Capítulo 19: Uno menos
¿Embarazada? ¿Acaso algo podía ser peor que eso? Yo no estaba preparada para recibir una noticia de esa magnitud después de todo lo que ha pasado. Mis manos aún temblaban por la sorpresa y mi madre lo único que hacía era dar saltos de alegría. Mi cabeza era un mar de dudas; mi cuerpo aún no asimilaba tanta información. Una mezcla de emociones sucumbía mi corazón y solo pensaba en él. Este no era el momento para que algo tan significativo así nos sucediera. Fabián no quería ni verme, ni saber de mí y lo entendía, si hubiera sido al revés reaccionaría igual, pero un bebé no estaba en mis planes. Saber que llevaba en mi vientre un pedacito de él, me hacía recordar los pequeños instantes en los que fui feliz a su lado; las veces que tocaba el cielo entre sus brazos. Todo eso provocaba que mis ojos se humedecieran por los recuerdos y por su ausencia. Lo añoraba tanto, todos estos días sin que me dirigiera la palabra, fueron los peores. Estaba tan cerca pero a la vez tan lejos que dolía, dolía que en un segundo la vida nos cambiara; dolía más porque fue mi culpa. Dejé que los brazos de mi madre abrazaran toda la tristeza que cargaba dentro de mí; dejé que los memorias golpearan mi mente y lastimaran mi corazón. Me refugié en el cariño eterno de su cuerpo calmando mis hipidos; me refugié en el único lugar donde mis miedos y mis inseguridades se desvanecían como cenizas dándole paso a la paz. Escuché los pasos del hombre más importante de mi vida acercarse y entonces supe que me encontraba en el sitio correcto, a la hora correcta. Pasado unos segundos de consuelo, me separé de mis padres con una sonrisa en el rostro; nadie mejor que ellos para hacerte sentir protegida y segura.
—Cariño, no tengas miedo, cuentas con nosotros para todo lo que necesites —susurró mi madre acariciándome el cabello.
—No me gusta ver a mi guerrera triste. Tú eres la luz de nuestros días y yo sé que superarás esto. El tiempo todo lo cura mi cielo —comentó mi padre ajeno a lo que pasaba.
—Cuéntale a tu padre, anda —me animó mi madre con una gran sonrisa.
—¿Contarme qué? —preguntó curioso.
Llené de aire mis pulmones reteniendo la esencia de lavanda que había en el ambiente y lo solté siendo consciente que nada sería como antes.
—Felicidades abuelo, pronto tendrás otra niña o niño que mimar —confesé observando como la cara de mi padre cambiaba por completo.
—¡Oh dios mío! Esa es la mejor noticia de todas —me abrazó con fuerza separando mis pies del suelo y los sollozos de felicidad inundaban la habitación.
Ver la alegría en las caras de mis padres, me llenaron de ilusión y de esperanza para enfrentarme a lo que fuera. Si ellos me sacaron adelante cuando Romero nos quitó todo, yo también podía con o sin Fabián. Limpié las lágrimas de mi rostro contagiándome de su buen humor y decidí llamar al médico que me operó para que me ayudara a contactar con un ginecólogo. Como era de esperarse, concilió un turno en la tarde, él me llevaría con la doctora que estaba de guardia. No quería comentarles nada a mis amigos hasta estar segura, además tampoco quería que se fueran de lengua y llegara a oídos de Fabián antes de tiempo. Carlos y Valeria desde aquella noche en la fiesta, andaban en su rollo y por nada del mundo podía enterarse, aunque Carlos me apoyó en estos días en que Fabián ni me miraba.
Al poco rato de haberme calmado con el tilo que mi madre preparó para mi, recordé la cita con Izan para visitar a Barroso quien se negaba a cooperar. Moría por ver la cara de ese desgraciado en la prisión rodeado de escorias como él. Le marqué a Izan al celular y por el tono de voz, sabía que algo no estaba bien. Solo me dijo que en media hora llegaría a mi casa para explicarme. Al llegar, saludó a mis padres que como siempre lo recibían con los brazos abiertos como un hijo más; ese era uno de los instantes en donde se le veía relajado y feliz. Tanto él como Val los consideraban sus propios padres y para ellos los hermanos que nunca pudieron darme. Mi madre insistió en dar una cena en la noche porque según ella, Izan estaba mal alimentado y así poder pasar más tiempo con ellos antes de regresar a Londres. Él aceptó emocionado asegurando cancelar todo en el trabajo para dedicarle la noche por completo. Nos alejamos un poco de ellos hacia la terraza para poder conversar con más calma. Izan me comentó que no iríamos a interrogar a Barroso por mi bien y porque sus superiores no lo permitirían. Por un instante traté de convencerlo de todas las formas posibles que sabía separar lo personal de lo laboral, pero aunque eso le constaba no correría el riesgo.
—Vicky es una orden, por nada del mundo quiero exponerte de esa manera en frente de él. Te conozco lo suficiente para saber que sacarás de ti toda esa rabia que te carcome por dentro y sé que después de eso, no serás persona en muchos días —exclamó dejándome todas las puertas cerradas. Sin su ayuda era imposible entrar ahí; un paso en falso y lo sabría. Lo mejor será esperarme hasta el juicio en donde por fin lo vería destruido.
