RETO 14: CROQUE...

Palabras: croqueta, croqueton y croquetilla


Era un sitio bastante raro, no sabía bien qué iba a comer allí, pero no le daba buena espina. No es que pareciera malo, ni bueno, ni pijo, ni cutre, ni caro, ni barato, era raro, simplemente raro.

―¿Qué van a tomar los señores? ―preguntó el camarero amablemente.

Él miró a su alrededor. ¿Dónde estaba? Lo habían dejado allí, seguramente su acompañante había ido al baño y él estaba solo, queriendo saber qué contestar, pero sin tener una carta cerca que le dijera qué pedir. El camarero se percató de su incomodidad, y comenzó a decirle la variedad de cosas que podría degustar.

―Verá caballero, hoy puede usted elegir una amplia variedad de croquetas, Tenemos croquetas de puchero, de jamón, de pollo, espinacas, morcilla con piñones, de foie, de cecina y boletus, de chorizo, de queso, roquefort...

Casi se le salen los ojos de sus órbitas. Aquel sitio raro era todo un paraíso para él. El camarero seguía enumerando los distintos rellenos mientras su mente vagaba lejos.

―Bueno, todo ello también en tamaño croquetilla y tamaño croquetón ―seguía diciendo el camarero―. Con relleno de jibia en su tinta, de arroz, de bacalao...

Y no acababa. En su imaginación, veía cómo las croquetas caían del cielo. ¡Era su lugar favorito del mundo! De pronto, el camarero paró de hablar. Se agachó un poco, hasta poner la cara a la altura de la suya y lo llamó. ¿Cómo podía conocer su nombre? ¿En algún momento lo había dicho? Cogió el vaso de agua, que ni sabía cómo había llegado allí y se lo tiró a la cara. Él se levantó de un salto.

―¡Por fin! ―dijo una voz, que nada tenía que ver con la del camarero y se parecía demasiado a la de su madre―. Creí que te estaba dando un ataque, babeabas un montón y aleteabas con las manos como si estuvieras cogiendo algo del aire. ¡Te tenía que despertar de alguna manera!

Su cara de decepción fue épica, seguro que a la altura de William Wallace al descubrir la traición de Robert the Bruce. Miró a su madre, con los ojos brillantes por las lágrimas que realmente quería derramar. Había sido un sueño tan maravilloso, que quiso pensar que, en cierta manera, fue una premonición.

―Mamá... ―comenzó esperanzado en la respuesta―. ¿Qué hay de comer?

―Menestra de verduras, hijo ―contestó divertida.

Se tapó la cara con una mano, maldiciendo por lo bajo. Quería volver a dormir.

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