Capítulo 10: "Sentimientos encontrados"
Después de pasar una increíble mañana con Victoria en mi apartamento, cada quien se fue en su auto hacia el Bufete para no levantar sospechas, ella iría a su casa a cambiar su ropa y yo directo a la oficina. Lo que sucedió anoche entre los dos fue algo difícil de explicar, no era la primera mujer que llevaba a mi hogar para disfrutar del sexo sin tabú, pero con Victoria fue diferente. La forma en la que me hizo sentir, no lo había sentido con nadie en mucho tiempo. No sabía si era su manera arrebatadora y entregada la que me tenía así, o si su exquisita piel provocó estas emociones en mi, solo que moría por volver a tenerla entre mis brazos. Sentirme atraído así por ella, me paralizaba un poco, el miedo a enamorarme y a ser lastimado nuevamente lograba que gran parte de mi se alejara. Era imposible negar que me gustara porque estaría mintiéndome a mí mismo y a lo que éramos capaces de hacer en la cama, pero más allá de eso, más allá del deseo y la pasión, ella era un enigma que me había propuesto descifrar.
Una vez que mis pies tocaron el umbral del bufete, mis ojos percibieron a Emily que se acercaba a mí con cara de enfado.
— ¿Ya te acóstate con esa zorra? —gruñó.
—No sé a qué te refieres —continué mi camino directo al elevador sintiendo los pesados pasos de Emily en mi espalda.
—No me lo vayas a negar, los vi salir juntos —instintivamente mis pies se detuvieron en seco ante lo que escuchaba.
— ¿Acaso me estás expiando? Porque yo no te he dado ese derecho, ¿quién te has creído para reprocharme algo?
—No me hables en ese tono Fabián que sabes muy bien como disfrutamos del sexo —al pronunciar esas palabras su tono de voz se suavizó.
Hice caso omiso a lo que decía para no comentar algo que la lastimara como mujer, pero Emily lograba molestarme con su insistencia. Era cierto que algunas veces me divertía con ella, pero nada más. Al llegar a la oficina y no encontrarme a Carlos, fue un tormento para mí, Dios como lo odiaba en ese instante, cuando más lo necesitaba no estaba.
—Fabián estoy hablando contigo, seguro le hiciste lo que le haces a todas ¿verdad? Mírame, ya no te gusto, porque yo muero por estar contigo —tomó mis manos a la fuerza llevándolas hacia sus senos para que los tocara. Por más que trataba de soltarme, ella continuaba con su recorrido hasta abrir con descaro sus piernas.
— ¿No te gusta lo que ves? —pasó su mano por encima de su braga provocándome. Como hombre era muy difícil para mí controlarme, pero al recordar a Victoria, logré mantener mi cabeza fría.
— ¿Tanto me deseas? —asintió-—. Hoy en la noche ponte linda para mí y te haré lo que quieras, ahora estamos en el trabajo, no me gustaría que tu padre entrara aquí y viera esta escena —le susurré en el oído con sensualidad para calmarla, era la única forma de quitármela del medio aunque solo quedara en palabras. No podía correr el riesgo que alguien entrara y malinterpretara la situación.
— ¿Lo prometes? —se bajó de la mesa arreglándose el vestido.
—Por supuesto caperuza, hoy el lobo feroz va a jugar contigo —así me pedía ella que la llamara cuando estábamos en la cama y yo sabiendo que era lo que quería escuchar, pues lo dije.
—Así me gusta lobo —me dio un beso cortico y se largó de la oficina contoneando sus caderas.
Emily era todo un bombón, de eso no tenía duda y en la cama era endiabladamente apasionada. Siempre tuve una cierta adicción con las pelirrojas como ella, por lo fieras que eran en el sexo, pero Emily se fue obsesionando conmigo cuando le cumplía todas sus fantasías sexuales y yo era un hombre libre de acostarme con quien me daba la gana; ella quería ser la única. Hubo algo entre nosotros en la preparatoria cuando asistíamos al mismo colegio, pero fue algo de adolescentes. Pasado un tiempo, coincidimos en la misma Universidad estudiando la misma carrera y al graduarnos su padre me ofreció trabajar con él, algo que estaba seguro había sido idea de Emily para tenerme cerca. Así fue como pasaba el tiempo con ella sin darle esperanzas de algo más.
