Capítulo 5: Encuentros I.
Al llegar a la Compañía del señor Sandoval, tenía la sensación que alguien nos perseguía, quizá eran ideas mías, pero solo de pensarlo mi cuerpo se tensaba. Dejé de lado ese pensamiento, al ser recibidos por la recepcionista, quien se mostró muy atenta. Mientras esperábamos por el vicedirector, pude apreciar el local. Las paredes de los interiores estaban pintadas de blanco y todo el ventanal era de cristal. Contaba con dos pisos, en la parte inferior había una exhibición de autos de alta gama y varias oficinas. Varios cuadros adornaban la instancia, todo muy minimalista y acogedor. Pasados unos cinco minutos, se presentó ante nosotros un señor alto, canoso, de traje impecable, ojos azules, unos bigotes cubrían el labio superior y facciones delgadas, aparentaba unos cincuenta y tanto. A pesar de su marcada edad, se mantenía muy bien.
—Buenos Días señores, soy Óscar Barroso, vicedirector de Sandoval's Car ¿en qué puedo ayudarles? —se dirigió a nosotros con un apretón de manos.
—Buen Día y mucho gusto. Somos los abogados del señor Sandoval. Ella es la Licenciada Ramos y yo el Licenciado Duarte. Necesitamos hacerle unas preguntas a usted y al personal de aquí.
—Perfecto, hoy solo están dos personas del equipo de ventas, el abogado, la recepcionista y yo.
— ¿Podemos ir a un lugar más reservado para poder conversar con más calma? —pregunté.
—Vayamos a la oficina de Sandoval que es la que actualmente utilizo, ahí podemos conversar —respondió mostrándonos el camino.
Subimos por unas escaleras y ya en esta parte, percibí que habían menos habitaciones que en la planta baja, solo tres. Entramos en una de ellas y por el letrero en la entrada, deduje que era la del director.
—Bueno aquí podemos hablar mejor. Ustedes dirán —dijo ubicándose frente a nosotros en el escritorio.
—Supongo que esté al tanto de los últimos acontecimientos en este lugar ¿qué nos puede decir sobre eso? —cuestioné al tiempo que sacaba mi libreta de notas.
—Para mí fue una sorpresa, nunca pasó por mi cabeza que Sandoval estuviera involucrado en eso. Hoy cuando me lo dijeron no me lo podía creer, es duro saber que todo esto pasó delante de nuestros ojos y no lo supimos ver.
—Entonces ¿usted cree que Sandoval planeó todo esto? —intervino Fabián muy atento a las palabras de Barroso.
—Eso indica ––dijo sin tacto. Fabián y yo intercambiamos miradas ante lo que escuchábamos.
— ¿Cuánto tiempo lleva trabajando para esta empresa? ––pregunté.
––Hace quince años, pero a ¿qué viene eso? ––inquirió sorprendido.
––Porque si se conocen desde hace tiempo, debió notar algo raro en su comportamiento y supongo que fue eso lo que más llamó su atención, ¿o me equivoco? ––añadí mientras lo observaba con detenimiento.
––Hugo siempre ha sido una persona que sabe hacer las cosas, solo que por esta vez no tenía ni idea de lo que fuera a hacer ––respondió secamente.
––Por cierto, mi más sentido pésame por la muerte de su tío ––Fabián me miró tratando de descifrar a qué venía eso.
––La muerte de mi tío… ––murmuró entre dientes sin creer en sus propias palabras, como si estuviese meditándolas –– ¡Ah sí! un fatídico día para mi, era un tío muy querido ––con eso quedó claro que mentía. La inquietud que tenía al moverse en su asiento, fue lo que lo delató. Al verlo así decidí ahondar un poco más en el tema.
––Antes de irse, ¿se encargó usted de revisar que todo estuviese en orden para esa entrega? ––cuestioné.
––Les diré lo mismo que hablé con el inspector al frente de la investigación, yo solo me encargo del cliente, de priorizarle la llegada del producto a su poder, en ningún momento me acerco a los autos, de eso se encarga el director ––apreciaba como respondía las preguntas con una calma, como si fuese un disco en reproducción.
