1. Todo nuevo
Me había trasladado a una nueva ciudad, a una nueva universidad. Sé que huir no es la mejor forma de afrontar los problemas, de hecho no es una buena forma de hacerlo... pero hay veces que es la única manera. La idea era respirar aire nuevo, fresco; hablar con personas para quienes eres un completo libro en blanco y que no construirán su imagen de ti sobre prejuicios o ideas preconcebidas sino sobre lo que tú quieres mostrar, sobre lo que quieres ser hoy y no sobre lo que fuiste ayer.
Soy un alma libre con ganas de volar alto y lejos, sin riendas, sin limitaciones de ningún tipo, con ganas de leer y escribir historias donde pueda ser quien quiero ser, donde pueda llegar a donde quiero llegar. Por eso me he decidido a volar del nido, por eso he elegido empezar de nuevo. Y aquí estoy, frente a mi nueva universidad, en una ciudad que dista bastante de mi ciudad natal, sintiendo la adrenalina correr por mi sangre, esa mezcla de ansiedad y temor que tanto adoro y que es generada por algo nuevo que voy a empezar y no sé cómo funcionará. A la mayoría de la gente el temor la paraliza, le genera angustia... a mí me por el contrario, me dan ganas de seguir, de probar mis límites, de vencerlo.
Fui hasta la administración a recoger mi horario de clases, tenía que equiparar algunas materias por lo que debía dar clases con varios semestres distintos. Nadie dijo que mudarse de universidad sería fácil, pero tampoco se dijo que a mí me gustara lo fácil.
A primera hora tenía clase de Literatura Universal, interesante materia... aunque no sabía bien cuál sería el enfoque. Revisé el nombre del profesor y la clase a la cual debía asistir: Dr. Prof. Mariano Galván, Aula Magna.
¡Wow!, no podía creer que en realidad fuera a tener una clase con el Dr. Mariano Galván. Había leído muchos de sus libros y realmente me han encantado, no tenía idea de que este hombre enseñara en esta Universidad, ni siquiera que viviera en esta ciudad. Pero definitivamente esto era una señal, mi día no podía arrancar de mejor manera.
Lastimosamente no conocía el campus y era inmenso, me perdí por el camino tomando la dirección equivocada y cuando llegué a la clase habían pasado diez minutos del inicio, eso fue fatal, no quería caerle mal al Profesor ni que se llevara una impresión equivocada. Me planteé la opción de saltarme la clase e iniciarla otro día, pero la admiración que tenía por este hombre hizo que mis ganas de entrar a oír su clase fueran mucho mayores que el temor a que se enfade. Me aproximé a la puerta y tomé una gran bocanada de aire para ingresar.
—Permiso Profesor. —Todos los alumnos me miraron con expresión de susto, es obvio que había interrumpido la clase.
—¿Qué desea? —giró el hombre. No era para nada como me lo imaginaba e incluso me pregunté si no sería algún reemplazante, era demasiado joven para ser el profesor en cuestión. Me lo imaginaba como un hombre de sesenta y algo, con canas y tiradores, anteojos gordos y redondos como la base de una botella—. Dije, ¿qué desea? —Repitió el profesor en tono gélido sin mirarme.
—Soy... soy Ámbar Vargas y soy nueva en la Universidad, siento llegar tarde, me he perdido.
—La típica excusa —respondió el profesor sin prestarme atención—. Pase adelante, y espero que para la próxima ajuste mejor su GPS. —Me adelanté buscando algún sitio, pude ver a algunos chicos sonreír en silencio mientras otros se veían asustados.
—Ven a sentarte aquí —susurró una chica señalándome un lugar libre a su lado, el silencio absurdo en la gigante clase me ponía nerviosa e iba lo más rápido que podía.
El profesor retomó la clase levantando la cabeza y recién allí pude notar que traía gafas de sol. Hice un gran esfuerzo para no reírme de semejante ridiculez, por lo demás se veía joven, fuerte y guapo. Iba vestido con un traje gris claro, una camisa blanca y una corbata azul, su piel era clara y su cabello rubio ceniza. Era alto y se podían notar sus brazos fornidos bajo aquel saco gris que le queda tan exquisitamente elegante.
—¿Ese es el Dr. Prof. y no sé cuántos títulos más Mariano Galván? —Le susurré a mi compañera que asintió temerosa llevándose un dedo a los labios para que hiciera silencio—. ¿Pero no es muy joven?
—Tiene solo veintinueve años, es extremadamente joven y guapo, pero es una eminencia. Dicen que es superdotado —mencionó mi compañera y no pude evitar malpensar aquello, debiendo de nuevo atajarme la risa.