Un poco más tranquilo después del momento con Emily, miré el reloj extrañado por la hora y Victoria no llegaba. Le iba a marcar al móvil, pero desistí al darme cuenta que no sería lo más correcto. Necesitado de un café, me dirigí hacia el único lugar que los preparaban como me gustaba, la cafetería de Rosa, el lugar favorito de nosotros. Al llegar, me encontré con una animada Victoria que conversaba con Izan, aquel inspector que conocí el otro día. Según ellos eran amigos, pero algo me decía que no. Verlos tan sonrientes provocaba un sentimiento extraño, quizá lo celos comenzaban a jugarme una mala pasada, pero los borré de mi mente, no podía sentirme de esa manera, ella solo me gustaba y ya.
—Buenos Días —los saludé con sequedad. Izan extendió su mano y Victoria ni siquiera volteó a verme.
—Victoria, no esperaba verte aquí —me dirigí a ella tratando de encontrarme con sus hermosos ojos.
— ¿Se necesita mi presencia en el Bufete, Licenciado Duarte? —preguntó con indiferencia. No entendía a qué se debía su actitud tan fría, si hacía una hora temblaba entre mis brazos.
—Yo la intercepté en el camino, debía advertirle de algo —añadió Izan tratando de alivianar el momento.
— ¿Tiene que ver con Sandoval? —arrastré mis ojos hacia Izan.
—Le seguimos el rastro a la persona que le entregó el paquete a Barroso y después de forzarlo para que hablara, confesó que él le pagó muy bien para que le llevara las cosas que vimos en las fotos que entregó el abogado. A raíz de eso, lo citamos para que nos diera una explicación, pero el muy astuto supo manejar la situación. A petición mía, el juez nos concedió una orden de registro para buscar en su casa y no encontramos nada. Gonzalo nos está ayudando a dar con la evidencia, él cree que puede estar en algún lugar de la Empresa —Izan hizo una pausa—. Barroso está fugitivo, al parecer lo pusimos sobre aviso —confesó.
—Entonces eso quiere decir una sola cosa, él está detrás de todo —ambos asintieron.
—Deben estar atentos, el laboratorio confirmó lo que sospechábamos, el Cartel "Las Cobras" está involucrado en esto. Hacía tiempo que no sabíamos nada de ellos hasta que decidieron aparecer en casa de Gonzalo; estamos hablando de los mismo autores. Ahora solo falta confirmar si Barroso también forma parte de la organización. Tienen que cuidarse porque ellos deben saber que ustedes estuvieron en esa casa, cualquier cosa rara que noten, me avisan de inmediato —se levantó de su asiento con aquella postura que imponía y se dirigió a Victoria—: Paso por ti a las ocho, ponte más guapa que nos espera una buena noche por delante —le hizo un guiño mientras Victoria sonreía muy coqueta. Ese solo gesto hizo que un calor incontrolable emergiera de mis entrañas logrando despertar a un monstruo que yacía dormido hace muchos años llamado celos, ese del que tanto huía y ahora estaba justo ahí. Me sentí ofendido ante el descaro de ellos dos, pero no lo iba a demostrar.
—Espero que la pases bien —le comenté justo antes que recogiera sus cosas para macharse.
—Gracias, así será no lo dudes. Disfruta tu noche también —por un momento pude ver sus ojos y aunque trataba de aparentar insensibilidad, algo le ocurría. Me quedé mirando la puerta por la que acababa de salir sin olvidar lo que acababa de suceder.
La razón que me llevó a aquella cafetería, se esfumó desde que vi a Victoria y a Izan muy juntitos, no sabía por qué reaccioné de esa forma si ella y yo no somos nada, menos tenía el derecho a decir algo. El hecho de habernos acostado no cambiaba nada, ella era libre y yo también. Por hoy no quería volver a verla, así que decidí ir al lugar en el que me sentía seguro y feliz, la casa de mis padres en Aranjuez. El viaje hacia allá duraba dos horas, ese sería tiempo suficiente para despejar mi mente. Al ser el último día de la semana, concluí que me quedaría allá a cuidar de mi madre.
Vislumbré a lo lejos la modesta casa de mis padres, esa en la que el río Tajo fluía muy cerca de ella, era realmente una belleza, sobre todo en esta época del año que las temperaturas ascendían a los veinticinco grados y podíamos disfrutar de sus cálidas aguas. Un largo camino se abría paso a mis pies con enormes arbustos que le daban vida al lugar. A la derecha se encontraban dos botes que usaba mi padre para pescar. En el otro lado, se encontraba un hermoso jardín que mi madre cuidaba con mucho mimo. Estacioné el auto afuera cuando las dos mujeres de mi vida aparecieron con una sonrisa dibujada en sus labios.
