Capítulo 14: Amenazas

La felicidad que horas antes era la causa de nuestras sonrisas, fue reemplazada por un sentimiento de angustia y desasosiego por parte de Fabián, al no saber dónde se encontraba su madre. Afuera de la casa nos esperaba Esther, su tía junto al tío que aún no conocía, nerviosos esperando por nosotros. Le preguntaron a cada vecino si la habían visto, pero la respuesta por parte de ellos no era para nada alentadora. Por desgracia, esta era una de las cosas que las personas con esta enfermedad tendían a hacer. Martina siempre llevaba consigo, un reloj inteligente que le daba la ubicación exacta tanto a Fabián como a Esther en caso de una emergencia. La cuestión era que Martina lo dejó en la casa tomando las llaves del auto de Fabián, dirigiéndose a vaya saber dónde. Con un poco de suerte, el GPS del auto estaría activado permitiéndonos conocer donde estaba. Fabián tomó el celular en sus manos aparentando seguridad y buscó la aplicación que le permitía rastrear el auto.

—La tengo —dijo con una voz esperanzadora.

Todos nos dirigimos hacia el auto que la finca disponía para los trabajadores, cuando creí que me subiría junto a ellos, Fabián sujetó mi mano.

—Vicky, te pido que te quedes, no sabemos cómo vaya a reaccionar y quiero evitarte tragos amargos.

—Fabián, solo quiero apoyarte, somos una pareja ¿recuerdas? —comenté un poco decepcionada por sus palabras.

—Así me ayudas, por favor, no quiero perder más tiempo —asentí comprendiendo la situación, aunque en el fondo estaba hecha pedazos.

Vi el auto desaparecer en el camino sintiéndome excluida, aunque también era consciente de la realidad. Era un momento familiar y solo ellos lograrían traer de regreso a Martina. Entré a la casa encontrándome a Nico que brincaba contento al verme y por supuesto ansioso por salir al patio. Hice lo que sus ojitos abnegados de súplica me pedían, tomé la correa que estaba junto a su camita en la sala y no lo hice esperar. Hasta para mí era bueno caminar para dejar de lado ese sentimiento de rechazo. Estuvimos una hora paseando por los alrededores de la finca, conocí a algunos agricultores que me trataron con mucho cariño y otros que vi desde mi posición trabajando la tierra. La familia de Fabián tenía un área de cultivos bastante extensa, una de las más productivas de la ciudad según testifican. Estar rodeada de naturaleza era una de mis grandes pasiones, no había nada más saludable que respirar el aire puro del campo, escuchar los alaridos cantos de las aves y sentir la brisa golpeándote el rostro. Conluido ese tiempo, decidí dar el paseo por terminado, Fabián llegaría en cualquier instante. Estando lo suficiente próxima a la casa, percibí la camioneta blanca en la que salieron en busca de Martina, acercarse a la entrada. Apresuré mis pasos observando como el sol, iluminaba el rostro revitalizado de Fabián al volver con su madre. Por más que me hubiese molestado con él por alejarme de sus problemas, no podía estarlo mucho más, era mirar sus ojos y olvidarlo todo. Llegué hasta ellos alegrada por ver a Martina, ahora mi suegra, sin un rasguño bajando del auto; por un instante temí que algo malo le hubiese sucedido.

—Fabi tu padre me dijo que me reuniera con él, no lo iba a dejar esperando —dijo Martina.

—Mamá, no puedes salir sola y menos sin avisar. Nos tenías preocupados a todos, espero que no lo vuelvas a hacer —la regañaba Fabián mientras ella protestaba sin cesar.

Me hubiera encantado conocer al papá de Fabián, aunque no tenía idea de cómo murió, era evidente que ese fue el detonante para su Alzheimer.

—Basta de regaños Fabián Duarte, yo soy una mujer adulta y no le debo explicaciones a nadie. Por tanto, deja de tratarme como si fuera una loca porque no lo soy —Fabián finalmente se dio por vencido, no podía seguir discutiendo con ella.

