23. Adiós


Cuando llegué a mi casa aquella noche, me recosté en mi cama y lloré. Lloré como un niño pequeño sintiéndome perdido y abandonado una vez más. No debí confiar en ella, era obvio que ese tal Roberto era su pareja y que todo lo que ella hizo fue acercarse a mí para lograr que él levantara su promedio. Sabía que siempre estaban juntos, lo había escuchado llamándole «cariño». Había sido un idiota al no darme cuenta que solo me utilizó.

Pero aceptar que la persona a la que acababa de afirmar, amaba, me había fallado, me había humillado, se había reído de mí en mis narices... dolía como los mil demonios. No debí confiar, yo sabía que eso no terminaría bien. Nadie podía amarme a mí, nadie. Yo lo sabía y no lo quise ver, me dejé llevar por aquellos momentos que parecían tan mágicos y le entregué mis secretos a quien no lo supo valorar. Me dolía, me dolía su traición y el sentirme humillado. Me dolía su engaño y el saber que la amaba, que me había enamorado de alguien que solo me había usado y se había aprovechado de mí.

Me llamó mil veces, me envió mensajes que no escuché porque en mi rabia y en mi dolor arrojé mi celular con tanta fuerza por la pared, que terminó destrozado. Mamama intentó persuadirme para que la escuchara, para que dejara que me diera una explicación, pero no había ninguna explicación posible, nada podía hacer que yo perdonara lo que ella me hizo.

Solange llegó aquella tarde a mi despacho con el trabajo de Matilde Cabrera, a pedido de la alumna lo había apartado para revisarlo. Fue así que tomó el trabajo de Cabral para compararlo, ya que era el anterior en lista, pero entonces se dio cuenta de que este estaba completamente incompleto y aun así le había puesto un nueve. No había excusas, recordaba perfectamente cuando Ámbar fingió leerme ese trabajo, me pareció extraño, Roberto no acostumbraba a expresarse de esa forma, pero confié, ni siquiera pensé que ella podría hacer algo así. Nunca nadie me había hecho eso, ninguno de los chicos que tuve de asistente se animó a cometer semejante fraude. Sonia me insistía en que la escuchara, no creía que yo tuviera razón pero no había otra alternativa y esta vez el corazón le había fallado al elegir a Vargas... y a mí me había fallado al enamorarme de ella como lo hice.

Durante mucho tiempo la evité, iba a la universidad solo para mis clases y no me quedaba en el despacho más que el tiempo mínimo necesario. Le rogué a Sonia que si venía no la dejara entrar, no podría estar cerca de ella sin derrumbarme, sin dejarle ver el dolor que me causó... y no podía a mostrarme débil una vez más. No frente a ella que no valía la pena, frente a alguien a quien no le importó lastimarme de esa forma. No me mostraría débil nunca más, no me abriría a nadie nunca más. Lo hice esta única vez y de nuevo me fallaron.

Esa tarde de viernes, decidí quedarme un rato más en la oficina. Sonia se despidió de mí preguntándome si me sentía bien y asentí sin hablar. Ella sabía que no estaba bien pero también sabía que no había nada que pudiera hacer.

—¿Vas a presentar el caso ante el rector, Mariano? —preguntó antes de irse—. Si lo haces la expulsarán, no podrá terminar su carrera.

—No me importa... se lo merece, el lunes a primera hora lo presentaré. —Mamama dejó entonces la carpeta en mi mesa y luego se fue sin decir más, me conocía lo suficiente como para saber que estaba decidido.

¿Cómo había sido tan tonta de quemarse por un chico? Él no la amaría ni la valoraría como yo lo hubiera hecho, quizá solo se había aprovechado de ella prometiéndole cosas que luego no cumpliría. Sacudí mi cabeza intentando alejar esas ideas que mi subconsciente me arrojaba para quitarle peso a su culpa y entregársela a otro.