—Tienes razón, su hora llegará. El juicio es en unos días, ayer en la mañana me notificaron, solo es cuestión de tiempo para que desaparezca de nuestras vidas —comenté resignada, aunque ya me las apañaría para encontrar su punto débil y tenía muy claro a quién dirigirme.
Un rato después, continuamos conversando muy animados deleitándonos con los exquisitos canapés que mi madre nos preparó mientras Izan se preocupaba por mi estado. Si él supiera que cada día sería peor a consecuencia de las náuseas, no se extrañaría tanto. Desviando un poco la atención a otro sitio o mejor dicho hacia otra persona, le pregunté por Emily. De inmediato su rostro se iluminó, aunque trataba de ocultarlo, algo me decía que había una conexión especial entre ellos que ninguno quería reconocer.
—Supongo que en su trabajo. No lo sé Vicky, no estoy al tanto de eso —respondió cortante, pero sus ojos hablaban por sí solos.
—¿Y me lo vas a negar a mi? —insistí ganándome una de sus miradas matadoras.
—A ver sabelotodo, ¿qué es eso que te niego? —sonrió de medio lado acariciándole la cabecita a Nico que no se alejaba de nosotros ni un segundo.
—Venga ya Izan que nos conocemos, acepta que te interesa y a ella también. ¿Qué hay de malo en eso?
—Todo —confesó contrariado. Lo miré para que explicara más—. Estamos hablando de la hija del hombre que mandó a matar a mis padres y además no sabemos qué tan vinculada esté al cártel. Son muchas cosas que me hacen alejarme, pero a la vez…
—Te gusta —terminé la frase por él.
Movió su cabeza en un gesto de aprobación siendo consciente de la realidad que le golpeaba a ambos. Es cierto que Emily nos ha ayudado, pero la vida nos ha demostrado que en las personas no se puede confiar del todo.
—A mi todavía me cuesta procesar lo que nos ha pasado en el último tiempo, aún así creo que Emily es sincera porque de lo contrario no hubiera aportado tanto al caso para encerrar a su propio padre a pesar del daño que le ha causado —comenté recordando ciertos eventos que prefería enterrar en mi mente.
—No sabemos si lo hizo para quitarlo del medio y hacerse cargo ella o peor, si algo de esto fue planeado. Muchas cosas que no me desligan de mi profesión y que cada vez se complican más.
—Tienes razón, pero pienso que deberías darte una oportunidad y dejarte llevar por lo que sientes, quizás te sorprenda —lo alenté sabiendo que se merecía alguien como ella.
Pasada la media hora, Izan recibió una llamada del trabajo y se tuvo que marchar, no sin antes recordarle a mis padres que estaría a la hora acordada junto a Val. Mi amiga llevaba varios días preocupada por mí y yo apenas tenía ánimos para responder los wattsapp del grupo que teníamos creado con Diego. Sabía que cuando la bomba de mi embarazo explotara, se enojarían muchísimo conmigo por no ser los primeros en saberlo. Ese primer momento estaba concedido solo para Fabián quien recibía mis mensajes, pero no respondía. Ojalá pudiera ser capaz de regresar el tiempo atrás y no permitir que las cosas hubieran pasado de esa forma, pero era imposible, al menos me quedaba el consuelo de su amor. Con Fabián en la mente, decidí descansar en mi habitación optando por escuchar todas las canciones sensibleras que pasaban en aleatorio por el equipo de música. How do I live de LeAnn Rimes hablaba de cómo me sentía en ese instante sacando afuera los días de tristeza y añoranza. Todos mis sentimientos eran desnudados en cada letra, en cada melodía y la verdad era que Fabián se llevó todo lo bueno en mi vida. Si lo dejaba ir no sabía cómo viviría sin él, cómo respiraría sin él, si se clavó en mi corazón… Con las emociones a flor de piel, tomé mi celular para enviarle un mensaje rogando una vez más por su perdón y que necesitábamos hablar con urgencia, a cambio solo veía las palomitas en el chat ponerse en azul, pero él no respondía. Observé la pantalla por unos minutos mientras mis ojos rompían a llorar. Por más que me pusiera en sus zapatos, me costaba entender su actitud tan fría y distante. Cada día se me hacía difícil acercarme a él porque trataba de no estar en el mismo sitio que yo y eso me mataba por dentro. Limpiando mi cara humedecida por las lágrimas, me prometí a mi misma buscarlo una última vez para darle la noticia de mi embarazo, si después de eso no quería verme, me marcharía a Londres con mis padres y cuidaría junto a ellos del bebé que venía en camino. Acaricié mi vientre varios minutos consolándonos a ambos por el rechazo y el simple acto lograba arrancarme una sonrisa sincera.