La armonía regresó al hogar después de varias horas en las que Fabián se cercioró que su madre no volviera a olvidar su reloj. Estábamos todos al pendiente de Martina, incluso en varias ocasiones conversó conmigo muy animada y completamente cuerda. El fin de semana pasó demasiado rápido, me gustaría haber podido disfrutar un poco más antes de regresar a Madrid, pero sin dudas estar alejada de la ciudad y de esos recuerdos que me agobiaban, fue lo mejor. Sobre todo el hecho de que ahora dejé de ser la Licenciada Ramos, para convertirme en el cielito de Fabián. Me encantaba que me llamara así, en especial cuando me hacía el amor en las noches. Una vez todos se fueron a dormir, Fabián me empujó afuera a sentarnos en el columpio de madera que su padre construyó para ellos, a observar la hermosa vista que nos brindaba aquel paraje.

—Perdón por todo esto, tenía muchos planes para nosotros, pero ya vez como es mi situación aquí —me dijo abrazados en una manta, bajo un cielo cubierto de estrellas reflejadas en el río.

—No tengo nada que perdonarte, solo quisiera que me dejaras formar parte de tu vida. Quiero estar contigo Fabián, no solo en esos estupendos y morbosos instantes, sino en los de verdad, en los que me necesitas. Ahora no estás solo —comenté haciendo referencia a cómo me sentí cuando me alejó de su lado.

—He pasado tanto tiempo solo, que he olvidado cómo se siente ser apoyado por alguien, pero te prometo que eso cambiará —me besó la punta de la nariz-. Por cierto, con todo esto no hemos podido conversar de lo que estuviste a punto de confesar —creí que había dejado de lado el tema, pero al parecer eso no entraba en su cabeza.

—En otro momento será. Ahora cierra tus ojos y pide un deseo —le indiqué justo cuando una estrella fugaz cayó a lo lejos, tratando de desviar el tema—. Espero que en ese deseo haya estado yo —sonreí perdiéndome en sus carnosos labios.

— ¿Quieres saber lo que pedí? —murmuró separando nuestras enardecidas bocas—, a ti.

Apretó su cuerpo contra el mío besándome como solo él sabía. Sus fuertes manos viajaban por toda mi espalda aumentando el deseo y la pasión. En un arrebato, haló mi brazo llevándome hasta el puente de madera que pasaba por encima del río que nos transportaba hacia los cimientos del plátano de sombra, un árbol típico de la región. Colocó con premura la manta que minutos antes nos cubría de la húmeda noche, sobre la fresca hierba cumpliendo con lo que deseó. Ahí bajo una inminente luna llena, donde nuestros gemidos eran opacados por el aullido de las lechuzas, Fabián fue mío y yo fui suya. En ese minuto no me importaba nada, solo sentir sus ardientes besos sobre mi piel y como llenaba de amor, los espacios en blanco concebidos para la venganza. Todo mi ser me gritaba que abandonara, que disfrutara de los mágicos momentos que me regalaba la vida con este maravilloso hombre, pero vine con un objetivo a este país y lo iba a cumplir sabiendo que arruinaría lo que estaba viviendo con Fabián.

****

El día de marcharme llegó, Fabián no quería dejarme ir, pero sabía que asistir a la consulta con el médico era imprescindible. Además, lo más seguro era que me darían el alta y eso significaba que mis planes continuaban. Me despedí de todos en la casa prometiéndoles regresar lo antes posible, Martina se encariñó mucho con Nico y me sentía en la obligación de traerlo. El viaje fue rápido a pesar de la añoranza que ya tenía por dejar a Fabián detrás, él me acompañaría al hospital y me dejaría en mi casa para volver con su madre. Solo serían unos días hasta que Martina estuviera más controlada y así él revisaría algunos asuntos con respecto a la empresa. Dejamos a Nico dormido en el auto por unos instantes para ser recibidos por el Doctor Morales en su consulta. La buena noticia llegó cuando el doctor me indicó que estaba fuera de peligro y que podía empezar a currar cuando quisiera, eso sí, me repitió una vez más que si comenzaban las pesadillas o cualquier otra cosa, que lo notificara de inmediato. Salimos felices de la mano dirigiéndonos hacia el departamento. Mi guapo novio me ayudó con todas las maletas y se despidió de mí asegurándome que no me daría tiempo a extrañarlo. Si supiera que en ese último beso ya lo hacía, no se iría, pero consciente de que era lo mejor, le juré hablar vía Skype todas las noches y así no lo sentiría tan lejos.