—Fabi que alegría mi niño —mi madre acudió a mí con los brazos abiertos listos para estrecharme entre ellos.
—Ese sobrino mío Martina, cada vez está más guapo —saludé con cariño a mi tía adorada.
—Y ustedes cada vez más hermosas.
—Adulón —murmuró mi tía Esther.
— ¿Por qué no vino tu padre contigo? Me dijo que vendría, ¿Dónde está Fabi? —preguntaba mi madre un poco descontrolada y aún sin superar la muerte de mi papá. Desde aquel día mi madre quedó devastada y hace poco los médicos le detectaron principio de alzhéimer. Dolía verla así, tenía sus momentos de lucidez, pero en otros ni siquiera me reconocía. Mi tía cuidaba de ella mientras yo trabajaba.
—Mamá, sabes que no va a regresar aunque nos duela —la pegué a mi cuerpo para calmarla. Yo era la única persona que lograba tranquilizarla cuando de la muerte de mi padre se trataba.
—Vamos adentro que debes estar cansado del viaje, tu tía y yo te prepararemos tu plato preferido —sus cambios de humores eran constantes, pero yo hacía lo que fuera con tal de verla feliz.
—Muero por esa ensalada de faisán con esas verduritas tan rica de mi tierra que prepara la madre más guapa del mundo —su risa era todo lo que necesitaba.
Entré a la casa seguida de ellas, feliz de estar en el calor de mi morada, en esa que me recuerda cuando era niño y correteaba por la espaciosa sala. Hace un año, logramos resarcir la vivienda adecuándola a las comodidades que nos podíamos permitir. Muebles modernos, revestimos el hogar que nos mantiene calientes cuando las temperaturas descienden, cortinas que le daban su toque contemporáneo, así como otras reparaciones en la cocina y los cuartos. Me dirigí a mi habitación que se mantenía intacta siempre que venía, mi tía se encargaba de que todo estuviese como a mí me gustaba, con los dibujos que solía pintar y los juguetes que me recordaban esa inolvidable niñez. La pequeña terraza me proporcionaba plena vista al río y a los sembradíos de tomates, alcachofas y remolachas que la tierra nos daba. Esa finca ha sido la principal fuente económica que tuvo mi familia, reconocida como una de las mejores de la región. Mi padre era el encargado de esta, pero al morir, mi madre y yo pasamos a ser los herederos, cuando no estaba mi tía llevaba las riendas de la producción. Pronto llegarían las máquinas que compramos para mejorar la fabricación de estos vegetales, tal y como le hubiera gustado a mi padre. Por supuesto yo atendía la parte legal del negocio familiar que hasta ahora he sabido manejarla muy bien. Encantado de estar aquí, cambié mi atuendo por una acorde al lugar, tomé unos vaqueros, una camisa mangas largas negra y las botas que mi padre me regaló del clóset y salí en dirección allá. Mientras ellas preparaban la comida, yo me llegaría a las pequeñas oficinas que se construyeron para llevar mejor el trabajo desde ahí. Los trabajadores me saludaron con cariño, muchos me vieron nacer y yo los respetaba a todos por igual. Felices de verme y yo a ellos, me pusieron al tanto de todo, aunque mi tía y Martín, su esposo, se encargaban muy bien de todo.
Ahí estuve varias horas hasta que recibí una llamada de mi madre indicándome que la cena estaba lista. En todo ese tiempo no había pensado más en Victoria, aunque no podía negar que su cuerpo y su perfume no salían de mi cabeza, pero tampoco como se comportó en frente de mí, quizás estaba exagerando. Tomé una ducha corta eliminando cualquier rastro de tierra y polvo en mi piel. Al terminar, me vestí y me dejé llevar por el olor tan delicioso proveniente de la cocina, un delicioso faisán esperaba ser devorado.
—Mmmm, huele que alimenta —comenté sorprendiéndolas a las dos.
—Venga goloso a la mesa, espéranos allá —me regañó mi madre haciendo aspavientos con la mano indicándome que me fuera.
La noche cayó y junto a ella un cielo estrellado imposible de perderse, la cena estuvo espectacular como todo lo que me cocinaba mi madre y por supuesto aquella tarta de fresas que mi tía preparaba como nadie. Atrapado en el encanto de las estrellas, me encontraba sentado debajo de ellas en el columpio que mi padre construyó para nosotros; la añoranza y los recuerdos se hicieron presentes en ese instante.
—Fabi —llamaba mi madre quien se acercaba hasta donde estaba.