Sin percatarme del instante en el que mi cabeza tocó la almohada sumida en un sueño profundo, mi madre entró al cuarto para recordarme la cita que teníamos en el hospital. Estiré mis brazos un poco más calmada y me dirigí al closet a cambiarme el atuendo por uno más cómodo. Opté por un pantalón jogger azul claro un poco rasgados en las rodillas y muslos; una camisa manga larga de color verde oscuro con unas bailarinas a juego. Apliqué base y carmín a mi pálido rostro; peiné mi cabellera por los hombros favoreciendo mi figura por el nuevo corte que me hizo Diego. Por último tomé mi bolso para encontrarme con mis padres en la sala que esperaban ansiosos para conducir hacia el hospital. En el trayecto les indiqué por donde llegar y en menos de diez minutos, la recepcionista nos atendía a la espera del Doctor Morales. Esperamos en el lobby por él hasta que lo percibí a lo lejos con su bata blanca que le quedaba como anillo al dedo. A pesar de los cuarenta y tantos años que aparentaba, se mantenía de muy buen ver y yo sin dudas no pasaba desapercibida para sus hermosos ojos negros. Cuando se presentó frente a nosotros recorrió mi cuerpo con discreción, algo que no pasó inadvertido para mis padres.
—¿Cómo está doctor? —extendí mi mano para saludarlo sin apartar mis ojos de los de él. En qué pensaba no tenía idea, pero necesitaba tanto de ese detalle que no me importaba nada.
—Muy bien Licenciada. Ya veo que usted está recuperada de la herida de bala —abrí mis ojos azorada porque ese dato no se lo había contado a mis padres.
Ellos me miraron atentos sin decir nada, pero su silencio me indicaba que no escaparía tan fácil de la situación.
—Todo en orden médico —afirmé volteándome hacia mis padres—, Doctor Morales, le presento a mis padres, Stephen y Estela Marshall —se apretaron las manos con afinidad, mientras Morales nos indicaba el camino hacia los elevadores.
—Mucho gusto y gracias por las atenciones que tuvo con nuestra hija. Por desgracia no pudimos estar para acompañarla, pero es gratificante saber que la trataron bien —comentó mi madre sin poder aguantarse la lengua. Observé su rostro entre enfurecido y calmado sabiendo que nada bueno me esperaba.
—Fue un placer para mi señora. Además su hija es una guerrera —ensanchó su sonrisa con algunos matices provocativos que me dejaban sin habla; era imposible no perderse en la comisura de sus labios apetitosos. Me regañé mentalmente apartando esas ideas de mi cabeza y el recuerdo de Fabián se hacía presente.
—Ella es nuestra guerrera —reafirmó mi madre y mi padre solo callaba aunque adentro imaginaba todo lo que tenía para decirme.
—Por cierto, enhorabuena por la noticia —se dirigió a mí y yo sonreí con pesar deseando que fuera Fabián quien me acompañara—. La Doctora Ballesteros los espera, es justo en esta puerta —señaló a una al final del pasillo.
Caminamos hasta dar con la consulta que afuera tenía un grabado en plateado con el nombre de la doctora. Morales tocó con los nudillos la puerta y una tierna voz nos invitó a pasar.
—Ballesteros, aquí está la paciente —anunció Morales adoptando una postura más seria.
Al entrar pude apreciar la decoración en el interior con muebles blancos y paredes a juego dándole un aire de paz y tranquilidad; un gran ventanal de cristal se abría paso tras el escritorio de la doctora donde se podía ver gran parte de la ciudad; varios búhos adornaban la repisa en forma de cruz en la pared a su derecha, así como algunos cactus y suculentos encajando a la perfección con el decorado.
—Buenas Tardes y bienvenidos. Yo soy la Doctora Ballestero, la ginecóloga que los asistirá. Pueden sentarse —nos indicó una mujer bajita pelirroja de ojos verdes, de muy bien vestir que se ubicaba detrás del escritorio—. Doctor gracias por acompañarlos —murmuró con coquetería. Morales asintió y me guiñó un ojo. Al parecer era el guaperas del hospital por quien todas babeaban, solo bastaba con ver como ella lo desnudaba con la mirada.
—Estaré en mi consulta Licenciada por si necesitan algo. Todo saldrá bien —me dijo antes de marcharse.
—Gracias Doctor. Me despido de usted antes de irme —me miró unos segundos y desapareció.
—Bueno ahora sí, ¿en qué puedo ayudarles? —preguntó la doctora regresando a su puesto.
Aún sin creerme que diría lo siguiente, me llené de valor para soltarle todo sin que me quedara nada por dentro.
—Llevo varias semanas de retraso, si no me equivoco son seis. Hoy mismo me hice cinco pruebas de embarazo y en todas lo confirmó —una media sonrisa se dibujó en el rostro delgado de ella al escuchar con la rapidez que lo comenté.
—En ese caso, te harás estos análisis y en cuanto tenga los resultados, te haremos el examen físico correspondiente —terminó de llenar un papel con la indicación y me lo extendió como si fuera lo más natural del mundo—. El laboratorio es en la tercera puerta en este mismo piso, le entregas este papel a María la encargada y en cuanto hayas terminado, esperan a que los llame en la sala de estar —extendió su mano para darme el método y de un segundo a otro, un hombre del personal, llenaba en una jeringuilla un poco de mi sangre.