Una vez acomodé todo, le marqué a Izan para indicarle que había regresado y que ya estaba de alta, algo que lo puso de buen humor. A modo de celebración, me invitó a almorzar cuando acabara el interrogatorio con uno de los miembros del Cártel. Subí las escaleras hacia el cuarto para cambiar mi ropa por una más acorde a la ocasión. Tomé un pantalón vaquero azul con una camisa blanca, un blazer rojo remangado hasta los codos combinándolo con unos zapatos de tacón a juego y por supuesto el reloj de pulsera que mi padre me regaló. Peiné un poco mi corta melena retocando algunas hondas, luego pinté mis labios de color carmín luciendo sencilla con tantito rubor y rímel. Me despedí de Nico que mordisqueaba como un loco, un Mickey de goma que se convirtió en su favorito. Alzó su cabecita mirando hacia la puerta por donde desaparecería hasta la tarde. Al llegar a la unidad, le informaron a Izan de mi arribo y sin importarle los ojos curiosos que volaban por el lugar, me estrechó en sus brazos alegre de verme.

—Vaya, me voy a hospitalizar más seguido para que me sigas recibiendo así —bromeé con él ganándome una mirada acusadora.

—Nunca vuelvas a hacerme pasar por un susto así, por un momento creí que te perdía —replicó mientras entrabamos en su oficina.

—No sé que hubiera sido de mi si no hubieras llegado a tiempo.

—Lo importante es que estás bien. Pero cuenta, ¿qué tal tu viaje con Fabián? Veo un brillo especial en tus ojos, al parecer fue perfecto —preguntó curioso.

—Ya somos novios —confesé aún sin creerlo.

—Me alegro mucho por los dos, Fabián es un buen tipo —reveló.

— ¿Qué te parece si continuamos la conversación en ese almuerzo? —asintió—. Vamos al asunto, ¿dónde lo tienen?

—Vale.

Mi amigo me dio toda la información del prisionero alias "El buitre" y de inmediato fuimos al área de interrogatorios. Él se quedó en la habitación contigua a la mía para escuchar todo detrás del cristal. Cuando estuve dentro, coloqué los papeles que tenía en mis manos y simplemente esperé recostada a la pared. Pasado unos minutos, entró escoltado por un policía, al levantar la vista, me topé con su mirada lasciva recorriendo mi cuerpo, ya estaba acostumbrada a ello, así que me aproveché de eso. El guardia nos dejó solos y comencé con el contacto visual, eso me permitía mantenerme conectado a él. Me ubiqué en mi asiento observándolo mejor. Era de tez morena, ojos negros como la noche, de estatura mediana, musculoso y con una expresión en su rostro que podría derretir glaciares por la frialdad que desprendía. Según los informes, llegó ilegal a España desde México hace cinco años con su mujer y su niño. Nadie sabía su ubicación hasta que la policía dio con ellos cuando él insistió tanto en que necesitaba enviarles dinero lo antes posible. Ellos descubrieron que el hijo presentaba un traumatismo craneal, inducido por una caída y que llevaba varios días hospitalizado.

— ¿Fue por usted que me sacaron de la celda? No está mal, por lo menos no le veré más la cara al bato ese -alardeó inclinando su cuerpo hacia adelante para estar a mi altura como si quisiera intimidarme. Y con "bato" supuse que se refería a Izan.

— ¿El buitre cierto? O prefiere que lo llame ¿Pedro Aguilar? —pregunté sin bajar la mirada.

