24. Soledad
El fin de semana fue el más depresivo que viví en toda mi historia. Lloré, lloré y lloré hasta que se me secaron las entrañas. Roberto no salió de mi casa cuidándome, haciéndome comidas y preparándome tés. Él insistía en ir a hablar con Mariano y explicarle, tanto que al final tuve que contarle que ya lo había hecho y que todo estaba acabado pero que al menos ya me había escuchado.
Se lamentó una y otra vez diciendo que era su culpa que hayamos terminado, pero lo consolé recordándole que ni siquiera habíamos comenzado. Dolía, pero yo era fuerte y lo superaría como había superado tantas otras cosas en mi vida, sabía que lo haría. Solo debía terminar este semestre y preparar mi valija. Tenía que viajar lejos y no volverlo a ver nunca... tenía que cambiar de aire una vez más. Lo cierto era que nunca debí permitir que esto llegara tan lejos, nunca debí enamorarme, debí alejarme cuando todas las alarmas se encendieron en mi cabeza. Ahora era tarde, era la primera vez que me enamoraba así y sería la última, no pensaba volver a pasar por eso nunca más. Empecé a buscar ciudades en donde arrancar de nuevo, me atrasaría otra vez en los estudios pero no encontraba salidas. No siempre los planes suceden como uno los imagina, no podría terminar mi carrera en esa ciudad, en esa universidad, donde debería verlo todos los días. Eso en el caso de que no me expulsaran, cosa que seguro lo harían.
Roberto también tenía ese miedo, aunque le aseguré que a él no le expulsarían porque cuando me llamara el rector dejaría bien en claro que lo que hice fue decisión mía y que él ni siquiera lo sabía. De todas formas era probable que le sacaran la beca y le dieran la nota que en realidad le correspondía, o que Mariano lo reprobara.
Todo eso era humillante, los chicos se preguntaban por qué el profesor ya no tenía asistente e intentaban averiguar qué había sucedido entre nosotros. Pronto comenzaron los chismes de pasillo inventando toda clase de historias sin ninguna lógica. No me importaba, yo solo quería que esta pesadilla acabara.
La primera semana pasó y el rector nunca me llamó. La segunda también se sucedió y yo no tuve noticias de los castigos que debía recibir por el fraude cometido. Entonces aquel domingo fui en soledad a la plaza del pueblo. Estaba en medio de exámenes finales pero no tenía ganas de estudiar, nada me importaba ya y solo me dejaba ir.
Tenía mi libro conmigo, el libro que había compartido con él, que habíamos leído juntos. Ya nunca podría leer esa novela sin recordarlo, sin sentirlo en sus páginas a mi lado, comentando, riendo, disfrutando. Pasé mis dedos por esas páginas imaginándomelo leyendo Braille. Lo extrañaba y lo necesitaba más de lo que podía admitir, pero debía superarlo. Ya había decidido la ciudad a la que me marcharía, solo estaba esperando lo que sucediera en la universidad para que en el caso de que no me expulsaran, pudiera al menos terminar el semestre.
Abrí el libro en una página cualquiera, Elizabeth se enteraba que Darcy había ayudado a su hermana Lydia para solucionar aquel desliz que dejaba a su familia en aprietos. Darcy lo había hecho por ella aun cuando ella creía que él era orgulloso y mezquino, su corazón lo amó un poco más. Sonreí con tristeza, esos amores solo existían en los libros.
Roberto llegó exhausto y se colocó enfrente de mí con sus manos en las rodillas inspirando y exhalando acelerado. Lo observé confundida.
—¡Llevo todo el santo día buscándote! —exclamó cuando al fin recuperó el aliento.
—¿Qué sucede?
—Sé que piensas huir, encontré tus pasajes cuando buscaba algo en tu cuaderno —habló entrecortadamente debido a su agitación.
—No me gusta que invadas mi privacidad —respondí enfadada.
—Debes saber algo que sucedió el viernes y que me habían prohibido contarte... —continuó sin inmutarse por mi molestia.
—¿De qué hablas?
—Galván... me llamó el miércoles a su oficina y me dijo que el viernes me tomaría un examen para darme la oportunidad de recuperar el puntaje del trabajo parcial. Me dio unos folletos para estudiar y el viernes rendí. Me corrigió allí mismo y me dio un ocho. ¡No me quitarán la beca!
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Lo que te digo... y él lo hizo por ti, Ámbar... no existe otra explicación. Me pidió que no lo comentara pues podía traerle problemas. Me informó que no presentaría nada en tu contra en la universidad y que todo estaba solucionado. Él habló con la profesora Solange y le explicó mi caso, ella permitió que él me tomara el examen de nuevo. Pero eso no es lo importante, lo importante es que lo hizo por ti, debes entenderlo. Él no gana nada con hacerme pasar, con darme otra oportunidad, además nunca fue así. Es solo su forma de decirte que él también se equivocó... es su forma de ceder... Debes hacer algo, no debía decírtelo hasta que terminara el semestre pero temo que te marches y...