A mí no me engaña con su cara de afligido, jugando a ser la víctima. Él pudo perfectamente acercarse a los coches e implantar la heroína, solo que ante eso poco podía hacer, por más que su actitud me pareciera dudosa, no tenía cómo culparlo de nada. Me levanté del asiento y comencé a recorrer la estancia, mientras ellos me miraban con cara de desconcierto sin saber que estaba haciendo. Fabián continuó con las preguntas, pero sentía la vista pesada de Barroso sobre mi nuca. De repente mi mirada se detuvo en una fotografía; no podía creer lo que mis ojos estaban viendo.
—Licenciada no me gusta que toquen las cosas —noté como la tranquilidad que mantuvo durante el interrogatorio, se esfumó. Su voz se elevó y su expresión se transformó. Ese anillo ¿dónde lo había visto? Estaba bañado en oro con destellos en negro y en la parte superior, una cobra del mismo color, asomaba su cabeza. Lo llevaba ubicado en su dedo meñique, exactamente en el mismo lugar donde lo vi, pero ¿a quién?
— ¿Por qué tan incómodo señor? —ataqué regresando a mi asiento.
—Simplemente que esta no es mi oficina, no me gusta que toquen las cosas personales de otros.
—Disculpe no fue esa mi intención —comenté con cierta ironía notando como los colores de su cara iban subiendo y bajando.
—Si no tienen nada más que preguntar, pueden retirarse, como ven Sandoval me dejó una gran tarea por delante. Pueden hablar con el Licenciado Gonzalo, está en la oficina de la derecha —se despidió señalando la puerta.
Al salir, Fabián me miraba con ojos acusadores.
— ¿A qué vino eso Victoria? Cómo se te ocurre molestarlo así.
—Necesitaba comprobar algo.
— ¿De qué estás hablando?
—No sé a ti, pero él no me engaña. Mi instinto me dice que sabe mucho más de lo que dice.
—Me pareció lo mismo, pero es demasiado astuto ––comentó dándome la razón.
— ¿Por qué me miras así? —cuestioné ante su cara de picardía.
—Porque me gustas…o sea me gusta tu perspicacia para saber si una persona miente o no ––murmuró mientras dirigía sus ojos hasta mis labios. Una sensación de hormigueo se hizo latente en mi estómago. De alguna manera dijo ¿¡que le gusto?! O ¿fueron ideas mías? Oh diosito no me hagas cometer un pecado, pero es que este hombre a mi lado ya lo es. Comenté para mis adentros.
—Por cierto ¿quiénes estaban en el portarretratos que tomaste? ––carraspeó su garganta para llamar mi atención.
—Eh... supuse que uno de ellos era él, porque estaba más joven y los demás no los conozco.
— ¿Segura?
—Que si tontico. Venga vamos a hablar con el abogado.
—Vale.
Nos encaminamos hacia su oficina y al percatarse de nuestra presencia, nos hizo una seña para que entráramos.
—Adelante, pueden pasar. Soy el Licenciado Gonzalo Ávila —nos saludó con amabilidad. Era de estatura mediana, rondaba los treinta y tantos, de piel trigueña, ojos color café, nariz puntiaguda; vestía un traje beige y olía de maravilla.
—Gracias, nosotros somos los Licenciados Duarte y Ramos. Como usted sabe Sandoval está detenido por delito de tráfico de drogas, esperemos que nos ayude con unas preguntas —anunció Fabián.
—Claro, tomen asiento por favor ––señaló el sofá que nos daba una amplia vista al escritorio de Sandoval.
–– ¿Notó algún comportamiento raro en él en los últimos días? —preguntó Fabián.
—Él no ha estado mucho por aquí, con todo lo de la campaña. Cuando viene, se pone al día y es la misma persona de siempre, por eso me cuesta creer que haya utilizado la empresa que construyó con tanto sacrificio, de esa manera; no es propio de él ––explicó Gonzalo un tanto afligido.
––Y qué nos dice con respecto a la entrada y salida de personas, ¿percibió algo fuera de lo normal? ––continuó Fabián al ataque.
—Eh...pues... —tartamudeaba al tiempo que su mirada se dirigiría afuera, como si buscara algo o alguien. Su mandíbula se tensó. Entonces volteé a ver en la dirección que miraba y Barroso estaba observando cada movimiento, ¿Por qué Gonzalo se habrá puesto así? Me pregunté.
—Todo estuvo bien, la mayoría de las ventas se realizaron a través de la página web —sonaba poco convincente. Al parecer Óscar se cansó de espiar porque regresó a su silla y parecía molesto hablando por teléfono.
— ¿Seguro? ––insistió Fabián percatándose de lo nervioso que se puso.
