11. Volver a casa
Oír aquello fue molestoso, el alumno Cabral la llamó «cariño» y le habló sobre un viaje que harían juntos. Sin duda eran pareja o algo parecido y no sé por qué aquello me generó un sinsabor en la boca del estómago. Quería sacarla de allí y llevarla conmigo al despacho, preguntarle qué era de Cabral y decirle que aquello me molestaba de alguna extraña manera. ¿Qué clase de comportamiento era ese? ¿En qué clase de irracional primate me estaba convirtiendo?
Pasé de largo y fingí no oírlos. Llegué al despacho y me senté enfadado, amargado, abrumado. Estaba enojado conmigo mismo por no ser capaz de manejar mis emociones o aquello que me estuviera sucediendo. No veía la hora de viajar para olvidar todo, tomar distancia, alejarme y enfriar mi mente. En la noche anterior había tenido un sueño con Vargas, un sueño de aquellos que no se pueden contar. ¿Qué demonios me estaba sucediendo? Me levanté alterado, agitado, excitado y tuve que darme una ducha con agua helada para volver a la normalidad. Me regañé a mí mismo por aquello, eso no estaba bien.
—¿Qué sucede Mariano? —Bien, lo único que me faltaba, mamama con sus preguntas insidiosas. Llevaba días hablándome de Ámbar y tratando de sacarme información, que por más cariño que le tuviese no pensaba compartir con ella.
Le dije que no sucedía nada y le pregunté sobre las notas de los alumnos. Me dijo que ya las había pasado en limpio y se había hecho pública en la mañana. Minutos después llegó Vargas, y no quería tenerla cerca ese día, quería que se fuera pero quedaba poco y debíamos terminar algo.
Me mostré distante, no entablé conversación alguna más que lo justo. Ella tampoco dijo nada, y de esa misma forma pasaron los últimos días y así nos despedimos hasta vuelta de vacaciones.
—Espero que pase unas hermosas vacaciones y una buena Navidad, profesor —dijo antes de marcharse.
—Lo mismo para usted y su novio —inferí y luego de un silencio ella contestó.
—Yo no ten...
—Hasta luego, Vargas —interrumpí para que se fuera, no quería escucharla más.
—Hasta pronto, profesor —habló incómoda y salió. Al oír la puerta cerrarse fruncí los labios y cerré el puño derecho golpeando mi mano por el escritorio, estaba enfadado y debía controlarme. Aquello no estaba bien.
De pronto me la imaginé en brazos de Roberto, el chico hablaba poco y lo único que sabía de él era que no era buen alumno. Me molestaba imaginar a Vargas con un joven tan... mediocre al cual no le importara para nada más que para entretenerse... Me molestaba imaginarla con alguien que no la mereciera.
Traté de alejar mis pensamientos de ella aunque seguía leyendo el libro que nos habíamos propuesto compartir. Me enfoqué en el viaje y en que pronto vería a todas esas personas tan queridas para mí. Cuando llegué a Társago las hermanas Rita y Florencia me estaban esperando en la estación de trenes. Las abracé emocionado, había algo en aquel pueblo, en aquella gente, en su aire, en su ambiente que me hacía sentir a salvo, cómodo, diferente.
Fui con ellas al convento donde ya me esperaban las demás, estaban felices con mi llegada. Me prepararon la habitación que solía ocupar, en la parte de atrás de la capilla y dejé mis cosas allí. Mamama llegaría en un par de días más. Me llevaron al comedor donde desplegaron el sin fin de comidas que habían preparado para mí, me presentaron al Padre Manuel, el nuevo párroco y director del convento. Almorzamos entre miles de preguntas sobre mi vida y novedades sobre las de ellas.
Por la tarde paseé por Társago, redescubrí sus calles y sus plazas, absorbí la magia de todo lo que aquel pequeño pueblo significaba para mí: libertad, alegría, cariño. Y así pasaron los tres primeros días, olvidando todo lo que no me hiciera feliz en un lugar que era como un paréntesis en el mundo para mí.
Aquel miércoles volví cansado de la caminata junto con la hermana Belén, una religiosa de casi sesenta años a quien había acompañado al supermercado a traer algunos víveres. A mi regreso decidí quedarme en el templo que estaba al lado del convento. Era antiguo, una joya de la arquitectura y un verdadero tesoro en medio de aquel escondido pueblecito. Me senté allí en la segunda fila como hacía muchos años atrás, redescubriendo esos olores a incienso, a flores, a madera antigua, que me transportaban a mi infancia y me embebían de profunda paz. Allí en ese silencio místico me encontré de nuevo con Dios.
—Hace mucho que no te hablo —expresé en mi mente, solo para mí—. Es difícil encontrar tiempo para ti en la vida adulta... lo siento —me excusé.
