10.- Virtud perdida
Aidán se percató de que su esposa estaba muy mal. Lo miraba aterrada. Cuando se subió a horcajadas sobre ella. La guerrera empezó a temblar sin control. El clima estaba un poco helado. Aun así, la vio que comenzaba a sudar frío. Observó el recorrido de una gota de sudor. Partiendo desde su frente, hasta su piocha. Cayó de esta, para terminar, siendo absorbida por las cobijas que utilizaba como barrera entre los dos.
La vio con intenciones de tomar el puñal de su mesita de noche. Él se adelantó y lo desenfundó. Su comportamiento lo hizo caer en cuenta. Que su preciosa mujer había sido profanada por ese maldito Macgregor.
Como la pérdida de su virtud no fue por díscola. Por el contrario, fue a causa de un ultraje. En el cual él no pudo llegar a tiempo para evitarlo. No le quedaba más que solucionarlo. Ella le pertenecía ahora y juró ante Dios que velaría por su mujer.
No tenía más remedio que acabar con el problema que se presentaba entre los dos. Enfiló el cuchillo con maestría. Se cortó el antebrazo izquierdo. Se incorporó de la cama. Tomó todo con lo que estaba cubierto el cuerpo de su esposa. Embarró su sangre en la sábana del lecho. Simulando la pérdida de la virtud de su señora. Volteó con Bethany pidiéndole que buscara su camisa. No quería manchar más cosas de las necesarias con la sangre. Descubrió que su mujercita se había desmayado por la impresión.
Estaba parado frente al ventanal con las cortinas corridas. Gustaba de observar la luz de la luna, siempre que podía. De vez en cuando volteaba a ver la cama donde su hechicera se batía de un lado a otro. Había intentado despertarla, pero no quiso reaccionar.
Estaba bebiendo directo de la botella de whisky. Se sentía frustrado y preocupado. No le gustaba para nada el hecho de que su esposa estuviera dañada de esa forma. No le importaba que no fuera doncella. Lo que realmente le afectaba era que su primera experiencia carnal hubiera sido a la fuerza. La había conocido antes de sufrir el daño a su virtud. Era una joven vibrante y bien dispuesta a compartir su cama.
Se arrepintió en esos momentos de no haberla tomado en el lago. Si lo hubiera hecho, de menos ella sabría que el acto era placentero. Y no como ahora, que pensaba que solo le generaba dolor y desprecio.
Actualmente, no soportaba ni estar a unos metros de él sin mirarlo con asco. De cualquier forma, agradecía a Dios que Bethany resultara ser la mujer que lo prendía cuál hoguera. Solo esperaba poder vencer sus barreras para enseñarle la forma gentil de compartir besos y caricias.
Ya se empezaban a filtrar los primeros rayos del sol por la ventana cuando Beth comenzó a volver en sí. Se incorporó de un brinco. Había revivido toda su vida durante su inconsciencia. Se percató que estaba sola en el lecho y no tenía el camisón puesto. Lo descubrió desgarrado en el suelo junto al orinal. Retiró de un empellón la ropa de cama que la cubría. Se encontró desnuda. Lo que la hizo apreciar la sangre entre sus piernas y en las sábanas. Empezó a llorar en silencio. Sin control alguno.
Vio a Dan sentado en un sillón mientras dormía. A un lado tenía dos botellas de whisky vacías. Se incorporó horrorizada y sin tomar en cuenta que se encontraba desnuda. Corrió hasta ponerse frente al maldito. Le dio una cachetada en cada mejilla con toda la fuerza que pudo.
Aidán se despertó sobresaltado. Bethany iba a propinarle de nuevo cachetadas cuando él la detuvo por las muñecas. Conteniendo su furia lo más que pudo. La reprendió.
—¿Qué te sucede mujer? ¿Por qué me despiertas con golpes? Y gritando improperios a pulmón abierto.
—¡Eres un cerdo escocés! ¡Me tomaste a la fuerza mientras estaba inconsciente! ¡Solo un maldito degradaría así a su esposa!
Dan se encontraba abotagado por la bebida y el sueño, ya que no había dormido en toda la noche. Amodorrado y arrastrando la lengua. Le contestó a su mujer.
—No seas ingenua, Mary. Corté mi brazo, puesto que era necesario dejar la muestra de tu doncellez, con la finalidad de que el animal del enviado del rey. No vuelva a molestar. ¿O pretendes que nuestro primer encuentro carnal sea ante sus ojos? Te desmayaste presa del terror de que te tomara. Por eso no te hice mía. Entiende de una buena vez que aun cuando soy escocés. No tengo los bajos instintos del maldito que te mancilló. —La soltó, con la finalidad de poder desamarrarse parte del camisón que había roto para hacerse un torniquete y mantener cerrada la laceración.
Bethany se quedó viendo su herida. La tocó acariciándolo donde ya se estaba formando una costra. Iba a responder. No obstante, Dan cortó el intento de hacerlo. Al hablar primero.
—Aún es de madrugada y yo no pude dormir. Así que ahora vamos a descansar juntos. —Se quitó el cinturón y cayó su tartán a sus pies desnudos. Dejándolo como Dios lo trajo al mundo.
Su esposa comenzó a temblar al ver su cuerpo en todo su esplendor.
—Sé que albergas en tu interior un trauma. Te juró que no te voy a tocar hasta que me implores que lo haga. Para que yo cumpla con lo prometido. Necesito que pongas de tu parte, haciendo lo que te pida. Solo así podremos tener vida marital. Ahora tienes que empezar a acostumbrarte a mi cuerpo, como yo al tuyo. Además, recuerda que fue nuestra noche de bodas y tenemos que yacer desnudos debajo de las cobijas en el lecho nupcial.
—Pero.
—No hay, pero que valga.
La cargó hasta la cama sin prestar atención a su cuerpo desnudo. No quería excitarse en esos momentos y que terminara más asustada de lo que ya se encontraba. La recostó y tapó. Él se acostó a su lado boca abajo. No quería imponerle su anatomía. La abrazó y subió una de sus piernas posesivamente, entre las suyas. Así podría evitar que se escapara de su lado. Se quedó dormido al instante.
Mientras que ella no pudo pegar sus ojos. Se le venían a la mente las imágenes de todo lo que había recordado durante la noche. Su corazón bailaba descontrolado sin poder evitarlo. El tenerlo desnudo junto a ella, piel contra piel. La hacía sentir emociones fuertes. Y un calor que irradiaba su cuerpo siempre que se hallaba junto a Dan. Para matar el tiempo que tendría que permanecer en la cama. Comenzó a crear un plan con el fin de poder zafarse de ese compromiso tormentoso al cual la había atado Carlos. Cumplió su palabra, casándose con el hombre que le impuso. Ahora ella acabaría libre del yugo de Aidán. En cuanto se cumpliera el plazo establecido por su tío.
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