39. Jugando a ciegas
Aquella mañana desperté feliz, emocionado, sintiéndome pleno. Me quedé quieto en mi sitio para disfrutar de la cercanía de su cuerpo desnudo abrazado al mío. Su cabeza recostada en mi pecho. Pensé que aun dormía pero de repente sentí algo húmedo y un pequeño movimiento de su cuerpo, una leve sacudida me dieron la pauta de que en realidad parecía... ¿estar llorando?
—¿Ámbar? ¿Amor? —Me asusté al sentir sus sollozos—. ¿Estás bien? ¿Te hice daño? Yo te dije que me detuvieras si...
—No es eso —interrumpió incorporándose y besándome suavemente en los labios. Moví mis manos para acariciar su rostro y sentir qué tan mojada estaba su piel, qué tanto había llorado.
—Me asustas, cariño —añadí al palpar la humedad, sin embargo ella sonrió.
—Es extraño, lo sé... pero no lloro porque esté triste o porque me hayas lastimado. Lloro porque me siento muy feliz, siento plenitud... Lloro porque no pensé que podría experimentar las cosas que vivimos anoche y ahora... Te amo, demasiado...
—Yo también, cariño. Fue exquisito para mí también —exclamé besándole en la frente y secando el resto de sus lágrimas.
—Debemos levantarnos e ir a las montañas, todo está listo para nosotros allí y eso me emociona. Pasaremos unos días fantásticos.
—Creo que cualquier cosa a tu lado es fantástico.
Nos levantamos y luego de un desayuno y un agradable baño caliente que tomamos juntos, fuimos a aquel hotel en las montañas donde nos habíamos quedado una vez. Pasaríamos unos días allí, de luna de miel, escondidos del mundo y encerrados en nuestra burbuja de amor.
Llegamos allí y subimos al teleférico para llegar a la parte más alta de la montaña, donde estaba el hotel. Por primera vez no me sentí inseguro ni avergonzado. Íbamos tomados de la mano y yo recordaba la vez en que ella se había tapado los ojos para vivir esta experiencia como yo la vivía, me dejaba llevar por el ligero movimiento del aparato e imaginaba que volaba. Así iba yo de la mano de Ámbar, en paz, dejándome llevar por la tranquilidad que me ofrecía su amor, volando a su lado.
Cuando llegamos al hotel nos dirigimos a nuestra habitación a dejar las cosas y luego salimos a caminar. Aún era temprano, podía sentir los rayos del sol intentando vencer el fresco de la montaña.
—Me encanta estar de nuevo aquí, contigo —susurró ella aferrándose a mí y besándome en la mejilla—. Parece que quedó muy lejos la primera vez que vinimos, he aprendido mucho desde entonces.
—Lo mismo digo —sonreí.
Algo golpeó entonces en mi brazo libre y la risa fresca de Ámbar siguió al ligero golpe.
—Es una pelota —explicó Ámbar mientras me sobaba el brazo—. Hay un niño jugando hacia allá. —La sentí apartarse un poco para tomar en sus manos la pelota, unos pasos ligeros se acercaron a nosotros.
—Perdón... —Se disculpó un niño.
—No hay problema —sonreí.
—¿Es cierto que usted no puede ver nada, señor? —preguntó entonces el chico.
—¡Silvino, no molestes al señor! —Una voz adulta se acercó veloz tras el pequeño.
—No se preocupe, no está molestando —respondió Ámbar amable.
—No, no puedo ver, es verdad —afirmé asintiendo.
—¿Por qué? —preguntó el chiquillo curioso pero con verdadero interés en la voz.
—Porque tuve un accidente cuando era chico y mis ojos quedaron dañados.
—¿Y cómo puede hacer las cosas; caminar, estudiar o manejar un carro?
—Hay cosas que no puedo hacer, Silvino —respondí sonriendo—. Manejar un carro sería muy peligroso, ¿no lo crees? Pero todo lo demás lo puedo hacer, puedo caminar, o correr... o saltar o cualquier cosa que desee. Estudiar o leer lo hago con libros especiales que leo con los dedos.
—¡Wow! ¿Usted tiene unos ojos en los dedos? —preguntó el niño y su madre lo llamó al orden.
—¡Silvino!
—No se preocupe, es un niño y tiene ganas de saber —respondí a la madre—. Puedo leer con los dedos porque me han entrenado a usar los demás sentidos para poder moverme en la vida, Silvino. ¿Tú sabes cuales son los sentidos?
—Sí, los di en la escuela —afirmó el niño.
—Bueno, pues yo utilizo el tacto para poder leer o para conocer el mundo, así como el oído, el olfato y el gusto. Digamos que los tengo más entrenados ya que me falta la vista. ¿Sabes? es como si tuvieras un partido de futbol y te faltara un jugador... los demás deberían hacer más esfuerzo, ¿no lo crees?