—Como guste mamacita —repasó mi cara con detenimiento hasta llegar a mi escote. Mis próximas palabras no fueron para nada agradables.

—Licenciada Victoria Ramos para usted y como me vuelva a llamar mamacita va a desear no haber abierto el pico, así que cuide su boca ¿Entendido? —espeté con desagrado logrando captar su atención.

—Muy bien Licenciada, ¿Para qué soy bueno? porque no movió su culito hermoso solo para verme.

—Me gustaría que respondiera unas preguntas —dije buscando una foto de Sandoval—, ¿Conoce a este hombre? —dirigió su vista hacia la fotografía.

—No —negó mirando al suelo. Ese gesto indicaba que mentía, porque de lo contrario no se tomaría el tiempo en observar cada detalle de las losas.

—Mírala de nuevo —le dio un vistazo de mala gana ante mi exigencia.

—Le dije que no —negó una vez más.

—Vale, dentro de un rato veremos si su respuesta se mantiene —hizo una mueca de desaprobación.

—Ahora observe detenidamente esta otra —le mostré otra imagen con la cara de Barroso. De inmediato noté como su mandíbula se tensó y su respiración se aceleró; sus manos estaban sudorosas y los nervios comenzaban a jugarle una mala pasada; eso solo indicaba una cosa, sabía muy bien quién era y lo peor de todo que le temía.

Al notar su condición y ver que no respondía, sentí que era oportuno meter el dedo en la llaga.

—Estoy esperando una respuesta —insistí mientras llevaba las uñas a su boca y se balanceaba como un loco—. ¿Me va a seguir negando ahora que no los conoce? Déjeme refrescarle su memoria. El primero que le enseñé se llama Hugo Sandoval, ¿te suena de algo? —continuó sin mediar palabras-. ¡Míreme! —levantó la vista para encontrarse con mis ojos cargados de rabia ante la actitud marica que estaba teniendo-, y este, por el que no quieres ni asomar la cabeza, se llama Óscar Barroso con quien estuviste el día que se lanzaron a la casa del abogado Gonzalo para amenazarlo a él y a su esposa. Así que ahórreme todo esto porque tú y yo sabemos muy bien que lo conoce.

Con una sonrisa triunfal, miré hacia el cristal siendo consciente que Izan prestaba atención a todo lo que pasaba. En pocos minutos conseguí desestabilizarlo con la caña que le estaba metiendo.

—Quíteme esa foto delante mío, quítela... —alzó la voz logrando que uno de los guardias que esperaba en la puerta entrara.

— ¿Pasa algo Licenciada? —preguntó.

—Tráele un vaso con agua, así se calmará —asintió y cerró la puerta tras él.

Al poco rato regresó con lo que le pedí y poco a poco su respiración se fue normalizando.

—Espero que se sienta mejor porque mi paciencia se está agotando. Este es el acuerdo, o habla ahora u olvídese de la protección que exige para su familia y para usted —abandoné el asiento para colocarme al final del cubículo, me sentía como un volcán en erupción a punto de explotar.

—Usted no entiende, si hablo me van a matar o peor, le van a hacer algo a mi familia —contestó al fin.

—Aquí no tienen como hacerle nada —insistí.

—Él tiene ojos y oídos en todos lados. Ya le dije a ese inspector que hasta que mi familia y yo no tengamos resguardo no cuento más nada —casi gritó ante la impertinencia de mis palabras.

— ¿Él? ¿Quién es él? ¿Barroso? Ahora mismo anda huyendo como el cobarde que es, mientras tú estás aquí sin poder ver la luz del sol, sin poder siquiera abrazar a tu hijo convaleciente en el hospital, sin poder estar presente en cuanto mejore y te digo más, estoy convencida que fueron ellos mismos los que le provocaron esto, ¿realmente quiere eso para su vida? ¿No le importa lo que piense su hijo cuando crezca y sepa que su padre tuvo la oportunidad de salirse de esta mierda y no lo hizo? —me detuve por unos segundos tratando de controlarme.