—Ha de ser... —murmuré dejando escapar una risa que corté de inmediato, mi compañera entendió mis segundas intenciones y también rio.
—¿Tiene algún comentario que hacernos, Señorita Vargas? —preguntó el profesor sin mirarme, con la vista enfocada al centro del salón.
—Perdone, Profesor —contesté fingiendo arrepentimiento.
Decidí hacer silencio en lo que quedaba de la clase, unos minutos después recibí una nota de mi compañera de al lado.
«Me llamo Fátima, un gusto, Ámbar. Te recomiendo llegues a hora y mantengas silencio en esta clase. Este profesor es único, sus clases son fabulosas, pero es la persona más insoportable del planeta tierra, no admite ningún error, ninguna falla, no escucha razones y es bastante dictatorial, lo que él dice es ley. Las reglas con él son claras, hay que atender su clase y cumplirlas o vas muerta».
Tomé la hoja y le respondí:
«¿Tan joven y tan amargado? ¿Y siendo tan perfectamente bello? ¿Por qué es así?».
«Ni idea, pero es uno de los docentes más respetados de aquí».
«¿Y por qué trae esos lentes tan ridículos en plena mañana y adentro del aula?».
Mi compañera me observó frunciendo el ceño como si lo que acababa de decir fuera una tontería.
«Es ciego, ¿no lo sabías?» —preguntó y entonces negué con la cabeza viéndola asombrada. Luego miré al frente y lo observé hablar decidido, firme, pero siempre manteniendo la vista al frente. Vi que tenía un libro abierto en su escritorio, y que sus dedos ocasionalmente paseaban por éste. Estaba leyendo Braille. Me sorprendí, realmente me sorprendí. Todo lo que sabía de él es que era un verdadero genio, una eminencia.
El resto de la clase me pasé atendiendo lo que decía, su tono de voz era cálido e imponente, no daba lugar a dudas ni a confusiones. Explicaba todo de una forma tan especial que lo hacía parecer sencillo y completamente entendible a todos los que estuvieran atendiendo. Se notaba que amaba lo que hacía y que sabía muy bien de lo que hablaba. Como lo había pensado, su clase era sencillamente genial y no parecía ser la única que se sentía así, todos los demás chicos estaban absortos en sus palabras.
Al terminar la clase el profesor se marchó no sin antes dejarnos la primera tarea: leer un libro de cuatrocientas páginas para el próximo jueves. Eso significaba noches sin dormir, esperaba que al menos el libro fuera emocionante. Fátima se paró y me sonrió.
—Hola de nuevo, soy Fátima Lugo, un gusto conocerte, él es mi amigo Alejandro Reyes.
—Hola, un gusto, y gracias por llamarme a sentarme a tu lado, me puse tan nerviosa que no podía encontrar un solo lugar libre.
—Tranquila, el Prof. Galván tiene ese efecto en todos los alumnos. Además una vez que oye tu voz no se le olvida, tiene una memoria increíble, fuera de serie. Nos conoce por la voz, así que cuando alguien habla en clase no hay forma de engañarlo, sabe perfectamente quien fue. —Aclaró el chico al lado de mi compañera con una sonrisa cómplice.
—Sí, le comentaba a Ámbar que dicen que es superdotado. —Ambas reímos recordando mi broma.
—Dios las cría y ellas se juntan —suspiró Alejandro—. También dicen que es gay chicas, así que no se hagan ilusiones.
—¿Quién es gay? —preguntó un chico moreno acercándose.
—El maestro Galván, contestó Fátima.
—Uff, pues ojalá cariño, ojalá. —Suspiró el chico abanicándose con sus manos.
—Él es Roberto, y como ya te habrás dado cuenta, también quiere saber si el profe es superdotado —bromeó Alejandro poniendo una mano sobre el hombro del chico.
—Hola belleza, ¿cómo te llamas? —me saludó Roberto bastante amanerado.
—Ámbar Vargas —sonreí entre besos en la mejilla.
—Oh, bonito nombre y hace juego con tus hermosos ojos —dijo sonriendo—. ¡Bienvenida al club! —agregó entusiasmado.
—¿Cuál club? —pregunté confundida.
—A este, el de los más divertidos de esta universidad —agregó y Alejandro lo golpeó suavemente en la cabeza.
—No le hagas caso, termina excitado luego de dos horas de clases con Galván —mencionó divertida Fátima.
—¡Quién no! —exclamé yo y entonces Roberto me abrazó sonriendo.
—Lo decía yo, eres de las mías, la pasaremos lindo por aquí.
Salimos los cuatro de la clase muy divertidos y riendo de las ocurrencias de Roberto. Ya lo dije yo, hoy sería un gran día, el primer día del resto de mi vida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top