Me indicaron que debía darles una muestra de orina y sin chistar tomé el recipiente en donde debía echarlo largándome al baño. Para mi suerte, los resultados estarían en una hora y así podía saber si no era una trampa del test. Cuando terminé de hacer lo que me pedían como si se tratara de un robot, regresé a la sala de estar con mis padres que esperaban inquietos por mí. Tratando de relajarme, busqué el celular dentro de mi bolsa para husmear un poco en mis redes sociales y así pasaba el tiempo. Encontré muchas fotos de mis compañeros de Londres que no había visto riéndome de las cosas que hacían en los videos hasta que sentí la vista pesada de mis padres en mi nuca. Eso solo indicaba que el momento de revelarle ciertas cosas que omití, llegó.
—Si ya sé que les debo una explicación, pero ahora mismo eso incrementaría más mi ansiedad. Conversaremos en la casa ¿vale? —me adelanté antes que hablaran.
—Vale, pero de hoy no pasa que nos cuentes —insistió mi padre quien había permanecido en un segundo plano y eso no me gustaba para nada.
Los minutos se hacían eternos en aquella sala, nunca en mi vida había estado tan nerviosa y eso no estaba bien. Si no me controlaba acabaría vomitando los canapés tan deliciosos que mi madre preparó. Pasada las dos horas, los pasos firmes provenientes de los tacones de una mujer, hicieron aparición en el lugar donde nos ubicábamos. La Doctora Ballesteros nos hizo una seña para que regresáramos a su consulta y como un resorte me paré del mueble siguiéndola por todo el pasillo. Mis pies tomaban vida propia avanzando a una velocidad que no podía controlar pero que tampoco quería evitar. Sin que me lo pidiera, me ubiqué en frente de ella en el asiento y ella me miraba sonriente. Abrió el sobre que tenía en sus manos y al verlo, me lo entregó.
—¡Enhorabuena! Será usted una hermosa mamá —anunció satisfecha con los resultados.
Una punzada se me clavó en el corazón al pensar en Fabián, él debería estar aquí para escuchar junto a mí esta gran noticia. Los ojos comenzaban a picarme por la sensación inexplicable que sentía en ese minuto. Era una mezcla entre tristeza y felicidad que no podía contener. Mis padres me abrazaron conscientes de todo lo que pasaba por mi cabeza en ese instante.
—Supongo que el padre esté al tanto —nos interrumpió la doctora.
Era de esperarse que hiciera alusión al padre, pero sacando fuerzas de donde no me quedaba le respondí.
—No lo espera, quería que fuera una sorpresa —ella asintió complacida por la contestación.
—Bueno ahora debemos proceder con el chequeo físico. Debo tomarte la presión, medirte, pesarte y hacerte algunas preguntas de control —indicó.
Después de hacer todo eso, me preguntó la fecha aproximada del último período, así como otras preguntas referidas a las patologías tanto en la familia por mi parte como del padre. Recordé la condición de Martina y debía mencionarlo porque me horrorizaba solo de pensar que Fabián lo pudiera heredar. Al comentarlo mis padres se asombraron, pero solo quedaba rezar para que algo como eso no le sucediera a ninguno. Lo siguiente que pasó fue que encontrarme encima de una camilla esperando por mi primera ecografía de embrión y así conocer el tiempo de gestación. Mientras la doctora preparaba el equipo, mi estado de nervios acrecentaba por segundos. Mi madre sujetaba mi brazo para tranquilizarme, pero yo solo necesitaba a Fabián. No había un segundo que no pensara en él imaginando la escena de otra forma, él contagiándome con su buen humor y haciéndome la mujer más feliz de este mundo. La realidad sin dudas superaba a la ficción golpeándome el rostro sin medida. Sentí la frialdad del gel que le aplicaba a mi vientre y la sensación no podía ser otra que satisfactoria. Eso me recordaba a las veces que debía hacerme ultrasonidos abdominales a causa de mi gastritis y me gustaba ese frescor. La doctora desplazó un pequeño instrumento muy simular al micrófono por mi vientre y cada imagen se transmitía por la computadora.
—Puedo sentir su latido. ¿Ven esa estructura negra con forma ovalada? —Todos asentimos sin desviar los ojos del lugar —, es el embrión. Aún no está formado del todo, pero aquí está —sonreí complacida con lo que veía y al poco rato tenía en mis manos la imagen de mi bebé.
Decir que me convertiría en mamá era algo que no entraba en mis planes aún, pero saber que dentro de mí crecía una pequeña semillita, me hacía sentir la mujer más bendecida de la tierra. Ahora entendería lo que sería estar preocupado por alguien que nació de ti y que por ella o él darías lo que fuera por mantenerlo a salvo. Tal como calculé, tenía seis semanas y cinco días de embarazo. La Doctora me explicó todo lo que podía pasar con mi cuerpo en las próximas semanas, deseos de orinar constante, somnolencia, además de las náuseas que ya tenía. Me recomendó la práctica de ejercicios, el cuidado de mi alimentación y varias cosas que me aturdían. El bufete no me daba mucho tiempo para eso, pero ahora debía cuidarme. Acordamos la siguiente revisión dentro de seis semanas prometiéndole cumplir con todo. Antes de marcharnos, me llegué a la oficina de Morales para comunicarle que todo estaba bien. Él sin perder tiempo me felicitó y aprovechó la oportunidad para invitarme un día de estos a cenar. No le di respuesta a su invitación porque mis ánimos no estaban para eso, aunque no podía negar que sonaba bastante tentadora.