La puerta se abrió y no necesité ni dos minutos para saber que se trataba de ella. Su aroma a manzanas inundó mis fosas nasales y mi cuerpo reaccionó queriendo correr, abrazarla, llorar rogando que me quisiera solo un poco. Era horrible amar a alguien y sentirse tan solo al punto de perdonar hasta las peores humillaciones solo para que dejara de doler su abandono.

—No sé qué está haciendo aquí, Señorita Vargas —dije fingiendo indiferencia. Años de llevar puesta una máscara para esconder mi verdadero ser podían dar resultado y ella podría no ver que por dentro estaba acabado.

—Necesito que me escuches, Mariano... luego m...

—¡No te quiero escuchar! —grité golpeando la mesa del escritorio y echando algunas cosas que allí habían—. Ya ha sido suficiente, te has burlado de mí, me has humillado, has hecho lo que nadie hizo jamás, Ámbar Vargas. Ni en mis peores momentos me he sentido tan pisoteado. Lo más triste es que lo has hecho por un hombre... un hombre que quizá ni valora lo que hiciste. Y no hablemos de mí, de lo que siento... hablemos de que has puesto en juego tu maldita carrera para ayudar a un mediocre como Cabral que ni siquiera lo recordará en unos años cuando él sea un profesional malísimo en un buen puesto y tú hayas tenido que terminar en una universidad paupérrima por haber sido expulsada de ésta aun cuando tenías todo para triunfar. ¿Tanto vale? ¿Qué es lo que tanto te da él que te has jugado al todo por ese chico? ¡Vete, eres una...! ¡Vete! —grité enfadado, molesto, lastimado y sentí que todo el amor que le tenía se convertía primero en rabia y luego en odio.

En vez de escucharla marchar la escuché acercarse. Fue rápido, no lo sentí venir, no estaba listo para la cachetada que me dio en ese momento. Estaba tan ofuscado que no la sentí caminar hasta mí, su palma dolió al impacto en mis cachetes y mis gafas salieron volando. Me cubrí los ojos con las manos, me sentía desnudo ante ella, mostrándole de nuevo un secreto que aunque conocía, era parte de lo que había herido, humillado, lastimado.

—¡Me vas a escuchar, idiota! —Me gritó enfadada. Sentí que se movió frente al escritorio pero no hice nada, me quedé inmóvil, sorprendido. Sentía el odio tomar posesión de mi cuerpo como un halo negro y profundo que me ahogaba hasta hacerme incapaz de respirar correctamente. Mi pecho se hinchaba y se deshinchaba frenéticamente, sin que yo pudiera controlar a mis pulmones clamando un oxígeno que parecía escaso en esos instantes. Quemaba, dolía—. Mira Mariano, he estado tratando de explicarte esto una y otra vez, no me has dado ninguna oportunidad de contarte como fueron las cosas... ¡Eso no me parece justo para mí!

—¡¿Todavía tienes la desfachatez de venir a requerir justicia?! —grité histérico, descontrolado—. Tienes suerte que aún no he presentado tu caso al rectorado y por eso aún puedes andar libremente por los pasillos de esta universidad. El lunes lo haré y verás que no debiste haberte metido conmigo, Ámbar Vargas. No debiste haberte burlado así de una persona a quien la vida le ha jugado tanto que ya no le queda corazón. ¡Te voy a acabar! —Amenacé con un grito lastimero como el llanto de un animal herido que intentaba asustado escapar de sus captores.

—¿Crees que lo hice porque es mi pareja? ¿Por eso me has tratado de zorra?... ¿Es eso lo que has entendido?... ¡Dios mío!, es obvio que habrías de pensar así porque eres un hombre egoísta y amargado. No tienes ningún amigo porque no eres capaz de pensar en alguien que no seas tú mismo, no eres capaz de ponerte en el lugar de nadie. Me has cerrado todas las puertas estas semanas, no has querido escucharme cuando he sido la única persona que ha estado allí para ti sin ningún interés.

