17. Cumpleaños

No recuerdo haberme sentido tan feliz en mi vida como en ese momento, sentía tanta alegría que pensaba que en algún momento algo malo sucedería y acabaría con todo. La vida me había enseñado que la felicidad no era algo que durase demasiado en mi historia.

Aun así no podía borrar la sonrisa de mi rostro, ni el aroma a manzanas de su pelo, ni la textura de su piel, de sus labios.

—¿Qué te tiene tan feliz? —preguntó Rita mientras horneaba su pastel y yo me deleitaba con los aromas como solía hacerlo, como tantas veces cuando era pequeño.

—Va a venir una amiga esta noche... —informé.

—¿Una amiga? Mariano, ¡eso es genial! —exclamó sonriendo emocionada. Ella era como mi segunda madre.

—Es una alumna de la universidad en realidad, mi asistente en este semestre. Nos encontramos aquí y... creo que estamos probando esto de la amistad. Sabes que no soy muy bueno con eso —expliqué ante su tono tan entusiasmado.

—Porque no quieres... Tienes demasiadas cosas dentro Mariano, eres una bella persona. Sólo debes abrirle la puerta a alguien que en verdad quiera entrar —añadió con tono maternal.

—No es tan fácil para mí, lo que hay dentro no es bello —murmuré.

—Eres demasiado exigente contigo mismo Mariano, eres hermoso, por dentro y por fuera, te mereces ser feliz.

Suspiré y me quedé en silencio pensando en esa chica que había ingresado como ráfaga de aire fresco a mi sistema, que me había llenado de entusiasmo, emociones y alegría. Que me había hecho sentir importante, visible y real, como pensé que nunca me sucedería.

—¿Cómo se llama? —Rita me sacó de mis pensamientos—. La chica, la que te tiene suspirando... tu amiga —dijo en tono bromista.

—Ámbar...

—Bonito nombre —contestó volviendo al silencio.

Después de un rato fui a prepararme, me vestí mejor de lo que lo haría si las invitadas solo fueran las monjas y mamama, en síntesis, me vestí así por Ámbar. Cuando el timbre sonó me levanté ansioso y caminé hasta la entrada del convento. Ella se colgó por mi cuello y me besó en la mejilla de nuevo, deseándome un feliz NO cumpleaños, lo que me hizo reír recordando el cuento de Alicia en el país de las maravillas.

Me quedé perplejo absorbiendo su aroma y el contacto cálido de su piel, ella se alejó sin decir nada y esperó. Yo me sentía embrujado, perdido, emocionado.

—¿Me dejarás pasar o te has arrepentido? —Era tan jovial, espontánea, divertida... en menos de dos días habíamos dejado de tratarnos de manera formal y ella se dirigía a mi como si fuera su amigo de toda la vida. Eso me hacía sentir bien, especial... cómodo.

—Perdón, pasa... —dije haciéndole lugar para que entrara.

La tomé de la mano y la guie hasta el lugar donde las hermanas habían preparado todo.

—Sé que se esmeraron mucho en inflar globos y poner carteles de felicitaciones. Me alegra que alguien aparte de ellas pueda apreciarlo —sonreí y ella me dio un ligero apretón en la mano que tenía sujeta.

—Tú también puedes apreciarlo, lo hicieron por y para ti. Se nota que te quieren mucho... eso es hermoso.

—Lo aprecio, sí... pero me alegra que puedas verlo —añadí.

La noche transcurrió amena y entretenida, las hermanas encantadas con la presencia de una invitada fuera de nuestro círculo habitual, se dedicaron a contar anécdotas divertidas de mi infancia, cosas muy lindas que yo ni siquiera podía recordar. ¿Por qué el cerebro se empeña en recordar solo lo feo? Mamama por su parte no hablaba demasiado, pero podía sentir su mirada martillando en mi frente, agradecí que no tuviera rayos X o algún poder para leer la mente, pues parecía que lo intentaba con ansias.

Ámbar se mostraba distendida, alegre y chispeante, conversaba con las hermanas y reía de sus historias, comía todo lo que le ofrecían y agradecía constantemente las atenciones. La hora del pastel llegó y todas me cantaron el Cumpleaños Feliz, después de aquello Ámbar —en compañía de mamama— fueron a buscar algo con qué cortar el pastel. Estoy seguro que fue idea de esta última para sacarle algo de información sobre su extraña presencia en la fiesta y sobre la forma tan personal como nos estábamos tratando. Ella había llegado recién esa mañana y yo aún no había tenido tiempo de informarle todo lo que había sucedido en tan poco tiempo.

Un largo rato después Ámbar volvió a mi lado, dijo que el pastel era delicioso y que iba por su tercer plato. Sonreí y le dije que dejara un poco para los demás, así que ella se sentó a mi lado y se ofreció a compartir su pastel conmigo.