—Cuando creas que necesites hablar con alguien, no dudes en llamarme —me recordó sin perder las esperanzas.
—Lo tendré en cuenta. Muchas gracias por su ayuda —me despedí de él evitando alargar más la conversación.
El camino de regreso fue más callado de lo normal, me costaba asimilar toda esta información de un día para otro. El cansancio de darle tantas vueltas, comenzaba a pasarme factura, solo deseaba dormir. Mi madre se antojó de pasar por el supermercado a comprar algunas cosas que le hacían falta para la cena con Val e Izan, antes de llegar al apartamento. Cuando creyó tenerlo todo, nos marchamos con el auto atestado hasta arriba de tantas compras. Al llegar y consciente de que no me dejarían hacer nada sin darles la explicación pertinente, me senté en la terraza junto a Nico que al llegar moría por bajar y les conté todo con lujos de detalles. En un principio se enojaron muchísimo por haberles mentido, pero al hacerlos entrar en razón y calmarlos, entendieron que no fue prudente alarmarlos. Les mostré en lo que se convirtió aquella horrenda cicatriz y ahora solo una pequeña marca ocupaba un espacio en mi abdomen. Un rato después, mi madre se puso manos a la obra ordenándome que subiera a descansar que lo necesitaba más que nunca, mientras ella prepararía uno de nuestros platos favoritos de la niñez para deleitar a Izan y a Val con el cocido madrileño de la abuela. De ahí a que siempre quería comerlo en el local de Rosita porque me recordaba a la comida que mi abuela Aurora solía hacernos. Ella era una excelente cocinera que por desgracia se nos fue mucho antes de lo previsto a causa de una trombosis mesentérica que la destruyó por dentro. No había un solo día de mi vida que no la pensara por su cariño y su dedicación hacia mí y hacia los demás. Como olvidar sus hermosos ojos azules que desprendían ternura y paz con cada mirada; su pelo grisáceo tan suave, pero sobre todo su risa tan particular contagiando a quien fuera a su alrededor; ella era vida y la vida nos la quitó.
Con los ojos humedecidos por su memoria, observé a Nico que lloriqueaba cerca de su correa implorando que lo bajara. La hora de su salida la había olvidado por completo, por lo que decidida a que un paseo en ese instante era lo mejor para mi, hice lo que sus gestos graciosos me pedían. Nos perdimos entre la multitud de la Plaza para dirigirnos a nuestro lugar habitual, el parque del Retiro. Una vez más coincidimos con el dueño de Jacob, el pastor que se ganó la amistad de Nico. Entre juegos con los perros y una buena charla, el tiempo se me fue volando. Recibí un mensaje de Valeria anunciando que habían llegado y quería saber dónde me metí. Solté una carcajada por su forma tan particular de controlarme y le respondí que ya estaba de regreso. Al llegar, Nico corrió directo a beber agua y yo hice lo mismo después de saludar a mis amigos. Tomé una ducha rápida para alcanzarlos en la cena y fue así como pasamos una noche maravillosa. En varias ocasiones Val me fulminaba con la vista notando que ocultaba algo y que delante de sus ojos, era más que evidente. Eran muchos años una al lado de la otra, por lo tanto ningún paso en falso se podía dar sin que la otra no sospechara.
—¿Tienes algo que contarme Victoria Marshall? —comentó justo cuando mis padres e Izan se decidían por una película para ver y nosotras nos quedamos a solas en la cocina mientras organizábamos todo.
—No tengo nada que contar Val —respondí evitando su mirada acosadora.
—Ya y me crees tonta ¿cierto? —insistió. Ella me conocía demasiado bien.
—Valeria Rivera, no comiences con tus paranoias.
Por más que tratara de esquivar sus miradas y sus preguntas, dudaba si saldría bien parada en todo esto. No quería contarle en ese instante, pero si no lo hacía no pararía hasta lograrlo.
—Es que no puedo creer que me quieras ver la cara cuando tu y yo sabemos perfectamente que algo ocultas o ¿acaso no percibes como me evitas? —añadió con cierto tono molesto—. Ya sé que no ha sido fácil para ti lidiar con todo lo que ha pasado y más con Fabián, pero yo soy tu hermana y te conozco lo suficiente para percatarme que algo no está bien contigo. No puedes cargar con tantas cosas tu sola Vicky, déjanos ayudarte —concluyó ganándome por completo. Sus palabras sinceras y cariñosas siempre me llegaban al corazón.
—Estoy embarazada —le solté sin poder aguantarlo más.
