedo y lo chupé. Me ofreció otro y volví a dejarlo limpio, mientras nuestros ojos se fundían en una mirada infinita.
Queríamos, vaya que si queríamos, pero frenamos el beso. Contuvimos las ganas, como si no besarnos tuviera el poder de detener el tiempo justo allí, con su boca y la mía a punto de entrelazarse.
Mi blusa ya era un desastre, por eso no me importó cuando las sucias manos de Aaron comenzaron a desabotanarla, mientras con su lengua recorría las partes más sensibles de mi oreja y mi cuello.
-Me pone loco que digas palabrotas y que te enojes, y lo haces a propósito, porque sabes que eso me enciende ¿verdad Salomé?-lo escuchaba, pero aún así no podía responder. Yo flotaba. No podía creer que otra vez estaba entre sus brazos, disfrutando del placer que necesitaba. Ya me juzgaría luego y me regañaría también.
Ahora solo podía pensar en gemir, y eso hice, fuerte, en cuanto sentí que esas mismas manos manchadas de fresas y azúcar, se posaban sobre mis senos. Acto y seguido me puso frente a él. Seguía incitándome, pero no me besaba. Estaba que me moría.
-No te preocupes, pienso limpiar todo lo que ensucie...con mi lengua.
Entonces subió mi falda, se deshizo de un tirón de mi tanga -ustedes pensarán que yo usaba bragas de papel por lo fácil que Aaron las hacía saltar de mí-, me subió de golpe a la meseta y fue a hundir de nuevo las manos en mermelada. Adiviné en el acto sus intenciones.
-No sabes el gusto con el que voy a comerme ese coño.
Estaba perdida, sí, ya lo sabía.
Justo cuando Aaron se agachaba frente a mi entrada, dispuesto a untarla de mermelada que luego lamería hasta extinguirla por completo, sonó el pitido del horno, avisando que los bizcochos ya estaban listos.
El sonido fue tan fuerte que me sobresalté, y el brinco, me obligó a abrir los ojos, sacándome para siempre del sueño que acababa de hacerme encharcar mis bragas.
El día de mi 24 cumpleaños no pudo haber empezado peor.
°°°°
¿Será que alguien se me ilusionó? Si fue así, me alegro, era la idea 😊😉
Este fue un capítulo homenaje a uno de mis filmes favoritos. Ha sido sensacional la experiencia de escribir recordando sus escenas, aunque obviamente, mis líneas no le hacen justicia.
P.D: Mi Patrick, la niña que vive en mí, también te dice Ídem ❤️🥰
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