—Sólo por ser a ti, voy a invitarte —bromeó y yo solo sonreí—. Vamos, abre la boca—dijo y yo no supe qué hacer. Sentí que acercaba la cuchara con pastel a mi boca e instintivamente la abrí, ella siguió comiendo y riendo y ocasionalmente me invitaba más. Aquello fue... extraño y placentero en iguales proporciones. Me sentía tan distinto a su lado, una persona que no era, alguien nuevo, divertido, espontáneo, infantil, alegre... y lo mejor de todo, a ella parecía gustarle. Me preguntaba como volveríamos a ser lo que éramos cuando regresáramos a la ciudad.

Las hermanas fueron recogiendo todo y luego se despidieron una tras otra. Mamama fue la última en irse a descansar dejándonos solos en el comedor, sentados en la mesa ya vacía. Aún era temprano, pero no para un grupo de religiosas, por supuesto.

—La pasé de lo más bien —admitió—. Te quieren mucho.

—Y yo a ellas... son todo lo que tengo en el mundo... —le confié. Me sentía algo emocionado.

—¿Un día me contarás tu historia? —preguntó.

—Quizá... no hablo nunca de eso...

—¿Qué quieres hacer ahora? El de cumpleaños elije —bromeó.

—¿Lo que quiera? —Le seguí el juego.

—Ajam... —respondió amena.

—¿Quieres salir a caminar? No es tan tarde y acá no es peligroso... Pero si tienes frío y no quieres....

—Quiero... vamos —respondió. Una vez más nos tomamos de la mano y luego de abrigarnos salimos a la calle.

Caminamos un buen rato sin hablar, solo sintiendo el frío del viento golpeando nuestros rostros y el calor de nuestras manos unidas, que expresaban probablemente todo lo que no nos animábamos a decir con palabras.

—¿Está estrellada la noche? —pregunté.

—No mucho, está bastante nublada —respondió.

—Espero que la noche de Navidad esté estrellada. Luego de las doce, las hermanitas iban a dormir y yo me colaba por los pasillos y subía al campanario, me gustaba quedarme allí imaginando que podía ver las estrellas...

—¿Subías solo? ¡Qué peligroso! —exclamó indignada.

—Me sabía el camino de memoria pues acompañaba a la hermana Josefa para limpiarlo casi a diario. Hubo un tiempo en que fui un niño arriesgado y divertido... sobre todo cuando empecé a darme cuenta de que estaba a salvo en el convento y que pasara lo que pasara no me botarían a la calle de nuevo —comenté sincero sintiendo una necesidad de abrirle mi corazón.

—Se nota que te quieren mucho... Sonia también.

—Supongo que te estuvo haciendo preguntas. No he podido hablar aun con ella y esto le habrá parecido más que extraño —mencioné.

—No me preguntó nada, sólo me dijo que eras un gran hombre. —Sonreí imaginándome aquella charla—. Pero eso es algo que yo ya sabía...

—No te engañes, Ámbar, no soy un gran hombre... Solo soy un ser completamente roto, ya te lo había dicho.

—Cuando supe que serías mi profesor, me emocioné... He leído todos tus libros, tus artículos, todo... Llegué a la universidad y me dieron el horario, iba a llegar tarde a tu clase y temía molestarte, pero no pude aguantarme las ganas de conocer en persona a aquel hombre que tanto admiraba. Pensé que serías mayor y... no tan guapo —bromeó—, así que mi sorpresa fue mayor... No sabía que no podías ver... me asombró aún más tu capacidad y todo lo que lograste con esa juventud y esa discapacidad. Te admiré aún más, por eso me presenté para trabajar contigo... Eres tan inteligente, seguro de ti mismo... todos los chicos te admiran y respetan.

—Eso es porque yo me puse en ese plan. Cuando me llamaron para enseñar en la universidad sabía que si no era inflexible y duro no me respetarían. Conozco a los alumnos y además no puedo verlos... eso me pone en desventaja siempre.

—Creo que exageras, eres muy duro a veces, sobre todo cuando te explican los motivos reales por los cuales no pudieron cumplir con algo que pediste. Pero es cierto, te respetan mucho... aunque quizás sea miedo... No lo sé, la ventaja es que eres bueno en lo que haces y eso se valora —añadió.

—Eso es todo lo que tengo y lo que soy, las clases, la universidad y mis libros. No hay nada más en mí. Dediqué mi vida a ello porque allí es donde soy bueno.

—¿Quieres decir que no tienes vida social, amigos, pareja... nada más allá de la vida en el campus? ¿Eso es lo que intentas decirme? —preguntó y yo asentí.

—Te dije que no sabía lo que era tener amigos. Nunca los tuve, Ámbar... nadie se preocupó en acercarse a mí jamás... —expliqué con un dejo de pesar en la voz.

—¿Y en la escuela? —quiso saber.

—Era diferente... y la gente no sabe tratar con las diferencias, les incomoda, los pone en situaciones que no saben resolver... por tanto simplemente terminan ignorando. Además siempre fui muy retraído, para serte sincero temo a la gente y al daño que pueden ocasionarme —confesé.

—Habrás vivido una vida muy triste, Mariano.

—Mi vida es triste pero es mía, no queda más que aceptarla... Me escondo en los libros, hay una vida distinta en cada uno de ellos y me gusta disfrutarla de esa manera —suspiré.

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