Su cara era todo un poema, la postura que tenía minutos atrás era reemplazada por un rostro desencajado que aún procesaba la información. Sus ojos se abrieron tanto que por un instante pensé que se le iban a salir. No hablaba, no se movía, las palabras no salían de su garganta, solo se dedicaba a mirarme con la quijada llegándole al ombligo. Con temor de que fuera a tener un infarto, me acerqué a ella y levanté mi mano derecha para cerrarle la mandíbula.
—Val, ¿estás bien? —pregunté nerviosa chasqueando mis dedos para volverla a la realidad.
—¿Cómo? ¿Cuándo? —una sonora carcajada resaltó en medio de la cocina por las cosas que me decía Val.
—¿Tengo que explicarte cómo? —indiqué sin poder contener la risa.
De inmediato su risa se sumó a la mía y juntas caímos en un ataque incontrolable. El alboroto atrajo la atención de mis padres y de Izan quienes dejaron lo que hacían para saber la causa de tanto jaleo.
—¿Se puede saber que os pasa a las dos? —inquirió mi padre que nos miraba como quien mira a dos locas sacadas de un psiquiátrico.
—Val que no entiende el proceso de un embarazo —comenté sin importarme que Izan lo escuchara.
—Espera, ¿qué dijiste? —casi gritó Izan alarmado.
—Vamos a ser tíos hermano —chilló emocionada Val.
Izan se lanzó a mis brazos enseguida levantándome en volandas del suelo. Val se incorporó al abrazo felicitándome por la maravillosa noticia. Las risas se mezclaron con lágrimas de felicidad por parte de todos. Fue un instante mágico, pero lo fue más el saber que tenía su apoyo.
—Bueno ya que la noticia no es para poneros tristes. Fabián no sabe nada de esto y les ruego que no lo sepa hasta que me escuche —comenté limpiando mis ojos.
Ellos asintieron respetando mi decisión sin dejar de apachurrarme. Brindamos por la bienvenida de mi bebé y sin dudas fue una de las mejores noches de mi vida; solo nos faltaba Diego para que fuera mejor. Mi amigo no pudo venir porque tenía un evento importante al que no podía faltar, aún así le hicimos una video llamada para que fuera partícipe del gran momento. Diego gritaba emocionado por la novedad prometiéndome visitarme en cuanto acabara el evento. Unas horas después, mis amigos se fueron a casa para que pudiera descansar mientras yo sumida en mi burbuja de fantasía, soñaba con el día en que le contaría a Fabián.
***
Una semana después, me encontraba en las afueras del majestuoso edificio donde se iba a efectuar el juicio en contra de Barroso ataviada en una falda negra ajustada hasta las rodillas, una blusa de algodón tres cuarto blanca lisa, el blazer negro que me había regalado mi madre y los tacones marca Louboutin de piel negra que compré hace poco con Valeria. No era de llevar mucho maquillaje, por lo que resalté un poco mis ojos con el rímel, pinté de color carne mis labios y con la ayuda del rizador, marqué un poco mi cabello. Izan pasó por mi esa mañana al recibir una llamada mía diciéndole que las náuseas no me dejaban conducir y él como buen amigo, acudió a mi encuentro enseguida. A la par de nosotros, Emily apareció encontrándose con un Izan al que le brillaban los ojos en cuanto la veía. Emily era una mujer muy maja desde los pies hasta la cabeza; su pelo rojizo por la cintura enloquecía a Izan; la forma tan elegante de vestir atraía demasiado a los hombres y su cuerpo aunque no predominaban grandes curvas, se notaba el trabajo de gimnasio luciendo genial. Eran palpables las chispas que saltaban en el aire cuando estos dos se veían y lo que más disfrutaba era como lo sabían ocultar.
—Inspector Rivera, ¿usted por aquí? —saludó ella con cierta picardía en sus palabras mientras Izan no apartaba la mirada de sus azulados ojos.
—No sé por qué el asombro Licenciada Díaz —atacó él y yo en primera fila presenciado un duelo de titanes.
Emily sonrió desarmándolo en cuestiones de segundos y todas las palabras quedaron suspendidas en el aire al ver como mi rostro palidecía por la presencia de Fabián. Ellos miraron en la dirección que miraba comprobando que se trataba de él.
—¿Estás bien? —se preocupó Emily.
En ese instante estaba en un proceso de trance al verlo tan guapo con su impecable traje negro ajustado a su fornido torso. Sentía mi respiración agitarse por cada paso que daba en nuestra dirección y a mi corazón acelerarse por la ansiedad que experimentaba con el solo hecho de saber que estaría en la misma habitación que yo.
—Buenos Días señores —se dirigió a todos en general antes de proseguir su camino sin alzar la vista en mi dirección.
—Tranquila, tienes que darle su espacio —comentó Izan observando como la tristeza se apoderaba de mi por tantos rechazos.
—Todo va a estar bien —me decía Emily—. Ahora entremos que ya es tiempo —asentí tomando un largo respiro recobrando las fuerzas que perdí.
