Capítulo 8: Persecución
"Licenciada Ramos, necesito hablar con usted, pero no puede ser en la empresa, aquí le mando la ubicación de mi residencia. Por favor, es urgente. Gonzalo." Pensaba en el mensaje por el cual salí tan deprisa de la casa, sabía que en algún momento llegaría, pero no tenía idea que fuera a ser tan rápido. En mi mente siempre estuvo la sospecha que Gonzalo tenía más información de la que nos brindó aquel día, pero por alguna extraña razón, no habló; supongo que lo descubriré en breve. El GPS del auto marcó el lugar que me indicó, estacioné un poco antes de la casa y cuando bajé para acercarme, noté que el portón que daba entrada, estaba abierto. Me estará esperando, supuse. Mi sorpresa fue mayor al aproximarme y ver a varios hombres encapuchados con armas de fuego en sus manos, dentro de la vivienda. Gracias a los ventanales de cristal, percibí a Gonzalo arrodillado en el piso y a una mujer en las mismas condiciones. Sin dudarlo, regresé al coche a por mí pistola, una Glock 17 forrada en oro blanco y un grabado en dorado con mi nombre y apellido que iba conmigo a donde yo fuera. Estaba dispuesta a entrar, pero antes llamé a la policía y les conté todo lo que vi. Eran siete hombres en total, dos a un metro de mi posición, otros dos en la entrada principal y tres adentro del hogar. La persona que tomó la denuncia, me dijo que no hiciera nada hasta que la patrulla llegara, pero ver cómo Gonzalo era golpeado sin piedad, hacía que me replanteara esa orden. Pasado unos minutos de haber trazado mi estrategia, decidí ingresar dentro de la residencia, cuando de repente sentí la presencia de alguien detrás de mí. En ese instante creí que todo mi plan se iría en picada, tanto esfuerzo para ser descubierta infraganti. Tragué el nudo de emociones que se alojó en mi garganta, respiré profundamente y giré sobre mis pies dispuesta a enfrentarme a quien fuera.
—Victoria, ¿Qué diablos haces? ¿Por qué sostienes una pistola? —casi gritó Fabián impresionado al verme apuntándole directo en la cabeza.
— ¡Madre mía Fabián, vaya susto el que me he llevado! Menos mal que eres tú —comenté con el corazón a mil por horas.
— ¿Qué estás haciendo aquí? Por dios pensé que... —le hice señas con la mano para que bajara la voz y mirara con cuidado hacia dentro. Asomó la cabeza y me tomó de los hombros con premura para alejarme de ahí.
—Pero ¿qué haces animal? No ves que tenemos que hacer algo —protesté mientras me zafaba de un tirón.
— ¿Estás de coña? Acaso piensas entrar así como si nada. Victoria que están armados, nos pueden matar si nos ven.
—Tengo un plan, así que o ¿le entras o te vas? Pero no voy a seguir parada aquí como una imbécil viendo como esos le caen a garrotazo a Gonzalo, ¿Estamos? —lo reté con la mirada hasta que noté como sus facciones cambiaban.
—Vale, espera aquí un momento —comentó mientras se dirigía a su auto y sacaba de la guantera un arma parecida a la mía.
Al llegar a mi lado no podía estar más feliz, sin dudas desconocía muchas cosas de él que me fascinaban. Dejé de sonreírle como una tonta y nos pusimos manos a la obra.
—Bueno, ¿cuál es el plan entonces? —comentó con una sonrisa de medio lado.
Era muy fácil, cada uno se encargaría de propinarles un buen golpe en la cabeza a los hombres que estaban más próximos a nosotros, luego Fabián distraería a los otros dos para que salieran de la entrada principal y así yo entraría por el patio para darle tiempo a la policía. Lo próximo que pasó, fue ver como esos gigantes caían desplomados al suelo como dos palomitas. Continuamos según lo acordado y nos escondimos detrás de una enorme fuente que había, para controlar todos los movimientos de ellos. Fabián tomó las piedritas que adornaban el interior de la fuente y cuando se disponía a lanzarlas a un costado de la casa, escuchamos el sonido de una sirena. De inmediato, aquellos salieron disparados afuera dirigiéndose hacia la salida trasera. ¡No puede ser, no se pueden escapar! Me dije.
