Capítulo 18: Disfraces II

La noche estaba tranquila como todos los días, el brillo de la luna llena se colaba por las ventanas del cuarto iluminando toda la estancia con su bello resplandor. Mi nana Alba me arropaba y me acurrucaba en mi cama para leerme un libro de cuentos de esos que me dejaban una enseñanza. Ella siempre decía que lo mejor de esas historias era la forma tan única en la que los escritores sabían llegarles a los niños. Aunque tenía once años, disfrutaba mucho de su manera de imitar las voces de los personajes logrando transportarme a un mundo sin maldad donde la vida de los hombres no era tan ajetreada. Mis padres se pasaban todas las semanas trabajando y apenas los veía; ella me acompañaba hasta que ellos llegaran ayudándome con todos los deberes. Aún recuerdo cuan joven era, su melena larga rubia revoloteaba en su cabeza cayendo sobre sus caderas con muchas hondas; sus ojos azules idénticos a los de mi padre transmitían paz cada vez que los veía; su cuerpo diminuto pero con marcadas curvas, la hacían ver muy bien a pesar de que apenas tenía tiempo para salir a divertirse a sus veinticinco años. El trabajo de cuidarme le permitía pagarse sus estudios en derecho tal como mis padres. Siempre preocupada, amorosa y con una sonrisa en el rostro pese a la difícil situación de quedarse huérfana. Mi mamá la conoció un día cuando un grupo de jóvenes fueron de pasantía al Bufete y se dio cuenta de la tristeza que cargaba en sus hombros. Fue así como le ofrecieron el puesto, desde entonces no se alejaba de mí ni un segundo. Nunca olvidaré la historia que me contó aquel día del francés Laboulaye titulado: "El camarón encantado", un hombre que vivía solo para cumplir con los caprichos de su mujer sin medir cuan ambiciosa era ella. Un día el pobre Loppi, cansado de recibir los mismos maltratos por su parte, vagó por el bosque en busca de la comida que solicitaba Masicas y se encontró con un camarón encantado quien cumplió con todos los deseos del hombre para su señora con tal de que no lo sirviera como manjar en su mesa. Cada antojo de Masicas, el camarón se lo concedía, Loppi solo debía pronunciar las palabras: «Camaroncito duro, sácame del apuro» y como si de magia se tratara aparecía el objeto anhelado. Con el tiempo Masicas fue pidiendo más y más al saber todo lo que un camarón era capaz de hacer, hasta que la ambición la segó perdiéndose junto a todos los obsequios que pidió. Loppi no entendió el mensaje del camarón y era precisamente que no se debía ser cobarde para decir que no y mucho menos para enfrentar a su codiciosa mujer. El cuento me enseñó que la avaricia rompe el saco y que solo esforzándote lograrías tener aquello por lo que tanto has luchado como mis padres. Muchas veces me ponía triste por no estar casi con ellos, pero Alba con su cariño me hizo ver que no había una sola cosa que ellos no hicieran por mí. Esas últimas palabras fueron suficientes para que una sonrisa se instaurara en mi pequeño rostro y me permitiera cerrar los ojos pensando en ellos y en la moraleja del cuento. Cuando por fin me acomodé en la almohada conciliando mi sueño, un ruido extraño se escuchó en el piso de abajo. Esperé unos segundos creyendo escuchar los gritos de mi nana. Algo asustada por tanto jaleo, decidí llevar mis pies descalzos hacía los peldaños de la escalera. A medida que me acercaba, agudicé mis oídos reconociendo una voz. Sonreí con dulzura al saber que se trataba de mi tío Esteban. Al llegar abajo, me esperaba mirándome con afecto.

—Tío ¿por qué mi nana está gritando así? —cuestioné observando a todos lados sin rastro de Alba.

—Ven —me dijo extendiendo su mano—. Vamos a ver qué le pasa.

