16. Confusiones
Aquella mañana salimos de paseo por la nieve, luego de una noche tormentosa había más nieve que de costumbre por todo el sitio. Al principio solo caminamos, pero luego se me antojó jugar como los niños que estaban por allí, un poco de guerra de nieve. Por supuesto Mariano se negó, alegando que no podía verme, entonces le propuse que jugáramos hablando, de esa forma él podría seguir el sonido de mi voz e intentar acertarme. No quiso, le dije que era un cobarde —bromeando por supuesto—, y entonces se terminó por animar. Al final del juego —y como era de suponer con la mala puntería que poseo—, él había acertado más veces mi cuerpo que yo el suyo.
Aun riendo extasiados por aquel juego tan divertido, visualicé que las máquinas empezaban a funcionar y el teleférico ya estaba habilitado. Corrimos hacia allí de la mano, pues esa era la forma en que lo guiaba y de paso me deleitaba con su tacto, subimos sin esperar mucho y bajamos hasta el centro de la montaña —donde estaba la estación a la cual habíamos llegado en un principio—, en ese trayecto sí pude apreciar las vistas y le fui relatando a Mariano con lujo de detalles lo que iba observando, él parecía disfrutarlo.
Al llegar nos compramos un recuerdo del sitio en una tienda, bueno, en realidad él me compró un oso polar de peluche que tenía un logo del lugar y yo le regalé una gorra con la misma insignia. Él no quiso que yo gastara pero yo quería que darle algo que le recordara aquel magnífico fin de semana que vivimos juntos.
Tomamos el autobús amarillo que nos dejó en la estación de buses y desde allí en vez de caminar preferimos ir en taxi, ya que Mariano me acompañaría a la posada y desde allí iría al convento para prepararse para su fiesta.
Ya en el taxi me senté de lado para observarlo, me gustaba hacerlo y quería guardar en mi memoria cada detalle de su rostro, de sus facciones, de su sonrisa y de su cabello alborotado por el viento.
—De nuevo me estás observando fijo —dijo sin girarse y con una media sonrisa.
—Me encanta hacerlo. ¿Alguna vez te han dicho lo hermoso que eres? —Estalló en una carcajada que hizo vibrar mi alma. Ser capaz de hacerlo ver tan distendido y alegre me hacía la mujer más feliz del mundo.
—Tú eres hermosa —contestó luego de calmarse mientras su mano buscaba la mía.
—No es cierto y no puedes saberlo —bromeé aunque luego de decirlo pensé que podía haberlo ofendido con aquello.
—¿Señor? —llamó Mariano al taxista.
—Diga, joven —respondió el hombre educadamente.
—¿Puede decirme si usted considera que la señorita que me acompaña es una mujer hermosa? —El hombre me observó por el retrovisor sonriendo.
—Lo es, es muy hermosa, señor —respondió alegre guiñándome un ojo.
—Lo ves, ahora ya no puedes decir nada —agregó satisfecho.
Cuando llegamos al hospedaje me bajé del taxi, no sin antes darle un sonoro y bastante parsimonioso beso en la mejilla, que pareció dejarlo atontado unos instantes. Luego sonrió llevándose su mano a la cara con suavidad.
—¿Quieres venir esta noche? —preguntó para mi sorpresa.
—¿Puedo? —inquirí entusiasmada.
—Ellas estarán felices de que lleve a una amiga, saben que no es mi estilo pero lo han esperado por años. Probarás el mejor pastel de manzanas del mundo —agregó casi tan emocionado como un niño pequeño a quien se le promete una tarde de juegos y diversión.
—Estaré allí para las siete —confirmé y él asintió sonriendo.
Lo vi marcharse en aquel taxi y sentí que su ausencia ya calaba en mí, tenía frío si no estaba cerca de él y aquellos pensamientos me parecieron patéticos, me regañé a mí misma y luego ingresé a mi habitación. Llamé a Rob para informarle que estaba de regreso y me dijo que vendría en media hora. Todo en ese pueblo quedaba cerca, así que aproveché el tiempo para una ducha y cambio de ropa.