—Encárgate de Gonzalo, yo voy tras ellos —le grité sin darle tiempo a protestar, mientras salí corriendo a toda prisa y cargaba mi pistola dispuesta a detenerlos.
Los cinco hombres se subieron a la Van que los esperaba en la calle lateral, sin dudarlo ni un minuto corrí para tener mejor puntería, disparé a las gomas traseras que se movían, pero fue en vano. Uno de ellos al percatarse que los seguía, sacó medio cuerpo afuera de la ventanilla y comenzó a disparar, yo esquivaba las balas como podía sin parar de tirar; una de mis balas le alcanzó el brazo. En un instante a otro, todo se detuvo y mis pies ya no podían continuar, aunque mi esfuerzo por detenerlos fue inútil, si logré ver la placa, al menos eso serviría para que los rastrearan. Volteé hacia un lado, justo en ese momento llegó la policía, les hice una seña indicándoles la dirección en la que se dirigieron y comenzó la persecución.
Agotada por el esfuerzo realizado y con la respiración más controlada, regresé a la casa para ver cómo estaba Gonzalo. Afuera, ya se encontraba una ambulancia, varias patrullas que acordonaron el área y los forenses. Fabián al verme, fue a mi encuentro.
—Victoria, ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? —no paraba de asediarme con preguntas. De pronto ante su desespero, me abrazó y yo finalmente, me sentía a salvo.
—Ella y yo hemos librado muchas batallas juntas —bromeé con él mientras separábamos nuestros cuerpos y señalaba mi arma. Sus ojos fueron directos hacia las letras que estaban grabadas en la empuñadura. No tenía ni la menor idea que fuera a fijarse en eso, ahora tendría que inventar una excusa barata y eso para nada me gustaba.
— ¿VM? Debería ser VR ¿no crees?
—Esta pistola fue un regalo de mi entrenador de defensa personal en Londres, Valentino Montgomery, él ya falleció y quiso dejármela como regalo —mentí como una bellaca; algún día tendría la oportunidad de contarle quién era.
—Perdón la interrupción, pero ¿es usted la Licenciada Victoria Ram...? ¿Vicky? —esa voz yo la conocía.
— ¿Izan? No me lo puedo creer, ¿qué haces tú aquí? —nos fundimos en un cálido abrazo sin importarme la cara de sorpresa de Fabián.
—Inspector Rivera —dijo en burla.
— ¿Pero tú cuándo regresaste? Valeria no me dijo nada —pregunté aún impresionada.
—Acabo de ser transferido desde Valencia y ya ves, ni tiempo tuve de llamar a mi hermana. Ya estoy listo para lo que me espera —dijo con esa hermosa sonrisa que lo caracterizaba.
—Estás guapísima —sonreí ante su comentario.
—Tu también te ves bien, as a dirty cop —ambos reíamos como unos niños por mi comentario.
— ¿Se conocen? —preguntó de repente Fabián. Por un instante olvidé que seguía con nosotros.
—Perdona, si, Victoria y yo nos conocemos de toda la vida —me miró con cierta complicidad, algo que no pasó desapercibido para Fabián.
—Lo pude notar —comentó con cierta ironía, ¿acaso eran celos lo que percibía? su rostro en ese momento tenía una expresión un tanto desconocida para mí.
—Me contaba tu compañero porqué estaban aquí, pero necesito saber un poco más de las personas que vieron. Tengo entendido que trataste de detener la Van, ya después me dirás quién aparte de mi te ha estado enseñando defensa personal —comentó sarcástico ante la cara de Fabián—, ¿Pudiste ver la matrícula? —cuestionó.
—Era una Van negra de matrícula 8045KDM. Tenían sus rostros tapados, por lo que me será difícil darte una descripción, pero si logré darle a uno. Por cierto, ¿qué pasó con los dos hombres que inmovilizamos en la entrada? —le pregunté al recordar que todo no estaba perdido.
—Ya nos encargamos de ellos. Ahora tienen que acompañarnos a la Unidad de Droga y Crimen Organizado, a declarar. Después nos ponemos al corriente nosotros, voy a dar la orden para que la rastreen, nos vemos allá —se despidió para dirigirse hacia los demás policías. Aproveché unos minutos para ver cómo estaba Gonzalo y nos agradeció por haber llegado a tiempo. Pasados un rato, cada quién se dirigió en su auto hacia la unidad, ellos se encargarían de trasladar a Gonzalo hasta allá para declarar.