Sostuve sus manos con confianza avanzando hacia la sala cuando un grito desgarrador salió de mi garganta, al ver a Alba arrodillada en el suelo con un hombre a quien no le podía ver la cara porque la tenía cubierta y agarraba en su mano una pistola apuntándole en la cabeza. En ese instante comencé a gruñir, quería salvar a mi nana de ese hombre malo. Mi tío cada vez apretaba más mis brazos impidiéndome avanzar.

— ¿Por qué haces esto? ¿Dónde están mis padres? —gritaba para que alguien viniera en nuestra ayuda.

—Shhh, mantente calladita, si no me veré forzado a amarrarte y amordazarte —me ordenó mi tío mientras tapaba mi boca.

—Déjala en paz, háganme lo que quiera, pero a ella no —vociferó Alba de repente.

—Las dos van a parar de chillar ahora mismo o si no les haré algo peor -sin pensarlo dos veces, mordí con fuerza la mano que me impedía hablar—. ¡Ahhh! —Se quejó Esteban—, niña estúpida —protestó.

—Mis padres se van a enterar de esto y te meterán en la cárcel. Nunca debimos haber confiado en ti, ya no eres más mi tío.

—Claro que se van a enterar, ya les tengo una sorpresa preparada —contestó con una voz distinta a la que acostumbraba oír—. Y ahora escúchenme muy bien las dos, van a salir por esa puerta sin el menor ruido posible y se subirán a la furgoneta negra que nos espera afuera, no intenten hacer nada o quienes pagarán las consecuencias serán tus padres —nos amenazó obligándonos a salir afuera.

Nos subieron a una camioneta negra grande sin un rumbo fijo, junto al señor que minutos antes quería lastimar a Alba. Recordar la expresión fría en los ojos de Esteban y cómo nos trató, aún lo podía sentir después de tantos años. Fue difícil creer que alguien como él tan querido para mi familia, fuera capaz de hacernos algo así. Aquella noche en la que pensaba que dormiría placida en mi cama, de repente se convirtió en una pesadilla, una pesadilla donde el miedo se apoderó de mi, pero me animé recordando lo que papá siempre me decía de ser valiente, el miedo formaba parte de eso, pero de mi dependía si dejar que me venciera o no. Los sollozos de mi nana se escuchaban en todo el vehículo mientras Esteban le gritaba que si continuaba así, todo acabaría antes de lo planeado. A mí no me quedó más remedio que tomarla de la mano y con una mirada conciliadora, logré que se calmara; debía luchar por ella, solo ella me acompañaba en ese auto. Esa persona a la que siempre consideré de la familia, ya no existía, se convirtió en un enemigo y si de mí dependía, le hubiese gritado lo primero que venía a mi mente. Callarme fue lo mejor, no le daría el gusto de lastimar a mis padres como lo hacía con nosotras. Pasado unos minutos, lo escuché hablando por teléfono anunciando que dentro de cinco minutos la segunda parte del plan comenzaría. Apenas entendí lo que quiso decir, hasta que el momento donde lo perdíamos todo llegó.

Tenerlo ahora frente a mí, revivían todos esos hechos y no podía evitar sentir odio, odio por lo que le pasó a Alba y odio porque destruyó la vida de una familia de la que él formó parte. Juré delante de la tumba de mi nana que su muerte no quedaría en vano. Todos los días deseé con todas mis fuerzas que llegara el instante en el que le diría quién era, donde todos conocerían quién era él y sobre todo a quiénes les pertenecía el Bufete con el que tanto se pavoneaba. Ver en su cara el deseo hacía mi me daría la oportunidad perfecta para tenerlo donde deseaba.

—No estoy perdida, lo estaba esperando —murmuré con voz seductora captando su atención.

—Mmmm ya veo que la señorita sabe cómo atraer a un hombre como yo —comentó acercándose a mí.

—Soy consciente de mi poder frente a los hombres y usted, no sería la excepción —me levanté del sofá contoneando mis caderas mientras él embelesado con mi cuerpo, no se percató cuando mis manos se posaron en su espalda.