— ¿Qué pasa madre? ¿Te sientes mal? —cuestioné preocupado al verla correr hacia mí con su bata de dormir y su canoso pelo cayendo en cascada sobre sus hombros.
—Estoy bien mi niño, es tu móvil, no ha parado de sonar y te lo traje por si era importante. Lo tomé de inmediato creyendo que se trataba de Victoria, pero mis esperanzas desfallecieron ante lo que leí.
"Caperucita está lista para jugar"
— ¿Era Emily cierto? —me dijo mamá de repente.
—Así es, sigue obsesionada conmigo, quizá sea culpa mía por ilusionarla con algo que no va a ser —respondí haciéndome a un lado para que tomara asiento junto a mí.
—Cariño, ella aún te quiere y sigue dolida por lo que le hiciste.
—No madre, yo soy un capricho para ella. Sé que me equivoqué al dejarla por Laura y que a causa de eso ella sigue insistiendo, pero me enamoré de ella y lo demás ya lo sabes... —dije mientras a mi mente llegaban esos trágicos recuerdos.
— ¿Aún la extrañas?
—Recordarla aún duele y cuando pienso en lo que sucedió, ese rencor vuelve a apoderarse de mí. Nunca le he perdonado lo que me hizo.
—Yo sé lo difícil que fue todo eso para ti Fabi, pero debes tratar de perdonarla, ustedes eran jóvenes, sabes que tampoco tenía el apoyo de su familia.
—No tenía el derecho de hacer lo que hizo.
Un silencio se hizo palpable a nuestro alrededor. Notaba a mi madre diferente, desde que le diagnosticaron esa enfermedad, algo en su interior cambió. Yo sabía lo fuerte que era y luchadora, pero la conocía muy bien, tras esa coraza de hierro, había una mujer dulce y amorosa.
— ¿Recuerdas cuándo tu padre lo construyó para nosotros? —comentó de repente refiriéndose al columpio. Él lo había construido justo en frente del lago que rodeaba la casa. Estaba pintado de color blanco y en una de las esquinas había un grabado con nuestras iniciales, Martina, Alberto y Fabián (MAF).
—Si mamá. Él sabía cuánto nos gustaba salir al patio a ver las estrellas, por eso lo hizo. Recuerdo que ese día, una vez terminado y aún sin pintar, nos sentamos los tres aquí a disfrutar de una lluvia de estrellas.
—Así fue. Eres tan parecido a él, tienes sus ojos, su pelo —decía tocándome con delicadeza.
—Pero también me parezco a ti. Tengo tu fortaleza y tu inteligencia, gracias a ti me he convertido en un abogado exitoso.
—Has crecido tan rápido Fabi-sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. — ¿Qué va a pasar ahora cuándo no te reconozca, cuándo no sepa quién eres? ¿Qué voy a hacer si ya no recuerdo a tu padre? Si sus recuerdos son los únicos que me mantienen unida a él ¿si olvido su rostro?
—Mamá, yo voy a estar aquí para ti hoy y siempre. Voy a hacer hasta lo imposible porque nunca te olvides de mi padre. En mis ojos vas a poder ver los de él; si de mi depende, jamás olvidarás quién soy, porque tú eres lo más importante que yo tengo en este mundo. Por eso necesito que saques esa mujer fuerte y valerosa que hay dentro de ti, prométeme que vas a luchar con todas tus fuerzas para salir adelante, porque yo quiero que veas a tus nietos corriendo por aquí, darte la satisfacción de encontrar a esa mujer que quieres para mí, alguien que me ponga en mi lugar y sobre todo que me haga muy feliz —la abrazaba fuerte contra mi pecho, mientras las lágrimas pugnaban por salir, pero no debía hacerlo.
—Ay mi niño que sería de mí sin ti. Tu padre debe estar muy orgulloso.
Mi padre murió repentinamente de un ataque al corazón hace tres años. Una noche cuando estábamos los tres juntos disfrutando de una de sus películas favoritas, se quedó dormido en el sofá con la mano puesta en el corazón y una media sonrisa reflejada en su rostro. Me dirigí con sigilo hacia donde estaba para indicarle que fuera a dormir. Lo llamé una, dos, tres veces y nada. Tomé su rostro entre mis manos depositando un beso en su frente. En ese instante una sensación de soledad y dolor se apoderó de mí. Él era mi mejor amigo, mi confidente, jamás me alcanzaron las veces para decirle Te amo y ahora ya no estaba. En ese momento no podía articular palabra, no sabía cómo iba a darle la noticia a mi madre que había ido a por más jugos para todos. Cuando se acercó y vio mi cara, de inmediato sabía lo que pasaba. Se volvió como loca, gritaba y golpeaba fuerte el pecho de mi padre para que despertara. Fue uno de los momentos más tristes de mi vida. En el reporte médico constaba que fue un infarto repentino provocado por una fuerte emoción. Desde ese entonces mi madre dejó de ser esa mujer alegre y feliz. La tristeza apagó su sonrisa; mi padre era todo para ella.