Reencontrarme con Izan después de dos años enteros que no lo veía, fue una de las mejores cosas que me pasó. Desde niños siempre hemos estado juntos, en las buenas y en las malas; ellos son ese tipo de amistad que dura toda la vida. Recordar aquel día en que sus padres fueron asesinados, aún dolía. Dolía ver como hay personas mezquinas que solo le importa el dinero, el poder; dolía ver que hay otras que solo buscan la felicidad y la justicia. Eso precisamente le pasó a Samanta y a Alberto, los padres de ellos. Samanta trabajaba para mis padres en el bufete antes que Romero se los quitara como jefa de seguridad privada, mientras Alberto era uno de los mejores policías que tuvo el Cuerpo Nacional de Policía aquí en España, combatió el narcotráfico en su mejor época de apogeo y encerró a cuantos quisieron introducir la droga en el país, hasta que un par de años después, un nuevo grupo surgió y con él, un líder despiadado que no le importaba masacrar a cuantos policías se le cruzaran en el camino. La desgracia se apoderó de la familia Rivera, cuando un montón de sicarios decidieron deshacerse del hombre que les estaba dando caza y que logró desmantelar un singular número de lugares donde se elaboraba la heroína; por desgracia, junto a él, su esposa corrió con la misma suerte. Mis amigos presenciaron aquel acto de terror escondidos en una habitación secreta que construyó Alberto para protegerlos. Desde entonces Izan juró ingresar a las filas de la policía para encerrar a esos que le arrebataron los más preciado que tenían. Por aquel tiempo, los abuelos maternos se encargaron de cuidarlos y mis padres los ayudaron en todo lo que pudieron. Valeria lloró inconsolablemente por varias noches y días, mientras Izan la protegía; él era su salvador. Aunque aparentaba tranquilidad, fui testigo de las horribles pesadillas que sufría las veces que dormían en mi casa. Una vez que cumplió sus dieciocho años, siguió el camino que se propuso y hoy era quién era, por la memoria de sus padres.
Él siempre fue muy disputado entre las chicas del colegio, no había una que se resistiera a sus encantos, aunque debía reconocer que en esos años que mis hormonas andaban descontroladas por la adolescencia, comencé a verlo con otros ojos. Me ponía muy celosa cuando otras lo devoraban con la vista, pero me di cuenta que solo era capricho y que mi amor por él no iba más allá de una bonita y duradera amistad. A sus treinta y cinco años, seguía de muy bien ver. Moreno, ojos azules como el mismísimo cielo, cuerpo de infarto por su continuo entrenamiento, aunque se cargaba un genio que no quieras ver. Era consciente del poder que tenía entre las féminas de la Unidad, pero nunca se ha enamorado, todavía no ha aparecido la mujer que le baje su ego. Lo que daría por verlo feliz, amado por alguien que lo merezca, porque solo una guerrera como él, será capaz de robarse su hermoso corazón.
Tanto a él como a mí, nos gustaba practicar defensa personal, él por su condición de policía y yo porque me volvía loca por saber defenderme, algo que sin dudas mi Val odiaba. Siempre se enfadaba cuando nos reuníamos en Londres en las vacaciones y organizábamos una de nuestras luchas. Con el tiempo, me enseñó a empuñar un arma, prácticamente se convirtió en mi mentor, hasta que tuvo viajó a Valencia para ser ascendido a inspector y tuve que buscar a mi propio entrenador que al día de hoy le debo todo lo que soy.
Al llegar, seguimos a Izan por un largo pasillo hasta llegar al área de interrogatorios, donde Fabián y yo rendimos declaraciones sobre lo sucedido. Cuando llegó el turno de Gonzalo, le pedimos a mi amigo estar presente, porque una de las cosas por la que estábamos ahí, era por algo que el propio Licenciado tenía para contarnos.
—Licenciado, necesito que nos diga qué pasó exactamente —habló Izan mientras Gonzalo tomaba un largo respiro para contar todo.