Masajeé su torso cubierto por un traje gris, deseando retorcerle el pescuezo, pero debía continuar con el plan de seducirlo. Sentí como sus hombros tensados se relajaban poco a poco permitiendo estar cada vez más cerca de mi objetivo.

— ¡Eres una diosa! —exclamó derritiéndose con los movimientos de mis muñecas.

—No tiene idea de las cosas que esta diosa es capaz de hacer —susurré en su oído logrando que un gruñido se escapara de su boca al sentir mis manos bajando lentamente por su columna.

—Me encantaría tenerla solo para mí, pero antes me gustaría ver el rostro de mi diosa —exigió intentando voltearse para quedar frente a mí.

—Dejémoslo así por ahora o ¿acaso no le excita el misterio? —dije de inmediato impidiéndole que me viera a los ojos.

Continué con mis propósitos aunque por dentro deseaba arrancar de mis manos el hedor asqueroso de su cuerpo. Por unos minutos se quedó quieto, pero estaba al tanto de sus intenciones.

—Deseo besarla —murmuró de repente.

—No sabe cómo me pone saber que le gusta tanto. Desde que llegué a la ciudad, moría por conocerlo y ahora que tengo la oportunidad de hacerlo disfrutar, no pienso dejarlo ir —seguí diciéndole las cosas que quería escuchar, siendo consciente del poder de mis palabras.

— ¿Acaso me espiaba Diosa? —insistió quedando frente a mí. Sus ojos negros intensos como la mismísima noche, me miraban con descaro.

—Una buena diosa conoce todo de su presa y usted es muy reconocido, una fiesta como esta era la oportunidad para hacer lo que llevo tiempo deseando —le sostuve la mirada por unos segundos cuando sus manos bordeaban mi cintura reclamando el beso que pedía.

Con astucia evité que lo hiciera y sintiendo que ya era el momento de ponerle fin a eso, lo empujé hacia una de las butacas que adornaban el escritorio y sin que se diera cuenta, extraje de mi cartera un par de esposas para atarlo al asiento.

—Hora del juego Esteban —pronuncié las palabras que alertarían a Izan. Con rapidez, tomé un brazo enlazando una parte a su mano y la otra al descanso de la butaca—, ¿o prefiere que lo llame el Mero Díaz? —mascullé en su cara arrebatándole de un tirón el disfraz que lo cubría. Sus ojos se abrieron como platos ante lo que escuchaba mientras intentaba soltarse.

—Maldita loca, ¿quién eres? ¿Por qué me hiciste eso? —refunfuñaba alzando la voz tratando de intimidarme, pero nada que viniera de él me provocaba eso. Ya no era aquella niña a la que asustó una vez, la Victoria que tenía delante era una mujer deseosa de venganza.

Reí con desagrado al escuchar sus quejidos de niñata miedosa. La sangre burbujeaba en mi interior con más fuerzas que cuando lo vi. Mi cuerpo estaba poseído por la maldad que años atrás él se encargó de implantarle a mi familia. La sensación de éxtasis era inimaginable, la furia corría por mis venas y podía sentir mis ojos verdes cambiar de color. Nadie me detendría, la caja de pandora se destapó y junto a ella todos los recuerdos dolorosos de un pasado que no podía olvidar, un pasado que me alcanzaba tras cerrar mis ojos, un pasado que terminaría hoy.

—Esto no se compara con lo que me hiciste hace dieciocho años atrás, pero te aseguro que será igual o peor de doloroso de lo que fue —lo amenacé con un odio que no sabía que habitaba en mi.

Tomé la foto que Emily me dio, una que Romero guardaba con llave junto al contrato de compraventa del Bufete donde salían mis padres y él conmigo en brazos.

—Yo soy inocente, me debe estar confundiendo con otra persona —hacerse el bueno en este momento no ayudaba en nada. Por lo que jugaría tan sucio o más como lo hizo él.