Caminamos al interior del edificio con pasos firmes admirando la decoración tan moderna del lugar con tonalidades en blanco hueso y gris oscuro con muebles a juego. Nos dirigimos al ala izquierda donde se realizaría el juicio percatándome de lo amplio que era el local con varios asientos posicionados unos al lado del otro. Nos acercamos hacia nuestros asientos a esperar por el presidente y por los presidentes de sala que aún no hacían entrada oficial. Fabián estaba ubicado a dos sillas más de nosotros dándonos la espalda.
—¿Estás segura que funcionará? —preguntó Izan haciendo referencia a la visita tan formidable que tuvo Barroso dos días atrás que lo dejó inquieto.
—Según Sandoval, su madre es una de las personas a la que más teme y protege. Su visita le afectó, ¿o no recuerdas las atrocidades que me dijo? —comenté recordando aquella visita. Barroso no se imaginó que ella sería el último haz que teníamos bajo la manga.
—Esperemos que así sea —dijo regresando la vista al frente.
Minutos antes que dieran inicio al acto, las náuseas regresaron revolviéndome el estómago. Corrí como loca a los aseos sin poder contener la arqueada que pugnaba por salir. Cuando por fin di con ellos, entré al primero que vi vacío y solté todo lo que llevaba dentro. Sentí las manos de Emily sosteniéndome el cabello mientras el gusto amargo que quedaba en mi boca me anunciaba que había terminado. Emily me ayudó a lavarme la cara y al estar un poco mejor, le comenté acerca de la tensión que en momentos como estos me jugaba una mala pasada. Conociéndola, muy poco probable que se haya tragado el cuento, pero consciente de que lo notaría tarde o temprano, no le di importancia y regresamos a nuestro puesto. El juicio comenzó con las primeras palabras de su presidente junto a todos los miembros y la audiencia de pie, atentos al instante en que Barroso pusiera sus pies en la sala. Un rato después, el hombre que casi arruinaba mi vida aquella noche en que creí perderlo todo, entraba con sus aires de superioridad a la instancia; instintivamente llevé mis manos hacia mi vientre en señal de protección. Cada vez que veía su rostro recordaba lo cobarde que fue al dispararme de la forma en que lo hizo, pero la realidad era que nadie salía de este mundo debiendo nada y hoy la justicia se encargaría de hacerle pagar por todo el daño que ha hecho. Por unos segundos creí ver a Fabián voltearse en mi dirección y al regresarle la mirada, simplemente me ignoraba.; cada gesto de rechazo por su parte, me agrietaba más el corazón.
Las horas pasaron en aquel juicio sin fin donde cada testigo declaró en contra de Barroso y cuando mi turno llegó, su cara se endureció mostrando rabia. Nadie salvo yo, tenía idea de lo satisfactorio que se sentía estar en mi lugar y poder gritar a los cuatro vientos lo que ese desgraciado hizo conmigo. La sesión se levantó hasta la mañana y entonces conoceríamos el veredicto final. Justo antes de salir Emily se acercó a mí.
—¿Cuándo se lo piensas decir? —cuestionó dándome a entender que se había dado cuenta.
—¿Cómo lo supiste? —sonrió.
—Las náuseas me alertaron, pero tu reacción al ver a Barroso me lo confirmó. Las mujeres embarazadas ante una amenaza, se llevan las manos al vientre en señal de defensa y eso fue lo que hiciste —explicó dejándome sin palabras—. Vicky, él merece saberlo y esta es tu oportunidad, no lo dejes ir —añadió observando a Fabián próximo de la salida.
Izan percatándose de la situación, hizo un gesto de aprobación y fue el impulso que me dio para correr detrás de él. Lo llamé varias veces, pero el murmullo de las personas no lo dejaban escuchar. Apresuré mi marcha sin perderlo de vista y al tenerlo cerca de mí, bajé los peldaños de la gran escalinata para alcanzarlo. Mi cuerpo experimentaba una sensación de adrenalina mezclada con la felicidad que me embriagaba en ese instante que no cabía en mí. Lo observé arrimarse a un auto negro con intenciones de recogerlo y supe que era ahora o nunca. Me acerqué a unos pasos de él cuando una mujer de cabellera negra, de estatura mediana y delgada, se aproximaba a él contoneando sus caderas abrazándolo con cierta confianza que a ojos de cualquiera era imposible no percatarse de la complicidad que existía. Ahí parada como tonta en medio del estacionamiento, sentía como la vida se me iba. Verlos tan juntitos y felices provocó que mi corazón estallara de tristeza. Había sido reemplazada en cuestiones de días mientras me lamentaba noche si, día también por haberlo lastimado buscando las mil y una formas de acercarme para encontrarme con esto. Me regañé a mi misma por ser tan gilipolla en entregarle mi vida, mi tiempo y mi amor a una persona que no me supo valorar, que en la menor oportunidad se deshizo de mí negándome la posibilidad de explicarle lo sucedido cuando debió apoyarme después de enterarse de todo el daño que Romero le causó a mi familia y aún así escogió el camino más fácil, alejarse. En ese mismo instante, me juré a mi misma no decirle nada, sacaría adelante a mi hijo como fuera y nunca en la vida Fabián Duarte se enteraría de su existencia. Limpié las pocas lágrimas que derramé por alguien que no las merecía y con la cabeza en alto, me encaminé al auto donde Emily e Izan percibieron todo.