—Sí, seguro que sí —afirmó el chiquillo—. Aun me cuesta imaginar cómo podría jugar a algo si no puedo ver.
—¿Tienes ganas de probar? —preguntó Ámbar y yo no supe a qué se refería.
—¿Sí? —respondió el niño inseguro, puedo jurar que miró a su madre por el consentimiento y por lo visto ella lo aceptó.
Ámbar explicó que le pondría un pañuelo al pequeño en el ojo y que luego él y yo jugaríamos un partido de futbol.
—¿Cómo lo haremos si no vemos? —inquirió el pequeño.
—Yo seré del equipo de Mariano y tu mami será de tu equipo, nosotros iremos al lado y les daremos indicaciones; si deben ir por la derecha o la izquierda y cuando deben chutar la pelota.
—¡Genial! —exclamó el pequeño entusiasmado. Yo sonreí ante la loca idea de mi mujer pero me dejé llevar.
La última vez que jugué al futbol aun veía y no tenía más de seis o siete años. Al principio dudé y tuve algo de miedo, pero pronto me sentí en plena confianza cuando Ámbar empezó a darme las indicaciones. Podía oír también la voz de la madre del chico diciéndole por donde ir en búsqueda de la pelota, el pequeño reía y yo también. De repente éramos dos niños, jugando, disfrutando, divirtiéndonos.
No puedo decir cuánto tiempo pasó, pero el partido quedó zanjado cuando Silvino me ganó cinco sobre dos. Entonces él y su mamá festejaron el triunfo.
—¡Gracias por jugar conmigo! —exclamó el chico acercándose a mí—. Al principio fue difícil pero luego pude ir sintiendo cuando usted se acercaba y así correr hacia otro lado. Creo que ya entendí cómo funcionan sus sentidos. Además mi mami me ayudó mucho y eso fue genial porque yo sabía qué hacer aunque no pudiera ver.
—Exacto, se trata de eso... de confiar en uno mismo y en los demás.
—Bueno... gracias por esta hermosa experiencia —agradeció la madre—. Ahora los dejamos, vamos, Silvino.
—Adiós pequeño —me despedí.
—¡Adiós! —exclamó el niño.
—Una última cosa antes de que te vayas —agregó Ámbar—. Cuando conozcas a alguien distinto a ti, primero ponte en sus zapatos, intenta ver el mundo como esa persona lo ve, así como lo hiciste ahora, Silvino. Verás que todos somos diferentes, pero en el fondo, somos lo mismo.
—Okey, lo tendré en cuenta —dijo el niño y entonces los oí alejarse.
—¿Qué fue eso? —reí abrazando a mi esposa.
—Nada, algo de diversión, además estaba testeando como serás cuando seas padre —contestó con tranquilidad y riendo mientras me abrazaba de nuevo. Parecía que no podíamos tener las manos alejadas el uno del otro. La idea de ser padre nunca se había instalado en mi cabeza, pero al oírla mencionarlo pude sentir dentro de mí una punzada de esperanza.
—Muy chistosa —bromeé—. En serio, me divertí mucho... hacía demasiado que no jugaba. Tú despiertas al niño que hay en mí.
—Eso es bueno. Aunque también puedo despertar al hombre sexy y encantador —susurró en mi oído despertando todos mis sentidos.
—Despiertas todo, todo en mí. —Le seguí el juego susurrándole al oído. Nos besamos tras aquellas palabras, un beso tierno, dulce, lleno de emoción.
—Me encantó ver al niño intentando ganarte, de hecho lo dejé que lo hiciera —sonrió tras admitir aquello.
—Creo que le has dado una bonita lección de vida. Estoy orgulloso de ti, Ámbar. Me encantó lo que le has dicho, si podemos cambiar el corazón y la forma de pensar de aunque sea un niño, un joven, una persona... el mundo será un lugar mejor.
—Por eso es que se dedica usted a la docencia, Profesor Galván —afirmó ella.
—Así es, Señorita Vargas.
—Señora... —corrigió y yo sonreí—. Gracias por enseñarme tanto, Profesor Galván.
—Es un honor poder compartir la vida con usted, y enseñarle tanto, como también aprender —agregué y volví a abrazarla.
Aquellos fueron los primeros días de una fantástica historia juntos, los primeros rayos de luz que presagiaban una vida plena y feliz, donde a pesar de las dificultades reinaba la confianza, el diálogo, el perdón y la esperanza... donde ante todo importaba el amor. Una vida donde nunca más volví a encerrarme en la oscuridad de la soledad.
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