Los recuerdos de aquella noche llegaron a mi mente obligándome a sentir rabia y odio por una persona que casi lograba arrebatarme el último aliento. Eso era lo que él quería, pero no lo tendría, no le iba a dar ese gusto.

— ¿Ve esa horrenda cicatriz en mi piel? —Subí mi camisa hasta donde se encontraba la marca que me dejó, obligándolo a que la recordara—. Usted y yo tenemos más cosas en común de lo que cree. Barroso me hizo esto y te juro que no voy a parar hasta encontrarlo, así que piénselo bien antes de responder, porque le aseguro que si da un paso en falso, va a pasar los últimos años de su vida encerrado en una cárcel aislado de todo el mundo y ahí, si le puedo asegurar que no vive para contarla —di un fuerte manotazo en la mesa, provocando que brincara asustado en su silla.

—No, no quiero eso. Ellos le hicieron eso a mi pequeño porque yo me negué a cumplir una orden y no les importó que fuera un niño. Lo empujaron sin piedad contra el piso y se golpeó con fuerza en la cabeza causándole una contusión craneal que le puede costar la vida, mi única solución para pagar los gastos hospitalarios, fue aceptar, yo no quería. Usted tiene razón, voy a decirles todo lo que se —por fin logré meterlo en cintura.

—Lo escucho —regresé a mi lugar dispuesta a oír todo lo que tenía para decirnos—. Primero quiero que me digas qué papel juega Barroso en todo esto.

—Yo no lo conozco por su nombre verdadero, todos lo conocemos por "El cobra", el segundo dentro de la organización "Las Cobras", la que me dio asilo cuando llegué a este país, creo que ya eso lo saben —asentí—. El plan desde un inicio fue sacar del camino a ese señor que me mostró en la foto. Para ello era necesario usar su compañía, utilizamos una de las empresas que tenía negocio con él. "El cobra" planeó todo desde un inicio, pero no lo hizo solo, la cabeza pensante en todos los pasos que se dan, es del Mero Díaz, el líder absoluto del cártel —explicó.

Escuchar ese apodo me recordó a lo que Izan me dijo hace unos minutos atrás: «Solo se sabe que es el temerario Mero Díaz porque asesinó sin piedad al antiguo líder»

— ¿Cuál era su participación en los hechos? —pregunté.

—Yo me encargué de dar el pitazo a la policía para que el plan se llevara a cabo y el resto, bueno... ya es historia.

Todo cobraba sentido ahora, su objetivo era sacar a Sandoval del camino y así usar Sandoval's Car una vez desmantelada la Textilera, como la base de sus operaciones.

— ¿Por qué arremeter en contra del Licenciado Gonzalo? —continué a la carga.

—"El cobra" se volvió loco cuando descubrió que el tal abogado, le tomó unas fotos que lo perjudicarían, él sabía que debía amenazarlo para que se mantuviera callado y eliminar para siempre esas imágenes. Lo siguiente que sé es que desperté en esta Unidad, porque alguien me noqueó mientras vigilaba la entrada de la casa -una risita maliciosa se escapó de mis labios al recordar ese día. Ahora sabía que todo lo aprendido con mi maestro valió la pena.

—Una última cosa, ¿reconoce este anillo? —extendí mi mano para mostrarle el anillo que con mis propias manos le arranqué a Barroso aquella fatídica noche. Lo observó por unos minutos como si estuviera haciendo memoria.

—Si, es del "Cobra". Los principales jefes lo llevan en el dedo meñique como representación del Cártel, solo ellos lo portan —respondió con total seguridad. De inmediato mi mente voló a gran velocidad hacia esa persona que le vi uno similar. No podía ser lo que estaba pensando, no, definitivamente debía borrar esa descabellada idea de mi cabeza, pero ante la duda investigaría.

—Gracias por su cooperación, ahora lo dejo con el Inspector Rivera que estoy segura que aún le faltan cosas por saber —me despedí de él y en un ademán de aprobación, supe que me había ganado su respeto.