—Mira esta foto y dime que no sabes a lo que me refiero —le ordené que mirara tirando su cabeza con fuerza hacia tras mientras le restregaba en su cara la imagen de nosotros.

— ¿Cómo...? —lo escuché lamentarse por el dolor que le causaba con mi agarre.

Mi risa llenaba la habitación a medida que se acrecentaba mi rabia por tantas mentiras.

—El cómo la conseguí fue lo de menos, ahora deberías preocuparte el cómo me encargaré de que sufras por lo que nos hiciste.

—Vicky ¿eres tú? —cuestionó descubriendo finalmente quien era.

Quité la máscara de mi rostro dejando a la vista una cara enfurecida por el resentimiento y por todos los recuerdos que llegaban a mi mente como torbellino.

—Esa Vicky murió para ti el día que nos quitaste todo, el día que asesinaste con tus propias manos a Alba, pero sobre todo, el día que cavaste tu propia tumba, maldito desgraciado.

—Por eso aquel día que te vi en el Bufete, algo me decía que te conocía, pero fuiste más inteligente que yo y como un tonto me lo creí. Si hubiera sabido que eras tú, la mano no me temblaría para acabar contigo como hice con esa nana estúpida —sus frías palabras provocaron que con el puño cerrado, le estampara un piñazo que le partió la nariz.

La sangre de inmediato escurría por su labio, pero su risa malévola le impedía sentir dolor y eso aumentaba mis ganas de querer asesinarlo ahí mismo. Izan me habló por el micrófono en ese momento para que no cayera en sus provocaciones.

—Pegas fuerte, pero para mí siempre seguirás siendo esa niñata malcriada a la que le gustaba hacerse la rebelde para llamar la atención de todos. Juro por dios que si hubieras sido mi hija arrancaría todos tus dientes de una bofetada —soltó sin el más mínimo esfuerzo.

— ¿Así hiciste con la mamá de Emily al enterarte que te engañó? —siseé furiosa en su cara al sentir que tocaba una fibra sensible.

—Calla esa boca Victoria Marshall, o correrás con su misma suerte —musitó cayendo poco a poco en mi trampa.

— ¿Vas a provocar mi propio accidente o reconocerás de una vez que tú la mataste?

—Ella tuvo lo que se merecía por perra, por eso tuvo que morir —confesó—. Pero disfruté cada segundo de ruego de Stephan y de Estela aquella noche y si por mi fuera, lo volvería a hacer una vez más —mencionar a mis padres así me ponía más furiosa, pero él pagará.

— ¿Qué parte volverías a disfrutar, cuando los obligaste a la fuerza a firmar aquellos papeles que te hacían a ti el dueño de todo o cuando golpeaste a mi padre sin piedad porque se negaba a hacer lo que le pedías? —inquirí mientras caminaba en el mismo lugar como una fiera enjaulada.

— ¿De verdad quieres saber? —Atacó sin piedad—. Me recreé viendo al ver como tu nana de valiente se interpuso entre la bala que estaba destinada a la histérica de tu madre. Ver los ojos sin vida de ella fue lo que más placer me dio, pero sin dudas hubiera deseado que fuera tu madre la que ocupaba su lugar —eso fue lo último que dijo antes que me abalanzara encima suyo ganándose unos golpes que me causaban dolor.

La ira nubló mis ojos cegados por los recuerdos, mis nudillos sangraban sin cesar, pero yo no pararía hasta desfigurar su cara. El odio era más fuerte que yo impidiéndome ver con claridad, estaba a punto de acabar con toda la maldad que había en el mundo dentro de una sola persona. Su sonrisa irónica me opacaba los sentidos haciéndome más agresiva, más sanguinaria. Veía la sangre brotar por todo su cuerpo, hasta que sentí unas fuertes manos detenerme y las lágrimas corrían por mis mejillas por tanto resentimiento. Mis fuerzas comenzaban a desfallecer, pero la voz de Izan me prohibía derrumbarme. Apenas vi cuando Emily entró a la habitación y me consolaba diciendo que todo acabó. Recordé a mi Alba salvando la vida de mi madre; recordé a mi padre doblegado por los golpes, renunciando a todo lo que un día fue nuestro, a todo lo que ese desgraciado le provocó a mi familia, pero sobre todo recordé las palabras de Romero:

«Si valoras tu vida y la de tu familia, firmarás. Tus bienes pasarán a mi nombre, así como el propio Bufete. Vas a hacer lo que te estoy diciendo o si no, esto que según tú has levantado con tanto sacrificio dejándome a un lado, se convertirá en una masacre y peor aún, te voy a culpar a ti de sobornar al juez que precedía los juicios que ganabas. Haré que alguien testifique en tu contra alegando que "Marshall y Asociados", no es lo que parece. El prestigio del Bufete se va a ir por el cañón cuando te acuse de tener nexos con el narcotráfico y que esto no es más que una fachada, porque tú perteneces al Cártel "Las Cobras" ».

Todo pasó por mi mente con lentitud resucitando esta vez las palabras de mi madre que lo llevaron a perder el sentido y a que su pistola se disparara en dirección a ella, pero Alba lo impidió.

— ¿Por qué haces esto si nosotros te lo hemos dado todo? —comentó nerviosa mi madre.

—Pasa querida Estela que me cansé de estar bajo su mando, yo quiero mi propio negocio, ser mi propio jefe, ganar mucho dinero y convertirme en el mejor abogado penalista de la historia; pasa que ustedes son unos mediocres que se conforman con la miseria que ganan aquí. Me harté de eso y no puedo construir mi propio Bufete porque eso retrasaría mis planes y ustedes me van a ahorrar ese tiempo —gritó Esteban perdiendo la paciencia.

— ¿Mediocres? Tu eres un malagradecido, ese bufete del que ahora reniegas y nos robas, te han hecho quien eres. Tu no eras nadie cuando te contratamos, te hicimos persona. Este bufete te dio de comer, de vestir a ti y a tu familia. ¿Así nos pagas? Ojalá un día te descubran y te quiten todo, justo como nos estás haciendo ahora. Si el karma de verdad existe, vas a pagar y arderás en el infierno, tú no mereces ni el título que tienes —exclamó decepcionada mi madre ante la traición del que una vez consideró su amigo.

Acabaron con ese tormento firmando por el fin de nuestros días; ese lugar era todo lo que teníamos en España. Después, con la poca vergüenza que nos quedaba, regresamos a nuestro hogar dándole a Alba un lugar digno para descansar. Esa fue la condición que mis padres pidieron para poder irse de Madrid, con la amenaza de que nunca regresáramos y que si se nos ocurría hablar de lo ocurrido, se produciría la ejecución más sonada en la historia de Europa. Ella era la prueba que conectaba a Romero con el incidente y gracias a la ayuda de Izan, haríamos todo lo posible para que un forense la examinara; solo nosotros sabíamos donde se encontraba enterrada.

Quedándome con el recuerdo del "Camarón Encantado" en mi mente y de cuanta razón tenía mi nana sobre la ambición, me zafé de los brazos de Izan corriendo al único lugar donde me sentía segura. Bajé las escaleras buscándolo con la vista, pero a cambio me encontré con un par de ojos curiosos que me examinaban de arriba abajo.

— ¿Dónde está? —pregunté a mis amigos y a Carlos que continuaban mudos.

Al parecer el plan funcionó y todos lograron escuchar quien era Romero porque los que quedaban, me miraban como mis amigos.

—Se fue —respondió Carlos señalando a la puerta.

