8. Cuidándote

No podría explicar todo lo que me sucedió ese día, las cosas que sentí, la extraña manera en que transcurrió. Solo podría decir que por más incómodo que pudo resultar por momentos, era bastante cómodo a la vez. El profesor Galván es un hombre imponente e independiente, puede parecer incluso atemorizante en ciertas situaciones, pero hoy descubrí ese lado de niño que tienen todos los hombres. Se lo veía asustado, angustiado... y a pesar que sabía que mi presencia lo hacía sentir extraño —pues era demasiada intimidad y él jamás daba lugar a tanta cercanía con alumnos—, de igual manera parecía necesitar que me quedara, que lo cuidara.

Y no le mentí, cuidaba a mi padre siempre que enfermaba, le controlaba la temperatura o le preparaba comidas especiales. Él era todo lo que yo tenía en la vida, era mi salvación y el único puerto al que regresaría siempre, pasara lo que pasara. Por tanto me gustaba retribuirle su cariño y sus cuidados en esos momentos.

La verdad, la situación escapó de la normalidad, fue algo que simplemente se dio, lo vi solo, enfermo y muy demacrado... no podía dejarlo allí sin —aunque sea— cerciorarme de que estuviera mejor.

Había algo en todo el misterio que envolvía a la presencia del profesor Galván que me llamaba poderosamente, era un algo que me intrigaba y no me permitía alejarme, sobre todo cuando —como en estas extrañas ocasiones— lograba acercarme aunque fuera un poco.

Cuando llegué a casa me di un buen baño caliente, el invierno estaba empezando a hacerse presente en estos días y traía los pies y las manos bastante frías. En poco tiempo tendríamos las vacaciones de Navidad y luego unos días libres. Aun no sabía si iría a pasar con papá o si ese año por primera vez y como siempre quise, la pasaría sola. La Navidad no tenía ningún significado especial para mí, así que me daba exactamente igual, si solía ir a lo de papá era más que nada por él. Pero ese año él tendría con quien pasarla así que no creía que me llegase a extrañar.

La idea de viajar con Rob no me parecía para nada aburrida, visitar a su hermana, pasar unos días con él y luego quizás dar una vuelta por mi cuenta comprando un boleto que me lleve a cualquier lado.

Viajar era una de mis pasiones, me encantaba conocer lugares nuevos e imaginar cómo sería mi vida allí. Me consideraba a mí misma una persona nómada, no había nada que fuera importante para mí que no cupiera en mi mochila, y cuando las cosas en un lugar se ponían difíciles, lo mejor era buscar otro sitio.

En ese momento estaba muy bien en esa ciudad y no pensaba irme de allí hasta terminar la carrera, es decir, todavía tenía un buen tiempo por delante... pero eso no quitaba que pudiera pasear cuando tenía días libres y visitar lugares que en un futuro podrían ser mi nuevo hogar.

Luego de prepararme algo para comer me acosté y me zambullí entre las frazadas. Prendí el celular para navegar un poco por la web o revisar redes sociales y luego lo apagué para disponerme a dormir. Por un momento estuve tentada a enviarle un mensaje al profesor y preguntarle si se encontraba bien, pero luego recordé el énfasis con que Sonia había dicho que no era buena idea escribirle... Quizás había sido demasiado para un solo día.

Por la mañana siguiente me levanté, me abrigué bastante y salí rumbo a su departamento sin dudarlo. Quería saber cómo se encontraba y quizá prepararle algún té o algo liviano para comer. Si se sentía mejor probablemente se le estuviera abriendo el apetito.

Toqué el timbre que correspondía a su departamento y luego de un rato oí su voz por el intercomunicador. Le informé que era yo y la puerta se abrió. Por un momento temí que me despachara allí mismo.

—Buenos días, profesor —dije al verlo con la puerta abierta esperándome en la entrada de su departamento. Su cabello alborotado le daba un aire completamente distinto al que estaba acostumbrada. El profesor perfecto lucía mucho más joven, desordenado y despreocupado.

—Buenos días, Vargas —me saludó.

—¿Cómo amaneció? —le pregunté mientras dejaba mi bolsa en una mesa y lo observaba caminar hasta el comedor.

—Bien... la verdad que me siento mucho mejor, aunque aún tengo una sinfonía de ruidos en el estómago.

—Eso es normal —afirmé sonriendo—, hasta que... bueno... eche todo aquello que lo tiene mal. —Creo que sus mejillas se tornaron rosadas, quizás aquel comentario no fue el adecuado.

—¿Desea tomar algo de café? —preguntó con cortesía

—Sería muy bueno, afuera hace muchísimo frío —sonreí y me acerqué a él—. Puedo hacerlo yo, usted regrese a la cama, debe reposar.

—Pero ya me siento mejor... —rezongó como un niño y sonreí, esa escena fue muy tierna en algún punto.

—Si no reposa, recaerá, mejor aproveche el fin de semana y descanse.

—Debo preparar las clases de la semana que viene.

—Lo haré yo, se lo iré enseñando y usted lo va corrigiendo.

—Pero no se supone que lo haga... no quiero agregarle más trabajo del que ya tiene.

—Profesor Galván, a veces hay que dejarse ir. Sé que es un hombre independiente y autosuficiente, pero a veces tenemos que tomarnos el permiso de descansar un poco. Mi padre me enseñó que cuando alguien se ofrece a hacer algo por uno, debemos simplemente aceptar. Él siempre dice que es un don saber dar, pero también saber recibir.

—Interesante punto de vista el de su padre... pero no estoy acostumbrado a recibir, en realidad... —dijo pensativo, me dio la impresión de que era un hombre demasiado solitario.