—Si, por supuesto ––dijo sin más.
––Ahora, con respecto a la venta de esos coches, nos pudieras explicar ¿cómo fue? ––aproveché unos minutos para salir afuera de la oficina, porque Valeria y Diego no paraban de llamar, por suerte tenía mi móvil en vibrador.
––Chicos ahora no puedo hablar, estoy en medio de algo importante ––les dije en voz baja para que no formaran una de las suyas.
–– ¿Dónde te metes mujer? Hace días que no tenemos noticia tuyas, nos tienes abandonados —exclamó Diego con su habitual desparpajo.
––Ando complicada con el trabajo chicos, les juro que les compensaré, vale, ¿qué les parece si vamos al Luxury, nos tomamos unas copas, unos bailecitos y después noche de chicas? ––murmuré para calmar a esas dos fieras que estaban loca por comerme viva.
––Más te vale, porque ya te echamos de menos. A las siete nos vemos en tu casa ––comentó Val. Me despedí de ellos y al voltearme para regresar, reparé en Barroso que no dejaba de mirar ni por un segundo hacia Gonzalo y Fabián.
Al entrar, escuché decir a Gonzalo que Óscar fue quien puso en contacto al dueño de la Empresa Textilera con Sandoval y como parte del contrato, estaba el envío de esos coches, dos veces al año a Cantabria.
–– ¿Nos podrás facilitar una copia de ese contrato? ––intervine mostrando especial interés en lo que había contado.
––Ya le he dado una a la policía cuando estuvo haciendo sus averiguaciones, pero creo que no habrá problema si le facilito otra. Esperen un momento, justo lo tengo aquí ––rebuscó entre las gavetas del clóset dónde al parecer guardaba todos los papeles. Prendió la impresora y en menos de nada teníamos el documento que pudiera servirnos de ayuda.
––Una última pregunta Licenciado, ¿cómo lo está haciendo Barroso, ahora que Sandoval no está? Porque veo que le sienta muy bien su nuevo puesto ––hice un gesto con la cabeza en dirección a la oficina. Gonzalo vaciló antes de contestar, algo que no pasó desapercibido ni para mí ni para Fabián.
––No lo hace mal ––confesó dirigiendo su mirada una vez más hasta donde se encontraba Óscar.
––No lo hace mal, o ¿ha hecho algo que no le gusta? ––repliqué ante el titubeo de sus palabras.
––Licenciados, espero haberlos ayudado durante su investigación, pero no tengo nada más que agregar ––evadió mi pregunta sin ser consciente que de alguna manera la respondió.
—Aquí tiene mi tarjeta por si cambia de opinión, no dude en llamar a la hora que sea —dije al tiempo que extendía mi mano para entregarle mis datos.
Se apresuró a tomarla y justo en el momento que Fabián me agarró del brazo para marcharnos, dijo:
—Cualquier cosa que pueda aportar, los llamaré sin ningún inconveniente —asentimos. Eso daba a entender que llamaría, solo había que esperar.
Después de ese encuentro con el Licenciado, muchas cosas estaban claras para mí, alguien no decía toda la verdad. Intuía que Gonzalo tenía más detalles, solo que por razones desconocidas no quería hablar. Por otra parte estaba Barroso, ese señor me dio mala vibra y más al verlo en aquella foto con Romero. Aún procesaba la información, no solo eran ellos dos, mi padre y el señor Sandoval los acompañaban. En el fondo de la foto, habían autos de lujos ¿cómo era posible que se conocieran? ¿Sería esta empresa el lugar de la fotografía? todo esto comenzaba a volverse confuso para mí. Mi padre jamás habló de ellos, siempre que recordábamos aquel día buscando pistas que nos hicieran entender por qué Esteban hizo lo que hizo, no les pasó por la mente. Barroso tenía que ser su cómplice y yo debía tener una conversación con el señor Sandoval, él me podría aclarar todo esto.
Interrogamos a todos los empleados, algunos desconocían lo que sucedió porque no estaban ese día y otros solo se limitaron a responder con un sí o un no porque ya le contaron todo lo que sabían a la policía. Decidimos marcharnos, comenzaba a hacerse tarde y la noche apenas comenzaba. Cada uno se dirigió hacia el auto y antes de arrancar, Fabián me gritó:
––Nos vemos Ramos ––el muy puñetero sabía cómo sacarme de mis casillas, aunque en el fondo, me gustaba.
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