Cuando Roberto llegó me abordó con preguntas sobre la noche y lo que había sucedido. Le conté la verdad, aunque me salté algunas partes, como que Mariano me dejó ver sus ojos. Eso me parecía demasiado íntimo.
Roberto me preguntó si no pasó nada más, y yo solo negué con la cabeza sonriendo.
—Ya te dije todo lo que pasó, si eso consideras nada... —me encogí de hombros.
—Sabes a lo que me refiero... ¿No hubo nada más? —insistió.
—Me extraña que me preguntes eso, Rob, sabes que yo no... no puedo...
—Pero... ¿Me vas a decir que no sentiste cosas a su lado? ¿Dices que no te pasó nada estando cerca y luego de todo lo que me has contado? —cuestionó.
—No, no te voy a negar eso... Me pasaron cosas, estoy confundida y... Pero no... yo... no puedo, es más fuerte que yo Rob, es como cuando tienes una fobia. Simplemente aunque sepas lo que te sucede no lo puedes manejar... —murmuré.
—Pero, Ámbar... Tú deberías analizar eso. No es normal, deberías poder dejarte llevar. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué no vas a un psicólogo? —preguntó.
—Ya fui a miles —bufé—. Nada ha cambiado.
Luego de esa conversación nos quedamos en un silencio incómodo que Rob zanjó luego hablándome de su hermana y su familia. Después de largo rato conversando, él se despidió y yo me dediqué a prepararme para ir al convento. Me vestí de la mejor manera que pude, aunque no había llevado demasiada ropa y aunque Mariano no me pudiera ver, quería estar bella para él... lo más que pudiera, y no sabía de donde salía esa necesidad ni a donde me estaba llevando todo aquello.
Decidí caminar hasta el convento para refrescar mi mente y pensar sobre la conversación que había tenido con Rob. Era obvio que sentía una atracción física muy fuerte hacia Mariano, todo en mi cuerpo me lo decía a gritos cuando estaba cerca de él, con el simple roce de su mano lograba despertar todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo que yo creía habían muerto. Siempre pensé que mi cuerpo no funcionaba... que simplemente lo habían marcado tanto que le habían quitado la posibilidad de reaccionar como cualquier otro. Creía que mi mente y mi cuerpo se habían disociado, y que el segundo ya no respondería a esa clase de estímulos jamás. Pero ahora, todo era nuevo...
Recordé cuando tenía quince años y salí un par de semanas con aquel chico tan guapo de la escuela, era encantador y en realidad quería algo con él, pero ni siquiera me gustaba que me besara y mucho menos que intentara tocarme con sus hormonas adolescentes aceleradas. Más adelante me pasó lo mismo con Peter, un chico que conocí en una fiesta, quise dejarme llevar con él, forzarle a mi mente a aceptar que era solo un juego y que nada que yo no quisiera sucedería, traté de convencerme a mí misma que en realidad yo aceptaba lo que estaba a punto de suceder. Pero al verlo desnudo las náuseas me invadieron, los recuerdos intangibles y borrosos se apoderaron de mi mente y salí huyendo de allí. La tercera y última vez que intenté enamorarme fue de Benja, un chico de la universidad que era tan cariñoso, perfecto, dulce —y todo lo que una mujer esperaría de un hombre— conmigo, que realmente quise quererlo y probar... pero no funcionó... y por eso volví a huir.
Nada de aquellas experiencias se parecían a loque me estaba sucediendo ahora, en vez de tener ganas de salir corriendo yhuir, por primera vez quería quedarme, ahondar en ello, ver hasta donde eracapaz de llegar... Pero no quería lastimar a Mariano, a él ya la vida lo habíalastimado bastante.
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