17.- Murtair es un Kelpie
Bethany se levantó de mal humor tal y como lo venía haciendo desde hacía casi un mes. En el momento que anochecía, cumplía con las cosas que se le ocurrieran a su esposo. Lo peor de todo era que le producían placer, más nunca llegaban a la cúspide. Cuando estaban a punto de estallar, él paraba las caricias, la abrasaba y la hacía dormir. Se encontraba frustrada por la tesonería de Aidán, que no se dignaba a consumar el acto, exigiéndole que le pidiera la consumación con palabras.
Bethany se negaba a caer en la trampa, aun cuando sufriera las consecuencias durante el transcurso del día. Su rutina no se pudo cumplir esa mañana. El laird se desapareció del lecho desde temprano para verificar el poblado. A Mary y Rowan no los encontró por ningún sitio. Al parecer, decidieron dar el recorrido matutino solos. Darren reparaba una puerta de la armería, por lo que no podía escoltarla. Se dirigió al establo con su amigo Ginebro. Ya sabía que no la podría acompañar, ya que el señor del castillo le había prohibido eximirlo de sus actividades diarias.
Bethany necesitaba desfogarse. La frustración la hacía ser como un volcán a punto de la erupción. Casi se frena al ingresar al lugar. Estaba un nido de víboras ponzoñosas hablando con Ginebro y el mozo de los mandados. No logró retirarse a tiempo, Tarisha fue la primera que la saludó.
—Buen día, lady Bethany. Que agradable verla por aquí. ¿Va a cabalgar como siempre?
—Que tal señora Tarisha. Y excelente día para todas. Sí, quiero galopar un rato, más no veo por aquí a Parco el caballo de mi esposo. Hoy esperaba desfogarlo.
Lo cierto es que casi no tomaba al semental de Dan, pero quería recalcar su posesión sobre Aidán. Aún le molestaba que Freya siguiera en el castillo. Era indignante. Escuchó las risitas de Glenda y Malen.
—Pues esta Murtair. Tengo entendido que es el semental más rápido que posee milord. Solo que es para jinetes experimentados. De hecho, no hemos visto montarlo a nadie que no sea el laird. ¿Verdad?
—Así es. Yo una vez lo quise cabalgar y Aidán no me lo consintió.
—Quizás no te lo permitió a ti, porque no eras su esposa. Ya sabes lo que dicen, las amantes no tienen tantas ventajas. Y siendo sincera no montas tan bien.
Glenda lanzó el comentario incomodando a la que supuestamente era su amiga. Bethany pidió a Dios que la librara de una amistad así. Lo que le molestó en realidad era la forma en que Freya había hablado de su esposo. Y que le recalcaran que era su amante.
—Ginebro tráeme a Murtair que lo quiero conocer.
—¡Señora, no creo que sea buena idea que monte a ese animal! ¡Yo pienso que es un Kelpie domesticado! Al laird le encanta domar bestias salvajes.
—Malen ya te había dicho que esas cosas eran fantasías. Historias para espantar y someter a las mujeres y niños. Ginebro ensilla y trae al semental.
—Pero milady, no tengo permitido dejar montar a nadie a Murtair.
—Acaso me ves como una mendiga. Soy ama de este castillo. Aun cuando no hago las faenas de las mozas. Así que te pido de la manera más educada que me traigas al animal para poder salir al galope.
—Yo creo...
—¡Ahora!
Ginebro quería mucho a Bethany, pero en eso no se encontraba de acuerdo. Más tenía que obedecer. Aun cuando su sentido común le decía que era erróneo.
En cuanto le llevó al gran espécimen. Bethany se quedó prendada de él. Estaba tan enorme que Ginebro le tuvo que ayudar a montar. Era todo negro. En cuanto lo vio, pensó en Dan, ya que amo y bestia eran hermosos eh inalcanzables. Si ellos no te querían a su lado. No gozabas de su compañía.
Lo espoleo y emprendió el galope. El animal aparentemente estaba de buen ánimo. Salió por el puente de piedra. Tomó el camino hacia el pueblo, pero Murtair cambio de opinión y por más órdenes que le daba Beth. El caballo no entendía. Cruzó campo traviesa, subiendo por una pendiente a toda velocidad. Estaba atemorizada porque ya no tenía el control, empezó a gritar. Escuchó los cascos de otro caballo. O al menos eso fue lo que su mente le hizo creer, ya que al voltear no vio a nadie. Dejaron de subir la pendiente. Ahora todo se veía plano. Se percató de que el caballo corría al final del camino. A lo que parecía ser un peñasco. Al llegar al extremo, no se aventó como pensaba. El animal se paró en dos patas tratando de librarse de su peso. Bethany se agarraba lo más fuerte que podía.
Aidán había visto desde el pueblo a su mujer galopar sobre Murtair como alma que lleva el diablo. Ese animal no era para ser montado. Corrió en Parco siguiendo a su esposa. Llegó cuando encabritado el corcel trataba de quitársela de encima. Aventándola metros abajo, sobre una planicie rocosa. Se acercó y la tomó de la cintura.
—¡Suelta las riendas guerrera, para que te pueda subir a mi montura! ¡Ahora!
Ella lo hizo. Aidán la puso montada a horcajadas de frente a él. Se ajustó a su cuerpo con todas sus fuerzas con piernas y brazos.
—Continúa abrazándome así. Que ahora vamos a recuperar a Murtair.
Bethany no abrió ni siquiera los ojos. Aun así, había comenzado a llorar. El calor y olor de su esposo la embriagaban y la hacían sentir segura.
