Palabras: tuerta, ciquitraque, katana.

No llevaba un buen día. No, en absoluto. Había empezado mal al no escuchar el despertador, por lo que no podría pararse a desayunar, tal y como hacía cada mañana. Al poner el pie en el suelo, se topó con algo pringoso, parecía que su gato no había tenido nada mejor que hacer que vomitar una bola de pelo justo allí. Casi a pata coja y con asco, fue a limpiarse, no recordando el cartel que había leído en su ascensor la noche anterior, en la que avisaban que esa mañana cortarían el agua. Su única suerte fue tener toallitas húmedas.

Con esa poca alegría en el cuerpo fue hasta su coche, que no quiso arrancar.

―¡No reventara como un ciquitraque! ―le gritó al salpicadero frustrada.

No iba a conseguir, el karma, el universo, o la ley de Murphy, que ella desistiera, así que fue hacia la parada de autobús más cercana, en la que tuvo que esperar más de 15 minutos en uno de los días más calurosos en lo que llevaban de verano.

Por fin se sentó, disfrutando un poco del aire acondicionado. En la siguiente parada vio como una mujer tuerta entraba, haciendo que ella se pellizcara, como siempre hacía cuando veía a una tuerta. ¿O era a una bizca? Le dio igual, lo hizo por si acaso, si lo decía su abuela ella lo seguía a rajatabla.

Estaban llegando a la siguiente parada cuando el conductor no tuvo más remedio que pegar un frenazo, haciendo que casi se golpeara con el asiento de delante, y que la tuerta cayera hacia ella, derramando sobre su camisa el litro del café que se veía había comprado en el Starbucks.

Bañada en Frapuccino decidió que ya estaba bien. Había tomado la decisión. Iría en busca de una katana y actuaría como la psicópata que, de repente, le apetecía ser.