Recordé las veces que de niño me senté en ese sitio levantando la cara hacia el altar, esperando que ocurriera el milagro. Las hermanas me habían leído miles de pasajes de la Biblia donde Jesús resucitaba muertos, hacía ver a ciegos o caminar a paralíticos. Yo en mi ingenuidad me sentaba allí y le pedía que me dejara ver de nuevo: «Tú puedes, puedes hacerlo, las hermanas dicen que puedes... déjame ver de nuevo, devuélveme la vista... Hazme ese milagro, por favor», rogaba con esperanzas e ilusiones infantiles. Cuando eso aún creía en la magia, en los milagros, en las fantasías.
—Debo admitir que conversando contigo me siento menos solo... pero eso solo me pasa en este lugar. Cuando estoy allá, en mi vida diaria, en mí día a día... no te siento. Las hermanas dicen que estás en todas partes y que siempre nos ves y nos oyes, yo no estoy seguro de ello... Pero ahora, aquí me gusta estar cerca.
Estaba tan concentrado en mis conversaciones con ese Dios que vivía en ese templo, que no sentí la presencia de alguien sentándose a mi lado. Bastó que se acercara solo un poco más para que su aroma me absorbiera por completo, pero, ¿qué estaba haciendo Vargas allí? Debía ser un error, una jugarreta de mi mente y de mis sentidos que no podían alejarse de ella.
—¿Profesor Galván? ¿Qué está haciendo aquí? —preguntó y era obvio que era su voz.
—¿Vargas? Lo mismo le pregunto —dije intentando sonar natural y nada alterado por su cercanía.
—Vine a conocer esta Iglesia que me dijeron era una especie de reliquia en este pueblo —explicó.
—Es así... —sonreí y luego me dispuse a contarle la historia de aquel sitio, tal cual me la habían contado las hermanas a lo largo de mi infancia.
—Wow, veo que usted conoce mucho de este lugar. ¿Es oriundo de esta ciudad? —preguntó luego de oír mi narración.
—No, pero viví mucho aquí...
—Usted debería enseñarme el pueblo entonces —mencionó y no supe qué contestar, ella no esperó que lo hiciera y siguió hablando—. ¿Es usted creyente profesor?
—Supongo... —mencioné dubitativo—. Si lo que me pregunta es si creo en la existencia de un ser superior, la respuesta es afirmativa... sino no podría explicar muchas cosas.
—¿Cuáles cosas? —preguntó.
—Cosas de mi vida personal —agregué sin querer ahondar en aquello.
—¡Ámbar, vamos! —escuché a Roberto acercarse —Oh... Hola, profesor Galván —saludó respetuosamente.
—Buenas tardes, Cabral.
—Si quieres quedarte... —dijo este a la joven.
—No, me voy... Nos vemos profesor —Se despidió y yo sólo levanté la mano a modo de saludo mientras los escuché partir riendo. Odiaba que la hubiera llevado de mi lado, intenté serenarme y volví a mi conversación con Dios.
—Ella... es una buena chica, debes cuidarla mucho —le pedí en una especie de oración por ella y sonreí para mí mismo—. Me gustaría tanto poder verla... si fuera niño de seguro te pediría que me hicieras el milagro —agregué—, pero ya sé que no quieres hacerlo...
Luego de largo rato pensando, meditando... simplemente estando allí en silencio. Fui a mi habitación a descansar, cuando llegué tomé mi celular en la mano para oír los mensajes. La máquina los leyó por mí, pero uno de ellos fue el que llamó mi atención.
«Mensaje de Ámbar Vargas —hablaba la máquina y luego recitaba el número mientras yo ansioso moría por saber lo que decía—: Fue bueno verle, profesor. Me preguntaba si en serio querría pasear conmigo mañana por las calles de este bello pueblito, no sé si es pedir demasiado».
Le ordené a la máquina que contestara por mí: «¿No tiene usted que pasear con su novio, señorita Vargas? ¿Acaso ese joven no tiene tiempo para mostrarle el pueblo?».
Pronto recibí una respuesta: «Él no es mi novio, profesor Galván, es sólo un amigo, y mañana tiene compromisos. Perdone, no quería incomodarlo... simplemente era una idea».
«Nos encontramos mañana a las diez en la Iglesia donde me vio hoy. No me incomoda, Vargas, disculpe si me expresé mal. Tampoco tengo mucho que hacer mañana y pensaba ir a las montañas».
«Las montañas suenan bien... Lo veo mañana, profesor».
Y así fue como mi corazón empezó a latir acelerado y mi cabeza a intentar serenarlo, argumentando que no sucedía nada, que era solo un paseo y ser un buen anfitrión con alguien que no conocía el pueblo.
Lo cierto es que esa noche no pude dormir.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top