—No voy a marcharme hasta luego de terminar el semestre —le interrumpí—. Y estoy feliz por ti y por esta oportunidad que te dio. Me alegra que él... lo haya hecho... pero eso ya nada cambia ahora. Las cosas entre nosotros ya no pueden ser... ni siquiera fueron, en realidad... Es mejor así, Rob... Ya déjalo... Yo me iré, pero seguiremos en contacto tú y yo.
—No dejes ir el amor, Ámbar... no seas tonta... Tú dices que él es egoísta pero tú también lo eres. Tienes miedo y por eso no te arriesgas, no te has arriesgado nunca. Fue él quien te contó sus cosas, fue él quien te abrió su mundo y tú no le dejaste entrar en el tuyo por temor a que te lastimara. Igual saliste lastimada, porque eres tú la que te haces daño huyendo. Sé que dices que eres libre y bla bla bla... pero eso no es libertad, Ámbar... No eres libre si vives presa de tus traumas, de un pasado que no es tu culpa, de tus temores, de tus fantasmas. No eres libre si diseñas tu vida en base a ellos y huyes cuando se te presentan, eso no es libertad amiga. Libertad es que elijas enfrentar tus temores y los sometas a tu voluntad, libertad es que decidas perdonar y perdonarte, que te animes a avanzar, que pruebes, que aciertes y te equivoques. Libertad es que te arriesgues a amar.
Roberto se fue dejándome sola y perdida en aquellas palabras. Era cierto, no era libre y nunca podría serlo. Y toda aquello que hacía era nada más que evadirme, tratar de esquivar los problemas, nunca afrontarlos porque los consideraba más grandes que mi capacidad de superarlos. Y ahora, ni siquiera valía la pena ya.
Pensé entonces en Darcy y en lo que había hecho por Elizabeth, Mariano había hecho algo por mí también ayudando a Roberto. Era la primera vez que hacía algo que supusiera saltarse a sus propias reglas, y era cierto, sabía que lo hizo por mí. Abracé mi libro y suspiré deseando no ser más que un personaje literario cuyo destino estaba asegurado, no importaba cuanto sufriera en el camino si tan solo supiera que al final tendría un final feliz... Pero la vida real no era así y no había forma de adelantar capítulos para saber en qué acabaría.
Recordé de nuevo nuestros momentos juntos, abrí las palmas de mis manos y observé el sitio donde la suyas reposaron, sentí como si lo tuviera allí, conmigo. Quería pedirle disculpas, pero no esas disculpas que se regalan para cumplir, no esas que parecían fingidas, que no eran más que palabras carentes de significado. Quería pedirle disculpas desde el fondo de mi alma, desde un sitio que ni siquiera sabía que existía, un sitio que lo descubrí a su lado, un sitio que estaba lleno de paz y al que solo podía dirigirme cuando me tomaba de la mano. Quería pedirle disculpas desde allí, desde el dolor que estaba sintiendo ahora por su ausencia y sobre todo desde el dolor que me causaba haberle hecho tanto daño, haberle fallado. No hay peor cosa que fallar a aquella persona que amas y que confía en ti.
Caminé hasta casa analizando cuán lejos puede encontrarse de repente alguien que hasta hace poco estaba tan cerca. Pero luego pensé que en realidad tampoco fue mucho el tiempo en el cual estuvimos cerca... solo fue tan intenso, tan real como nada de lo que hubiera vivido o conocido hasta entonces. Además, ni siquiera habíamos estado tan cerca, ¿o sí?... ni siquiera nos habíamos besado. Me quedé con las ganas de probar sus labios. Solía darme esos besos en la frente que me hacían sentir tan protegida, tan segura... y que me hacían desear sentir esos labios sobre lo míos, degustarlos, saborearlos. Sacudí mi cabeza negando, no debí dejarme llevar así... todas las advertencias que se encendieron en mi mente me avisaron que terminaría sufriendo. De todas formas era mejor así para mí... No podía estar en una relación y menos con un hombre como él, seguro acostumbrado a miles de cosas que yo no le podría dar jamás.
Entréa mi sitio dispuesta a estudiar y a concentrarme en acabar el maldito semestrepara poder alejarme de esta pesadilla que helaba mi alma y desgarraba micorazón. Ni siquiera tenía sentido, él y yo no éramos nada, y aquello habíaquedado en claro miles de veces.
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