Izan entró a la sala con total satisfacción, consciente que preparé todas las condiciones para que Pedro o el buitre, como se llamara, ayudara a la policía para de una vez por todas a aniquilar dicha banda. Esperé un rato a que Izan terminara y así dirigirnos a la cafetería de Rosita a quien le envié un mensaje poniéndose muy contenta de que la visitara.

Una vez aparcamos en el parqueo, nos encaminamos hacia la entrada del local. Al entrar, una exquisita aroma invadió mis fosas nasales, eso era justo lo que mi estómago clamaba. Rosa acudió a nuestro encuentro con su cariño habitual y su hermosa sonrisa.

—Mi niña que bueno es tenerte por aquí y ya recuperada —dijo estrechándome entre sus brazos.

—Han sido días difíciles Rosita, pero aquí estoy, yo sí que extrañaba tu calorcito y tu deliciosa comida —comenté mientras nos acomodaba en la mesa habitual y saludaba a Izan con afecto.

—Ya sabes que me encanta malcriarte ¿Vas a querer lo de siempre? —ella sin dudas conocía mis gustos—. ¿Para ti? —se dirigió a Izan.

—Lo mismo que Vicky, me ha dicho que los cocidos de aquí están para chuparse los dedos —todos reímos por el comentario.

—Enseguida estoy con ustedes —ambos asentimos.

Unos minutos más tarde, un humeante plato de cocido madrileño se presentó ante nosotros, ese guiso nadie lo preparaba como ella. Mientras nos deleitábamos con la deliciosa comida, Izan me platicó que pudo revisar el expediente del caso de la esposa de Romero. Aunque las pruebas parecían concluyentes, su instinto de policía le alertaba que algo no estaba bien, pero que desgraciadamente, eso no era suficiente para reabrir el caso. Después de mucha platica, decidimos marcharnos, Izan manejaría hasta la Unidad y yo me dirigiría a la casa, Nico debía estar como loco por salir a pasear. Al llegar, mi amigo peludo brincaba emocionado y posaba sus bonitas patas sobre mis piernas. Me agaché para estar a su altura y su juguetona lengua se deslizaba por mi cara. Aquello era una de las cosas más bellas que había, saber que tenías a alguien que se ponía feliz con tan solo verte. Sus ladridos me indicaban que estaba necesitado de ir afuera, así que no lo hice esperar. Solté mi bolso en el sofá y me dirigí al cuarto para cambiar mi atuendo por una sudadera, un short y mis zapatillas de correr. Tomé con rapidez la correa para caminar hasta la calle de Alcalá, al noroeste de la ciudad y de ahí hacia el parque del Retiro; ese era nuestro recorrido diario. Durante la caminata, nos encontramos con otras personas que llevaban a pasear a sus perros; enseguida Nico se hizo amigo de un pastor alemán. Era increíble como ese pequeñito se ganaba la confianza de los demás. Durante una hora estuvo correteando por todo el parque, mientras yo conversaba muy animada con su dueño, un señor de unos cincuenta años, alto, musculoso, de piel blanca y muy agradable que enseguida me puso al tanto de las cosas que hacía su pequeño Jacob.

Al regresar a la casa, Nico fue directo a beber agua de su tina, en cambio yo realizaría una búsqueda en Internet para adquirir un teléfono desechable que me permitiera llamar sin ser rastreada. Descubrí una página local donde llevaban los pedidos a domicilio por un precio justo; esa misma noche lo tendría en mis manos. Un poco agotada por la marcha, tomé una relajante ducha caliente, me arropé con el pijama de dormir tomando mi celular para avisarle a Martha que mañana regresaba al bufete. Así estuvimos un rato enviándonos mensajes de textos para arreglar todo para entrar a la oficina de Romero, quien estaría fuera a partir del mediodía.

