RETO 1: AMISTADES RARUNAS
Palabras: ornitorrinco, revolución, pepinillo.
No paraba. Desde que había llegado, veinte minutos tarde además, no había parado de hablar.
―¡Esto va a ser una revolución! ―dijo por enésima vez.
Aún no decía de qué hablaba. Su café se enfriaba sin que él le prestara la más mínima atención y seguía parloteando, sin parar, sobre un invento revolucionario que no decía.
―¿Pero de qué se supone que me estás hablando, alma de cántaro? ―pregunté sin soportarlo más.
―Un chip ―contestó finalmente, haciendo una pausa para darle un poco de emoción, como si a mí me estuviera importando lo que decía.
Con la mano le hice un gesto, ya impaciente, para que continuara.
―Un chip que registrará todo nuestro mundo ornitorrinco. ¡Será increíble!
― Alucino pepinillo ―pude decir, muy al estilo Chicote, poniéndome una mano en la cara, frustrado.
Él, confuso por mi no entusiasta reacción, insistió en que era una genial idea.
―¿El mundo ornitorrinco? ¿Qué interés va a tener el mundo de un pollo, por muy raro que sea? ―no pude evitar el desdén en mi voz.
Frunció el ceño y, si confuso estaba antes, ahora lo parecía mucho más.
―¿Qué pollo? ―preguntó finalmente―. ¡Yo hablo de los sueños! ¡Poder grabarlos todos!
Eso lo hizo. Solté una gran carcajada y ahí me di cuenta de por qué seguía teniéndolo como amigo: sus tonterías eran geniales. Enfadado, se cruzó de brazos, apretó los labios y frunció aún más el ceño, si es que era posible. Todo eso hizo que me riera aún más de mi atolondrado amigo.
―¡El mundo onírico, idiota! ―le dije finalmente, cuando me pude calmar un poco, dándole además una colleja.
Entonces, al darse cuenta de su absurdo error, se rió conmigo. Cuando ambos nos pudimos tranquilizar, le hizo caso a su café, que bebió, haciendo una mueca con la cara, ya que se le había quedado frío.
―A todo esto... ―comenzó apartando la taza con asco―. ¿Qué carajo es un ornitorrinco?
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