—Me encontraba en la empresa cuando recordé que dejé unos papeles importantes en el despacho de la casa y me dirigí hacia allá. Al llegar, mi esposa estaba alistándose para salir y yo tomé lo que necesitaba. Ambos nos dirigimos a la salida cuando aparecieron estas personas tomándonos por sorpresa, nos gritaron a punta de pistola para que regresáramos dentro. Revisaron todos los lugares en busca de dinero, recibí todos estos golpes para que les diera la clave de la caja fuerte, entonces amenazaron con matar a mi mujer y tuve que dárselas, aunque yo sentía que buscaban otra cosa, pero no lo puedo asegurar —explicó.
— ¿Acaso está insinuando que el robo era un pretexto para algo más? —preguntó Izan.
—No puedo decirlo con certeza, es solo un presentimiento —comentó.
— ¿Por qué piensa eso? —continuó mi amigo.
—Hace días que me sentía vigilado, en el trabajo, en mi propia casa, en cualquier lugar, quizás sea una paranoia mía, pero la voz de uno de los asaltantes me es conocida —confesó al tiempo que dirigía su mirada en mi dirección.
— ¿Por eso fue que me llamaste? —intervine tratando de descifrar su mensaje.
—La llamé porque creía que por ese secreto que guardo, inventaron todo esto.
—Entonces dime, ¿Qué escondes? ¿Tiene que ver con Sandoval? —lo alenté a que nos contara lo que sus ojos gritaban.
—Cuando la policía me llamó a declarar, fui incapaz de comentar algo por miedo a que Barroso lo descubriera. El hecho es que al aparecer ustedes y preguntarme si había visto algo extraño en la Empresa antes del encierro de Sandoval, mentí; hay algo que tienen que saber. En este USB tengo imágenes con mis sospechas en contra del vicedirector de
Sandoval's car, Óscar Barroso —llevó sus manos al cuello para entregarle a Izan un collar en forma de llave. Fabián y yo nos miramos desconcertados.
—Déjenme ver si entiendo, lo que ustedes quieren decir, es que ¿este caso tiene relación con el candidato a diputado que tenemos en custodia? —inquirió Izan abrumado por el camino que estaba tomando el interrogatorio.
La verdad era que por un momento la duda tocó a mi puerta, pero por alguna extraña razón la idea no sonaba para nada descabellada. Alguien quería perjudicar a Sandoval, eso lo llevaba claro.
—Una semana antes que ocurriera la detención, Barroso recibió un paquete un tanto dudoso. A la hora del almuerzo, todos los trabajadores se toman un descanso de dos horas y en ese preciso momento pasó esto. Tengo la costumbre de adelantar trabajo atrasado en ese horario que todos aprovechan para reposar. Cuando decidí que era tiempo de ir a por algo de comer, vi a otro hombre entregarle a Óscar dicho envoltorio. Me acerqué un poco hacia donde estaban para tener mejor vista, logré ver una caja con el nombre de látex y una imagen de guantes, sé que había algo más pero no pude ver bien. Sin dudarlo ni un segundo, le tomé fotos y regresé a mi oficina sin ser visto. Al poco rato de ocurrir eso, él volvió a su oficina y como tengo total visión a su escritorio, vi que sacó de una bolsa, un vaso de cristal. Tomé mi teléfono nuevamente y comencé una grabación. Luego rompió la envoltura de la caja y comenzó a sacar los guantes, algunos adhesivos de goma y algo más que no se podía ver, intenté acercarme a la ventana, pero en el intento, tropecé con una silla y eso lo alertó. Al percatarse de que alguien lo estaba mirando, cerró las cortinas —concluyó Gonzalo dejándonos cada vez más descolocados. Mi mente viajó directamente hacia algo que leí una vez.
Dejando de lado a Gonzalo por unos segundos, les hice seña a Fabián y a Izan contarles mi teoría.
—Agente de unión, fue lo que Gonzalo no vio. Si estoy en lo cierto, todo lo que nos está contando, se emplea para crear un modelo en látex de las huellas de alguien y lo más probable que eso haya sido lo que inculpó a Sandoval —confesé al tiempo que ellos se miraban extrañados ante lo que les acababa de explicar.
—Yo entiendo tu punto, pero sabes que unas fotos no son pruebas suficientes para acusarlo, necesitamos algo más —añadió Izan dándose cuenta de lo que quería decir.