Corrí con la esperanza de detenerlo, de explicarle todo, pero sobre todo con la fe puesta en nuestro amor. Él debía escucharme y no condenarme por algo que guardaba en mi interior. A medida que avanzaba, escuché mi nombre en las voces de unas personas que conocía muy bien. Me detuve en seco ante la insistencia y al voltearme, quedé sin palabras al ver a mis padres junto a Martha vestidos con elegancia. Mi madre llevaba un vestido negro de gala hasta el piso resaltando su piel blanca; sus ojos pequeños color esmeralda poco maquillados luciendo sencilla y natural como siempre estaba. Un poco de rímel en sus largas pestañas y un poco de rubor en sus cachetes; su pelo castaño claro natural tan parecido al mío, caía sobre sus hombros desnudos haciéndola parecer toda una diosa. La verdad que en cuanto a facciones y a la forma de su cuerpo, nos parecíamos mucho. Mi guapo padre a pesar de los años, seguía de muy buen ver con su traje negro impoluto y sus zapatos a juego. Su cabello negro corto con marcadas canas y la barba, le hacía parecer un poco mayor. Sus ojos azules intensos sobresalían sobre su cara alargada siendo una de las cosas que más disfrutaba ver. Por una parte estaba feliz de verlos, por otra no quería que ellos hubieran sido partícipes de algo como esto y menos enterarse de mis planes de esta manera.

— ¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué hacen aquí? —pregunté ante la sorpresa.

—Yo los llamé, esta locura tenían que pararla, pero fue demasiado tarde —contestó Martha.

—Ahora no puedo hablar, necesito verlo —los dejé para seguir corriendo detrás de Fabián.

Lo observé acercarse a su auto y sin dudarlo, me despojé de los tacones que me impedían avanzar hasta que por fin lo vi antes de que entrara al coche.

—Fabián, mi cielo, tienes que escucharme, yo no quería que te enteraras de esta forma —grité deseando que volteara a verme. Su mirada se aferraba al suelo cementado y sentía la frialdad calarse por mis huesos.

—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, todo está dicho —respondió sin inmutarse a mirarme. Intenté acercarme para verlo, pero antes que siquiera lo intentara, se subió al coche.

—Yo te amo Fabián —confesé sosteniendo con fuerza la puerta del conductor.

Sonrió con ironía y solo por esa vez logré ver sus ojos azules, esos que me calmaban cuando más los necesitaba y ahora me miraban como si no me reconocieran.

— ¿Quién me ama, Victoria Ramos o Victoria Marshall? —inquirió hiriendo mi corazón.

—Te lo iba a contar, juro que lo haría. No nos hagas esto, necesito hablarte por favor déjame hacerlo —suplicaba por su perdón, sin embargo ya no veía rastro del Fabián que me hacía el amor en las noches, ni el que me cuidó en mis peores momentos; ese Fabián lo perdí.

—Sabes una cosa Victoria, siempre tuve mis dudas con respecto a los dos porque intuía que me ocultabas algo. Tuviste miles de oportunidades para contarme, ahora no la tienes y no la tendrás. No me busques más, olvídame que desde este instante yo no sé quién eres. Cuánta razón tenían en aquella llamada anónima, aquella en la que me mentiste y yo como un imbécil te creí. Tú preferiste el camino de la venganza antes de luchar por lo que teníamos. Ahora asume las consecuencias. —esas fueron sus últimas palabras antes de arrancar su auto y mirarme con rencor.

— ¡Fabián! —grité arrastrando las últimas letras antes de desmoronarme por completo.

Mis rodillas se aferraron al suelo y mis ojos inundados de lágrimas me anunciaban que perdí más de lo que creí. Fabián era lo único bonito y verdadero que tenía, pero sabía muy bien a lo que me enfrentaba; sabía que esto pasaría y simplemente no lo evité. Sentí los fuertes brazos de mi padre levantándome del piso mientras buscaba refugio en su pecho. Él me tranquilizaba con su cariño y su amor, pero deseaba que fuera Fabián el que lo hiciera. Solo esperaba que algún día me perdonara, por mi parte haría lo imposible para que me escuchara. Caminé agarrada de mi padre hasta llegar a la puerta por donde Izan sacaba esposado a Romero para que la ambulancia lo atendiera. Mis amigos llegaron a mi encuentro para estar cerca de mí y apoyarme. Observé la ambulancia alejarse con el sonido de la sirena y a Izan montarse en su coche para seguirlos.