—Ni una palabra de esto —anuncié antes que comenzaran a decirme todo lo que no quería escuchar—. Ah y tienen prohibido decirle algo a Fabián de mi embarazo porque no se los pienso perdonar. A partir de este minuto para él dejé de existir —ambos asintieron comprendiendo que lo mejor era dejarme tranquila.
—Salgamos de aquí ahora mismo —indicó Izan.
El trayecto hacia la casa fue en total silencio y le agradecí a Izan por eso, él más que nadie sabía cuando darme el espacio que necesitaba. Al llegar al apartamento había tomado una decisión, Fabián no volvería a saber de mí en un tiempo.
—Vicky, ¿por qué estás así? —preguntó mi padre al verme entrar con el rostro pálido y la rabia brotando por cada poro de mi cuerpo.
Avancé hacia mi habitación sin prestarle atención, pero sentía sus pasos detrás de mí. A él se le unió mi madre e Izan que no se separaba de mí.
—Pasa que me cansé de estar sufriendo por alguien a quien no le importo; pasa que no aguanto estar ni un minuto más en Madrid, regreso a Londres, ya es un hecho. Mañana en el primer vuelo nos vamos —grité sintiendo como quemaban esas palabras en mi interior. Todos se quedaron mudos sin poder articular palabra.
Sin tiempo que perder, tomé el teléfono que reposaba en mi mesita de noche y marqué de inmediato a la agencia de viajes para reservar tres pasajes con destino a Londres. Una vez confirmada la reserva y un poco más calmada, los convencí para que me dejaran a solas. Ellos hicieron lo que les pedí sin chistar quedándome sola entre los recuerdos tan buenos que tuve con Fabián en ese mismo cuarto y que desde ese instante quedarían enterrados para siempre. Convencida de que alejarme sería lo más adecuado para mi salud y la del bebé, bajé del closet todas las maletas para recoger todo lo que traje conmigo. Al poco rato, recibí una llamada de Emily preocupándose por mi y al escucharme más tranquila, se relajó. Aproveché para decirle que regresaba a Londres, por tanto toda mi vida aquí la dejaría atrás incluyendo el bufete. Mi objetivo era claro, destruir a Romero como fuera y en cuanto a recuperar el lugar por el que mis padres dieron todo, ellos mismo me dijeron que no les interesaba y la verdad que nadie mejor que Emily para encargarse de todo. Ella entendió apoyándome en mi decisión aunque eso significara no vernos tan seguido. En ella había encontrado una aliada, una amiga y le debía muchas cosas a pesar de haber empezado con el pie equivocado. Me prometió visitarme a Londres en cuanto hiciera el tiempo; ese solo hecho sellaba nuestra amistad para siempre. Con respecto a la continuación del juicio, me dijo que ella me avisaba y se encargaría de todo en caso que hubiera algún problema por no asistir. Nos despedimos con un hasta pronto y después de un gracias de corazón, cortamos la llamada; ahora solo me quedaban Diego y Valeria que no se tomarían para nada bien lo que estaba a punto de hacer.
La mañana llegó después de una noche en la que no pude pegar ojo. Como lo sospechaba, mis amigos se tomaron muy mal mi retorno tratando de hacerme entrar en razón, pero yo estaba tan cegada por el dolor que no reaccionaba. Tomé una ducha corta para activarme y al estar lista para partir, me encontré con mis padres en la cocina que junto a Nico esperaban por mí.
—¿Estás segura de lo que quieres hacer? —me preguntó mi madre acercándose a mí.
—Si mamá —aseguré—. Ahora vámonos que Izan nos espera abajo para llevarnos al aeropuerto.
Bajamos hasta la planta baja donde Izan nos ayudó a poner todo en el maletero. Nico no se separaba de mí ni un segundo porque notaba la tristeza en mi mirada y su forma de hacerme ver que estaba conmigo, era apoyando su cabecita sobre mis piernas. Ese hermoso gesto me llegaba al alma, por suerte pude coordinar todo para poder llevármelo a casa porque de lo contrario tendría que quedarse aquí. El viaje fue corto y aunque mis padres e Izan hablaban de todo para aligerar el ambiente, mi mente estaba perdida en el horizonte. Al llegar, nos encontramos con Val y Diego que esperaban ansiosos afuera. Enseguida corrieron a abrazarme tan fuerte que casi me derrumbo entre sus brazos. Nunca creí irme de esta manera, nunca creí que tuviera que alejarme de alguien con quien me idealicé la vida entera y menos dejarlo a ellos otra vez, pero la comunicación entre nosotros era para siempre, ese vínculo nada ni nadie era capaz de romperlo. Nos despedimos de ellos a duras penas mientras aguantaba el nudo de emociones que luchaba por salir, pero no iba a dejar que me vieran llorando, eso solo me lo permitiría al llegar a casa. Anunciaron nuestro vuelo por los altavoces y con ese sonido en mi cabeza, me fui sin mirar atrás.
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