— ¿Qué hay con las cámaras de seguridad de la Empresa? Si logran ver a la persona que le entregó el paquete, entonces pueden rastrear el lugar de dónde provino y ver que les puede decir este hombre sobre eso —intervino Fabián.
—Pondré a uno de mis agentes en ello, por ahora no he acabado con él, necesitamos que nos dé más información sobre lo sucedido. Creemos que pueden estar involucrados los miembros del Cartel "Las Cobras", por eso están en la Unidad de Droga y Crimen Organizado. Por ahora es todo lo que les puedo decir y si fue una trampa para sacar a Sandoval del camino, lo descubriremos, ahora quedo yo al frente de su caso —escuchar ese nombre, me causó repulsión; supongo que a Izan le sucedió igual. Ese cartel fue el responsable de la muerte de sus padres y que ellos puedan estar envueltos en el caso de Sandoval, no me gusta para nada. Salimos de la sala de interrogatorios con un mar de dudas en nuestras cabezas, pero tranquilos porque mi amigo estaba al mando de todo.
En el trayecto hacia el Bufete no paraba de pensar en Fabián y en lo sorprendida que me tenía, la verdad era que se me hacía difícil no sentirme atraída por él. Aquel abrazo significó mucho para mí, me sentí protegida, segura; su exquisita colonia aún estaba en mi ropa. Sonreí como una niña recordando aquella noche cuando me confesó que le gustaba y yo como una tonta salí despavorida de allí, pero algo me decía que él no es de los que se rinde tan fácil.
Una vez en el trabajo, estaba Lucía, la recepcionista, respondiendo llamadas como una loca. Al azar la vista y verme, me saludó con una hermosa sonrisa. Una seña en sus manos, me indicó que luego hablaríamos y yo asentí. Entre nosotras se forjó una bonita relación laboral, incluso compartimos largas charlas en el lugar de Rosa. Era consciente de la atracción que sentía por Carlos y como no estarlo, si mi amigo era todo un bombón.
Me encaminé a los elevadores y presioné el botón con el número que me llevaría hacia mi oficina. La figura demacrada de mi rostro reflejado en el espejo, me daba miedo, necesitaba con urgencia un retoque de maquillaje. Me arreglé como pude el cabello y justo antes de que las puertas se cerraran, una mano la detuvo. Un nerviosismo se alojó en mi estómago, al ver que el causante de eso, era Fabián.
— ¿Puedo irme contigo en este? —preguntó con cierta coquetería en sus palabras.
—Está de más decirlo —murmuré entre dientes con las pulsaciones aumentando por horas; debía mantener la postura para que no se percatara de ello.
Estábamos uno al lado del otro y parecía que el mundo conspiró en mi contra, casi podía sentir su respiración. Mientras miraba hacia la puerta, sentía el roce de su mano con la mía. Sus dedos acariciaban los míos provocando que mi cuerpo reaccionara a cada caricia; en mi interior había una guerra de emociones. Mis hormonas estaban revolucionadas y mis bragas comenzaban a humedecerse, sentía como si me hiciera el amor únicamente con sus manos. Entonces empezó un recorrido lento hasta posarse en mi espalda. Dibujaba círculos apasionantes de arriba hacia abajo; un gemido de placer se escapó de mi boca. No sabía en qué momento había cerrado los ojos, solo sabía que la sensación que provocaron en mi aquellas caricias, me volvían loca. En un instante a otro, Fabián pegó su cuerpo al mío y sus labios carnosos y apetecibles estaban a un centímetro de los míos; mi respiración estaba entrecortada, apenas podía articular palabra. Cuando creía que por fin iba a besarme, llevó su boca hacia mi lóbulo derecho dándole pequeñas, pero excitantes mordidas y murmuró:
— ¿Por qué huyes de mi Victoria?
—Ehh... no estoy huyendo de ti Fabián que te hace pensar eso —mis nervios estaban por los cielos.
—Entonces ¿por qué no contestabas mis llamadas? —su cálido aliento en mi oreja, lograba que me estremeciera de deseo.
—Me quedé sin pila, fue por eso —logré responder.
— ¿Todo el día? —me tenía completamente a su merced.
—Pues sí.