—Ya todo acabó —me dijo mi padre que aún me sostenía entre sus brazos como una niña pequeña depositando un beso en mi frente.

No podía hablar, un nudo de emociones se alojó en mi garganta impidiéndome hacerlo. Estaba vacía por dentro, no tenía fuerzas para nada. Apenas escuchaba lo que hablaban, solo quería dormir, dormir y volver hacerlo para olvidar. Escuché a mi madre decirle a mi papá que buscara el auto para irnos y fue así como unas horas después, el chorro proveniente de la ducha, quitaba los estragos de la noche eliminando el olor asqueroso de Romero. Mi madre me acurrucó en la cama y con sus palabras de aliento, poco a poco fui cayendo en un sueño profundo.

—Aquí estamos para ti —susurró antes de cerrar mis ojos y sentir sus cálidos labios en mis mejillas.

****

Los días pasaron y desde lo sucedido con Romero todo ha sido una locura. Izan me contó que por fin pudieron allanar la casa de seguridad y decomisaron varias cosas incluyendo la droga que había en el lugar. A Romero lo trasladarían a una cárcel de máxima protección de donde no saldría nunca más. Mis padres permanecían conmigo en la casa y no se irían hasta cerciorarse que estaba bien. Les conté como fue que se dieron las cosas con Fabián y sobre todo hablamos del trabajo que acepté en el Bufete y a partir de ahí como fui descubriendo ciertas cosas de Romero que me llevaron a esto. Al principio se enojaron por no haberles contado, pero entendieron que de otra forma nada de lo que pasó hubiera sido posible sin mi valentía para enfrentarme a él. En cuanto a Fabián cada vez que lo veía e intentaba hablar con él, me ignoraba y apenas me miraba. Se pasaba el tiempo huyendo de mi, ni siquiera ocupaba la misma oficina que nosotros. Eso no me sorprendió para nada porque era obvio que no quería estar en el mismo lugar que yo. Emily y Carlos hablaban conmigo aconsejándome que lo mejor fuera darle tiempo para que asimilara todo. Decidí hacerles caso y dejar de perseguirlo por unos días.

Después del incidente en la casa de Romero, las nauseas continuaron y cada vez me encontraba peor. Mi madre al estar al tanto, no paraba de insistir en que debía hacerme una prueba de embarazo solo para estar seguras. Yo le quitaba importancia atribuyéndoselo a mi gastritis cuando estaba nerviosa y estresada, pero la verdad comenzaba a preocuparme porque mi periodo tardó más de la cuenta. Haciendo caso a las palabras sabias de mi madre y rezando porque se equivocara, me dirigí a una farmacia para obtener una prueba de embarazo. Cuando llegué a la casa, mi padre no se encontraba. Al contarle lo de Sandoval, no dudó en ir a visitarlo ahora que su vida no corría peligro y su carrera política no se vio afectada. Mi madre me acompañó al baño para darme apoyo y al mostrarle las cinco cajas que compré con la prueba, no paraba de reírse llamándome exagerada.

—Anda ve tonta que nosotras las madres nunca nos equivocamos —comentó con cara traviesa.

—Vale, ya voy —dije con voz temblorosa.

Entré al baño siguiendo las indicaciones que ponían en la caja y esperé el tiempo señalado para conocer el resultado. En ese lapsus de tiempo, mi mente no paraba de hacerse ideas en caso que fuera positivo, pero sobre todo pensaba en Fabián y en como eso podía cambiarnos para siempre. Las manos me temblaban y sentía el corazón querer salirse de mi pecho antes de acercarme a revisar. Pasado unos minutos de haberme hecho todas las pruebas, abrí la puerta del baño muerta de miedo y al mirar a mi madre que daba brincos de alegría, sabía que jamás se equivocaba.

—Lo sabía —suspiró estrechándome en sus brazos feliz por la gran noticia que le daríamos a mi padre.

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