Palabras: eurocup, Valencia, Lafayette.

El tercer partido en Valencia fue espectacular. Diez años habían esperado para vivir, de nuevo, algo así. Habían jugado con campo en contra, se habían superado y no habían desistido nunca. Tenían un objetivo que cumplir. Unicaja se proclamó campeón de la Eurocup y ni siquiera Lafayette falló lo suficiente para evitarlo. Tanto los 50 aficionados que habían viajado con el equipo, como el resto de los miles que lo tuvieron que ver por televisión, sufrieron hasta el final, hasta aquel último minuto decisivo.

Y con todo resuelto, con su público entregado a ellos, el capitán hizo honor a un Siempre Fuerte característico, a un Siempre Fuerte que sería un himno propio y un "algo más" que llevar por bandera. Levantó la copa, y el brazo, en señal de victoria, de lucha, de superación y, también, de homenaje.

Este reto tiene una connotación especial, no porque mi equipo de baloncesto resultara ganar aquella final, sino porque ese homenaje ocurrió realmente, en honor a un malagueño que perdió su lucha contra el cáncer, pero que nunca perdió su sonrisa en el camino: Pablo Ráez. Fue una inspiración para muchos, para mí incluida. Perdurará su "Siempre Fuerte".