Aidán recuperó al semental y regresó al castillo con su mujer montada frente a él. Le agradaba tenerla de esa forma. A pesar de que su cuerpo había empezado a reaccionar al contacto de la pelvis contra su vientre. Darren la ayudó a desmontar, pero en cuánto Aidán se encontró liberado de su montura la cargó, llevándola hasta el despacho. La revisó minuciosamente. La hizo tomar un vaso de whisky para los nervios. En cuanto se tranquilizó, la comenzó a regañar.
—¡Bethany! ¡Murtair es un semental peligroso! ¡No puedes volver a montar en él! ¿Sabes acaso lo que significa su nombre?
—No.
—Asesino. Cuando me hice de él, ya había matado más de dos cristianos tratando de domarlo. Es un animal muy temperamental. Solo permite que yo sea el jinete. Es muy hermoso y de buena raza. Lo tengo como pie de cría. Te pido de la forma más atenta que no lo vuelvas a cabalgar.
—Lo siento. No lo pude evitar con Freya, su tía y sus amigas picando mi orgullo.
—No quieras culpar a Freya de tus decisiones. Ella no actuaría de la misma forma, si las cosas hubieran sido al revés.
—Claro. Es toda una dama. Dime Dan, si te gusta tanto y la quieres. ¿Por qué no te casaste con ella? Así no tendrías estos problemas.
Beth se arrancó corriendo del despacho. Salió del castillo y se sentó en una gran roca pegada al lago.
Coel iba con la colada para extenderla al sol cuando vio salir a lady Bethany con los ojos llorosos. Se acercó preguntándole si la podía ayudar en algo.
Aidán trató de ir tras su esposa, pero vio a una de las doncellas que llegaba primero que él.
Mientras tanto. En el castillo, una mujer ingresaba a la alcoba matrimonial. Dejando una sorpresa para la británica que se había interpuesto en su felicidad.
Aidán se dirigía a ingerir la comida cuando recibió la invitación de la coronación de Carlos. Odiaba todo eso, pero no le quedaba más que apechugar y asistir a la celebración. Vio entrar a su mujer y le entregó la misiva. Sabía que estaba celosa de Freya y eso le gustaba. Al parecer había ganado terreno dentro de los sentimientos de su esposa. O quizás estaba fingiendo. Ya no se encontraba seguro de qué pensar. Solo contaba con la certeza de que le agradaba mantenerse cerca de su guerrera. Las noches eran frustrantes, porque siempre dormía anhelante de más intimidad. Y los días le parecían divertidos y diferentes a su lado.
Aidán habló con Coel para encargarle el cuidado de su esposa. Le pidió que se volviera su amiga. Le explicó que tendría que informarle cualquier cosa que él no supiera, hiciera, o dijera.
A Coel no le pareció la idea, ya que si te hacías amiga de alguien no traicionabas su confianza. Como no le quedaba más remedio que obedecer al laird asintió y se dispuso a empezar a llevar el plan que su señor le había confiado.
Esa noche no tenía apuesta o reto que cobrar, por lo que Aidán vio que su mujer, se encontraba acostada fingiendo que estaba durmiendo. Mientras él se despojaba de todas sus prendas.
Se acabó la paz cuando la vio girar hacia la mesa de noche y tomar su puñal de la funda. Brincó de la cama y tiró una estocada contra esta. Cuando se acercó vio qué había casi decapitado una víbora de color marrón rojizo, sobre el lecho.
—¡Ves! ¡Tu adorada Freya quiere matarme!
—Ella no es así. Quien me dice que no fuiste tú la que puso la víbora en la cama para culparla y que la expulse del castillo.
Bethany no dijo nada más. Se daba cuenta de que su esposo defendía a su amante contra, viento y marea. Organizó todo para volver a dormir. Solo que esta vez lo hicieron cada uno en su lado de la cama.
Una semana después Aidán le regaló un caballo blanco con una mancha negra semejante a un rayo. Se enamoró del animal en cuanto lo recibió. Solo que en secreto empezó alimentar con manzanas a Murtair. Se le metió en la cabeza hacerse su amiga.
Ginebro no estaba muy de acuerdo, pero siempre accedía a lo que Bethany le pidiera. Ella era muy buena con él. Un día cometió el error de mostrarle el medallón con un escudo de oro que su madre portaba cuando la encontraron. El lord viejo se lo entregó antes de morir. Beth decía que si algún día lo llegaban a buscar debía de estar preparado. Le enseñó a leer y escribir. Le metió en la cabeza que podía ser hijo de un noble. Que, si no sucedía eso, cuando fuera más grande podría hablar con el laird y pedirle un trabajo de mayor rango.
Bethany estaba insatisfecha pero feliz. Luego de hablar, abrazar, consentir y dar de comer a Murtair, ya le permitía montarlo. Lo hacía a escondidas de Dan. Si la descubría sabía que terminaría muerta a manos de su esposo. Para realizar esa hazaña necesitaba la ayuda de Ginebro, Rowan y Mary.
Todos los días aparentemente ella salía cabalgando a Rayo, la hermosa yegua que le había obsequiado Dan como premio de consolación. Rowan montaba su caballo, y se iban a pasear, pero la trampa estaba en que Mary la esperaba a las afueras de los límites del castillo con Murtair que se lo entregaba Ginebro sin que nadie los viera. En ese lugar cambiaban de caballo su prima y ella. Beth corría libremente disfrutando de la velocidad con su ahora amigo, que ya no era un asesino.
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