El día venció a la noche, permitiendo el comienzo de una larga jornada laboral donde por fin mis planes se llevarían a cabo. Lo primero que hice antes de arreglarme para el trabajo, fue bajar a Nico. Después de saciar las necesidades de su cuerpo, preparé algo de comer para los dos. Ataviada en unas sandalias de tacón negras, un vestido de polipiel y mi gabardina beige, ascendía de mi auto para reincorporarme al Bufete como toda una reina. Si Barroso creyó que una bala arruinaría mis propósitos, estaba totalmente equivocado, solo un milagro me haría abortar mi misión. Cuando mis pies tocaron con firmeza la amplia recepción, fui recibida por todos con aplausos y como no, con un ramo de rosas de la mano de Romero. Para mí fue una sorpresa, nunca esperé que con tan poco tiempo de estar aquí, fuera tan querida por los demás.

— ¡Bienvenida nuevamente! —exclamó Romero estrechando mi mano con la suya. No podía ocultar el odio que sentía por él, pero como una buena actriz, interpreté mi papel muy bien.

—Gracias por esto, significa mucho para mí —con una enorme sonrisa, miré a Lucía, Vanessa y a mi Tita que estaban feliz por mi retorno.

Al entrar en mi oficina, la primera que vi fue a Emily quien apenas me miró, algo que no era de extrañarse, sin embargo Carlos dejó lo que estaba haciendo para saludarme. Un mensaje de Martha diciéndome que nos encontráramos en el baño, fue motivo suficiente para abandonar mi asiento.

—Listo, ya tienes el terreno libre —comentó Martha—. Espero que sea rápido Victoria Marshall, porque puede llegar en cualquier momento —mi cuerpo se tensó por el hecho de escuchar mi apellido verdadero, tenía miedo que alguien pudiera escuchar.

— ¡Shh! Joder Martha que te pueden oír —me quejé justo al escuchar un ruido extraño sucumbiendo en uno de los sanitarios. De inmediato abrí cada una de las puertas, excepto una que estaba fuera de servicio. Aquello alertó mis sentidos, nadie podía sospechar ni por un segundo que Victoria Ramos era en realidad Victoria Marshall. La sola idea de que alguien escuchara mi nombre completo, me asustaba, mis planes debían seguir adelante como fuera.

—Lo siento mi niña, aquí no hay nadie. Vamos, no perdamos más tiempo.

Antes de entrar a la oficina de Romero, nos aseguramos que nadie merodeaba por allí. Debía ser lo más rápida posible, el jefe regresaría en cualquier instante. Lo primero que hice fue revisar en la computadora los archivos que para suerte mía, se encontraba desbloqueada como si supiera que alguien accedería a ella. Entré a lugares donde fuera viable esconder información clasificada, pero no hallé nada, Romero no era tonto como para dejar sus secretos expuestos. Desistí de aquello y registré cada cajón, cada compartimiento; eso me llevó a pensar que allí no encontraría aquello que buscaba y que probablemente se encontrara en su casa. Dejé todo como estaba y cuando me disponía a abandonar la habitación, la voz de Emily me detuvo.

—Martha, ¿sabes a dónde fue mi padre? —preguntó.

—El Licenciado Romero salió hace un rato.

— ¿Dijo a dónde? —continuó Emily con sus preguntas, solo esperaba que no quisiera entrar a la oficina porque de lo contrario estaría frita.

—Señorita, usted sabe que su padre no da explicaciones, ¿desea algo? —contestó Martha tranquila.

—Tengo que entrar a su oficina a buscar unos papeles que dejó para mi —como si mi boca fuera santa y aquella arpía del demonio me hubiera escuchado, ¿será que sospecha algo? Pensé con los nervios a punto de apoderarse de mí. Mis esperanzas estaban puestas en Martha.

—Él no me dejó nada para usted. Además tengo órdenes estrictas de no dejar pasar a nadie, eso usted lo sabe.

—Yo no soy cualquiera... —fue interrumpida por una voz masculina.