—¡Eres una caradura, Ámbar! ¡Estuviste allí para salvar el pellejo de ese chico! —grité.

—Mariano, me lastimas de una forma que no puedes imaginar —sollozó y su voz ahora rota quebró mi alma. Aun así no podía ceder.

—¿Yo te lastimo? ¡Y después me dices egoísta a mí! ¿Quién fue la mentirosa? ¿Quién fue la que me engañó?

—Mariano lo siento, no soy perfecta, nadie lo es, ni siquiera tú. Estarás siempre solo porque no eres capaz de entender eso. Yo soy un desastre, tengo muchos, demasiados defectos... cometo errores porque soy humana. Y éste ha sido el peor de los errores que he cometido en toda mi vida, ninguno me ha causado tanto daño, tanto arrepentimiento, tanto dolor.

—No quiero escuchar más tus mentiras, Ámbar.

—¡Te callas y me escuchas! —gritó—. Lo ayudé. Fue antes de que pasara todo lo que sucedió entre nosotros. Igual, no quise hacerlo, en mi mente no estaba fallarte ni burlarme de ti. Lo hice porque pensé en él... ¡Tú no sabes nada! No eres el único que tiene problemas, los demás también los tenemos.

»Roberto no es mi novio, es gay, es homosexual, ¿lo entiendes?, le gustan los hombres. Su familia se enteró de eso y le retiró el apoyo económico, él consiguió una beca aquí pero necesita trabajar y lo hace de sol a sol. Tiene dos empleos y por eso no pudo hacer el trabajo, no le dio ni el tiempo ni el cuerpo. Si reprobaba le sacarían la beca y dejaría la universidad, como probablemente sucederá ahora. Lo quise ayudar porque es mi amigo, porque es el único que está siempre para mí y sabe todo de mí, lo hice porque no podía dejar que su vida se fuera a la mierda en mis narices... Lo hubiera hecho por ti también. Porque no soy como tú, tan fría, insensible y orgullosa... porque no soy tan perfecta, porque cometo errores, porque soy un desastre. ¡Y me equivoqué! Me equivoqué porque tuve miedo de contártelo en ese momento, quizá si hubiera sido sincera podríamos haber buscado una salida que no le perjudicara a nadie, pero no creí que te importaría la vida de un alumno... porque a ti no te importaba nada solo que todos te respetaran y te temieran...

»Lo siento, Mariano... lo que más me duele de esto no es mi profesión ni que pierda mi carrera, como dices. Lo que más me duele es perderte a ti... haberte fallado, haber traicionado la confianza que me tenías. Siento no ser perfecta para ti... Lo siento... Lo siento... —Sus palabras que comenzaron como gritos fueron disminuyendo en intensidad y volumen hasta convertirse en susurros lastimeros—. Puedes presentar los papeles al rector, no importa lo que suceda conmigo... Lo que sea lo merezco y aceptaré las consecuencias. Solo... lo siento por el daño que te causé a ti... yo... —No lo digas, no lo digas, pensé—. Yo... lo siento... —suspiró pesadamente y la oí salir corriendo de la oficina.

Me quedé allí perplejo, procesando todo lo que había dicho y sintiéndome aun peor. Había sido un idiota, la había tratado mal, le había negado la oportunidad de hablar y la explicación distaba mucho de lo que yo me había imaginado. Mis fantasmas habían hecho que me equivocara, que creara una historia que no era y me la creyera como única verdad universal.

Lo cierto es que aunque dolía, ella tenía razón: yo era duro, orgulloso, no admitía errores y siempre sobre exigía demasiado. Pero la amaba y ahora ya no había vuelta atrás, estábamos distanciados... Ella no me perdonaría el haberle tratado como la traté. Había dejado escapar la única oportunidad que la vida me había dado para ser feliz, y la había lastimado pensando que ella había sido la que me lastimó a mí. Era un egoísta.


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