—Bueno ya, no más lágrimas, te prometo que todo va a estar bien hijo mío. A mi Alberto siempre lo voy a llevar en el corazón. Por cierto ¿qué te ocurre? Desde que llegaste te noto raro y tienes un brillo especial en los ojos ¿Qué no me has dicho Fabián Duarte? —me interrogó con picardía.
—No es nada mamá.
— ¡No te voy a conocer yo! Algo me estás ocultando y te exijo me lo cuentes ahora —apremió.
—Vale, me rindo. Conocí a alguien, trabajamos juntos en el bufete, llegó hace poco.
—Mmmm como hablas me parece que te tiene encatao, eso me suena a que te ha impresionado ¿¡verdad!?
—Ella es tan diferente a las demás, la vas a adorar porque ya ha puesto a tu hijo varias veces en su sitio —me burlé de las veces que Victoria me encaraba.
—La tengo que conocer, esa es de las mías. Eso es lo que necesitas en tu vida, alguien fuerte, con carácter ¿Cómo se llama?
—Victoria.
—Si es que su nombre lo dice todo ¿Cuándo la vas a traer a la casa?
—Madre es muy pronto para eso no crees. A penas nos estamos conociendo, debo saber cuáles son sus intenciones conmigo y cuáles son las mías.
—Tienes razón, pero en tus ojos puedo ver que de verdad te interesa y mucho más de lo que quieres aceptar. No pierdas la oportunidad, aprovecha lo que estás sintiendo, porque como tu madre te digo que hace tiempo no te veía así por nadie. No tengas miedo a enamorarte Fabi, para de pensar que te van a lastimar y lánzate, te lo mereces y si esa Victoria es tan especial como creo que lo es, búscala y díselo —me alentó a que por fin me diera cuenta de las cosas. Debía hablar con ella de lo que creía, sabiendo que a pesar de la indiferencia de hoy, a ella le pasaba lo mismo.
—Gracias mamá, tus palabras me animan —le di un beso en la mejilla teniendo claro lo que debía hacer.
Juntos entramos a la casa, ella se retiró a sus aposentos a descansar, mientras yo en mi habitación, marcaba el número de Victoria. Un timbre, dos, tres y al cuarto, su voz opacada por un ruido que identifiqué como música, sonaba de fondo.
—Victoria, ¿me escuchas?
—Licenciado Duarte, ¿a qué se debe esta llamada? —contestó con ironía.
—Necesito hablar contigo, ¿tienes un minuto?
— ¿Tan aburrida está siendo tu noche que la interrumpiste para hablar conmigo? —no entendía lo que quería decir con eso, pero sus palabras doble intencionadas comenzaban a sacarme de mis casillas.
—Victoria, no entiendo por qué me hablas así, solo quiero decirte algo.
—Hablo de tu cita Fabián, ¿no me digas que no te acuerdas? —claro ahora encajaba todo. Ella escuchó lo que le dije a Emily, a eso se debía la apatía con la que me trató en la mañana. Maldita sea, ¿por qué no me di cuenta antes?
—Entre Emily y yo no hay nada Victoria, no sabes el porqué de lo que le dije. Dame la oportunidad de explicarte —al parecer se alejó para un lugar más tranquilo porque ya no se escuchaba la música.
—Fabián, creo que alguien intenta abrir mi puerta —dijo bajando el tono de voz, pero ¿cómo era eso posible? ¿Acaso no estaba en una fiesta?
— ¿En dónde estás? ¿Cómo...?
—Debo colgar... —se cortó la línea sin darme tiempo a reaccionar; debía irme cuanto antes.
Me dirigí al cuarto de mi madre para despedirme y le dije que iba a seguir su consejo; no podía preocuparla. Tomé las llaves del auto a toda prisa dejando atrás la casa de mis padres. En mi mente solo había una cosa y era Victoria, por nada del mundo iba a dejar que le pasara algo. Consciente de que no llegaría a tiempo, marqué a la única persona que podía ayudarla por más que no me gustara
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