— ¿Te gusta retarme Ramos? —sus labios casi rozaban los míos, estaba a punto de besarme, así pues, le di un pequeño empujoncito.
—No te lo voy a negar.
Entonces tomó mi cuerpo con una pasión arrebatadora y devoró mis labios con total deleite. Nuestras lenguas se encontraron y bailaron al compás del movimiento. Fue un beso cargado de lujuria, de erotismo, de deseo; aquello fue mucho mejor de lo que imaginé. Sentía su pene crecer entre mis muslos y se aferraba a mi cintura apretándose más contra mí. Profundicé en el beso siendo esta vez yo quien se restregara más a él y jalé su pelo. Estaba tan concentrada en ese momento tan enloquecedor que no me importaba que estuviéramos en el ascensor del Bufete, solo quería dejarme llevar por lo que mi corazón me dictaba. Las puertas del elevador se abrieron y sin dudarlo ni un segundo, Fabián me arrastró hacia uno de los baños que se encontraba en el piso. Succionó mis labios nuevamente con tal ahínco que casi me dejaba sin respiración. No quería que se detuviera, en ese instante nada me interesaba, solo estábamos él y yo.
—Me vuelves loco Victoria, es verte y querer todo de ti. No he dejado de pensarte ni un minuto, no aguantaba las ganas de besarte —me dijo al oído excitándome cada vez más.
—A mí me pasaba igual, no lo quería reconocer hasta que me confesaste que te gustaba y yo huí como una cobarde de ti. No sé que nos deparará el destino, pero ahora me siento tan bien contigo que no quiero que te detengas, me gustas, me gustas más de lo que creía. No pares Fabián —le exigí.
—Victoria lo que pides es muy peligroso, mira como me tienes —llevó mis manos a su erección, haciéndome consiente de cómo lo ponía.
—Me gusta el peligro, vamos haz lo que te pido no lo demores más 2lo provocaban mis palabras.
Con premura, zafó el lazo que sujetaba mi gabardina y se detuvo unos segundos a contemplar mi figura; sus ojos ardían de lujuria y de placer. Debajo de la ropa llevaba un conjunto de lencería negro de encajes y con mis botas de caña alta, me veía muy bien. Me levantó en volandas hasta colocarme en uno de los lavabos y crucé mis piernas en su cintura. Llevó sus manos hasta mis pechos estrujándolos con deseo. Lentamente se fue deslizando por mi vientre hasta llegar al centro de mi deseo. Su agitada respiración me estaba volviendo loca y yo sabía que lo notaba. Recorrió mi cuerpo con avidez, parecía un lobo hambriento que se deleitaba con su presa. Un dedo se coló en mi interior provocando unas inmensas oleadas de calor. Movía su dedo a una velocidad desenfrenada, mientras me arqueaba para facilitarle la entrada.
—No voy a hacer lo que deseas porque no es el lugar para ello, pero te prometo que esta noche voy a disfrutar de ti como llevo tiempo deseando. Vas a vibrar en mis brazos y gritarás mi nombre hasta quedarte sin voz —comentó mientras continuaba su movimiento en mi interior, hasta que no aguanté más y pequeños espasmos avisaban que el clímax estaba por llegar. Apreté mis piernas contra su trasero exigiéndole más, tomé sus labios con arrebato dejándome llevar.
Apoyé mi frente en su hombro escuchando nuestras respiraciones. Aquello fue lo mejor que me había sucedido; nunca nadie logró excitarme de esa forma. Él sabía cómo complacer a una mujer hasta llevarla al punto débil que nos eleva en el sexo. Después de adecentarme y retocar mi maquillaje, salimos del baño. Él primero y yo después para no levantar sospechas, aunque nuestras continúas miradas nos delataban.
El teléfono interno de la oficina anunciaba que una nueva llamada entraba. Fabián se levantó de su asiento y respondió, mientras en mi mente se recreaba aquella escena del baño, moría por verlo en todo su esplendor. Seguía mirándolo cuando se detuvo en frente mío y me dedicaba una linda sonrisa.
—Ramos, era Martha, Romero requiere nuestra presencia en su oficina —al decir aquel nombre, la felicidad que minutos antes se instauró en mi rostro, se esfumó. No soportaba verle la cara aquel imbécil, pero ni modo, era mi "jefe" y contra eso poco podía hacer.
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