— ¿Qué sucede aquí? —cuestionó un hombre. Dios mío y ahora qué hago, me dije. Era la voz de Romero. De inmediato localicé un lugar en donde esconderme.

El sofá estaba cerca de la ventana, ahí podía ocultarme en caso de que entraran a la oficina. El murmullo continuaba afuera y entonces escuché como la puerta se abría.

—Martha yo me encargo de Emily, solo vine por unos papeles que olvidé —indicó Romero—. Ya te he dicho miles de veces que nadie entra a mi oficina sin mi permiso —se dirigió a Emily con rudeza mientras rebuscaba en su escritorio. La tensión podía cortarse con un cuchillo.

—Yo soy tu hija y por lo tanto tengo derechos —gruñó Emily.

—Por desgracia corren mis genes por tu sangre. Si no hubiese sido por la perra de tu madre que me la jugó, tú no estuvieses aquí. Así que hazme el favor de salir de mi oficina —esas palabras reflejaban el resentimiento de él por ella y de la forma en la que se refirió a su mujer, me dio a sospechar. Entonces recordé lo que me contó mi Tita sobre su muerte, me sentía mal por Emily, no debía ser fácil para ella vivir con alguien así.

—Con mis propias manos haré que te tragues cada una de tus palabras. Nadie sale de este mundo debiendo nada y tarde o temprano pagarás, eso no lo olvides. Me voy a convertir en aquello que nunca has deseado y te juro por mi madre que te arrepentirás -su amenaza provocó que él la mirara con aborrecimiento. Nunca escuché hablar a Emily de esa manera, pero era lo menos que se merecía aquel desgraciado.

El silencio reinaba de nuevo en aquella habitación, asomé mi cabeza para comprobar que ciertamente aquellos dos se marcharon. En ese instante Martha entró y yo salí como alma que llevaba el diablo.

—Vaya susto el que me he llevado, no me pasó por la mente que Romero se hubiera dejado su portafolio —murmuró Martha aún con el reflejo del miedo en su rostro.

—Ni lo menciones, por poco la liamos parda. Romero no tiene nada en su oficina Tita, él sabe cuidarse mucho.

—La información que buscas debe estar en su casa. Hoy la libramos, espero que Emily no haya sospechado nada —dijo Martha.

—Lo mismo opino, aunque tuve la sensación de que miraba por los alrededores en busca de algo, quizás fueron imaginaciones mías. Debemos encontrar la forma de entrar en su casa, ¿con qué frecuencia vas allí?

—Últimamente no voy mucho por allá, pero sé cuando pudiera ser. El bufete pronto llegará a su veinte aniversario, hay planificado en la agenda de Romero, una fiesta de disfraces que dará en su casa, esa es la oportunidad idónea para lo que quieres hacer -era un excelente plan para registrar cada rincón en busca de esas pruebas.

—Supongo que es hora de buscar un traje para mi —comenté victoriosa-. ¿Sabes algo de aquella salida misteriosa que me dijiste? —pregunté ganándome una mirada de regaño por parte de Martha.

— ¿Tu no piensas parar? —negué con la cabeza—. Es este jueves —dijo rendida ante mi insistencia.

Desaparecí de aquella zona antes que alguien más apareciera y nos relacionara a mí y a Martha. Busqué en mi bolso el paquete que recibí en la noche para hacer algo que llevaba tiempo deseando. Me encerré en los aseos de nuevo tomando un pañuelo que ocultaría mi identidad y marqué un número de teléfono. Al tercer timbre, la voz arrogante de mis pesadillas contestó.

—Yo sé lo que hiciste y pagarás —lo amenacé mientras escuchaba como su tono de voz se endurecía.

— ¿Quién habla ahí? No sabe quién soy, tarde o temprano te descubriré —espetó con desagrado.

—Se equivoca, sé muy bien quién es usted. Cuídese que estoy tras sus pasos —colgué dejándolo con la palabra en la boca. Me hubiera encantado verle la cara a Romero al saber que alguien vigilaba sus movimientos, estaba dispuesta a todo, ya nada me detendría.

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