—Buen momento para empezar... déjeme ayudarlo. No lo tome como un trabajo, tómelo como el favor de una amiga.

—Usted y yo no somos amigos, señorita Vargas —dijo con tono gélido y calculador. No puedo negar que aquel comentario me descolocó por unos instantes, solo trataba de ser agradable. Me quedé observándolo con el ceño fruncido.

—Lo sé, era solo una forma de decir... Lo que quiero decir es que...

—Lo entendí, lo siento... —Ahora sonaba arrepentido.

Me serví el café y le llevé un té, me indicó el lugar donde guardaba el pan y corté algunas rebanadas para preparar unas tostadas. Algo lo más liviano posible para no cargar su estómago. Después de un desayuno silencioso le pedí que me diera el material del cual había que resumir las clases para la semana, y luego de pensarlo un poco, me lo entregó.

Me dijo que utilizara su computadora personal y me explicó cómo y dónde acceder a los programas. Aquella computadora estaba preparada para él, estaba llena de softwares y aplicaciones para no videntes.

Se recostó en su cama y yo me quedé sentada en el escritorio que había en la habitación. Era un cuarto amplio que sólo tenía la cama, el armario, un par de mesas de noche a cada lado de la cama y un escritorio antiguo con varios libros en Braille.

Leí el material y lo resumí, preparé las diapositivas y luego se las leí. Me escuchaba atento y asentía con la cabeza. Cuando terminé se quedó un rato pensativo, sin decir nada. En un principio temí que me regañara porque no le gustó el trabajo, pero luego me perdí en sus facciones hermosas, en sus pies que escapaban bajo las frazadas, en sus cabellos medio largos moviéndose en libertad cercanos a su oreja. Normalmente iba con el cabello bien peinado y lleno de gel fijador.

—Está perfecto, Vargas... es usted muy brillante —habló al fin.

—¿No hay nada que desee cambiar o agregar?

—Yo no lo hubiera hecho mejor, la verdad... usted me sorprende.

Nos quedamos en silencio mientras guardaba los archivos y cerraba la computadora. Un impulso, unas ganas de meterme a la cama a su lado se apoderaron de mí y me vi sacudiendo la cabeza para tratar de alejar aquellos raros e intrusivos pensamientos.

—Profesor... quería aprovechar para hablarle de algo... sé que quizá no sea el momento pero como estoy aquí... yo... —No sabía cómo decirlo y me arrepentía de haberlo mencionado en ese momento, simplemente no sabía de qué hablar.

—Solo dígalo, Vargas...

—¿Podría retirarme unos días antes de las vacaciones de Navidad? Es que quiero acompañar a un amigo de visitas a su hermana... —expliqué mordiéndome el labio ahora con temor a que se enfadara.

—Sí, de hecho toda esa semana ya no estaré en la ciudad así que puede tomarse los días que desee... Yo también viajaré. Eso sí, debemos dejarlo todo listo antes, eso implica revisar los trabajos prácticos que constituyen la nota parcial de los alumnos.

—Sí... lo haremos. —El silencio entre nosotros se tornó incómodo—. ¿Irá a pasar Navidad con su familia? —le pregunté más que nada para mantener conversación.

—Sí... algo así... —zanjó y de nuevo el silencio volvió.

Me disculpé diciéndole que le prepararía un almuerzo liviano y salí de la habitación para ir a la cocina. Me concentré entonces en encontrar los ingredientes y preparar algo.

Mientras dejé aquello en el fuego caminé por la sala observando las fotografías. No podía entender por qué alguien no vidente tenía fotografías en su casa, pero supongo que no lo había preparado él. Había fotografías de un niño sonriendo entre un grupo de monjas, además pude ver al mismo niño en el regazo de la señora Sonia... y otra más del pequeño en medio de una huerta con los brazos extendidos y riendo feliz. Se trataba de él, sin duda alguna...

Tomé en mis manos la segunda fotografía para verla de cerca, sus ojos celestes estaban perdidos, su mirada iba hacia una esquina y la sonrisa era inmensa, se veía realmente feliz. La señora Sonia mucho más joven lo tenía en su regazo y lo abrazaba dándole un beso en la mejilla. Las manitos del niño alborotaban el cabello de la mujer. Sonreí ante la ternura de la escena y confirmé que ella era mucho más que su secretaria, quizás era su tía o incluso su madre, aunque eso parecía extraño teniendo en cuenta el cargo que ocupaba en la universidad.

—¿Qué hace? —Su voz me asustó y coloqué rápidamente el portarretratos en su sitio.

—Solo... observaba las fotos —admití avergonzada, él no contestó—. Creo que la comida ya está lista profesor. Es solo algo liviano, le serviré y luego me retiro. Usted ya está bastante bien.

Asintió y caminamos hasta el comedor, se sentó y me preguntó si no quería compartir con él la comida. No sé si lo dijo de verdad o por cortesía pero yo necesitaba salir de allí lo antes posible, me sentía incómoda, nerviosa y avergonzada, aunque no sabía bien el porqué.

—Le agradezco mucho pero me debo retirar —me disculpé.

—Está bien, gracias por todo —murmuró.

Luego de dejarlo sentado concentrado en su comida, me puse el abrigo, tomé mi bolsa y salí despidiéndome de nuevo. Él se despidió también y entonces me retiré.

Durante toda la tarde —mientras veía televisión acostada en mi cama y cubierta con miles de mantas— pensé en él, en como estaría, en qué estaría haciendo y en las ganas que tenía de estar allí en su departamento.

Mi mente me estaba jugando una mala pasada y debía empezar a controlarla ya.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top